miércoles, 27 de octubre de 2010

yo quería hablar de la casualidad, pero una idea lleva a la otra y ahora no sé cómo parar


Cuando grito suena el teléfono y, en lugar de coger aire para volver a gritar, respondo. También ocurre que cuando sueño con alguien, me lo cruzo por la calle. Si necesito urgentemente una palabra, llega un mensaje a mi bolso y, si se me ha volado la ilusión, me premian con un poema. Tengo un amigo que llama a todas esas cosas "diosidades", generalmente la gente las tilda de casualidad. 

Yo no creo demasiado en las casualidades. Creo en las señales, aunque las interprete a mi manera. Es una señal que suene el teléfono cuando siento la tentación de la apatía o de cualquier cosa. Es una señal que las últimas palabras en la cama sean ternura gratuita y que las primeras palabras al despertarme las grite Chica: "¡Estás viva,! ¡Amas!". 

Jostein Gaarder siempre dice que tendríamos que despertarnos todos los días pensando en lo milagroso que es tener un día más de existencia. Me repito con el tema de ayer, pero, ¡estamos tan acostumbrados! ¡Estoy tan acostumbrada que necesito que sea el espejo del trabajo el que traicione mis ojeras para conectar con mi existencia! ¡Estoy viva! 

Siento, experimento, duelo, grito, salto, tropiezo, respiro, respiro, respiro, irremediablemente. Y es un regalo. Explicaba hoy en clase la desazón de los poetas románticos que, en busca del ideal, chocaban con la cruda realidad y deseaban escapar a cualquier lado. Yo también soy idealista. Construyo utopías con la misma facilidad con que el mundo las destruye -¡pasen y vean, nuevas utopías para hoy, las regalo, son gratis, no se corten!-. A veces es agotador. Como les pasaba a esos poetas, me dan ganas de rendirme y escapar, ¿sabéis que de ahí viene el apodo con el que firmo en estos espacios?

La historia es tan simple... Estaba locamente enamorada. Locamente enamorada de dos chicos a la vez. El que creía que sería el hombre de mi vida y el que había aparecido lleno de promesas poniéndome los esquemas patas arriba. Tenía que tomar una decisión y me preguntaba por qué no podría quedarme con los dos con lo feliz que sería así. Tomar decisiones es una de las cosas que más me paralizan en mi vida. Entonces escribí un poema sobre escapar, ser como el aire y huir donde nadie pudiese señalar mi corazón y reconocerlo. Desde ahí me llamo Aire. ¿Me vuelo? Qué más quisiera que poder hacerlo realidad... que fuese fácil. 

Escapar es siempre la tercera opción en cualquier decisión pero, con el tiempo, las cosas de las que huyes acaban alcanzándote y la carrera las ha hecho más fuertes y menos cobardes. En cambio, tú estás agotada de  buscar la manera de evitar lo inevitable. ¿Quién tiene las de ganar? 

Después de eso necesitas más diosidades que de costumbre, en general porque se te queda un ala rota, o un corazón roto o una pierna, la boca, el pulmón... Los seres humanos no somos tan inmortales como nos creemos, lo que ocurre es que nos da vergüenza mostrar nuestras heridas y nos fingimos de acero. Yo me hago la chica dura todo el tiempo, he hecho tantos años teatro que a veces resulta fácil ir de dura por la vida. Pero soy rompible, como todos. Soy altamente rompible -"Nada que hayamos de percibir en este mundo iguala/la fuerza de tu intensa fragilidad" e e cummings-.

Pero también soy altamente reparable. Para alegría de mi padre, a mí me salva el amor. Vendo la pena por un beso, olvido la catástrofe por la caricia, perdono los golpes a cambio de ternura. Soy incorregiblemente fácil, qué casualidad. 

martes, 26 de octubre de 2010

memento mori


 -Últimamente me golpea con frecuencia la idea que me voy a morir -me dice un compañero mientras paseamos por las calles iluminadas de la ciudad. 

Hace seis días que mastico el pensamiento. Vivimos como si no tuviésemos fecha de caducidad, desaprovechamos el tiempo, vendemos los sueños, aceptamos las normas que nos vienen impuestas por la tradición y la desgana, asumimos, rendimos las tropas con facilidad pasmosa. No somos capaces de ver el tiempo desfilar. Los niños que fuimos no existen y hoy planchaba con el deseo de ser una abuela gorda con la cocina llena de nietos hambrientos a los que conquistar por el gusto. ¿Cuántos saltos son eso? 

Escribía en mi moleskine el domingo: "tengo que aprender a vivir / como animal perecedero / renunciar a esta farsa interminable / de existencia continuada / como si las civilizaciones se inventasen en mi boca / sólo porque yo las convocara". El reloj de mi salón toma un nuevo sentido. 

A mí también me golpea la idea del paso del tiempo, hace poco, creo que lo compartí aquí, me golpeó por primera vez la conciencia de que un día ya no estaría posando mis pies en el suelo. Es un pensamiento que congela la razón. Lo detiene todo. Y después te sientes una bala en la recámara y te preguntas cómo ser disparada. Tanta gente que ha quemado el mundo porque todo se iba a acabar. 

Mi pensamiento es trascendente, quiero decir, yo creo en el regazo de Dios. Aún así, la conciencia de no estar aprovechando al máximo las cartas que me reparte la vida me tambalea. Tengo la sensación de que, en algún momento, alguien llegará y me dirá: "tiempo muerto... todas las cosas que podías hacer..." Tremendo. 

¿Va a peor este sentimiento conforme se crece? Siento vértigo. Como si tuviese que correr hacia algún sitio pero no tuviese ni idea de hacia dónde. En casos así mi padre me hablaría de la fuerza salvadora del amor y yo arrugaría el ceño disgustada. 

¿Cómo va a salvarme el amor del paso del tiempo?

lunes, 25 de octubre de 2010

leer en voz alta


Creí que jamás sería capaz de leer mis poemas en público. Pero la terraza de Manolo y Marta se convierte en el escenario perfecto para un primer encuentro con mi voz. Cuando escribo poesía, suele proceder de la oralidad, quiero decir, la pienso en voz alta dentro de mi cabeza y va fluyendo con naturalidad. Pero parecería que esa naturalidad de dicción se pierde en cuanto el papel la atrapa. No sabía cómo elevar a voz mis palabras y, peor aún, me daba tanto pánico que me quedaba paralizada. 

Te habías estado empeñando en que leyera y, cuando te diste cuenta de que quería, dejaste de insistir. Quizá eso me hizo apetecerlo más. La realidad es que el papel viajó en mi bolso y, animada por mi madre, probé en un auditorio conocido donde no me sentía en peligro. De todos modos, cuando empecé a leer, creía que me estallaba el corazón. Pero miraba a Manolo, a Chica, a Carolina, a Marta... a todos escuchando con todos los sentidos... y eso lo hacía más fácil, la verdad. 

Después cuando te comenté que quizá me animaría a leer, casi ni me hiciste caso, como si no te lo creyeses del todo. "No voy a leer", me dije. Y conforme crecían las canciones, cambiaba la música, mi corazón se iba relajando de una manera inaudita. "Quiero leer", me sorprendí. "Quiero leer", te dije. 

Y me subí a la banqueta, con Carmen abrazada a una guitarra, y las manos temblorosas. Si dejaba los poemas en mi pierna para que no se movieran, estaban tan lejos que no los veía, y si los acercaba a mis ojos, me tartamudeaban tanto los dedos que era incapaz de desentrañar nada. Lento, rápido, de prisa... Primero una pequeña explicación y después el vértigo. 

Cuando bajé del escenario las piernas casi no podían sostenerme. Como si hubiese dejado abiertas todas las puertas de conexión directa con mis ideas, con mis sueños, con mis sentimientos, y la corriente de aire me estuviese volviendo el mundo patas arriba. Sólo por tres poemas. Qué ridícula llega a ser la mente humana, soy capaz de defender a un personaje y no soy capaz de defenderme a mí. 

"¿Vas a volver a leer otro día?", no sé quién me preguntó con dudas, por los nervios que había pasado. 

 -Es como hacer el amor por primera vez, quieres repetirlo quinientas veces para cogerle la práctica. 

domingo, 24 de octubre de 2010

la censura


La censura es una cosa que utilizas a veces sin darte cuenta cuando piensas algo y no lo dices. Pueden censurarse las palabras, las caricias, los versos, las bocas, los sueños, los miedos, la luz. Nacho siempre dice que deberíamos vivir sin censura y a veces tenemos conversaciones en las que la eliminamos de un plumazo. Puede que cuando no haya censura las cosas sean más sencillas, pero no tiene por qué ser así siempre. La autocensura permite la comunicación, aunque sea velada. 

Ayer volvía a casa contándome a mí misma el cuento de el hombre de las mil puertas. Normalmente, cuando me cuento un cuento, nunca sé cómo va a terminar. Una idea va conduciendo a la otra, suelo ser demasiado descriptiva o llenar de símbolos la historia y al final me aburro y lo dejo sin acabar, o me cargo a los protagonistas de una manera caótica y que me da risa. Ayer tenía tiempo para encontrar cómo terminar mi historia. Pero era incapaz de imaginar cómo concluir. 

Me iba grabando porque no tenía nadie que se pusiese a escribir por mí, como esa vez en que Luis me transcribió un poema. Paré la grabadora y giré una de las curvas mientras las luces del puerto me asaltaban en el horizonte como nuevas constelaciones. 

Encontré el final. A la orilla del hombre de las mil puertas, me llenaba yo también de puertas. 

Y por eso comencé hablando de la censura aunque sea domingo y el café de caramelo me espere sobre un libro de Cohen. Porque, sin darme cuenta, me estoy llenando yo también de puertas y antes sólo tenía una que me daba miedo abrir. ¿Me estaré volviendo censurada o misteriosa?, me pregunto divertida mientras el sol calienta las ventanas de mi casa vacía. 

viernes, 22 de octubre de 2010

librería grande y librería pequeña


El tiempo en esta ciudad es magnífico y eso permite pasear. Creo que es la primera vez que conozco al verdadero otoño y no como una imagen de hojas marrones alfombrando el paseo al tiritar de una fuente helada. El otoño que te sorprende de tormentas o de sol, que te besa en la piel en unas escaleras o te obliga a ajustarte la rebeca al cuerpo. 

Charlando con uno de mis compañeros de trabajo, me propone un paseo por el centro para asaltar diferentes librerías, porque lo han llamado para avisarlo de que ha llegado un volumen que esperaba. Yo acabo de terminarme el último libro que me prestó, así que me anima la idea de ir con él y dejarme aconsejar. Desde que nos conocimos, no he nombrado ningún autor que no conozca, no he podido sorprenderlo con una idea ni con un texto. Cuando invoco a algún escritor, él me cita unos versos, una frase genial o un cotilleo de la existencia del poeta. 

Primero visitamos una de estas librerías que pertenecen a enormes cadenas. Paseamos un poco entre las estanterías y acabamos sentados en la moqueta. Me regaña por no conocer ciertos textos que para él son básicos en la literatura. Busca en los índices los nombres de algunos poemas y me los brinda abiertos por la página precisa. Elijo dos y me propone visitar otra tienda que desconozco. Pero antes, paramos a comprar té en un rinconcito en el que no me importaría trabajar toda mi vida. 

La segunda librería tiene un aire especial que me lleva de pronto a Madrid y a Marta. Es el tipo de librería a la que me gustaría llevar a Juan y a Leticia para preguntar: "¿y qué os parece así?". No sólo tiene una estantería de poesía como la enorme tienda de la que venimos, sino que tiene dos, por eso me dejo llevar por el vértigo mientras recibo nuevas propuestas y leo grandes poemas. Lo bueno de no tener idea de nada es que cualquier descubrimiento, por mínimo que sea, es un triunfo muy sutil. Así que, cuando salimos camino de una tetería, los dos cargados de libros, me invade esa felicidad tonta del que acaba de encontrar un tesoro que casi nadie quiere. 

Y es genial sentarnos allí, en el callejón estrecho, en la noche y en la calle, con el té de regaliz y los libros abiertos porque los dos sentimos la misma curiosidad y es difícil fingir que no te interesa lo que llevas en las bolsas. Así que vamos pasando, de un volumen a otro, entre trago y trago. Yo haciendo preguntas y él desgranándome respuestas mientras fuma. 

miércoles, 20 de octubre de 2010

teorías tontas al volver de trabajar


Al ritmo de la ropa tendida y el té, que baja lento a conquistar el fondo de mi taza, recuerdo la enseñanza de mi madre de no buscar respuesta a las grandes preguntas. También me viene a la cabeza, y no sé muy bien por qué revestido de esa credibilidad, un comentario de hace unos días sobre aprovechar el momento. El lunes me golpeó como una piedra el estómago la idea de que el tiempo que tengo por vivir es limitado. ¡Por Dios, qué poco me lo recuerdo! Y eso que el reloj de mi casa se empeña en recordarlo constantemente en el silencio. Tic tac tic tac... ¡vive, deja de contar, experimenta, comprueba, arriesga, pártete la boca en cualquier calle, clávale las uñas a la fruta, invierte y apuesta!

Bajaba del trabajo, por una carretera de curvas entre monte y residenciales, escuchando una canción de Álvaro Laguna y, sin saber muy bien cómo, acabé reinventando una de esas teorías absurdas que se me ocurren sobre la felicidad. La cosa era, más o menos, así: cada uno tenemos una serie de monedas-piedras-bolitas (la metáfora no me acababa de convencer) que invertíamos en diferentes aspectos de nuestra vida. Cinco piedras sobre la amistad, una piedra sobre el trabajo, quince piedras sobre la familia, veinte sobre el amor, tres sobre la fe... y así sobre las cosas importantes, arriesgándonos en mayor medida en cada una de las cosas. Y, de este modo, recogiendo la felicidad que se cosecha según nuestras inclinaciones y nuestra escala de prioridades.

Me inquietaba el pensar que quizá tengo mis piedras muy mal repartidas porque a veces, qué injusta mi imaginación, todavía tengo motivos para aspirar a más. Me interrogaba a cerca de una solución, buscando la manera de reestructurar mi reparto de apuestas. Pero no he logrado autoconvencerme. Soy de las que se corrige dos días y al tercero vuelve a la misma lista de errores memorizada y aprendida. 

A veces me pierde teorizar y teorizar, buscar la explicación racional a lo que no lo tiene, justificar mis equivocaciones con escusas que no me creo ni yo. Debe ser que no he dejado de ser cuentista ni conmigo misma. ¡Qué remedio!

martes, 19 de octubre de 2010

será


Quizá debería haber venido varias veces a contar que estuve en un concierto hasta las cinco de la madrugada en un café teatro que me encantó, que se me clavaron los ojos de una guitarra, que me contengo contigo de una manera imposible ya. Que bautizamos a Juan Pequeño que se ríe cuando le hablo y me imita, que es capaz de encontrar la paz también en mis brazos. Que Ana y Pablo siguen conquistando mi silencio. Que volví a ver a mis padres y estábamos tan guapos que Granada se nos quedó pequeño. O quizá debería haber contado que los domingos en la terraza de Manolo se convierten en verdaderos domingos, que las acuarelas han vuelto a conquistar mi bolso, que la poesía me lleva las costillas amoratadas estos días, que Carmen me cantó su nueva canción entre cajas y botellas vacías. Que me miras desde lejos. Que quiero leer poesía en público y no puedo. Que fue el cumpleaños de Leticia y daba comunicando cuando llamaba. Que salí a las ocho de la tarde del trabajo teniendo una cena por preparar después de una noche de insomnio por culpa de las palabras. Que cotilleaste mis estanterías y tomaste las medidas de mi casa. Que aprendí tres recetas nuevas y fui incapaz de cenar. Que el postre me gustó hasta a mí, que no tolero la dulzura. Que preparé un poemario de doblar y gané el concurso de las cenas. No sé, que no sé si dormir tapada o destapada, que me han regalado otra acuarela que adorna ya mi casa, que todavía no he quitado la mesa... Sí, quizá debería haber venido a decir todas esas cosas que antes habría contado sin problemas, demasiado ocupada en rescatar la belleza para poder saborearla. Como si al contar tus dos monedas una y otra vez te pareciese que tienes quinientas. Narradora, narradora, ¿será que estás siendo feliz y no te has dado cuenta?


viernes, 15 de octubre de 2010

un viernes infinitivo


Y despertar como si hubiese un incendio en la casa cuando sólo está debajo de la piel. Y volver a beber café como si fuese agua al tiempo que me peleo con el flequillo. Todo por llegar diez minutos antes para escribir un poema en la pizarra para compensar la paliza de trabajo con que estoy maltratando a los de cuarto. Don Álvaro o la fuerza del sino, la fatalidad, los proyectos y las carcajadas. Y Christian que no se sienta ni trabaja, y Khaled y Julia que sólo hablan, y China con su sonrisa pelirroja mientras Alex busca motivos para no hacer nada. Claro, siempre y cuando Miguel Ángel no me haga saltar de los goznes. Convencer a los disidentes para un café sobre la cuesta, aunque hoy tengamos que coger las llaves, para descubrir a la mujer del pelo blanco sentada al sol pintando acuarelas. Otro café para sobrevivir y hablar de anécdotas que ya sólo se pueden contar. Encontrar medio examen y la Revolución Francesa a punto de estallar en nuestra clase por la inutilidad de estudiar historia. Entonces, como si nada, decir adiós y sentarme en los escalones de la entrada para que Pepa me ronronee las faldas con sus embistes mimosos sólo por regalarme el pequeño placer de la ternura gratuita. Conducir como si el camino no costase nada, ni se hiciese largo. Comer rico y temprano, de la comida que dejó preparada mamá frente a mis ruegos en su última visita. Soñar que sueño que vuelvo y compro la casa de mi infancia y preguntarme en sueños si estoy buscando encerrarme para siempre en esa realidad perdida en algún hueco inaccesible de mi imaginación. Y despertar como si hubiese un beso en mi espalda cuando sólo está mi respiración. Merendar yogur griego con melocotones, imaginar un verso, saltar a la ducha, pintarme los ojos y salir a comprar lo que echaré en falta el lunes. Ojear la revista de decoración, subir los pies a la mesa, hacer tiempo y guardar cada cosa en su sitio: en la nevera el vino de los aperitivos, en la despensa el chocolate, en el cajón la cruda realidad y en la cabeza una idea irrealizable. 

jueves, 14 de octubre de 2010

vamos a contar mentiras



Un día pisé con mis dedos el suelo del cielo y se parecía a la luna, lo sé porque estuve allí de vacaciones en tu boca. En otra de mis aventuras tendí ideas en un perchero viejo para exponerlas en una plaza el día de mercado, me compraron dos recuerdos y una genialidad para un cuento que soy incapaz de recordar. También fui gigante conquistando praderas y sostuve con mis manos el sol de la tarde a la espera de un verso. De un suspiro incendié inviernos con apodos en mayúscula y quemé recónditos paisajes sólo con unas preguntas. Me materialicé, de la nada, en una isla, un castillo, una carretera bajo el acantilado y el futuro, y volví de la misma manera que había ido, casi sin darme cuenta. Escribí tus nombres secretos, los que no conoces, en las paredes de una ciudad inacabada, con distintos colores, con distintos deseos, y ninguno de mis habitantes se quejó de vandalismo, sino de cobardía. Invité a merendar a todas las brujas a las que había dado de comer durante meses, las vi más delgadas y casi afónicas. La mayor de todas me enseñó un truco que todavía me pesa en el bolsillo cuando me arranco el corazón. He vislumbrado desde mi terraza la remota posibilidad de realizar la utopía a corto plazo, era grande y con lunares, a veces parecía redonda y a veces cuadrada, siempre en movimiento, como un dragón antiguo a punto de aparecer en la mente soñadora de alguien. Dormí a mi hijo en mi regazo mientras me observaban en silencio desde una sombra gris a la que nunca fui capaz de dar nombre, puro vértigo. Fui a la China y volví con chucherías y palabras. Dormí en París. Amanecí congelada en un colchón que navegaba. Hice una montaña con caricias, unas sobre otras, otras sobre unas, hasta caer rendida, absorta y feliz al centro del vacío, donde no se piensa, donde no se conoce a nadie, donde no existes ni tú, aunque todo empiece por las letras que compones. Dije la verdad a boca llena, canturreando infantil y cogí margaritas que parecían otra cosa y eran de papel, curiosidad y ausencias. También coleccioné guisantes debajo de la cama, hice pócimas de verbos, planté y regué secretos cursis, canonicé una carcajada, vestí de marioneta una oración sin acabar... Vamos, todas esas cosas que se hacen casi sin pensar. 


miércoles, 13 de octubre de 2010

la casa que duerme



Cuando vino Chelo, bautizó mi casa como la casa que duerme, porque batió todas sus marcas de horas de sueño seguidas. Yo creí que era inmune a esa capacidad de transmitir paz de este rincón del mundo, pero últimamente me hallo conquistada por sus trucos para invitarme a dormir. Quizá el color blanco que impera en las habitaciones, la luz calma que entra por la terraza, el silencio no interrumpido, la brisa suave con instinto de mar, el olor a ropa tendida, el té de la tarde... Todo invita a soñar, a acurrucarse en el huquito del sofá, en el borde de la cama y añorar por un segundo la caricia que no llega para después, inmóvil, victoriosa ante el recuerdo, caer rendida al más placentero de los sueños. Casi infantil, casi arropada por un beso. Suspirar como de olas y viajar a ese lugar del que no se si voy o vuelvo. 

Buenas noches, buenas noches, buenas noches... mañana te susurro un cuento...


martes, 12 de octubre de 2010

al ritmo de un piano


fotografía de Ángel

Creo que es la cuarta vez que empiezo a escribir esta entrada. Cada una de las veces que he comenzado, pensaba hablar de un tema distinto. Empecé tentada por la idea de exponer que es más fácil ser feliz de lo que nos creemos -en ese caso iba a contaros cómo ha sido mi puente, lo feliz que he estado con mis padres, con la música, con mis amigos y contigo, demostrando que las cosas simples también sirven para construir una felicidad tranquila-, pero comenzó a sonar el piano. Después decidí que iba a hablar de lo indiscreto que es el miedo en su capacidad para paralizarnos y obligarnos a cometer actos estúpidos sólo porque no somos capaces de continuar hacia delante aunque nos tiemblen las rodillas -pensaba hablar, utilizando infinidad de metáforas, de mi propia incapacidad para ser valiente-, pero volvieron a interrumpir las teclas mi línea de pensamiento. Por último, me decidía a explicar cómo ciertas personas me hacen sentir pequeña y me cuesta entablar un diálogo normal y coherente con ellas -contaría esa mezcla de curiosidad y admiración que me despierta Carmen, o Ángel, o algunos de mis nuevos compañeros-. Volví a borrarlo en otro cambio de la música.  

Suena Chopin, en su nocturno nº 3, y mi reloj lo acompaña. También podría hablar del tiempo, siempre es posible hablar del tiempo, sobretodo si se le tiene tanto respeto como yo. Mis padres afirman que cada cosa ocurre porque tiene que pasar, que si las cosas tardan es porque esperan su momento. Mi madre pone el ejemplo de los seis años que tuvo que esperar hasta mi nacimiento. Yo no puedo evitar preguntarme si nuestras decisiones pueden cargarse el ritmo de nuestro deambular por el tiempo; vuelvo hacia atrás constantemente, repaso con demasiada asiduidad los grandes momentos de encrucijada y me pregunto sin cesar "qué habría pasado". Es una  estupidez como otra cualquiera. 

Siempre que, en sueños, visito esa casa que no tengo, paso junto al piano del salón. Sé que he vuelto a perderme en la línea del pensamiento. Salto de una palabra a otra, como si cada término encendiese una idea diferente y siguiese un camino azaroso entre mis propios desvelos. Justo ahora, en este momento, he pensado en la moleskine azul de Manolo, en el atardecer frente al mar y en las farolas encendidas mientras el barco se ilumina en el horizonte. 

El piano ya no me deja pensar. Abandono. Dejo de marearos por hoy. 


domingo, 10 de octubre de 2010

es de biennacido ser agradecido


 -Niño, ¿qué se dice? -nos decían nuestros padres cuando éramos pequeños y nos hacían cualquier regalo. Lo suyo era responder: "gracias". Unas veces te salía a la primera y otras veces lo dudabas, también se daba el caso de que te diese tanta rabia que te lo recordasen, que cerrases la boca como un bendito y no soltases ni prenda. 

Hoy sólo paso por aquí para aprovechar y dar las gracias por unas cuantas cosas de esas que se suponen que no importan demasiado, pero que lo son todo. Gracias porque anoche me dormí sonriendo por tu culpa, porque hacía sol cuando abrí los ojos después de dormir como una bendita, porque había salido un sol enorme y radiante que me recibía en el balcón mientras esperaba que se despertasen mis padres. Gracias porque han dormido hasta tarde, porque mi padre, que siempre se despierta a las siete como por inercia, no ha abierto los ojos hasta las nueve y media. Porque hemos desayunado despacio y sin prisa y el café sabe mejor en compañía. Gracias por la luz y los colores de mi casa. Por ir juntos a misa, guapos de domingo, como en los viejos tiempos, por emocionarme siempre con lo más pequeño. Gracias por encontrarnos con Pedro y Claudia y con los niños, por la risa de Ana y las guerras de Pablo con mi regazo. Gracias por la voz de Leticia al otro lado del teléfono y los gruñidos de Juan Pequeño quejándose para que lo oiga. Porque mi maceta de margaritas está preñada de futuras flores y hemos visto el mar azul impertinente en nuestro paseo, porque he soñado en la siesta con cosas divertidas y mis ventanas estaban abiertas al mundo. Gracias porque mi padre me está arreglando la torre del ordenador y recuperaré la paleta gráfica y mi madre me ha peinado el flequillo. Es genial cuando tus padres, todavía, tienen esos derechos de poner en orden tu mundo en algunos aspectos, da cierta paz desentenderse por unos días de ser mayor e independiente, pedir comidas ricas y dejarse querer.

Gracias, por todo lo que queda de día hoy, porque se nubla, porque espero visita para el café, porque después os escucharé cantar y todos los demás están de vuelta. 

viernes, 8 de octubre de 2010

hecha un lío


Todavía está el balcón abierto y son las once de la noche. Carmen Boza suena en mi ordenador porque no puedo sacar su voz de mi cabeza y prefiero que llene toda la casa para así olvidarme de pensar. Tengo dos libros encima de la mesa, pero soy incapaz de leer hoy. Tampoco soy muy capaz de escribir, para qué engañar a nadie. He bloqueado la línea de mi imaginación porque se está volviendo impertinente. Me apetecen cerezas y pienso en la teoría del amigo de Chica sobre el proyectar equivocadamente hacia el futuro y así invocar a la desilusión. También pienso en la frase aquella de "ejercitar la paciencia es entrenar la frustración". A veces creo que he desarrollado una incapacidad inaudita para la paciencia. Ya lo he dicho mil veces pero, ¿sabes cuando sueñas con esa parte que no se vivió pero que estaba allí, latiendo en el momento a punto de estallar? Y después te levantas en tu cama, desnutrida y feliz. Conforme amanece te vas sintiendo estúpida y después funcionaria de la emoción. Ser funcionaria de la emoción es una triste pena gris, pero ayuda mucho a respirar y a reírte a carcajadas, a que el gato se te suba al regazo a ronronearte las despedidas, a que te hagan promesas que no te interesan demasiado, a que encajes el pasado en las ironías del presente cuando Chelo llama por teléfono y se te encoge el estómago de rabia porque no quieres compartirla con esa parte de ti que desconoce. Tengo mucho sueño, se me cierra un ojo y se me frunce la boca. Hoy estoy decidida a soñar con cosas insignificantes.  Porque a veces cuando quieres ser valiente eres cobarde y al revés. ¡Qué injusticia!

jueves, 7 de octubre de 2010

quien lo probó lo sabe


Me sorprende el lavado de cara que le han dado a Lope de Vega en la última película. Lo han convertido en un hombre de bien, enamorado fiel, correcto, leal, de corazón noble y sereno. No puedo evitar recordar los apuntes amarillos de mi profesor de literatura y sonreírme. Parece que lo escucho decir: "era un canalla". 

A pesar de eso, obviando la inverosimilitud del personaje, soy una mujer fácil a la que le encanta escuchar recitar versos y, si una cosa tiene la película que merezca la pena, es escuchar los versos de Lope tan bien defendidos por las voces de los actores españoles, que no siempre son de mi devoción. 

Insisto mucho a mis alumnos cuando leen poesía en voz alta. Hace unos días, leyendo La canción del pirata, acabamos recitando juntos aquellos versos de "que es mi barco mi tesoro...". Uno de los chicos apuntilló que parecía que estábamos en una iglesia y yo sonreí, al responderle, que no era para menos, que a las palabras había que devocionarlas casi de la misma manera. Que la poesía convierte en templo el sitio donde se eleva. 

Por eso terminé emocionada la película. No por la historia, por el desenlace o por las imágenes, sino por la voz de Alberto Ammann recitando a Lope en uno de sus sonetos. Por eso os lo cito hoy, porque de vez en cuando, no está de más recordar a los grandes. 




Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.




martes, 5 de octubre de 2010

andar, leer y respirar


Cuando leo, subrayo los libros y escribo en ellos, lo he dicho ya muchas veces. Hoy comparto, brevemente, que también leo mientras ando. Se está convirtiendo en una costumbre paliar la soledad de las tarde entre semana con una lectura breve pero intensa. Hoy ataqué El último encuentro de Sàndor Márai de camino hacia la playa y después de vuelta a casa cuando acabé el café y me sobrevino el frío.

He subrayado infinidad de fragmentos de la obra. La tentación de traer aquí alguno de ellos para filosofar ha sido grande, sobretodo después de descubrir que muchas de las cosas que marco son respuestas a las conversaciones que tú y yo tenemos como si, absurdamente, pensase que en algún momento fueses a visitar mis lecturas en busca de todos los mensajes secretos que te dejo. Sándor Márai describe con comparaciones increíbles sentimientos cotidianos y profundos. Sándor Márai afirma que tenemos que conformarnos con lo que somos, asumirnos, dejar de hacernos la guerra -lo que nos es, al mismo tiempo, imposible. Y yo leo mientras camino, haciendo un todo de mis pasos, mi respiración y las palabras que voy desentrañando. Como si mis manos sujetando el libro lo hiciesen recibir también el bombeo intermitente de mi corazón. 

Al llegar a casa e interrumpir mi lectura en el intervalo del ascensor -no sé por qué me parecía un sitio despreciable para continuar con esa tarea que me estaba haciendo tan feliz-, me he dado cuenta de que todo en mí se hallaba de nuevo detenido: toda emoción propia, todo pensamiento individual, todo recuerdo. Como si toda yo estuviese suspendida al filo de las palabras, al borde de la concreción o de la vida. Como si alguien o algo me hubiese apagado convirtiéndome en un mero instrumento que recibe, pero que no experimenta. 

Supongo que es una tontería. El lápiz en mis manos me salvaba. La evocación volvió a secuestrarme en cuanto regresé a la página. 

Uno siempre conoce la verdad, la otra verdad, la verdad oculta tras las apariencias, tras las máscaras, tras las distintas situaciones que nos presenta la vida. 

lunes, 4 de octubre de 2010

evaluación continua


Es lunes de nuevo y hay algo de terrible en esa frase -alguien ha hablado hace poco de ciclos, círculos y repeticiones, ahí debe estar el matiz, agarrado al paso del tiempo-. Pero además, fines de semana tan geniales como el que he pasado hacen que el primer día de trabajo de la semana se haga insoportable. Por un lado voy andando entre las clases con la sonrisa secreta del que ha vivido inmensas alegrías, como con las alas invisibles temblando ilusionadas en la espalda; por otro lado siento el golpe gris del lunes como una vía de cemento en medio de la selva. 

El sábado, tras la limpieza necesaria y fundamental para la supervivencia, tras poner lavadoras y adecentar un poco el lado más práctico de mi vida, me fui a recoger un poco de magia a un parque cualquiera, rodeada del equipo de siempre, dispuesta a dejar que Carmen Boza transformase en sonido esos sentimientos encontrados que se me agarran dentro. Bajo un árbol adornado con velitas y flores de papel, nos sentamos en círculo rodeando el banco de las guitarras y la voz. No es sólo genial el escucharla y experimentar cómo va recorriendo uno a uno mis rincones, es increíble poder, además, compartirlo con la gente a la que quieres. 

El domingo me desperté con la sensación de que iba a ser un buen día -quizá porque soñé cosas ridículas y sin sentido-. Me desperté como en aquella habitación de hotel, convencida de que la luz y la música de Jean-Yves Thibaudet podían solucionarlo todo. Los pasos y los poemas de Jose Agustín Goytisolo me llevaron a un escalón frente a la casa de Manolo para disfrutar de un plan de almuerzo en la terraza para ver los tejados de la ciudad bajo las nubes blancas. Hay días en los que el hecho de haber descubierto la belleza tan temprano, me transforma en narradora -en la peor narradora posible, la que deja de sentir y padecer para sí misma y sólo es un ente que contempla a los demás- e hicieron falta muchos abrazos de Chica, muchos besos de Miguel, muchas caricias de Ángel y Carolina, muchas miradas de Héctor, para volver a traerme hacia mí. Aunque, sobretodo, funcionó la risoterapia, el estar todos tumbados con la cabeza apoyada en la barriga del otro, riendo sin parar e inventando canciones absurdas. 

La noche volvió a traer la música... -suspiro y dejo de escribir observando la terraza, preguntándome si... Quiero decir, ¿sabes que a veces el que hace trampas eres tú, no?- y mi canción y las posibilidades y la cobardía y el deseo y la frustración acostumbrada. 

Pero hoy ya es lunes. Hoy veo moverse los árboles lejanos frente a mi terraza, escucho la brisa entre las sábanas tendidas y pienso en Ángel como un niño atravesándolas emocionado. Mis vecinos realizan sus quehaceres cotidianos y Marta reclama mi atención como sorpresa. 

sábado, 2 de octubre de 2010

las mil máscaras


Discutimos sobre el concepto de la máscara y los roles sociales. Mientras tú argumentas, yo pienso en Salinas, es irremediable. Me hace gracia eso de que nos entendamos pero no compartamos para nada la opinión. Me gusta que no tratemos de convencernos. Asumir, como explicación razonable a muchas cosas, que tú seas  y yo sea ellas

Me preguntas cuál es la función de mis máscaras. Me explico como narradora para justificar mi intención de potenciar según qué habilidades con según qué personas, para así conseguir encontrar esa luz que llevan dentro. Hay un fundamento clave de curiosidad, de descubrir el mapa que los demás esconden. Dices que mi cabeza es un jaleo y yo digo que un nudo o muchas puertas. Me obligas a quedarme pensando en la autenticidad del yo y en tu teoría de que funciona en todos los lugares, en conformarte con recibir lo que los demás te dan, sin esperar nada de ellos. A veces, cuando hablamos, yo parezco una persona horrible y tú demasiado simple. 

Cuando hablo de manipulación, no puedes evitar comentar que no es muy bonito lo que digo. Los dos sabemos que soy una tramposa y quizá, por primera vez, te preguntas si he jugado con mis máscaras y contigo. Hay algo en ti, además de mi promesa, que me impide ese rito de buscar el mejor papel para encantarte. No me extraña que nos vaya como nos va. Me siento terriblemente vulnerable desde el yo con que te miro. 

Esta mañana busqué el viejo ensayo de la facultad que me dio la matrícula de honor en retórica. Buceaba en la necesidad social de los roles, en la metafórica forma que tenemos de escondernos a los demás para saber quienes somos, en la búsqueda de nuestro verdadero nombre. Al leerlo me sentí a años luz del lenguaje que utilizo, a años luz de algunas de mis afirmaciones. Me pregunto si emprendí algún camino que conduce, irremediablemente, a donde estoy yo, conforme, acostumbrada, a la verdad de la luz que mantengo, sin tener que esperar a que venga un narrador a descubrírmela adentro. 

No paro de darle vueltas, la verdad. 

viernes, 1 de octubre de 2010

es muy cruel la relación entre la ficción y la realidad cuando despierto


A lo mejor es más fácil despertarse de una pesadilla con el corazón acelerado que, con el mismo corazón, despertarse de un buen sueño y descubrir que nada de lo que tenías es real. A lo mejor es más fácil aceptar que no existen los monstruos, que tu perseguidor era una sombra, que el fin del mundo no está tan cerca como parece. Mucho más fácil, mucho más fácil eso que despertar al anhelo con el cuerpo paralizado por el miedo, no de lo que se ha soñado, sino de lo que no existe y se llamaba ternura y ocupaba tus rincones y acariciaba tu boca. 

Es terriblemente difícil despertar dos noches seguidas como de vuelta de un viaje en esa otra vida donde tus problemas se llaman de otra forma, donde tus preocupaciones saben de maneras distintas y tu felicidad no depende sólo de la fuerza que conservas cuando te levantas, no depende sólo de ti. 

Hoy lo descubrí una hora antes de que el despertador sonase y llevo dando vueltas por la casa ese tiempo, evaluando los cambios de la luz, el ruido de los vecinos despertándose, sus conversaciones, los aparatos eléctricos. Atándome a todos los sonidos reales para ir asumiendo que no pasa nada, que no es para tanto, que volverán los monstruos bajo la cama y las persecuciones, y se irán todas estas fantasías idiotas que hacen el mundo aterrador.