sábado, 26 de febrero de 2011

mientras el sol recorre el arco


Los lápices pueblan mis libros de poesía.
Los utilizo como marcapáginas porque suelo necesitarlos para escribir, comentar, dibujar en las páginas que me provocan.
Antes tenía problemas para encontrar lápices, en verano creo, ahora crecen en el suelo de mi clase.
Según el número de lápices, así el número de libros.
He dormido diez horas y media soñando con viajes a la selva venezolana, con tiranos y contigo.
Hace un sol impertinente en mi cueva de luz y preparé un desayuno para inaugurar la terraza con Pe Cas Cor entre mis manos.
Desde noviembre lo leía.
Lo leo poco a poco porque no quiero pasar por encima de sus palabras. Quiero vivir en sus palabras mientras las leo.
Puse a Drexler bajito y lejos. Contemplé mis macetas cadavéricas y un niño salió corriendo al balcón de la casa de la esquina.
Zumo de naranja, café, tostadas. Y los monos gritando en el zoo de enfrente para establecer el curso del día.
Sudo. El sol es fuerte y mis mejillas explotan pronto, también mis ojos, por algunas palabras, por algunas ideas.
Me siento satisfecha. Estúpidamente plena concentrada en un detalle concreto y artificial.
Con mi café, con las palabras.
Con la música, la lavadora puesta, la espera de mis padres y mi espera de ti.
Hecha calor entro en la casa. Son las once de la mañana.
Hoy el día sabe bien. Sabe a cuando llegaba al mar por sorpresa y el clima era otro y yo era otra y sólo era feliz a veces.
El día sabe bien, sabe a café, sabe a lo que empiezo a ser.

viernes, 25 de febrero de 2011

final de febrero


A veces no podemos salvar a quien podemos salvar, ni se cumplen los diálogos que imaginamos, ni somos los héroes que creíamos ser. A veces simplemente el mundo se pone patas arriba y decide saltarse el guión y el ser humano es cobarde. Porque nosotros teníamos nuestros planes, creíamos que eran seguros, pero nadie está a salvo. 

Por eso, cuando ella llega, cargada de palabras y de ruinas, yo no puedo evitar pensar qué le pasa en los últimos años a este puto carnaval que me felicita las pascuas bajo un sol inmenso. Las dos sabemos que la supervivencia está asegurada y ella sabe que la herida no la deja respirar. Las dos sabemos demasiado.  Ella siente vértigo al mirar hacia delante y yo ahora siento vértigo al mirar hacia atrás. El presente es un barrio tranquilo donde pasear de tu mano. 

Mientras tanto sigue sonando la misma canción y yo desearía no saberme la letra, dejarme sorprender por sus palabras, abrirle una puerta inocente y confundida. Pero ella pone los acordes y yo puedo tararear, no responder sus preguntas. Los diques que me ruega no se los puedo prestar, aún no sé si funcionaron como era de esperar, como marcaban mis planos. 

Recogí la casa, hice la cama, prepararé la cena sin preguntarme dónde está, cómo hace, dónde calla. Porque sé que, definitivamente, yo no la puedo salvar. Ella debe ser su propio héroe. 

miércoles, 23 de febrero de 2011

impulsos


Un compañero me comentaba hoy que había aprendido a vivir en el caos, que así encontraba su libertad y que el azar, en muchas ocasiones, consigue formas más bellas que la razón. Yo no sé si estoy del todo de acuerdo, tampoco me lo he planteado muy seriamente porque ha sido un día intenso lleno de noticias, reuniones y llamadas de teléfono. Pero todo esto viene a que sí que es cierto que yo funciono muchas veces por normas de caos o por impulsos. Hay cosas que estoy rumiando meses, que sólo se consiguen con un simple paso, y que dejo sin hacer acumuladas con otra buena colección más de desastres. Luego, de pronto, cierto día, cojo el cajón de sastre que soy y lo vuelco para elegir lo que pongo en orden y lo que vuelvo a guardar. 

Ayer me elegí como escritora. La búsqueda de agente se había detenido un poco a la espera de terminar de maquetar la propuesta editorial, pero sentía que tenía que tomar algún tipo de decisión. Como yo soy un desastre para el impulso inicial, llamé a mi antiguo profesor y amigo, Eugenio. Lo pillé en un momento de caos también, pero pudimos tener una conversación más o menos inteligente. Siempre que hablo con él las cosas toman perspectiva. Me da aliento, a la vez que la admiración que le profeso me hace sentirme insegura. Creo que ahí está la mezcla perfecta. Porque en cuanto colgué me puse manos a la obra. 

Busqué en mis viejos contactos de correo electrónico la dirección de un editor con el que contacté el año pasado y le escribí disculpándome por la intromisión y preguntándole si quería leer Lobo. Seguidamente di, casi instintivamente, con el mail de mi editor en Berenice y le escribí preguntándole si seguían interesados en trabajar conmigo. Dos movimientos poco pensados. 

En dos minutos me respondían de Berenice pidiéndome el teléfono para hablar de viva voz hoy. Así que me fui a la cama nerviosa. A la hora del recreo sonó el teléfono y, si todo sale bien, en otoño es muy posible que se esté publicando la continuación de mi novela. Ahora queda mucho trabajo por delante porque sólo tengo cinco capítulos terminados y los demás a medias. No importa, la ilusión me da aliento. De todos modos, aún no sé si creérmelo. 

Cuando volví al ordenador, encontré la respuesta de la otra editorial, querían leer mi libro y se lo he reenviado. Quizá no les interese demasiado, pero había que probar. Había que aprovechar el impulso y dejar, por un segundo, de pensar. 

A veces los adultos complicamos los sueños con cuestiones que no interesan a nuestra alma de niños. Yo suelo ser de esas. 

lunes, 21 de febrero de 2011

el sol de invierno al atardecer


Conduces y puedo admirar cómo la luz matiza el verde limpio de los campos que atravesamos, puedo concentrarme en una encina sola en mitad de la nada, en las sombras de las montañas que nos miran impasibles. También puedo descalzarme y subir las piernas al asiento de copiloto, estirarme como un gato, darte pellizcos y entrecerrar los ojos cuando el sol me invade de frente. 

Me gusta la luz del invierno al atardecer, es menos intensa que en el resto de estaciones y matiza todos los colores aplicando un filtro cálido, acogedor. La música suena por debajo de nuestras voces mientras repasamos estos tres días con la sensación de que han sido semanas. Encuentro una paz nueva al hablar contigo, como si poco a poco todo fuese encajando, como si yo fuese encajando en mí y ese abismo entre el fui, el soy y el seré fuese cada vez más abarcable. 

Repaso la risa de Juan pequeño, mi tortuga ninja, entre mis brazos, la casa de Juan y Leti ya casi terminada, el concierto del viernes con Sara haciéndonos la ruta por teléfono, la risa de mi madre, el abrazo tan deseado de Javier, las conversaciones profundas con papá, los reencuentros, los lugares, los nuevos descubrimientos, las chucherías... Todo va habitando palabras con esa magia que hace existir lo que se nombra. 

El sol matiza el azul del mar en un cielo tenue que tiende al malva. Todavía es de día cuando aparcamos en la muralla y decido dejar el abrigo en el maletero. Es febrero y tengo alma de mayo. Paladeo esta calidez inquietante que no recordaba. Paladeo. 

miércoles, 16 de febrero de 2011

sobreexcitación literaria


Como estoy trabajando en la carta de presentación para el agente editorial y en la propuesta de edición de la novela que escribí el año pasado, Lobo, no he podido resistir la tentación de releer la novela y volver a corregir todo aquello que no me terminase de convencer.

He tardado dos días en releer y toda la tarde en completar y corregir. Ha salido, como suele pasar, un capítulo más. ¿Cuál es la consecuencia de esto? O mejor, ¿cuál es la consecuencia de estar desde las cuatro de la tarde hasta las diez de la noche trabajando en los últimos detalles y en un capítulo más? Pues que ahora estoy que me subo por las paredes, tomándome una tila doble mientras escucho Maybe this time en el ordenador. 

Ha sido un día nublado hasta el atardecer, cuando el cielo se limpió de nubes y apareció azul ante mi ventana. Ha sido un día complicado de trabajo en el que he tenido que enfrentarme a un alumno con una situación familiar muy conflictiva, en el que he jugado también con toda mi clase a identificar pronombres y determinantes -y no he dado crédito porque se han divertido-. Ha sido un día de palabras, de sorprenderme con mis propias palabras, de inquietarme y emocionarme, frustrarme e ilusionarme. 

Ahora debería ser un día de descanso, debería encontrar entre las mantas el silencio reparador... pero mi cabeza no se calla. Creo que si la dejase, escribiría una segunda parte de la novela. 

martes, 15 de febrero de 2011

into the wild


El domingo, Manolo nos puso Into the wild, una película basada en hechos reales sobre un chico americano que lo deja todo para irse a vivir a la naturaleza. Lo deja todo sin avisar, dona todos sus ahorros y haciendo dedo llega a Alaska, donde pretende encontrar el sentido de la vida. 

La película me encantó, sobretodo la banda sonora y la fotografía, pero me faltó, en todo el proyecto del protagonista, algo que considero fundamental: el amor. Era una opción egoísta, desde el principio. Me cuesta trabajo entender la idea de dejarlo todo únicamente por vivir en soledad. Pero, de todos modos, me tienta lo radical de la decisión. 

Tengo la sensación de que hemos perdido perspectiva. Me da cierto vértigo concebir el camino que ha emprendido el ser humano a lo largo de la historia para verlo a la luz del hoy -mucho más vértigo verlo a la luz del mañana. ¿Qué coño estamos haciendo? En realidad, ¿qué coño hago yo? Y perdonadme el tono ciertamente ordinario que estoy adoptando, pero es que me siento realmente frustrada cuando asumo que mi vida durará unos años y que en ellos no estoy ayudando a que las cosas mejoren para nadie. 

¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Qué sentido tiene todo? ¿Por qué escribo? ¿Por qué no hacerlo? ¿Dónde está la coherencia? ¿Dónde el principio? 

Todos somos conscientes de que cada vez la manzana está más podrida, en todos los sentidos. Aún así estamos cómodos, no nos afecta directamente, nada. Hemos perdido la fe en la capacidad del hombre para hacer las cosas bien. No creemos en Dios. No creemos en héroes. No creemos en nosotros mismos. Y aún así seguimos aquí, sosteniendo la oportunidad entre las manos sin saber si va a explotarnos o no. 

Una vez escuché a mi madre decir que es más fácil hacer felices a los demás de lo que nos pensamos. A lo mejor el secreto está ahí. Yo no paro de preguntármelo. 

lunes, 14 de febrero de 2011

desmintiendo


Desde hace un tiempo vengo leyendo comentarios en los que dais por supuesto que Marta y yo somos pareja. Lo siento. Tengo que desmentirlo. Marta es mi amiga. Marta es esa amiga que al principio no era tan importante, pero que después comenzó a brillar y a llenarlo todo. Durante mucho tiempo fue y ha sido puerto seguro, tierra firme, lugar de reposo y calma. Yo enseñé a Marta a abrazar y ella me recordó que dentro de mí había una niña que seguía queriendo ser una princesa y ser la primera en todo, la favorita. 

Durante años, Marta y yo hemos crecido juntas, hemos aprendido lo bueno y lo malo de la otra, hemos crecido desde nuestros errores y nos hemos lamido las heridas cuando ha hecho falta eliminar la sal. Pero no estamos enamoradas, como se entiende normalmente. Tampoco somos sólo amigas. Quizá nuestra relación es de mayor dependencia, no la podría catalogar. La verdad es que, simplemente, no la quiero catalogar. Marta es Marta y la amo de la manera en la que a amo a muy pocas personas, a Javier, a Marina, a los niños y a ti. 

Marta y yo hemos trazado lazos a través de las vivencias, del arte, de la poesía y de los kilómetros entre mi casa y Madrid, el mar y Madrid, ella y Madrid. Habría sido fácil seguir dejando crecer las elucubraciones, pero no me gusta engañar a nadie. Nos queremos mucho, pero no como podáis pensar. El blog "cómo amar a Marta", son consejos que le doy a la propia Marta para amarse más a sí misma, para sentirse llena de magia cuando el mundo la vacía. Porque Marta es un ser mágico encerrada en un mundo gris que no la comprende muchos días. 

Siento las confusiones, pero es que yo no estoy enamorada de Marta. Estoy enamorada de ti. 

viernes, 11 de febrero de 2011

ando buscando agente


Pero no secreto, ni inmoviliario, sino literario. Agente literario, porque llega un punto en el que me descubro incapaz de entrar en la vorágine de las editoriales, los derechos de autor, los contratos, las promociones... Yo soy escritora, no burócrata. Yo puedo sentarme horas y horas a trabajar en una novela, pero soy un cero a la izquierda si tengo que mandar una carta de presentación a una editorial. El mero hecho de presentar una novela a concurso me cuesta horrores, no sirvo para documentos oficiales. Cada vez que tengo que rellenar un papel con mi nombre y apellidos me bloqueo. 

Por eso, después de una larga conversación con mi padre el viernes pasado, mientras volvíamos del lugar en que habíamos estado cenando, llegamos a la conclusión de que encontrar un agente sería la situación ideal. En primer término me pareció que sería una tarea complicadísima, ¿cómo saber quién es agente en este país? Y, después, ¿cómo ponerme en contacto con la agencia?

Más tarde llegó la pregunta: ¿cómo vivíamos antes de google? Porque nada más llegar a casa inserté en el buscador los términos "agente literario" y encontré una lista de pasos a seguir para encontrar uno. La empresa es desproporcionada, si me parecía complicado ponerme en contacto con una editorial, esto de encontrar un agente tiene trazas de convertirse en una hazaña épica si uno al final logra conseguirlo. Esa figura abstracta y campechana que era para mí el agente literario, se ha convertido de pronto en algo bastante parecido a los hombres grises de Momo, una especie de espías secretos de lo literario. Estoy asustada. 

Cada vez me siento más perdida en este universo de las letras que en mi infancia entreveía como un sistema utópico y que ahora, desde mi sofá blanco, me parece un feudo inabarcable. 

lunes, 7 de febrero de 2011

acompañar, cuidar


Yo sé lo que quiero yo, lo que necesito. Yo me conozco. Sé que si lloro no quiero palabras, sólo un abrazo. Si estoy enferma, quiero compañía silenciosa, y si tengo miedo, que me convenzan de mil maneras de que es una tontería estar asustada. Si estoy triste, quiero besos. Si cansada, ternura y que me preparen la cena sin preguntar. 

Pero cuando me toca estar al lado del que necesita la palabra justa, la caricia precisa... Entonces no tengo ni idea de nada. Voy probando, con inocencia, cada uno de los gestos que yo suelo requerir y, cuando me equivoco, intento corregirme con presteza, asustada por no saber cómo continuar. Porque sé que cada uno tiene sus maneras, los trucos adecuados. Hay quien precisa de palabras y quien reza por el silencio. A lo mejor el truco está en preguntar, pero nunca se me ocurre en el momento, y acabo sintiéndome patosa. Y me enfermo con el que enferma, lloro con el que llora, me asusto con quien tiene miedo, se me contagia la tristeza y el cansancio me quiere acostar. 

Recuerdo que un viejo amigo perdido se descomponía cuando yo comenzaba a llorar. Intentaba darme rápidas soluciones, hablando más de la cuenta, complicándolo todo más de la cuenta y haciendo el problema de proporciones: sideral. Llegó a paralizarme verter una sola lágrima en su presencia. El tiempo nos fue enseñando que, frente a la tristeza, él necesitaba humor y yo que se mantuviese callado abrazándome fuerte. Con el tiempo todo se aprende. 

Aunque, de todos modos, hay personas que son tu debilidad, que destrozan tu lado más práctico y fuerte con sólo sentirse mal. Los escuchas y a ti parece que se te encienden en el alma mil alarmas y corres de un lado a otro sin saber qué jarrón salvar de las bombas, sin saber dónde poderlos refugiar durante el terremoto.

(así que perdóname la torpeza connatural, me haré con un maletín de nenuco para compensar)

viernes, 4 de febrero de 2011

"tienes unas bonitas tetas para lo delgadita que eres"


Comentarios como éste me veo obligada a cercenar del blog. La primera vez que vi que me insultaban en un blog a través de un comentario, decidí que era hora de censurar lo que se dice y lo que no se dice en mis rincones. Cada uno tiene unas normas en su casa, a mí no me agrada demasiado la mala educación. No sé si el autor sólo pretendía hacer una alabanza y yo debía entender como un piropo el comentario, pero es difícil traducir así lo que dice un desconocido. Si mi mejor amigo me dice lo mismo, le guiño un ojo y me río. Pero si lo dice alguien con quien no tengo confianza, me parece inapropiado. 

De todos modos, no sólo censuro este tipo de comentarios. El poner la moderación de lo que decís me ha valido para conocer mucho más a algunos de vosotros. No me sorprende ya encontrar vuestros textos precedidos de un "no lo publiques, por favor" y leer entonces vuestras confesiones, vuestras anécdotas que, aunque no queréis hacer públicas, sí que deseáis compartir conmigo. Es un verdadero regalo. Gracias por cada una de las veces que habéis volcado en mí vuestra confianza, no me siento digna, la verdad. 

También hacéis preguntas muchas veces y yo nunca termino de contestar. Sabéis que soy un desastre y no visito vuestros blogs, muchos dejasteis de venir justo por eso, pero algunos continuáis apareciendo por aquí entregándome una atención absolutamente gratuita. ¡Y yo ni siquiera respondo a vuestra curiosidad! Así que, hoy, en esta entrada, dejo abierto el diálogo para responder a todo aquello que, con educación y dentro de la decencia, queráis preguntar. 

(responderé, en el caso de que surjan cuestiones, en el mismo formulario para los comentarios).

miércoles, 2 de febrero de 2011

orfeo se giró para mirar


Supongo que Eurídice iba rezando todo el camino porque conocía de la curiosidad de su esposo. Los héroes siempre acaban mirando o la curiosidad mató al gato. Disciplinarse a veces no sirve para nada, llega un momento de debilidad y justo a las puertas del infierno, te giras para mirar. Imagino el corazón de Eurídice relajándose: "por fin", pensaría, ella que lo supo desde el principio. 

La premonición llega de manos de la experiencia. Cuando bajaba en coche del trabajo, mirando el agua correr impetuosa por la ladera, observando las flores amarillas conquistándolo todo, me sentí momentáneamente inmensa. Inabarcable dentro de mí. Tuve por un momento la conciencia de mi posición en el mundo, de la genialidad de la existencia. Pero los sentimientos así dan vértigo y pronto fue sustituida la abstracta emoción por las tareas cotidianas y el pensar en la comida. 

A veces tienes la sensación de que perteneces a una constelación enorme, a un sistema solar, a una galaxia. En otras ocasiones sólo puedes pensarte como una diminuta estrella aislada en el centro del firmamento. Supongo que depende de lo que te acerques a la realidad. La visión de conjunto siempre da más perspectiva. Orfeo no tenía visión de conjunto, sólo atendía a la particularidad de la respiración de Eurídice tras él. ¿Cómo estaría? ¿La habría adelgazado la muerte? ¿Serían sus ojos negros como tumbas? Sus pasos, ¿eran un eco de los suyos? Particularidades. 

Me resulta muy complicado sostener el pensamiento universal, asumirme como un engranaje más, admitir la relación de causalidad, la de acción-reacción, la teoría de las cuerdas, el continuo. Es un vértigo demasiado liberador y estamos demasiado acostumbrados a no ser libres. La autosuficiencia es un veneno demasiado barato. Y el deseo se vende al por mayor.