miércoles, 31 de marzo de 2010

camino a Bena


Preparar la maleta durante la semana santa, esperar en casa a que fuese la hora, a que llamasen al timbre o me acercasen al estación, estar vestida desde bien temprano, lista para partir, barajar las mil posibilidades que se darán en mi vida durante estos cuatro días... Todo eso tiene un algo de pasado y de presente que no termino de entender -ni quiero-.

Se me alegra el corazón al ver la luz del sol brillando en la terraza de la casa de mis padres, pensar en la música que escucharé durante el trayecto, en recoger a Antonio y ponernos al día. (¿Te acuerdas de cómo nos conocimos?) ¡Qué de historias, qué de tiempo!

Y pienso en Andrés durante mi primera pascua, en nuestras conversaciones sobre política, en Ramón, en aquel Ramón de mi pasado que dedicaba cada uno de los minutos de su tiempo a arrancarme carcajadas -se me encienden los "y si...", pero los detengo, no merece la pena preguntarse por lo que ya no se puede cambiar-, en Roca, al que elegí mientras él elegía flores en la ladera, el que me evitó hasta que ya no tuvo más remedio que aceptar que había decidido formar parte de su vida, en Antonio que subía por el río con el ceño fruncido y al que hoy recogeré para que vuelva conmigo a nuestros inicios.

De pronto los nombres comienzan a asaltarme. Es fácil caer en la melancolía barata, sobretodo para alguien como yo. Pero hoy es más fácil pensar en "aquellos maravillosos años" que en mis últimos momentos en esa terreno de cambios donde enfrenté un precipicio y más tarde tu boca.

¡Qué de regalos en esa casa llena de rincones! Desde donde el mar parece palpitar inacabable hacia mí.

casa-corazón con ventanas


Leyendo a Susanna Tamaro descubro que el corazón es como una casa llena de ventanas.

Así, cuando no se ama, todas las ventanas están cerradas a cal y canto, ni entra aire, ni sale luz. De modo que según el grado en que ames, se abrirán más o menos los postigos para que haya corriente. Lo curioso es que cuanto más ames, más personas codiciarán tu corazón, ¿por qué? Pues porque es más deseable una casa llena de luz que una casa a oscuras. Pero claro, en ese momento, tú no querrás compartir tu casa con nadie. En cambio, con las ventanas cerradas, normalmente, los demás, sienten su curiosidad más mermada por las habitaciones de tu casa-corazón.

¡Qué ironía! Cuando más necesitas luz, menos dispuestos están los demás a ayudarte a subir persianas.

A mí me dan las ventoleras, se me abren todas las ventanas o se me cierran de golpe. Casi no lo puedo decidir. Y, prácticamente a la vez, me entran ganas de abrir las ventanas de todos los demás y conquistar el mundo a besos; pero justo entonces la pereza me sorprende amodorrada de guardián de mi propio corazón y ni dejo entrar la luz ni dejo que salga.

Clin, clin, clin... me siento como una puerta de cristal que se abre sólo cuando le da la gana -a la puerta, no a mí, yo no me entero de nada y si pudiese decidir...-.

La cosa es que, como dice S. Tamaro, yo lleno el mundo de palabras por filtrar lo que siento y padezco a través de la razón y, al final, como dice Nordbrandt las palabras se me quedan huecas y dejan de tener sentido. Es justo en ese momento cuando me digo: "Conquistar Bizancio es una misión para soñadores" -y como tengo mucho sueño, lo interpreto al literal, y me voy a la cama de antes-.

(Qué agridulce, me digo recordando viejos tiempos, esta hora gris de la melancolía)

lunes, 29 de marzo de 2010

Enrique Bayano


-Hola, preciosa -me sonríe el poeta, sentado en el suelo, cuando salgo de La Casa del Libro con mis adquisiciones nuevas.
-Ayer me regaló un poema -le digo-, ¡me hizo usted feliz, me encantó!
-¿Cuál te llevaste? -me pregunta emocionado tras sus gafas, mirando sus papeles.
-El sueño -confieso agradecida.
Entonces él comienza a recitar. Declama. Clavando sus ojos en mí que me dejo hacer por sus palabras, descubriendo la magia que encierra su manera de hablar. Cuando termina estoy sonriendo desde la que soy.
-Muchas gracias -le respondo con simplicidad, porque no podría decir otra cosa.
-Espera, hoy quiero regalarte otro poema -se anima.
-¡Pero no llevo dinero! -me quejo avergonzada porque sólo me quedan cuatro monedillas sueltas.
-No importa, toma -me ofrece tras haber elegido entre sus textos-. Romance del deseo.
Y su voz comienza a dibujarlo sobre el ruido de los coches, sobre el de la gente que pasa acostumbrada a escenas como esta. Cuando termina se disculpa:
-Es también de amor, pero es que a mí me gusta escribir poemas de amor.
Entonces le regala a Marta también sus versos y yo me voy rumiando, mientras andamos, ¿es que se puede escribir de otra cosa?

ayer no fue un domingo cualquiera


Hay veces en los que a la vida le da por regalarte. Le da por regalarte una coincidencia que acaba convirtiéndose en una conversación con un desconocido en el lugar más insospechado. Y entonces sonríes, sonríes porque sabes que te están guiñando un ojo.

También sonríes cuando Marta aparece agotada y helada pero llena de besos, cuando se pinta los ojos con el lagrimal azul y parece interminable. El café de starbuck con caramelo es el comienzo del paseo que iniciamos en Fuencarral, un poco como siempre, pero diferentes. Me gusta reírme con Marta, porque se emociona y te abraza y eso es, simplemente genial. Nuestras tiendas preferidas están abiertas y, aunque nos convertimos en unas capitalistas insufribles, damos saltos de alegría.

En la puerta de La Casa del Libro hay siempre un señor regalando sus poemas a cambio de la voluntad. Siempre he querido cambiar por unos euros uno de sus textos, pero no sé por qué nunca lo había hecho. Pasamos varias veces frente a él y, por fin, sin pensarlo demasiado, decido robarle unas palabras.
-¿El sueño o la lujuria? -me pregunta buscando los títulos que considera que podrían interesarme.
Me río sin poder remediarlo y le pido el sueño. No me resisto a continuar andando, leyéndolo para mí. Siento que se me enciende otra luz anclada en los ojos y respiro agradecida.

La noche nos recibe con fondue de queso, vino y anécdotas. Los compañeros de Marta se unen a nosotros y me alegra ir dibujándolos en el panorama de su vida. Aileen los cuida a todos con una naturalidad que me fascina, los mira, les pregunta, los mima. Me gusta Aileen en la vida de Marta, es otro regalo más.

Y así, cuando me voy a la cama, después de unas buenas risas en el sofá, me emociono al pensar que tengo todavía muchas horas por delante.

domingo, 28 de marzo de 2010

madrid


¿Hablamos de los tejados de Madrid? ¿Del ruido de esta casa vacía y llena de luz? ¿De los ojos azules de Marta cuando está a punto de quedarse dormida y lee Alicia?

Madrid me parece siempre un gigante en movimiento constante, como si todo él estuviese formado de pequeñas hormigas que no dejan de moverse, intrigando, construyendo, transformando. Tiene un algo Madrid que me conquista siempre, que me hace sentirme espectadora de un enorme teatro. Pero me abruma esta ciudad que desconozco, que no sabe quién soy salvo por visitas de dos días. Esta ciudad en la que el amor de mis padres se hizo fortaleza en un pequeño apartamento donde apenas cabía el scalextric.

Tengo muchos recuerdos de Madrid, desde las primeras visitas al zoológico o al parque de atracciones con mis padres hasta los besos en Gran Vía, el sonido de la guitarra, un concierto en cualquier parte, una colección de libros y una fotografía.

Siempre me voy de Madrid con la tentación de quedarme. Me habría gustado poder estudiar aquí, tener tiempo para desentrañar con mi curiosidad mis propios rincones, como hacía en Londres cuando Gastón estaba ocupado y yo me barría las calles intentando cazar un milagro único y particular.

No lo sé. No lo sé... Pero Madrid tiene algo, en su luz, en su ritmo, que me hace sentir llena de sed.

sábado, 27 de marzo de 2010

sábados


Es sábado y he madrugado. Sí, he madrugado en sábado. De hecho el despertador ha sonado antes que el resto de la semana y era una opción, no una equivocación.

Suele despertarme el teléfono móvil, porque no tengo otro despertador ni sabría usarlo. Es más, mi teléfono móvil sirve prácticamente sólo para eso. Hay un desfase de cinco minutos entre este aparatito y el "tiempo real". Así que, últimamente, tengo la costumbre de utilizar esos minutos intemporales colocando un gran cojín debajo de mi cabeza para contemplar el silencio de la casa, para ir despertándome de a poquito.

Hoy me levanté contenta. Seguramente por la promesa de Marta que se dibuja en el horizonte de mis horas. Ese será el motivo de que haya decidido colocarme una rebeca negra y unos pantalones cómodos para pasear por la casa. He visto cómo la luz, despacito, iba tomando mi balcón acristalado dibujando líneas que se partían entre los muebles y el suelo. Me he regalado un capuchino al caramelo saboreando la idea de que no tenía que ir a trabajar.

Y, más tarde, mientras paseaba por la ciudad recién iluminada con dirección a la estación, iba notando cómo mis pulmones bebían ese aire temprano con alegría infantil. De pronto todo el mundo se ha convertido en un lugar perfecto, repleto de milagros, con los cucos cantando sobre los árboles, las familias apareciendo para ir a la compra, visitar a los abuelos...

Entonces he pensado, con cierta clarividencia que no suele durarme demasiado: "qué bien se está en mí".

viernes, 26 de marzo de 2010

comienzo de vacaciones


Atardece cuando aparco el coche en un rayo de sol y llamo por teléfono a Isra para que salga a rescatarme del silencio. Cuando aparece por la puerta sobre las escaleras, lleva su camiseta verde y la sonrisa enorme con la que siempre me recibe. Los abrazos de Isra no tienen parangón.

Después aparece Nacho, haciéndome gestos desde lejos, arrancándome puras carcajadas que huelen a verano y a niños pequeños. ¡Qué pronto se siente una en casa sin estar en casa, sin sentirse en ningún lado!

Anécdotas, chistes, cotilleos, sólo el estar juntos otra vez, el poder compartir estos "minutos" me hace sentirme terriblemente ligera. Y también más fuerte, más yo. Incluso cuando suena el teléfono y oigo cómo me llaman "cereza" -que te quiero, canalla (no, rano, este canalla no va por ti).

Bromeamos, conocemos nuestras manías, nuestros dejes, nuestra manera de reírnos y eso arranca nuevos momentos de complicidad, arranca el confesar hasta las historias clínicas más truculentas. Pero el sol va cayendo poco a poco, extendiendo con las sombras un manto frío de tarde de primavera. Así que hay que decir adiós, con promesas de mantener el contacto, de llamarnos, de aprovechar todas las ofertas.

Por eso cuando monto en el coche, cuando cierro el cinturón sobre mi pecho de gorrión y enciendo las luces, saboreo el regalo tan grande que he recibido como comienzo de vacaciones y siento que tengo ganas de más.

jueves, 25 de marzo de 2010

narradora


Tengo el día de palabras. Llevo horas contándome historias. Del coche al encuentro con lectores, del aparcamiento al instituto, de ese pueblo al de mis padres para celebrar el santo de mi madre, de vuelta a casa, hacia el trabajo, todo el tiempo narrando para mí.

Todo el día "blablabla" sobre Sergio el barrendero, sobre la niña que no quería mentir, sobre el cielo nublado y las gotas de lluvia tropezando en el parabrisas. Como si fuese describiendo, transformando en voz, cada una de las cosas con las que me encontraba. Como si tras cada palabra viniesen diez más, todas encadenadas, en un ADN verbal interminable.

Lejos, mi cabeza lejos de aquí, lejos de todo. Así, después, me resulta imposible recordar si desayuné, si cerré bien el coche, si preparé el examen o si bebía agua. La realidad me ocurre como por arte de magia.

Voy a perder la cabeza entre tantas palabras.

miércoles, 24 de marzo de 2010

yo no madrugo


Me gusta despertarme y que ya haya luz fuera. Es como recibir el primer regalo del día. Sentir cómo, por debajo de la puerta entornada de mi dormitorio, se cuela el sol que entra a raudales por el salón llenando toda la casa. Me gusta desperezarme dando dos vueltas y recibir con una sonrisa a la mañana. Una sonrisa para mí, para estirar el corazón como estiro los brazos mientras ronroneo entre las almohadas.

Y después salir corriendo a la ducha, tarareando y pensando en el desayuno. Normalmente preparo zumo, tostadas de pan con nueces, fruta y café. Pero hoy es miércoles, hoy me espera Sarah para desayunar en la cafetería del instituto y dedicar una hora a cotillear en inglés. Así que simplemente pongo música después de la ducha, preparo con prisa el examen del que me había olvidado y dedico unos minutos a orar tranquila para que no me gane la desidia con la que me amenaza la primavera.

Me gusta que no se escuche la televisión, que sólo se escuchen los acordes y el reloj que me acompaña desde el año pasado, ahora también las teclas del ordenador mientras escribo. Me gusta volver la cara hacia la luz del balcón y descubrir a alguien que cruza de camino a cualquier sitio.

Esta rutina no está nada mal, siento que, cuando el año que viene tenga que pegarme buenos madrugones, la voy a extrañar.

lunes, 22 de marzo de 2010

mis talismanes


Leo talismanes de Borges. Me emociona ese final inesperado al volver la página del último libro de poemas que ha caído en mis manos.

Pienso ahora en mis talismanes, en los de esta yo de ahora que guarda una cáscara de nuez sobre la mesa sólo porque suena bonito cuando se roza, sólo porque parece un corazón partido por la mitad y me inquieta. Mis talismanes son los mil bolígrafos de colores que nunca sé para qué usar, La voz a ti debida de Salinas, mi taza de café, las acuarelas.

Mis talismanes son unos trozos de cristal y un anillo de rosario, el oso de peluche que duerme conmigo desde niña -ya no hay más remedio que reconocerlo hasta aquí-, La joven de las naranjas, Gloria Fuertes, la novela de Peter Pan y el reloj de bolsillo abrazando la vela de todas las cenas.

Mi talismán es un abrebotellas que Jose me legó en la despedida y una mirilla rota. Una nota doblada de Marta deseándome un buen día, la pluma que esta navidad me regaló Javier, tu canción a veces, una colección de corchos de botella y algunas fotografías en una lata de bombones.

Mi talismán es una libreta negra inundando siempre mi bolso. Quique González en Salitre, mi vestido preferido y el recuerdo constante de la orilla del mar.

Algunos entre mis cosas, adornando la estantería, rellenando mis cajones, las cajas de música casi vacías, tropezándose conmigo por sorpresa cuando creía haberlo olvidado todo por el peso de esa sombra que nombra el poeta.

domingo, 21 de marzo de 2010

fuegos artificiales


Familia.
Javier y sus anécdotas. La celebración de mi santo. Juegos. Café. Marta. La catedral. Ailín. Té. Dulces de Irán por el año nuevo. Literatura. Pedro Salinas. Manifestaciones para salvar el alma de los árboles. Paseos. Risas. Fotografías. Ramón. Ternura. Niñagato. Confesiones. Luis. Drexler. Lluvia. Proyectos. El mar de plata. Antonia. Gritos. Juan y Leticia y el sueño de los dos. Pedro, Claudia, Pablo y Ana. Abrazos. Traspaso del bote de nutella. Provolone. Dobles sentidos. Carcajadas. Compartir. Pocoyo. Crepes. La noche y el mar. Rivera y queso. Primeras despedidas. Party. Deporte. Pijamas. Cotilleos. Madrugar. El silencio frente al mar. Primer desayuno. La funda del sofá. Viaje fugaz y pescaito frito. Paseo marítimo. Café y yogur griego con fruta. Tipos guapos y no tan guapos. Nuevas despedidas. Luis cazando mis palabras mientras conduzco. Verdades. Verdades sin música. Parada con aventura: rescatada por dos hombres en una gasolinera. Risas a mi costa. Vetusta Morla. Última despedida.


jueves, 18 de marzo de 2010

sobre cómo notar que la mujer del espejo no es la que era


Primero empiezas con cosas absurdas que haces sin darte cuenta. Empiezas a dormir sin pijama, después compras una crema porque te salen bolsas en las ojeras, pasas de la depilación tradicional a las sesiones de láser, compras más frutas y verduras, lees otras cosas, te molesta el desorden que no has creado tú, te enfrentas a la primera cucaracha que asalta tu territorio, te animas a preparar una comida nueva, eres absolutamente feliz con una cosa pequeña, es más, eres capaz de corregir una tristeza de barco a la deriva con una taza de té -aunque no te lo creas-, las pesadillas ya no te despiertan como gritos -las duermes, enteras, tranquila-, quieres estar guapa para ti, para nadie más. Enciendes velas. Te quedas sentada en la banqueta abrazada por la toalla sin pensar en nada, simplemente disfrutando de la paz. Cantas por la casa. Sonríes a los desconocidos cuando pasan. Usas camisones de seda. Cumples promesas que te has hecho a ti misma y las rompes sin castigarte. Lloras cuando lo necesitas -nada más-. Recuperas a alguien que creías perdido y miras la bandeja de mensajes recibidos con el corazón adolescente al encontrar un emblema que significó casi todo. Estudias inglés sólo por darte el gusto. Abres una botella de vino para tomar una copa. Compras un queso mejor del que comprabas sólo porque te gusta. Bebes más agua. Dicen que es sano. Subrayas los libros. Disfrutas del olor del café y subes los pies a la silla. Comienzas a llamar a las cosas por su nombre. Comienzas a dar nombres absurdos a las cosas sólo por reírte un rato. Pero ya no tienes cómo llamarte.

Porque estás yendo de ti hacia esa otra.

Esa nueva que serás quién sabe cuando, que asoma ya entre tus cosas con un aire nuevo de proyectos y renuncias.

Esa nueva tú -esa nueva yo-, horizonte, paisaje inexplorado.

miércoles, 17 de marzo de 2010

st. patrick day


Toda la noche tuve pesadillas. Supongo que con la llegada de los exámenes y las fechas cuesta más trabajo soñar con que soy pirata o sirena. Simplemente sueño que soy yo y eso, algunas veces, es demasiado verdad. Por eso cuando me levanto, sólo tengo la sensación de que es un día normal.

Llamo a mi madre para intentar darle un poco de brillo, pero no lo termino de conseguir y la primera media hora de mi conversación en inglés la dedico sólo a hacer pequeñas preguntas a Sarah que ella responde respetando mi silencio. De algún modo llegamos a un punto en el que logra interesarme y comenzamos a cotillear. I hear you es lo que aprendo de verdad. Y Sarah me escucha. Y hablamos de St. Patrick day.
-Pero tenemos que hacer algo especial hoy -me dice muy emocionada-. Tal vez salir a tomar unas tapas.

La dejo con un "lo tengo que pensar, prometo llamarte y avisar". Porque realmente una parte de mí no siente demasiados deseos de convertir este día en algo especial. Pero entro a clase y comenzamos a hacer teatro, dramatizamos La Celestina, nos reímos y en el descanso de clase le digo a Sarah que sí, que me recoja en casa a las nueve.

Conforme el día avanza, voy sintiendo más ganas de hacerlo especial. Así que a medio día, cuando he terminado de comer, las aviso a ella y a Chelo de que quiero que vengan a cenar a casa. Y me acerco a comprar comida rica para preparar una suculenta cena y estrenar el mantel que me regaló mi abuela y abrir una botella de vino.

Cuando por la tarde me cruzo con María José, la invito también a unirse a mi particular celebración y, a última hora, al salir de misa, veo a Carlos y lo reto a venir. Es la primera vez que invito a cenar a casa. Me siento emocionada.

Y los rincones se llenan de vida y de luz. Y Sarah trae uvas para mezclar con queso, y Chelo me regala un abrebotellas, y María José trae el nuevo disco de Bosé, y Carlos se pierde al llegar, pero llega. Sonrío mientras escribo. Descorchamos a duras penas la botella, hablamos de todo y de nada, de trabajo, de recuerdos, de aventuras, de proyectos...

Se vacían las copas y los platos y eso siempre es buena señal. Las fresas toman la mesa del postre y también las chucherías que ha traído Sarah.

No lo sé. Todo está bien. Todo está muy bien.

-Te mimas -me dice María José con una sonrisa triste.
-No me queda otra -me río ofreciéndole un brindis y sé que en algo ella también lo hará.

Ahora la casa está vacía y yo sigo con la sonrisa puesta y la cocina llena de platos por fregar.

martes, 16 de marzo de 2010

la niña de sus ojos


Mi mejor amigo se llamaba Juan. No sé cómo nos tropezamos, supongo que intercedí por su novia de entonces, el notó que no era como las demás chicas, y comenzamos a compartir aventuras. Todo lo forjó verdaderamente un campamento, nuestras largas charlas durante las excursiones y aquella noche que me quedé dormida con él en una tienda de campaña que no era la nuestra.

Después vinieron nuestras cartas. Creo que más de cien intercambiamos en la primera ronda, y nos superamos con otras cien más durante la primavera. Escribíamos a diario. Recuerdo ir a su casa, entrar por la cochera y responderle mientras estaba en pijama tras haber leído su primer "te quiero".

Nos queríamos. Pero no de la manera tradicional. Nos queríamos emocional e intelectualmente, nada más. Yo lo habría elegido si me hubiesen obligado a optar. Me sentía muy satisfecha con esa relación en la podía hablar de todo y sentirme comprendida. La verdad es que casi nadie comprendía que no nos hubiésemos liado. Era prácticamente la primera pregunta que nos lanzaban: "¿pero ni un beso?". No. Juan y yo podíamos estar horas tumbados, hormonas adolescentes, en la misma cama, el uno apoyado en el otro, y simplemente hablar sin sentir nada más que amistad.

Las cosas se estropearon. Los dos nos empeñamos en decir que no recordábamos cómo ni por qué. Pero lo hicieron. Lo mandamos todo a la mierda. No hizo falta decirnos grandes cosas, simplemente soltamos cada uno dos metáforas y todo se rompió. Nos entendíamos demasiado bien como para necesitar muchas palabras.

Pasamos casi dos años sin decirnos ni hola.

Después hubo un accidente en una piscina. Alguien tenía que bajar a una farmacia. Él tenía el coche, yo el dinero y en una cuneta le pregunté si a veces me echaba de menos. "Te echo de menos todos los días". Nos costó trabajo.

Nos costó mucho trabajo.

Nos conocemos demasiado bien. Pero volvimos a abrazarnos y eso no tuvo precio. Charlamos, nos contamos algunas cosas, compartió grandes dudas, compartí lo que tenía. Ya no éramos los mismos adolescentes ni podíamos querernos de la misma manera, pero nos queríamos.

Nos queremos.

Hoy tuve mail suyo. Breve, directo. Un "qué es de ti" sencillamente. Y me trajo todos aquellos viejos recuerdos, aquella historia épica que vivimos, todas las cartas -al hilo de ayer- y los relatos que protagonizamos. Sonreí y me sentí segura. Parece que lo estoy viendo mirarme, con sus ojos negros y el lunar de la mejilla, con esa media sonrisa triste que me pone a veces cuando no tengo remedio, alargando sus brazos delgados para tirar de mí contra su pecho y darme un coscorrón de mil cariños.

Me ha gustado hablar de él. Siempre me gusta hacerlo.

lunes, 15 de marzo de 2010

las cartas que nunca escribí


Hay en mi ordenador, en mis cajones, en mis moleskine, en los rincones de mi existencia, infinidad de cartas que nunca escribí. Están ahí, vestidas de palabras, de exclamaciones y preguntas, todas medio muertas.
Por cualquier razón no las envíe. Muchas por pereza. La mayoría por cobardía. Carpetas enteras de archivos llenos de verbos cobardes.
Un día me va a dar una indigestión de tragarme tantas frases.
Un día voy a coger todas las cartas, voy a hacer barcos de papel y las voy a soltar en los charcos para cualquiera que pase. O las voy a quemar.
Voy a prendernos fuego.
Tengo una maleta llena de palabras para nadie como un lastre amarrado a mi globo.
Soy demasiados verbos.
Un poquito de silencio, por favor.
Nacho dice “¿y sí…?” pero yo ya lo había dicho antes.

domingo, 14 de marzo de 2010

algo de Salinger


Cuando leo una novela, la voz del narrador se hace con mi subconsciente y comienzo, sin darme cuenta, a describirme el mundo con su tono de voz, sus manías, sus coletillas. Dejo de ser totalmente yo para ser nosotros o para ser él. Comparto sus gustos y aficiones, desprecio lo mismo que desprecia. Es irracional.

Un buen amigo me dijo una vez que debía dejar de ser narradora de mi historia, que debía comenzar a ser personaje, que debía actuar en lugar de contar.

Holden Caulfield se hace conmigo desde que abro los ojos por la mañana y se va cuando llegan Sarah y su compañera para tomar el té de los domingos. Holden Caulfield odia mil quinientas cosas o, por lo menos, eso quiere creer. Lo escucho hablar mal prácticamente de todo el mundo, salvo pocas excepciones, pero, como él diría, me da muchísima pena.

Holden me gusta cuando habla de cosas bonitas, como de su hermana o de Jane, o de Allie, entonces sí que consigue emocionarme de una manera genial. Mientras la lágrima cae en la casilla negra del tablero o Phoebe gira y gira en el tiovivo.

Paseo por Nueva York de antro en antro, lo escucho quejarse de todo, sentirse deprimido por todo, asqueado, insatisfecho… pienso en mis alumnos, en algunos de ellos, pienso en Adrián.

Pienso cómo era yo con la edad de Holden y sólo estaba llena de sueños, proyectos y metas. ¿Qué habría pensado de conocer a Holden? Seguro que me habría resultado terriblemente interesante, pero al final me habría aburrido su deseo de ver sólo el lado feo de las cosas. A lo mejor yo lo habría sacado de quicio, estoy convencida. A lo mejor nos hubiésemos besado sólo por su manera de odiar, quién puede saberlo... Lo que está claro es que Caulfield y yo compartimos algo. Los dos somos igual de cobardes. Además, él fuma demasiado para mí.

Cuando cierro la novela, sentada en mi sillón blanco, con la luz del sol entrando por la ventana, en la tranquilidad de mi casa, me digo que tengo que volver a hacer esto, como antes, tal y como hacía antes, recuperar las horas interminables de lectura hasta que llegaba a la tapa de atrás y no podía seguir devorando.

Me ha gustado pasar con Holder, aunque sea un completo cretino, este día de domingo.

sábado, 13 de marzo de 2010

celebraciones


De herencia de los antiguos escritores me debe de venir este placer por despertarme en una enorme cama de hotel de sábanas blancas y sentir deseos de cazar ideas sobre el papel. De eso o de que, por mucho que me sienta rana, como dice Marta, acabo siendo una princesa rana, porque despertar entre algodones me resulta irresistible.

Ayer se graduó mi hermano Javi. Para todos fue un día muy especial y no sólo porque se puso hecho un pincel e iba guapísimo, sino porque nos sentimos orgullosos de él, de todo lo que va consiguiendo, de que recoja buenos frutos de su esfuerzo diario. Siempre pienso que Javi sigue teniendo cinco años, me resulta dificilísimo pensarlo tan grande como es, tan independiente y divertido, todavía me creo que me va a pedir que le de la mano mientras duerme porque tiene pesadillas.

También era ayer el cumpleaños de Lucía. Seis añazos ya. Seis dulces años llenándonos la vida de luz con su risa alegre y su nariz perfecta. Seis. Parece mentira. Y de regalo me pedía cuentos y más cuentos, hasta que decidimos inventar un nuevo cuento de la princesa valiente. "Cuéntamelo otra vez", me pide clavando los ojos en el infinito, es incansable.

Y todas estas celebraciones acaban en un hotel en el centro de esta genial ciudad que siempre me genera envidias, acaban entre los cuatro almohadones donde ahora me encuentro, escribiendo mientras planeo un paseo en busca de literatura y pequeños milagros.

jueves, 11 de marzo de 2010

jueves


Prosiguió así el curso de sus pensamientos: "Creí ser rico al poseer una flor única en su especie, y no se trata más que de un ejemplar ordinario. La rosa y tres volcanes que no pasan de mis rodillas, de los cuales uno esté quizá apagado para siempre. Verdaderamente..., no soy un gran príncipe". Se extendió sobre la hierba y lloró. (El Principito)

Hoy toca leer este capítulo con mis alumnos de la ESPA. Cuando repasaba el texto me quedé ronroneando este último párrafo.

Siempre me he sentido identificada con la flor del cuento, soy así de caprichosa, teatral y dramática. No lo puedo remediar, me gusta sentirme única.

Me da pena el Principito, descubriendo que todo lo que valora, para muchos sería poca cosa, pero también me da envidia que haya tardado tanto en descubrirlo. Yo quiero tardar en descubrirlo todo, seguir mirando con ojos de niño los minutos que se me reparten al comenzar el día y sentarme en la hierba y reír, reír, reír imaginándome vencedora de todas las guerras.

Hoy decidí salir a ganar. Era incapaz de recordar el sueño y, entre las mantas, no conseguía alcanzar nada, me ha costado despertar y eso es una buena señal.

Paseo, hace sol, el ruido de secador me deja amodorrada y cazo para Lucía unos detalles de princesa, compro sombra de ojos y saludo al pasar.

Es jueves.

Drexler canta.

Se me acaba la paciencia, tengo que sembrar más.

miércoles, 10 de marzo de 2010

tempus fugit


Me quema el café la palma de las manos y Drexler canta Soledad en el aleatorio mientras el sol brilla más allá de los cristales.

A veces no sabes cómo va a salir una clase.

Cuando me ven llegar, noto que se sienten desanimados porque mi resfriado no me ha dejado en la cama y vamos a trabajar. No es un buen comienzo, pero qué se le va a hacer… Hoy tocan las Coplas a la muerte de su padre y de lo primero que nos habla el libro es de la fugacidad del tiempo. Es de esas veces en las que tú imaginas que no habrá manera de salvar la clase porque tienes un dolor de cabeza increíble y ellos acaban de llegar del recreo sin intención de pasártelo por alto.

-Es que ya hemos vivido quince años de nuestra vida –se sorprende David.
-Dieciséis -puntúa Cristina.
-Diecisiete –corrige Carmen y todos siguen diciendo sus edades.
-Es como el reloj en un partido de fútbol –comento mirándolos con intención-, pero nunca sabes cuándo va a dejar de contar.
-Imagina que te dijesen que vas a morir mañana –piensa David en voz alta.
-¡Haría tantas cosas! –exclama Adrián y una bombilla se enciende en mi cabeza.
-¿Qué harías? –lanzo-, ¿qué haríais?

Me levanto buscando una tiza y Cristina me la cede encantada, hay cierto clima de expectación, todos nos sentimos emocionados por la idea. ¿Qué harías?

10 COSAS QUE HARÍAS
SI FUERAS A MORIR
MAÑANA

Abren sus libretas sin que tenga que pedirlo y todos se concentran. No quieren hacer una lista, quieren contármelo con muchas palabras, por primera vez desean escribir. Todos nos ponemos a ello. Alejandro levanta la vista y mira mi moleskine:
-¿Tú también?
-Lo estoy intentando.

Me sorprende, cuando terminamos, que muchos de ellos han decidido vengarse de personas que les han hecho daño. Como animales heridos buscan, en el último coletazo, devolver el golpe que se llevaron. Yo les explico que querría morir en paz, dedicar mis últimos momentos a perdonarlo todo y a hacerme feliz. Se abren los debates.
-¡Pero vamos a leerlos! –se queja Carmen que quiere compartir con nosotros lo que ha puesto.

Y uno por uno van leyendo.
-¿Puedo callarme alguno? –inquiere Cristina y le digo que claro porque así podré callarme yo los míos también.
-Subiría al edificio más alto de el pueblo para mirar todos los tejados del sitio donde he crecido–lee Miriam emocionándome porque no suele ser tan poética.
-Lloraría –dice Carmen.
-Me sentaría junto al río a pensar en mi vida –dice Alba.
-Estaría con mi familia –comenta David.
-Diría lo que nunca he sido capaz de decir –confiesa Alejandro.

Y poco a poco una emoción se va haciendo con la clase. Nos miramos.
-Mira, que nos estamos poniendo tontos –comento entre risas y nos refugiamos allí.

¡Menos mal que lo siguiente que hicimos fue escribir invitaciones a una fiesta!

martes, 9 de marzo de 2010

9.0


Soy el número 1000 aproximadamente en una lista de 2000 personas que no conozco. Valgo nueve puntos y no sé si eso, en este caso, puede considerarse sobresaliente. Tampoco sé si estar en medio de una lista interminable de nombres y datos tiene vistas al mar o está perdido en la montaña, no sé cuántos metros cuadrados son, ni los kilómetros que alcanzo desde esta silla negra hasta el futuro impreciso, que se dibujará a final de marzo. Pero miro la moleskine japonesa que me regaló Javi el día de reyes y me apetece tener las tardes libres para dedicarlas a dibujar.

Hoy he comprobado que el sol sigue existiendo y que la curiosidad tiene un precio demasiado alto si acabas de despertar.

No sé lo que significa ser ese número y el resfriado me tiene alejada de la literatura, encerrada contra una montaña de exámenes por corregir, pero tengo los ojos cargados, o así me convenzo cuando vuelvo a perder el tiempo como ahora.

El café no sabe a demasiado y las cinco de la tarde se acercan señalándome con su dedo acusatorio. Cuando vuelva la luz y las tardes sean más largas, cuando todo comience a construirse –ahora me siento como cuando Nacho me habla del universo, porque me ha parecido mi vida un puzle increíblemente gigantesco de minutos por vivir en movimiento-, ¿dónde estaré? ¿con qué rincones soñaré? ¿cómo se habrá repartido nuestra suerte?

lunes, 8 de marzo de 2010

sábado sin fin


(Aviso a navegantes, aunque no quise escribir ayer por estar bajo los síntomas del cansancio, hoy escribo bajo los síntomas de un resfriado de campeonato)

Este fin de semana estuve en Madrid en la NAO (noche de arte y oración) que sirvió como escusa para reencontrarme con buenos amigos y también para reavivar mi fe.

Esta vez, Madrid eran dos calles y un teatro en semioscuridad, llovizna ligera al ritmo de cigarros y una camarera china en un bar llamado “el olivo”. En el camino los molinos de viento de tópico y kilómetros reconocidos, a la llegada abrazos y cotilleos.

Las risas estuvieron servidas con las bromas interminables sobre lo Dominique o el “toma ya” en el escenario, pero sobretodo, gracias a un genial payaso que sacó de mí, a las cuatro de la madrugada si no me equivoco, carcajadas increíbles. Me encanta poder sentirme una niña y me recordó a mi verano en Benagalbón en el taller de José Luis.

Las cabezadas de sueño se iban convirtiendo en una constante hasta que descubrí que iba a ser incapaz de dormirme y decidí recibir al amanecer con Juan y Pedro escuchando a Brotes.

El sueño hace que todo suceda como caricias entre plumas, todo es dulce por el cansancio, todo es más tranquilo y, durante la misa, siento la alegría serena mientras la luz comienza a hacer el día en el oscuro teatro.

Después llegan las despedidas, los abrazos, las promesas de futuros encuentros, las bendiciones y de nuevo el tráfico. Conduces con el ceño fruncido hasta que te rindes y Pedro me hace llegar a carcajadas a casa, cuando vuelve a llover como otra constante.

Y hoy por fin es lunes, he dormido once horas intentando calmar la sed de sueño y también a este maldito resfriado que me tiene conquistada la cabeza. Paracetamol y agua… pero sobretodo mucha paciencia.

jueves, 4 de marzo de 2010

el poeta


(Suspiro recostada en esta silla negra de tela, como las del piso antiguo de la tita Lourdes, con el café en el paladar y también sobre la mesa. Pedro Guerra tararea desde el ordenador y hay, junto a los rotuladores, una cáscara de nuez que no he podido resistirme a traer desde casa de mis abuelos. En una hora estaré en clase).

¿Quién no me ha oído decir que merezco el amor de un poeta? (Sonrío y niego con la cabeza, miro la torre de poemarios junto a la taza de café, con ojos de gata).

El sábado compré en Granada algo de Sabines, de Alberti y de Gil de Biedma. Creo que ya he contado que sólo sé leer poesía con el lápiz en la mano y prisa.

Hago una primera lectura muerta de sed, las palabras encienden luces dentro de mí, desencadenan luchas, amanecen ideas, desentierran muertos, resucitan recuerdos, me besan, me besan, me besan. Y toda la emoción que me desborda, no sé cómo ni de dónde, se me escapa por la risa o por los ojos, pero se me escapa porque físicamente no sé cómo reaccionar a tal ataque de belleza junta.

Entonces siento ese nerviosismo de gritar por la ventana, de llamar a todos para leer un poema, de rodear con fruición el título de una de las piezas, de responder con mis propias palabras al poeta. Me tirita el corazón de gorrión de ansia pura, de transparente emoción innombrable. ¡Cómo lo entiendo todo de pronto!

Como si el mundo hubiese estado velado por una tela oscura, como si yo misma hubiese sido otra hasta el preciso momento de encontrar el poema y, entonces, me cegase la luz, infinita luz, del poeta que ha caído entre mis manos.

Leer poesía es como comer picapica, hacer el amor, besar incansable y con prisa en una despedida, que ría tu hijo, que el mar te interrogue, que te ame Dios. Leer poesía es conquistarte siempre, infinitas veces, constantemente, y que tú sólo sepas decir que sí todo el tiempo.

martes, 2 de marzo de 2010

moleskine negra


He perdido –o invertido si me pongo en el modo adecuado- mi tarde casilibre. Hoy no escribí la historia de Lobo.

Después de comer me senté en el sillón blanco, con las moleskines negras que voy usando desde dos mil seis en el regazo y mi taza de té. Quería paladear cómo el tiempo y los bolígrafos las habían dejado.

Me sorprendo con algunos textos, me reencuentro con cuentos olvidados, con ideas que me siguen pareciendo buenas, con esquemas de capítulos, acuarelas, marcadores, flechas, calamidades, poemas, preguntas, apuntes… Y se me van derramando billetes de tren, entradas de museo, tickets de conciertos, postales de León, dibujos de mis primos, marcapáginas de no sé dónde, viejas cartas, notas y listas de la compra.

No puedo evitar reírme leyendo algunas cosas, avergonzarme leyendo otras, sonreír como una tonta o fruncir el ceño de frustración.

A veces hay saltos con meses de diferencia. A veces una de las moleskines ha durado dos años y la siguiente sólo tuvo dos meses de paseos en mi bolso, por lo que aparece menos ajada y menos cargada de recuerdos.

Mi letra no ha cambiado demasiado. En dos mil seis tenía la misma preferencia por los bolígrafos, dibujaba menos, cuidaba más la presentación. En dos mil siete aparecen los rotuladores de colores, los esquemas y las llamadas de atención. Dos mil ocho son poemas y tachones. Dos mil nueve contiene demasiada información y restos de pincel. Dos mil diez sólo se adivina, como una sucesión de esquemas de capítulos por componer.

Me gustan. Las acaricio. Como un tesoro cualquiera que cabe siempre en mi bolso y que guarda mi imaginación.

lunes, 1 de marzo de 2010

tu noche


Según Nacho, con dos días de antelación, nos avisarán de que tenemos una noche para ser los reyes del mundo, podremos pedir lo que queramos, desear sin miedo a ser rechazados. Será la noche de los sueños despiertos, de pasear por París, de recibir besos bajo cada farola, de hacer el amor en una playa desierta, de descubrir aquella parte secreta del mundo que siempre soñaste. Esa noche nada podrá ser negado.
Pero son sólo esas horas, después, vuelves a tu vida real y todo habrá pasado y todo seguirá siendo igual.
Te lo aviso, por si acaso, te sorprenden y te conformas con pedir cualquier cosa.
¡Ah! Y Nacho dice que es difícil, porque es el deseo por excelencia. Así que os aconseja "escribir lo segundo que se os ocurra” (si sois amantes de la censura, como él).

en el puente nadie podía quedar



A las tres de la tarde (siendo positivos) nos encontramos en la rotonda de los pavos reales y comenzamos a gritarnos con las ventanillas bajadas, siempre es una buena manera de saludarse cuando todo el mundo va montado en un coche.

Ana está mucho más grande en sólo un mes y Pedro y Claudia traen un carrito que metemos a presión en el maletero de Juan y Leticia. Antonia está desesperada porque no llegamos y los abrazos se llenan de risas y de un “nadie podía este puente”. Pronto estamos contándonos anécdotas, compartiendo aventuras y bromas.

Pablo se deja querer y jugamos de mil maneras entre abrazos y bocados, rugimos como leones, ponemos voz de monstruo, nos guiñamos los ojos y corremos al ataque.

Luis llama cuando estamos en la catedral y llega justo a tiempo para la foto de familia y para que nos asalte un grupo de payasos en el silencio de la tarde.

Como es tradición, merendamos crêpes en una tetería y Pablo se echa una novia con la que meter cojines en la fuente. Sólo falta Antonio, así que lo llamamos para cantarle aquello de “no van a poder” y el “chi, chichi, chí”, pero parece asustado y nos cuelga. Al final conseguimos una llamada a gritos para decirle, simplemente, que lo echamos de menos en ese preciso momento.

El tiempo se pasa volando y, de pronto, estoy dando abrazos y besos de despedida. ¡Qué lejos y qué cerca estamos!