martes, 29 de marzo de 2011

de todo y de nada


Después de planchar la lavadora de oscuro, tender la de blanco y recoger la cocina, me siento por fin a escribir en este rinconcito que últimamente se me olvida demasiado. No sé de qué voy a hablar. 

Podría empezar contando que un papel blanco en la pared de mi clase, generó la mejor historia de fantasía entre mis alumnos de primero que apostaban a que detrás del papel había un agujero lleno de zombies o una puerta dimensional que nos condujese a un mundo paralelo. Pero es una anécdota que he contado tantas veces ya, que me da pereza. 

Quizá el quid esté en hablar de que ya llegó el contrato por la novela que mandé a la editorial y que todavía no lo he firmado. Contar que soy un desastre y que seguramente pierda un encuentro con lectores fieles por mi impuntualidad o que todavía no he ido al micro abierto de poesía en el que me invitaron a participar. 

Podría hablar de Cádiz y de ti, de mi pelo desordenado y la luz sobre el mar azul impertinente. Del silencio en la catedral mientras cantabais o de la carita de Juan Pequeño cuando le digo cualquier pamplina y abre los ojos de lobo listo que tiene. O que Laura Rosa me inspiró un nuevo cuento de la Princesa Valiente en el que sale un tigre blanco al que se vence con cosquillas. Que la casa está hecha un desastre, que echo de menos a Marta, que quiero que vengas a cenar, que las sesiones de evaluación me dan dolor de cabeza o que el nuevo compañero de tecnología me cae fenomenal. 

Pero no sé. Las macetas nuevas tienen flores y la de encima de la mesa del comedor se ha muerto. Que Marta me hizo fotografías preciosas con la máquina de escribir o que el domingo me quemé el escote en la convivencia con los niños de mi catequesis. Que escuché música clásica bebiendo un café y me sonrieron. Que hoy me parecía que todo el mundo estaba muy guapo. Que cada sueño que tengo aparece velado por mi hermano. Que Jose se casa el sábado e iré sola a bailar. 

Nada. Todo. Lo demás. La música, la poesía, la luz de las ocho y la falta de luz de las siete de la mañana, el té de Belén, la carta de Tertius, la pluma roja. Las enumeraciones interminables y absurdas como ésta, la libreta donde cada noche apunto lo que me hace entristecer para dormir ligera. 

No sé, no sé de qué voy a hablar. Mejor me callo. 

jueves, 24 de marzo de 2011

después de marta


Llevo todo el día repleta de palabras. De ese estado de las cosas desordenado que comienza en verbos y termina en reflexiones absurdas en el coche de camino a casa. Algo así como estar en voz alta. Sin darme cuenta voy describiendo todo lo que me rodea cargándolo de simbología.

Marta ha estado aquí cuatro días. Han sido horas en las que todo ha estado lleno de sus costumbres. Es extraño cómo puedo consentirle gestos que de cualquier otro me sacarían de quicio. Ella llega a casa y la hace suya. Cada rincón le pertenece, puede poner orden y desorden donde lo desee. Y regresa pelirroja, con el pelo largo y ganas de mar, del mar de tormenta que nos rompe en el perfil de una caminata larga o del que la recibe bostezando cuando yo me voy a trabajar y me parece mentira que esté durmiendo entre las mantas azules de la cama. Es mágico recibir sus palabras a media mañana, cuando corrijo un examen o planteo una clase, y ella acaba de despertar. La imagino somnolienta entre mis cosas, nuestras cosas, decidiendo qué café tomar o buscando el azúcar en la cocina. 

Pero es mucho mejor sentir, de vuelta a casa, que regreso a alguien. Que cuando meta la llave en la cerradura, ella, dondequiera que esté, entretenida en sus cosas, va a escucharlo y quizá atienda hasta recibir mi saludo al fondo del pasillo tensando un poco la espalda y alargando su cuello perfecto. Es increíble volver a mesa puesta y disfrutar de sus manos perfectas de cocinera, ir a la compra y rogarle que me haga mis platos preferidos, escucharla relatar cada pormenor del tiempo que ha pasado sola paseando por la ciudad o de los proyectos que ha hecho. 

Marta me deja llena de palabras. Con su manera de ceder en todo, de poner sonrisas y besos donde suele haber apatía, de convertir cada minuto juntas en una propuesta sorprendente, despierta en mí el verbo de nuevo y ese cansancio que acumulaba después de trabajar en la novela, se relaja dejando paso a nuevas experiencias, voz de narradora. 

Por eso, ahora, cuando ella va en un tren camino a casa y yo sólo escucho las teclas sobre el blanco, me pregunto en qué irá ocupada su imaginación, qué se llevará como tesoro de estos días, cuándo volveremos a vernos. 

viernes, 18 de marzo de 2011

terminé


Ayer tarde, por fin, mandé a la editorial el manuscrito de Los Cines Somnios. La paliza de trabajo ha sido monumental a pesar de que ya tuviese adelantado todo el trabajo de esquemas y argumentación. Hubo días que, después del trabajo, pasé nueve horas sentada en la silla. No puedo mentir: mi humor ha sido bastante imperfecto. 

Por eso tengo que dar las gracias a mis padres que aceptaron un "te llamo dentro de un párrafo" y tuvieron que esperar horas hasta que me acordase. Y especialmente a mi madre y a mi tía, que leyeron la novela de sopetón cuando les envié las primeras versiones. A mis compañeros de trabajo les tendría que dar las gracias sobre una bandeja de disculpas, porque he estado irascible, despistada y poco sociable en las últimas semanas. Por otra parte tengo que dar las gracias a Carmen B., Marta, Alberto, Sergi, Abel, Luar y todos aquellos que fueron dándome ánimo comentando cada uno de mis estados de facebook y mis actualizaciones en twitter -sí, soy esclava de las redes sociales-. No me puedo olvidar de Sara, que en más de una ocasión se tragó con paciencia mis ataques de nervios. De ti tampoco puedo olvidarme, que has sido víctima colateral de mis batallas con las palabras, descubriéndome pletórica o desastrosamente triste después de cada capítulo. 

La cosa es que ya está todo dicho por mi parte, ahora falta que mi editor tenga tiempo para leer y me responda. ¡Espero que pronto! 

martes, 15 de marzo de 2011

leer en voz alta


Mi abuela está entrenada por la radio, por eso recuerdo sentarme con ella en el porche de la casa del campo y leer en voz alta cualquier novela mientras ella cosía puntadas. También recuerdo leer en voz alta en la cocina de mi madre, el libro del buen amor, mientras ella cocinaba y yo escapaba de estudiar un examen. Leer en voz alta mientras conduces cualquier palabra que me encuentro. 

Leo en voz alta en mi clase, en la iglesia, en la calle sin darme cuenta, en la cama de los niños cuando nace un cuento. Me gusta la magia que se establece entre el que lee y el que escucha por encima de todos los ruidos del mundo. Leerle a alguien es como contarle un secreto. Leer en voz alta se convierte en algo íntimo, privado, entre dos que quieren de una parte regalarse todo, de la otra recibir cada verbo como una torpe declaración de amor. 

Mi madre me leía en voz alta, cuidando cada entonación. 

Anoche, cuando salía de la ducha, asediada por el dolor de cabeza que todavía hoy me acompaña, deseaba que alguien me leyese en la cama hasta que el sueño viniese a rescatarme llevándoselo todo. Deseaba taparme hasta la nariz hecha un ovillo y escuchar las palabras lentas, dulces, secretas, sin prisa, del que lee en voz alta para conjurar los mejores sueños. 

Leer en voz alta... como recibir besos. 

jueves, 10 de marzo de 2011

fin


Terminé la primera redacción de la novela. Ahora falta corregir, pulir y perfeccionar. Pero 182 páginas de esqueleto argumental y diálogos de los que me han puesto el corazón a cien, esperan a reencontrarse conmigo. Mañana... 

No, mañana encuentros con lectores, que es mejor. 

martes, 8 de marzo de 2011

el camino de cuaresma



(por si las dudas: estos calendarios los hago yo,
después de haber rezado con el evangelio de cada día
y de comerme la cabeza con el fotochop. podéis 
compartirlos, reproducirlos, regalarlos, imprimirlos
para ponerlos en el frigorífico o, si no compartís
mi fe, por lo menos ver que me ha
quedado medio bonito)

lunes, 7 de marzo de 2011

cuando


Cuando el café se quedaba frío en el escritorio por el ritmo de una frase y desde la ventana observaba la montaña. Cuando mi madre interrumpía mi quehacer y recibía gritos egoístas. Cuando colgaba en la pared los esquemas y me estrellaba contra el suelo si perdía el hilo de una idea. Cuando sobre mi cabeza había libros. Cuando no existías. Cuando aprendí a desearte en un salón sin vistas o escribía por las tardes en el sillón blanco con las rodillas dobladas sobre la silla. Y el té. Ese té. Y los ruidos de la casa. Y escribir entre clase y clase dos palabras. Cuando llegué y los instantes eran huecos donde almacenar los verbos. Cuando el café se queda frío hoy también y tampoco tengo vistas. Cuando los papeles se me agolpan y los dedos pequeños de Carmen desde la fotografía me miran avisándome del tiempo que me queda. Cuando soy, en voz bajita, la que quiero ser un día y tengo miedo de no lograrlo jamás. Cuando el café se queda frío. Cuando el café se queda frío. Cuando. 

viernes, 4 de marzo de 2011

ecuador capítulo diez


Soy un león enjaulado entre palabras. Es la idea que me repito cada vez que termino uno de los capítulos de la novela y mi corazón late con furia y miro mi pelo desastroso en el espejo y quiero gritar y comer y bailar como una niña. Mi escritorio es un desastre, mi conversación lo iguala en calamidad. Pero estoy contenta, se acaban los días de vacaciones y los he sabido aprovechar. Sí, esta vida es un poco de locura, pero me procura una inmensa felicidad. ¿Te imaginas que pudiese ser así siempre? 

martes, 1 de marzo de 2011

la segunda habitación



En casa hay una segunda habitación a la que nunca sé cómo referirme. Cuando viene alguien de visita es "el cuarto de los invitados" o "vuestro cuarto". Y cuando no hay nadie es el "cuartillo", "la segunda habitación", "el otro cuarto", "el cuarto de los trastos", "el despacho"...  Quizá esa última denominación, "el despacho", sea la más apropiada puesto que en ella es en la que tengo el escritorio, el ordenador grande, los libros de trabajo y la estantería de los diccionarios. 

La cosa es que el karma, el destino -seguro que la providencia-, me ha condenado a vivir las próximas semanas en este cuarto con ventana al patio interior, en lugar de permitirme terracear y dejarme engullir por el sofá. ¿Por qué? Porque el portátil que siempre me acompaña, al que le dicto mis  historias, el que me permite estar conectada al mundo, decidió tomarse también unas vacaciones y lo hizo por todo lo alto: muriendo sin más.

Afortunadamente, tengo la suerte de tener un padre informático que viene a visitarme cuando tiene un puente y, gracias a su paciencia y su rápida intervención quirúrgica, tras muchas horas logramos salvar la única copia de mis documentos que existía. La verdad es que cuando piensas en perder fotografías, direcciones o películas, la cosa no tiene tanta gravedad... pero cuando reparas en los folios y folios de word de las novelas, de los poemas o de los cuentos, el matiz que cobra la catástrofe es muy distinto. De hecho, ahora estoy escribiendo esto, porque todo está recuperado y salvo en mi ordenador de sobremesa de toda la vida -el mismo que hace un mes se dio de baja y me perdió todos los documentos que tenía desde primero de carrera hasta mi segundo año de trabajo después de la oposición-, si no estaría llorando en algún rincón. 

La buena noticia, además de haber salvado mis datos, es que no voy a tener más remedio que centrarme para escribir y que, como estoy trabajando en mi novela, esto me obliga a cierto orden y premeditación. Estoy convencida de que el sofá blanco se habría convertido en mi peor enemigo para esta batalla.  Por eso enderezo la espalda en la silla del despacho, me pongo mis gafas moradas y reparto por la enorme superficie todos los papeles que estoy utilizando para diversificar mi atención y, al mismo tiempo, centrarla para ser creativa, productiva y respirar.