domingo, 28 de febrero de 2010

palabras deletreadas por una canción (a veces sin demasiado sentido)


Es demasiado tarde para actualizar, de hecho, no iba a hacerlo, pero escucho "another lonely day" de Ben Harper y las palabras intentan fluir a través de mí como si fuesen un ritmo más de la melodía serena de esta canción.

Nacho dice que marzo tiene tantas ganas de pillarnos con su manto negro de recuerdos, que alarga sus nubes hacia nuestros zapatos y se nos tropieza en un jueves cualquiera que prometía ser diferente. Puede que tenga razón, pero yo nunca había pensado en marzo como un mes para nada, de hecho, siempre suelo olvidarlo. Una noche como hoy, hace un año, quizá pensaba que no lo podría borrar de mis recuerdos, pero no es así. Me gusta seguir comprobando que tengo una alta capacidad para equivocarme, eso me permite una reinvención constante en busca de la felicidad. Aunque me vacile marzo, con su halo de catástrofes privado de besos.

Entre los tres libros de poesía que compré esta mañana, Sabines me recordaba que los amantes jamás serán felices, pero yo encontré un gorrión negro de lata que dejar en la estantería.

Me ha diluviado, ¡cuánto me ha diluviado sobre ese suelo de piedra mientras aguantaba las ganas de gritar a nadie que la cosa dejaba de tener gracia!. Y, aún así, mi madre se sorprende porque digo que aún no estoy cansada de la lluvia. Será que me acostumbré al cielo gris y a saltarme los charcos contándome aventuras.

David me dijo: "mientras que no se supera, es un problema, una vez superado es una aventura", y el chef me ofrecía mi plato preferido para compensar, con fresas, una tarde de dolor de cabeza insoportable.

Al final la música siempre me acaba llevando a alguna parte -me lleva y me trae como en este mismo instante incomprensible-, me gusta cómo se ríe Antonia a carcajadas cuando sale de la casa de mis padres y me gustan los abrazos de Javi cuando estoy cansada y pasa a ser el hermano mayor como por arte de magia.

Me gusta compartir la ciencia ficción con mi padre y la sombra en la pared mientras escribo, me gusta el café fuera de casa y pasear antes de que abran los comercios, descubrir que mi intuición conoce el camino y salir de la ducha empapada de ideas. Me gusta este momento en que los ojos se me van cerrando conforme inauguro una media sonrisa de satisfacción y chinchería -lo que vendería hoy por una caricia-, me gusta este ronronearme y saber que aunque sueñe que aquel brujo quiere lanzarme sus cuervos para arrancarme la piel, el río siempre, siempre, podrá mantenerme a salvo -esto último, simplemente, lo soñé-.

Buenas noches, corazón, -suena por última vez la canción. Elijo la foto. Silencio-.

miércoles, 24 de febrero de 2010

personajes




Cuando empecé a trabajar en la nueva novela, sólo tenía clara la edad de mi protagonista y que era pelirroja, pero nada más. Hasta que me la crucé por los pasillos del instituto y casi perdí el aliento. Allí estaba, concretamente ella, la había cazado.

Más tarde me encontré con otro personaje, ya lo había descrito levemente en el primer capítulo, pero no me había convencido a mí misma. Cuando escribía el capítulo seis me tropecé con él durante una guardia de recreo, al ir a echarlo de un banco del pasillo para que saliera al patio. De nuevo me quedé paralizada, como si la idea me hubiese cazado a mí en lugar de yo a ella.

Hoy tuve guardia a última hora en su clase. Al principio me horrorizó el tener que meterme en un 1º de la ESO, pero cuando lo vi entre el gentío, comencé a alegrarme.

Siempre que entro a un primerillo, entro en modo sargento, porque son de los que se te suben a las barbas sin que te des cuenta. Gerardo, el año pasado, los llamaba gremlins porque decía que parecía que se reproducían y salían de debajo de las piedras. Impongo silencio, bastante seria, y cuando comienzo a pasar lista una chica levanta educadamente la mano.
-A ver, dime…
-Señorita, ¿es usted la que ha creado un libro? –inquiere desarmando toda mi muralla.

Los miro sorprendida.
-¿Estáis leyendo mi novela? –pregunto observándolos a todos y comienzan a dibujar en sus rostros de niños enormes sonrisas.
-¡A mí me gusta Carlos!
-¡Yo me pido ser Marina!
-¡Y yo Mai!
-Yo… emmm… ¡yo, Peter!

Como cotorras locas comienzan a lanzarme preguntas, levantando el brazo y sin levantarlo, como si les hubiese dado un ataque de emoción. Vuelvo a poner silencio entre risas y les cuento que tenemos planeada una hora en la que hablaré con ellos del libro y que, si adelantamos acontecimientos, luego esa hora se hará muy aburrida.

Ceden a regañadientes, todos menos Antonio, que da lo suficiente la tabarra como para que lo tenga que sentar a mi lado. Mira mi moleskine con ojos curiosos:
-¿Ahí es donde escribes primero los libros? –inquiere con su carita redonda.
-Ahí es donde apunto las ideas.
-Tienes letra de médico.
-Esa es mi letra de prisa –sonrío enseñándole una parte de la libreta donde mi letra es más redonda.
-¡Ah! ¡Es que tienes que cazar rápido las ideas para que no se te escapen de la cabeza! –exclama emocionado como si estuviese contemplando un misterio insondable.

Y yo, mientras tanto, aprovecho para observar los detalles de mi personaje, cómo se ríe, como asiente, para conocerlo y desconocerlo en lo que yo invento.

martes, 23 de febrero de 2010

la migraña desbordada y el río en mi cabeza


Estamos inundados. Convivo con un dolor de cabeza inquebrantable desde que puse un pie en el suelo. “¿Te has dejado la cama a la vuelta de la esquina?” es lo que pregunta Alejandro cuando me ve llegar a clase. “Rafa, que le das clase de segundo, dice que eres superestricta”, comenta Alba mientras hacemos los deberes, “yo le he dicho que eso es imposible, pero no me cree”. Diluvia de nuevo. El café me sabe a poco y asisto a un encuentro con la autora de la novela que están leyendo en segundo. Tengo que encender la luz durante el almuerzo porque en casa no se ve nada. Comienza la tormenta cuando decido que mejor me acuesto un rato para competir con el bombardeo de la sangre en mi cabeza. Me despiertan rayos. Preparo té con limón y miel para comunicarme conmigo. Logro escribir seis páginas entre las palpitaciones intermitentes de mi sien derecha. Siento celos. David me llama, removiendo en mis recuerdos de la infancia. La iglesia está vacía. Cotilleamos en camarilla al rededor del brasero. Los chicos no me han abandonado. El equipo perfecto a carcajadas cuando Sergio se desespera intentando pillar a Alberto en una adivinanza. Escucho sus historias. Diego tiene un examen mientras hablo de Alberti, somos seis a última, contándome a mí. El instituto se ha quedado vacío. La calle son charcos. Ya no hay sirenas de bomberos. Ceno con otro ibuprofeno. Ahora Quique me promete “no te va a doler más que otras veces, pero ese es el precio que debes pagar por probarlo”. Creo que me voy a ir a acostar con la idea de que, con semejante dolor de cabeza, no pensaba que me pudiese reír tanto con mi ESPA.

lunes, 22 de febrero de 2010

salvar el día


Siempre que tengo primero de bachillerato después de haber tenido clase con segundo, mis alumnos lo notan.

-Perdonadme –les digo-, ya sabéis de dónde vengo –y ellos se echan a reír cómplices.

Hoy empezamos realmente bien, porque pregunto por un ejercicio que mandé y Alberto responde: “mejor no preguntes”. En ese momento llegan los rezagados y yo me acuerdo de Salinas: “no preguntarte me salva”, les digo y les recito los primeros versos. Se hace el silencio, son receptivos, me encantan.

Hoy nos toca ver la poesía de Quevedo. Les cuento algún cotilleo para motivar y los tengo comprados. El primer soneto de amor es recibido con expectación: “polvo seré, mas polvo enamorado”. Ni siquiera se murmuran las bromas típicas, todos me escuchan, con los ojos como platos. Después el tiempo se nos escapa de las manos: “soy un fue, y un será, y un es cansado”, lee Oscar para conquistarme.

-Pensadlo… en las horas que llevamos de día: ¿quién ha hecho algo que merezca ser recordado? ¿quién ha vivido un momento genial? –los increpo y las sonrisas se reparten mezcladas con cierta inquietud-. ¡Hoy tenemos que salvar el día, que nadie se acueste sin haber convertido un instante en inolvidable!

Y después, sin que me de cuenta, aparece mi momento inolvidable del día, cuando al entrar en la poesía satírica, comienzo a leer en voz alta: “Cuando tu madre te parió cornudo…” y no soy capaz de acabar el cuarteto porque me da la risa.

Todos acabamos a carcajada limpia en clase, mientras yo intento terminar los versos y, cuando por fin lo consigo, entono contenida el “érase un hombre a una nariz pegada” y no llego al elefante bocarriba cuando las risas lo inundan todo.

Así que salgo de allí, de esa clase, renovada y loca de alegría, porque ellos le dan sentido a lo que hago, a cada minuto que compartimos.

domingo, 21 de febrero de 2010

chucherías y manualidades


Cuando Antonio se ofreció la primera vez para pasar un finde conmigo en mi nueva casa y que no me sintiese sola aquí, le dije que todavía no estaba preparada para recibir a nadie. No mentía. Supongo que de alguna manera, la cantidad de vivencias que experimenté en mi casa de Alcalá hicieron más difícil la marcha y, como sé que estoy aquí de modo temporal, no quería vivir nada especial en este hormiguero. En Navidad recibí a mi hermano y después acudió Marta. Poco a poco otro aire se respira.

Algo está cambiando.

Desde hace unas semanas me siento creativa, me siento diferente y eso hace que me apetezca compartir y ofrecer mi refugio.

La semana pasada invité a Chelo a cenar la noche del viernes, nos dio la madrugada compartiendo anécdotas e historias y, esta tarde de domingo, hice llamamiento oficial para tomar café y despertar la creatividad.

Los marcos baratos de IKEA ofrecen un sinfín de posibilidades y Sara, Chelo y yo, damos un uso nuevo a la mesa del comedor llenándola de lápices de colores, gominolas, té y chocolate.

La música suena tranquila y las velas dan ese toque mágico necesario en cualquier situación. Pintamos, cotilleamos, reímos, nos quedamos calladas largos ratos concentradas cada una en su trabajo, compartimos sin darnos cuenta una buena mezcla de recuerdos con sabor dulce y el reloj deletrea las horas sin que seamos conscientes.

Ha sido una buena manera de salvar la tarde del domingo y mi casa se va convirtiendo en hogar para que, cuando llene las cajas, no las colme sólo de cosas, sino también de momentos.

sábado, 20 de febrero de 2010

veo tu silueta sobre el arrecife


Daba vueltas en la cama, haciéndome a la idea de dónde estaba, poniendo en orden las pesadillas de la noche y convirtiéndolas en sueños. La habitación estaba a oscuras. Sólo una rendija de luz entraba por las persianas echadas.

Y, de pronto me doy cuenta, el mar está al otro lado del cristal. Me levanto como una exhalación y decido que prefiero remolonear en la cama viendo el agua cian tras la ventana.

¡Hace un día de sol espléndido y sonrío agradecida dando saltos en la habitación! Intento volver a tumbarme, pero ya no puedo, quiero café, quiero salir al balcón y recibir este baño de sol mirando al infinito. Y que Quique cante “Salitre” y que las gaviotas sobrevuelen mi cabeza frente al malecón.

Cuando caliento el café, Antonia sale de su dormitorio dando gritos emocionados. ¡El día nos recibe de regalo! Sacamos las sillas al balcón y preparamos un desayuno con vistas, bajo esta luz magnífica y las promesas los niños corriendo por el paseo marítimo.

En pijama, con los ojos alegres y la sonrisa puesta, nos remangamos la ropa para que el mundo haga de color la palidez de nuestro invierno.

Sigo sintiéndome una favorita… creo que me van a salir arrugas de no poder dejar de sonreír.

jueves, 18 de febrero de 2010

frente al diluvio: Sinatra


Cuando no para de llover, sólo puede escucharse a Sinatra. No me preguntes por qué, pero entonces, tarareando por la calle, abrazada por mi abrigo, bajo mi paraguas morado con lunares blancos, me siento la persona más afortunada del mundo.

Saltar charcos es tener la oportunidad de bailar y mis pies se van moviendo como si todavía tuviese cinco años y estuviese jugando, como Lucía cuando escucha a algún músico en la calle y no duda en entrecerrar los ojos y girar.

La música lo inunda todo, llega al mundo a través de mí, una banda sonora perfecta para el chaparrón interminable que amenaza con cazarme y llenarme las botas de lluvia. Son espejos las baldosas rotas de un suelo de mármol imaginario. Nunca anduve bajo la lluvia con zapatos de salón, pero en este momento, probaría la experiencia también con un vestido largo, a la caza de un resfriado con swing.

“I’ve got you under my skin” me acompaña acompasándome el andar y la trompeta me conquista el corazón.

¡Que alguien me saque a bailar, por favor!

Y entonces, sonriendo, en la calle vacía, pienso: “qué diablos”, y bailo sola yo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

una sobre el bien y el mal


Cada día aprendo algo más sobre el trato que me dispensan mis alumnos de primero de la ESPA. Hoy aprendí a carcajadas mientras inventaban palabras. Y ellos me miran reír, como si yo fuese una criatura inocente totalmente ajena al mundo real.

David me observa, habla de mí en tercera persona del singular aunque esté presente: “mira la maestra cómo se ríe” o “la maestra hoy necesitaría desdoblarse con nosotros”. Cuando falta, me pregunta si los demás me han respetado. Su sistema de jerarquías no deja de sorprenderme.

Me tratan con condescendencia, me obedecen y hacen los deberes sólo para hacerme feliz, no porque piensen que les merece la pena o que les va a servir para algo, ni siquiera lo hacen porque es lo que el sistema espera de ellos. Lo hacen porque se lo mando yo y les hace gracia que me crea que impongo mi ley en el aula.

Ellos conocen otra ley. Una ley que a veces se les escapa cuando están a punto de liarse a golpes y deciden morderse la lengua porque estoy yo, cuando comentan en camarilla, en voz baja, que sacaron las navajas el fin de semana o que uno de sus amigos está ingresado tras una pelea. Esa es la ley de la calle, de su vida real, y como yo estoy lejos de todo eso, como yo he tenido una vida fácil, ellos, que supongo que ya me quieren un poco, intentan mantener todo lo posible mi burbuja de cristal.

Descubro que cuando les llamo la atención resoplan, hacen un esfuerzo por contenerse, miran al líder y acceden negando con la cabeza en gesto de rendición.

A veces me cuentan cuando hacían llorar a sus maestras o presumen de trastadas para impresionarme, yo, para no decepcionarlos, me hago la escandalizada y se ríen por lo bajo: “si tú supieras”, se burlan. Y Ramón, que empieza a conocerme, me mira con sus ojos grises y media sonrisa irónica, pero no dice nada.

-¿Ahora te toca clase con esos? –se escandaliza la conserje cuando me ve llegar a por las llaves y observa a mi pandilla metiendo follón como animales en el pasillo. Me da la risa y ella comenta-: Ten cuidado, hija, te compadezco.

Yo sólo puedo responderle: “Si tú supieras lo que los quiero…”.

un puñado de buenos propósitos


(Porque nunca está de más cuidar un poco las cosas importantes)

Salinas…


Cuando planeo la clase con segundo de bachillerato me aterroriza la idea de tener que explicar a mi poeta preferido. De nuevo siento que no lo merecen, ¿cómo voy a recitar los versos que tantas veces me han desnudado el corazón en un aula llena de gente gris condenada a la apatía?

Son pocos, hoy había fútbol.

Diluvia.

La clase tiene una luz amarilla triste y por las ventanas sólo nos vemos nosotros, reflejados contra la oscuridad de la noche.

Me siento en un pupitre y abro el libro por la página esperada. Todos hacen lo mismo.

Respiro o suspiro, no sé lo que hago en realidad, quiero que la clase se acabe, quiero largarme.

-Si pudiese resucitar a un poeta… –murmuro-, lo resucitaría a él.

Levanto la mirada y siguen siendo ellos, me quiero ir.

-Bien… hoy os voy a hablar de Pedro Salinas… ya veréis que… –estoy a punto de arrancarme, ¿cómo contener la emoción al explicarlo a él? Pero me contengo, no merece la pena, sólo me acarreará más sufrimiento hablar y sentir que son piedra. Leo del libro la teoría.

Sé que si doblo la página aparecerá mi poesía preferida. Siempre miro el temario antes de empezar el curso para descubrir qué poemas ha seleccionado la editorial de Salinas. Este año me sentí feliz al verme ahí.

Llega el momento de pasar a la siguiente hoja y siento el alma pesada.

Vuelvo a respirar buscando aliento y ellos siguen siendo tan grises… ¡Ojalá pudiese largarme ya!

Me miro las manos. Hago un silencio. Vuelvo a tomar aliento.

-Se te está viendo la otra –comienzo, leyendo sin leer, no me hace falta.

Me traiciona la voz, supongo, porque comienzan a levantar las miradas de sus libros y Mari Paz me salva. En medio de los rostros grises leo la emoción en sus ojos brillantes,.

-Porque vendrá, sí vendrá –y ya todos me miran, sólo ella comprendiendo en medio de la inquietud de los demás, sólo ella está llegando conmigo a ese otro lugar magnífico que quiero regalarles y que tanto se resisten en alcanzar-… tú veas que no eres tú.

Y es ella la que suspira. Y se me escapa media sonrisa. Y nos miramos.

Después por las escaleras, escucharía a Jose comentar que la literatura le está gustando… ¡Qué caros me están saliendo estos alumnos apáticos!

lunes, 15 de febrero de 2010

un lunes en toda regla


Lo mejor del día: desayunar fresas.

Lo peor del día: el dolor.

El poema del día: de Luis Alberto de Cuenca.

Te tengo dentro,
atada en la bodega más oscura del alma.
No sé qué hacer contigo.
Si bajo a darte de comer,
me escupes a la cara
y me dices que quiero envenenarte.
Y si paso de ti y no voy a verte,
tu llanto me destroza el corazón.
Nunca acierto.
Estoy triste.
No sé qué hacer contigo.

domingo, 14 de febrero de 2010

almendros nevados


Me reciben almendros en flor luchando contra la nieve en una carretera que querría recorrer de copiloto para concentrarme en los olivos blancos y en el cielo.

Después ya son Juan y Leticia y nuestras confidencias. Llego mientras la comida está a medio hacer y nos ponemos al día. Hablamos de muebles, de proyectos, de clases y visitas, hasta que el sofá de matrimonio nos seduce y entre las mantas descansamos la tarde. Como suele pasar últimamente, vamos a hacer la compra, aunque esta vez Leticia y yo no salvamos ningún pescado. Sólo compramos yuca porque yo jamás la he probado. Despedimos la tarde con unas buenas risas a carcajadas y abrazamos la cama tras una partida de scatergories donde gané por goleada (lo siento chicos, la próxima vez será).

Juan ha madrugado y yo también, Leticia llegó anunciando un hambre de lobo y la mañana se nos pasó en un soplo. Fuimos juntos a la parroquia del pueblo y después a tomar algo a la sombra, porque poco sol había. A la vuelta a casa llegó la yuca, riquísima entre coco, patata y castaña asada, y el fregar los platos rápido antes de que Leticia cayese en el sofá para poder ir a tomar café a casa de mi tía Mari.

-Manuel tiene el pelo largo –me llama para decirme-, sé que te encanta y pronto lo pelaré, así que como estás cerca… ¿por qué no vienes?

Y claro, esa tentación es demasiado enorme como para decirle que no. Así que Lucía me abre la puerta con su sonrisa enorme, tan linda con su perfil perfecto y su coleta rubia despeinada, mientras Carmen, con sus rizos sueltos, me pone gestitos de duende para que la coja en brazos y me la coma a besos. Manuel me mira desde lejos, con esos ojos que me pone cuando sabe que está a punto de caer bajo mi lluvia de bocados y robos. Nunca soy consciente de cuánto los echo de menos hasta que soy totalmente conquistada por su ternura inocente. ¡Es increíble quererlos tanto! Que tres personitas tan diminutas sean tan perfectas, que puedan arrancarme tanta y tanta luz en tan pocos gestos… ¡Qué tres milagros con risas y pestañas largas!

Por eso, cuando despido a Juan y Leticia de vuelta a casa y enfilo mi camino de regreso, echo de menos estar en Alcalá, tan sólo a cuarenta minutos cortos de mis niños, tan sólo a treinta de ellos dos.

Pero la vida es así y mi casa me saluda con mis tópicos cuando entro a la carrera. Y ahora, mientras escribo, mientras la música lo envuelve todo, mientras me ofrecen un viaje al otro lado del charco, pienso en toda la suerte que tengo.

viernes, 12 de febrero de 2010

las preguntas al oráculo


Hoy tuve guardia con algunos alumnos de bachillerato de artes a los que les doy una optativa de una hora semanal. La verdad es que el vernos poco y el que la asignatura no puntúe para selectividad, hace que tengamos una relación bastante agradable. Los martes a última hora solemos pasarlos riendo con anécdotas y cuando hoy vi que eran ellos los que estaban sin profesor, me ofrecí para cubrir el hueco.

Como tenemos confianza, cogieron los diccionarios para jugar a no sé qué tontería que inventaron, según me cuentan, la otra tarde. Pero se aburren pronto y, para que no se me suban por las paredes, les cuento mi tradición de utilizar los libros como oráculos.

-Solo tienes que coger un libro, mirar el nombre del autor y decir: “Señor Don Fulanito, Señor Don Fulanito” y después realizas tu pregunta –les digo mientras me miran ensimismados-, entonces abres el libro al azar y lees la primera frase.
-¿La primera que vea? –pregunta Tomás intentándolo con una novela que hay en las estanterías de clase.
-Bueno, como quieras, yo me inventé que tenía que ser la primera frase de la hoja de la derecha –explico-, pero es una tontería que inventé cuando estaba en primero de carrera, así que carece de lógica, puedes crear tu propia norma.

Todas las preguntas giran en torno a los regalos de San Valentín, a si sus novios se acordarán de la fecha, a si sus regalos gustarán… Y yo los miro divertida, observando cómo se quitan el libro de las manos obsesionados por hallar las mejores respuestas.

-Sale mejor con libros de poesía –les indico y se lanzan a buscar alguna antología en la estantería de la clase.

Así se nos pasa la hora volando y, cuando salimos un poco antes porque es última y porque podemos escaquearnos, Marivi se gira mientras cierro la puerta y me dice emocionada, absolutamente sincera y como quien desea lo mejor en el mundo:

-Maestra, que disfrute usted del día de San Valentín.

Y cierro riéndome entre dientes.

jueves, 11 de febrero de 2010

las bicicletas, los charcos y los niños que pasean con abrigos rojos


Como me siento agradecida, vengo a describir sólo algunos diminutos milagros.

A saber, que si vas en bicicleta, llueve y tienes diez años, no hay nada como atravesar los charcos a velocidad de vértigo escuchando el sonido de los radios latiendo impertinentes contra la inclemencia y, entonces, en pleno centro del lago diminuto, gritar con todas tus fuerzas –cualquier cosa, eso es lo de menos- sólo por sentir que estás a punto de volar.

Las niñas, todas, deberían llevar abrigos rojos y correr como Julieta jugando con su padre mientras me cruzo con ellos con ganas de sonreír. Y Ricardo hoy no toca la guitarra, pero se levanta agradecido cuando entra un amigo al que hacía años que no veía y rodea el mostrador y primero se dan la mano, pero después se funden en un abrazo. A la misma vez, un perro negro, diminuto atiende al grito de su dueño mientras la novia de éste –el chico, no el perro-, se queja porque quiere ver pendientes en el escaparate. Y un señor, con boina, cayéndole levemente sobre la oreja derecha, con una parca marrón abrochada con botones de colegio, se cruza conmigo como un viejo pintor que ve –yo lo sé, los dos vemos lo mismo en ese preciso momento- un milagro invisible que escapa a todos los demás. Nos miramos un instante, como si nos conociésemos de algo.

Pero entonces las señoras de los testigos de Jehová reclaman mi atención observando los detalles del carnaval en el escaparate de la mercería. Y, mientras que busco las llaves, me cruzo con el matrimonio de ingleses que llevan viviendo cincuenta años en España –en realidad son de Lugo, pero son tan pálidos y él tiene los ojos tan azules, enmarcados por arrugas semitransparentes que siempre los imagino en una pequeña casita en el centro de un campo de los que veía con el tren yendo de camino a Londres-. Ella me saluda alegre, es la señora que parece un duende que siempre veo en misa, ¡por fin lo he descubierto!

Y así, cuando entro en el portal y doy la luz encendiendo la tecla que funciona y la que no, me siento tan contagiada de historias, tan destinada a narrar, que añoro un novio ciego al que ir describiéndole sólo lo mejor del mundo, con todo eso que me quedo cuando el día ha sido largo y vuelvo a casa cargada de exámenes por corregir y hambre.

martes, 9 de febrero de 2010

a la salida te esperas


Cuando era pequeña me encantaba que viniesen a recogerme del colegio. Desde muy pronto Javi y yo nos íbamos solos y si alguien venía a por nosotros significaba que era un día especial: quizá el tito Paco había vuelto de Venezuela, algún amigo de mis padres de los que vivían fuera habían venido a vernos o los abuelos pasaban unos días en casa.

Hoy me fijaba en los grupos que esperaban a la salida del instituto: padres, novios, amigas, vecinos… Una multitud apoyada en las paredes a la espera de la salida de las fieras. Entonces, mientras paseas escuchas besos, oyes comentarios, te sorprendes con un gesto. Los más pequeños van parloteando sobre lo que ha pasado en clase, repasando anécdotas, enarbolando triunfos. Me dan envidia.

Siempre vuelvo a casa rodeada de pequeñas pandillas de alumnos que comentan la jugada. Me divierte mucho descubrir cuáles son sus inquietudes fuera del aula, sobre qué cotillean, qué chico gusta más o quién tiene dificultades para relacionarse. A veces no me doy cuenta y me río de los chistes que hacen o suspiro ante algún comentario.

De todos modos intento adelantarlos rápido. Ellos pasean, no tienen prisa, están con sus amigos y llegarán a casa a mesa puesta. Yo tengo que cocinar y volver al trabajo en dos horas, no puedo permitirme esos lujos.

Aunque fantaseo, a veces, casi sin ser consciente, con que alguien me espera en la puerta, quizá Marta que ha venido a pasar el fin de semana, quizá David que ha salido antes y ha decidido volver a su pueblo a pasar el fin de semana, quizá, quizá… ya parezco estar cantando. ¡Cómo se nota la influencia del sillón blanco!

lunes, 8 de febrero de 2010

té, no tú


Bueno el título no tiene nada que ver con esta entrada, pero llevo un rato paladeando el té, la palabra y el líquido marrón en mi vaso. Mis pensamientos, ahora mismo, tienen ritmo de fado y un piano susurra entre las cortinas de la casa.

Ayer escuchaba el piano tras los muros de la antigua universidad. Ahora suena más fuerte el reloj cuando lo pienso.

Descubrí ayer, y no sé muy bien cómo, supongo que al ir a poner música y no sentirme capaz de escuchar nada de nada, un disco de Pedro Guerra que creo que se llama Vida, aunque no estoy muy segura.

La primera vez que escuché a Pedro Guerra fue en el despacho de mi padre mientras él canturreaba. Entonces, siempre que me tocaba a mí limpiar aquella habitación –una de mis tareas preferidas porque supone curiosear libros y fotografías-, ponía en el casete su disco. Hace unos años que sólo escucho música en el ordenador y, por eso, pedí que me lo grabasen, se ve que, junto con aquel disco de mi adolescencia, venía éste que escucho ahora.

No sé qué magia extraña ha obrado sobre mí, pero lo voy tarareando y rescatándole los versos sin darme cuenta, a todas horas. Creo que hasta duermo mejor, aunque suene a tontería.

Y me quedo, sin saberlo, en las teclas del piano al terminar otra canción, con un quizá prendido en los labios, con un no sé ya. Quizá… “Una niña que sueña, quizá, la pasión y el olvido, quizá, la angustia… quizá…”

Un zaguán en penumbra y mi té y la mariposa y el reloj, todos los tópicos con el quizá y los números repetidos en el marcador.

Dieciséis, dieciséis… Canturreo, feliz en el sillón blanco, sin hacer otra cosa que escribir aquí sin ninguna pretensión.

“En el puente que separa el pasado del mañana”.

¿No me escuchas tararearte?

“Y se quema con el fuego de la vida y el impulso de vivir”.

Té, no tú, té de mí.

En este sillón, con esta música, sólo me sale decir tonterías y sonreír.

domingo, 7 de febrero de 2010

es domingo


Aunque ayer me acosté tarde y di vueltas y más vueltas en la cama, hoy me he desvelado temprano. Una hora antes de que sonase el despertador que había programado.

Creo que he sido la primera en el patio de luz en levantar la persiana, sólo espero no haber despertado a nadie. Abrigada por la bata roja he llegado hasta el salón siguiendo el único sonido que inundaba la casa: el del reloj. Todo está tranquilo. Hace tiempo que me fijo y ni un coche ha atravesado la avenida. Las ramas del árbol frente a mi ventana, ahora totalmente a la vista porque van a cambiarme las cortinas y he tenido que quitarlas, ondean con parsimonia mecidas por un aire frío e indolente.

Mis dedos sobre las teclas producen un ruido infernal y se me escapa medio bostezo. Recuerdo momentáneamente la sensación de victoria que me embargaba anoche, mientras me desnudaba feliz frente a la cama. Una de las vecinas del otro lado de la calle ya se ha despertado y ha abierto el balcón de par en par, supongo que ya no tiene hijos pequeños que pongan los dibujos animados desde las ocho dela mañana.

Me gusta despertarme en mi casa en domingo. Sí, definitivamente me gusta. Este silencio, esta serenidad, el sonido de las teclas y la promesa de café. La promesa también de un día de curiosidad ilimitada en el coche de cereza con la promesa de descubrimientos por delante, cuando suene el despertador y sea hora de irse.

Como decía Marta, al principio hay que obligarse a hacer las cosas que te harán feliz, porque cuestan, pero después acabas celebrando el esfuerzo.

Quien siembra vientos… Quien siembra… Sonrío…

jueves, 4 de febrero de 2010

en la Gloria


¿Sabéis? Estaba ojeando por encima a Gloria Fuertes en Mujer de verso en pecho para actualizar hoy, simplemente, con lo mejor y lo peor del día y un poema, cuando logró capturarme.

No sé cómo descubrí a esta mujer como poeta para adultos, supongo que realizando algún trabajo para la facultad. La verdad es que siempre me he sentido muy identificada con su manera de versificar y también de reflejar la vida. Mucho más de un año a esta parte.

Siempre subrayo los libros de poesía, los trabajo. Ahora me hace gracia leer nombres propios de personas que amo o amé atados a los versos de Gloria. Como si con sus palabras me los trajese o se los llevase. Y sonrío, incluso dejo escapar una carcajada cuando una de sus ocurrencias me fascina.

Me gusta la fe de la que habla Gloria, esa fe sencilla de los humildes, sin cambiar el nombre de las cosas, sin disfrazar nada. Me gusta el Dios que comparte conmigo. Me gusta cómo se aprieta el pecho cuando se lo parten sin compasión, cómo lucha con palabras. Se lee la fuerza de Gloria.

Los milagros no se producen
espontáneos porque sí.
Los milagros tenemos que hacerlos.
El arte es un milagro.
Esta noche voy a hacer yo uno:
Despojarme de la obsesión de X,
quedarme en cueros.
Y aunque un día te volvieras
a deshacer en mis brazos
yo no te aceptaría,
yo no te odiaría
miserable pedrusco.

Gloria tan sólo tranquila.
Gloria tan sólo pausada.

Total: un milagro de nada.

Y me pierdo entre las páginas, buscando un nuevo lápiz con el que marcar, junto a los versos, quién soy hoy para acordarme, dentro de unos meses, de quién era.

miércoles, 3 de febrero de 2010

horarios


¿Te organizas o te organizan?

Así se llamaba el ejercicio que tenían que realizar hoy mis alumnos de primero de ESPA. El debate estaba servido y concluía con el desarrollo de un horario semanal.

Mi horario es caótico. Ni siquiera almuerzo todos los días a la misma hora, ni me levanto a la misma hora, ni tengo clase a la misma hora, ni duermo a la misma hora. Dentro de toda la jungla donde el tiempo siempre juega en mi contra, tengo que encontrar espacios de paz para escribir, porque si no acabaré volviéndome loca.

Cuando me levanté, en sacrificio de un primer café porque los miércoles aprovecho a la compañera nativa para dar unas clases de inglés, releí los párrafos que anoche había escrito antes de acostarme. Después, mientras mi clase leía en la biblioteca, comencé a perfilar nuevas ideas. Continué escribiendo durante mi guardia porque, afortunadamente, hoy no teníamos que cubrir a nadie y, después de comer, me volví a sentar esperanzada en aprovechar la hora que me faltaba para volver a clase.

Mientras camino los diálogos van tomando forma en mi cabeza, soy mi personaje y no puedo evitar querer seguir viviendo su aventura. Conforme buceo en la historia los detalles pequeños se van consumando, descubro los secretos de las habitaciones. Escucho los ruidos de las calles.

Entrar y salir, constantemente, de ese lugar, de mis ideas, tener que sacrificar esa escena por un consejo de departamento… ¡No sé cuánto voy a poder mantenerlo!

martes, 2 de febrero de 2010

tópicos


Carpe diem. Tempus fugit. Memento mori. Collige, virgo, rosas.

El contador ya no está a cero. El tiempo pasa. Tenemos cada día, un día menos. Hay que jugar la partida con las cartas del momento, arriesgarse a perderlo todo, a ganarlo todo.

Como dice Marta, hay que empezar cuidando las cosas que te hacen feliz: leer un rato, tomar un té, escuchar una canción, dibujar un poquito… Aprovechar al máximo la jugada, apostar por los pequeños milagros y coleccionar paz de la que brota de todo lo sencillo.

No es bueno dar jaque a la reina a diario, mejor construye casas con las piezas del dominó y castillos con las cartas, haz flores con las fichas del parchís, torreones con las damas y decide con los dados, sólo, la dirección de la calle para investigar ciudades.

Tic tac tic tac tic tac… el reloj no deja de sonar… Leer a Juan Ramón me vuelve loca.

lunes, 1 de febrero de 2010

carita de lunes


Los fines de semana se me olvida que trabajo y el lunes me pilla siempre a contramano.

Todos los planes de escribir del viernes han quedado aparcados en algunas notas breves en la moleskine y en algún pensamiento abstracto, cuando he llegado a las nueve menos cuarto a casa era incapaz de hilar dos frases.

Últimamente me pasa que me cuento las historias a mi misma. ¿Cómo lo explicaría? En lugar de dejar las ideas en abstracto, las voy escribiendo en mi cabeza, voy perfilando las frases mientras paseo, cuando estoy a punto de dormir, cuando cocino… Cierro párrafos, elevo expresiones… Quizá sea que estoy trabajando en clase la literatura oral y me he vuelto juglar de los pasillos, pero la noche del viernes tuve que levantarme de improviso a cazar las frases que ya había perfilado dando vueltas en la cama y vuelvo a casa del trabajo narrando en un susurro la vida de la gente que me cruzo.

Me apetece contar las historias en voz alta, contar cuentos, comenzar a desnudar un pensamiento y ver hasta dónde puede llegar hecho verbo.

Por eso, muchas veces, llego ahora a casa y con el abrigo y todo me siento delante del ordenador a encerrar el pensamiento que traía en el camino, saltando charcos. Por eso, con demasiada frecuencia, cuando tengo tiempo para escribir, todos los pájaros se me han volado y, con las manos llenas de alpiste, me siento a esperarlos.

No deja de frustrarme este trabajo con horarios insensibles… tengo a Lobo, quiero quedarme con él. Querría secuestrarme a mí misma… vuelven los sueños de Gijón, el mar y mis novelas.

Cinco meses, sólo cinco meses más.

uno para todos y todos para uno


La ilusión de Luis contagia el coche y puedo hablarle de mis nuevos planes de novela, también puedo dejarle caer algunas joyitas de mi historia reciente. Pregunta poco y eso lo hace fácil. Después llega la cena con pijamas en casa de Juan y Leticia, el sueño, la puesta al día y el sentirse en casa.

El despertar está acompañado de equipaje y autovía, de almendros en flor y un cielo nublado hasta que aparece el mar como horizonte. Es cian, abrumador. Siempre experimento ante él la sensación de que es la primera vez que lo contemplo. Nos encontramos con Claudia, Ana y Pedro en la rotonda y, tras ver cocinas, llegamos a su casa, donde ya nos esperan Antonia y Antonio. Los besos de rigor, los abrazos, las bromas, todas nuestras tonterías nos van conduciendo a eliminar esas barreras que el paso del tiempo había ido levantando.

Cuando nos sentamos a comer todo va, prácticamente, rodado. Ninguno sabemos si queremos ser “Marta” o “María”, aunque está creo que “no van a poder, no van a poder, no van a poder”. Y los sofás nos invitan a una reflexión tranquila donde la oración da paso al compartir la vida más cotidiana, los detalles más superfluos y las preocupaciones más profundas. Así, sin saber muy bien cómo, acabamos dándonos un atracón de crepes con nutella, tan felices y tan acompañados.

La noche –y el clima de la costa- nos invita a pasear, también el hecho de recoger a Pablo en el parque, así que, como no puedo resistirlo más, acabamos por petición mía en la orilla del mar, contemplando una luna llena increíble trazando senderos. “Es el camino de vuelta a casa que la luna recuerda a las sirenas que se han despistado jugando en la orilla”, le explico a Pablo y él, tirando de mi mano, me corrige: “en el mar vive Dios”. Acabamos cantando el verbo besar en todas sus posibilidades y poco a poco vamos rindiéndonos al sueño.

Hoy acudimos todos juntos a la parroquia donde se casaron Juan y Leticia, para terminar “como Dios manda”. Y después de un baño de sol, un paseo por las calles que tanto conozco –con guiño y todo-, unas pizzas y una foto de grupo, llegó la despedida.

Primero dejamos a Claudia y Pedro, después dijimos adiós a Antonia en su apartamento con vistas al mar –ese que me mata de envidia tan cerca de algunos recuerdos-, abrazamos a Antonio antes de que se montase en su coche y, una vez de vuelta a Granada, Luis y yo hicimos la penúltima parada de despedidas –con lo poco que me gustan-.

Así que, cuando Luis me deja en casa, me parece todo mentira y el cansancio se hace conmigo casi al instante. Pero ver el mar y compartirme con ellos, siempre merece estas palizas monumentales.