martes, 26 de abril de 2011

cómo saber que mamá y papá han estado en casa



Los cajones de la cómoda cierran bien. La luz de la cocina ya funciona. El reloj marcha. Ha desaparecido la ropa sucia. Hay jamón en el frigorífico. No encuentro las pelusas. Hay delicias árabes en el recibidor. Tengo un nuevo programa en el ordenador. 

Pero sobre todo, como cuando era pequeña, han crecido huevos de pascua de chocolate en mis macetas. ¡Feliz Pascua de Resurrección! 

viernes, 15 de abril de 2011

sándor márai

Y es tu responsabilidad, puesto que el valor de un hombre resulta ridículo en materia de amor. El amor es cosa de mujeres. Sólo destacáis en eso. Y en eso fracasaste tú... No es verdad que los hombres sean responsables de su amor. Hubieras tenido que amarme como ama una heroína. 
La herencia de Eszter llevaba más de dos meses en la estantería, desde que la gripe me tuvo en cama devorando libros. Después llegaron tantos planes que me olvidé. Esta mañana, lo saqué de su rincón y lo llevé conmigo al trabajo porque presuponía que faltarían muchos alumnos y el tiempo se me haría insoportable. (Respiro profundamente antes de continuar).

Sándor Márai (paladeo). Claudio y yo estábamos sentados en el patio superior, escapando de una hora tediosa. Él fumaba y yo tenía los pies sobre una silla. Él hablaba de literatura, mareándome con infinidad de datos. Me decidí a pedirle que escribiese en mi moleskine los nombres de algunos autores que considerase que debía leer. Yo jamás había oído hablar de Sándor Márai. Tampoco había oído hablar de El último encuentro. Por supuesto, me hizo sentir inculta e infantil desconocer el nombre de un autor que para él era tan referente. Pero Claudio siempre es capaz de justificar mi ignorancia. Por eso, en lugar de llevarle la contraria a su consejo, me hice con aquel libro que aconsejaba. 

Lo leí frente al mar. El último encuentro de una sentada. Utilizando un lápiz como marcapáginas entre sorbo y sorbo de café y subrayando con fruición pasajes enteros. El estudio psicológico que hace Sándor Marái de sus personajes me resulta abrumador. En un tono siempre confesional, partiendo de los pensamientos y reflexiones del protagonista, propone desvelar ese gran misterio, esa gran pregunta que se aloja siempre en algún rincón de la vida de cada uno. Como si nuestra existencia fuese un mero cofre para un momento crucial que sólo algunos son capaces de solventar en el momento oportuno y que, los demás, arrastramos como un lastre durante toda nuestra existencia hasta que, bendecidos por los caprichos del destino, por la ley última que acaba todo lo que empieza, volvemos a enfrentarnos a nuestro pasado para dar la respuesta que tuvimos que dar y que callamos por cobardía. 

Por eso, cuando encontré La herencia de Eszter no dudé un segundo que debía comprarlo. Su precio era ridículo y su promesa desproporcionada gracias a una portada magnífica con el Retrato de Margarita de Fernand Khnopff. 

Las casi doscientas páginas han sido un perfecto paseo por la psicología de Eszter y, ¿por qué no?, por la mía misma siendo ella, decidiendo cómo habría vivido y experimentado cada una de las reflexiones que comparte. En el desayuno hablábamos de psicología y, cuando Claudio observó el libro que llevaba entre las manos me comentó simplemente: "Márai poeta, Márai dramaturgo, Márai conociendo los entresijos de la psicología humana". Con inocencia respondí: 
 -Nunca leí ninguno de sus poemas. 
 -Ni yo -se rió Claudio-, pero uno lo sabe por sus libros. 

Mi padre no se acuerda nunca de la realidad. Es un poeta. 

miércoles, 13 de abril de 2011

uno no sabe lo que tiene hasta que...


No era consciente de lo feliz que había sido el curso pasado hasta que volví a pasear por las calles de mi viejo destino junto a Chelo: volviendo a la cafetería donde pasó tal cosa o la tienda donde, ¿te acuerdas?, nos dijeron aquello y recorriendo nuestros lugares preferidos. Pasando por la puerta de la que era mi casa. Recordando los sonidos y los olores de cada rincón que me era cotidiano. Es inestimable la sensación de volver a un sitio que ha sido tu fortaleza para recorrerlo desde la distancia. Calidad de vida, esa sería la definición que me rondaba los labios cuando regresaba en coche. 

Y hoy descubro que no sabía cuánto echaba de menos estar entre árboles, preparar una barbacoa, sentarse en una silla de plástico a brindar y reír y olvidar que se trabaja, que el mundo está ahí fuera, que hay un más allá de este momento. ¡No recordaba el sabor de un día en el campo! No recordaba la luz filtrada entre las ramas de los árboles y el sonido de las hojas secas crujiendo bajo mis pies mientras me lleno la camiseta de aguacates tiernos o exploro una cueva o lanzo una piedra para ver hasta donde llega o acaricio un caballo noble y marrón. No recordaba la sensación de estar en un mundo mágico al entrar en el entramado del viejo invernadero verde que ahora parece una magnífica jaula para pájaros gigantes o la emoción que da pedir un deseo en un círculo entre árboles al que no se atreven a entrar las malas hierbas o la risa que produce colgarse de una rama notando tu cuerpo distinto y pesado. 

La verdad es que, ahora, agotada como estoy, recién salida de la ducha esperando el momento en que las letras comiencen a estar borrosas porque se me cierren los ojos, agradezco que el recuerdo vuelva a mí de manera dulce y me acaricie con ternura. Es curioso. 

jueves, 7 de abril de 2011

las teorías filosóficas de nacho del samurai y la baraja


Nacho acaba siendo el amigo más paciente para escuchar todos mis dramas y responder a cada uno con una de las teorías filosóficas que harían las delicias de los protagonistas de Jostein Gaarder. Me encanta leerlo filosofar, compartir cada nuevo descubrimiento y quejarme cuando pretende que me trague todos los vídeos documentales que él ve para fortalecer sus teorías. 

Hoy en clase me vi obligada a compartir la teoría de Nacho sobre la baraja. Supongo que no es nada innovadora y que, seguramente, no será original, pero a mí me gusta atribuírsela porque lo hace parecer listísimo. Nacho dice que cada mañana, al despertarnos, nos reparten una serie de cartas. A veces te tocan cartas muy  buenas, diría él, un viaje por ejemplo; pero a veces te tocan las cartas de siempre, las aburridas, las típicas de la baraja o, incluso, puede tocarte lo peor. Ese día podrías pasarlo pensando en todo lo que no conseguiste, todo lo que podrías haber hecho con unas cartas mejores, pero sólo estarías perdiendo el tiempo. Tienes que jugar cada partida con las cartas que se te reparten y sacarles el mayor partido posible, aunque conozcas las demás -porque a veces saber cuáles son las cartas de la baraja nos hace sentir infelices-. 

La verdad es que mis alumnos se quedaron mirándome con la boca abierta y uno de ellos se atrevió a decir: "seño, yo no sé por qué no ayudas a los adolescentes en lugar de dar clase". "Porque me han tocado estas cartas, melón", le dije o algo así, sintiéndome culpable por vender una teoría que a veces no soy capaz de aplicarme a mí. 

Por eso, cuando tengo mucho miedo de jugar la mejor partida con mis cartas, Nacho me habla de la teoría del samurai de manera categórica. 
 -Al entrar a servir a su señor, el samurai consideraba que ya había muerto. Así que no tenía miedo a ningún enfrentamiento, no había nada que perder, todo estaba perdido ya, sólo le restaba ganar. No había ningún riesgo. 

Y es que Nacho es mi filósofo particular, por eso le gusta La Joven de las Naranjas, entiende que es un comodín y sabe que muchas flechas surcaron el aire en mil batallas y es un hombre afortunado. 

miércoles, 6 de abril de 2011

disimulando


Mis padres nos llevaron a Tenerife cuando hicieron 25 años de casados. Me sorprendió ver flores en las copas de los árboles. La vegetación era un regalo único. El domingo, al entrar en una calle de la capital, tropecé con un espectáculo de ramas floridas en blanco y fucsia. Casi no podía concentrarme en la conducción porque mis ojos querían enredarse en los árboles. Ayer, yendo a catequesis con los niños, descubrí que mi camino normal hacia la playa también está preñado de primavera. No sé cómo se llaman estos árboles, pero han pasado todo el año disimulando. Todo el año disimulando justo para este momento. 

A veces disimulamos demasiado, nos empeñamos en guardar tan en secreto que habrá un día en que explotaremos de luz, que se nos acaba olvidando. Por eso, al comenzar a brillar, ni siquiera nos damos cuenta. 

lunes, 4 de abril de 2011

almería


En septiembre hará dos años del viaje que Antonio y yo hicimos al arrullo del Mediterráneo desde Málaga hasta Cabo de Gata. Este fin de semana volví a recorrer el trayecto y lo recordaba en cada rincón. Miraba los acantilados pensando "allí dejamos el coche", "desde allí hicimos aquella fotografía a los barcos", "ese fue el desvío que debíamos tomar", "seguro que tras esos invernaderos está la caseta en la que almorzamos con las olas rompiéndonos en los pies". De alguna manera, lo dibujaba en cada curva de la carretera. 

Después llegué a topar con los apartamentos en los que veraneé algunos agostos de mi infancia, o con los que acogieron a David y Javier en su primer viaje al mar. Incluso con el eco de la risa de Marta en la calle de las tiendas, pasando frente al teatro. Poco a poco, iba encontrando el camino olvidado de los recuerdos al tropezar con cada objeto que era capaz de trasladarme. Como si todas aquellas vidas hubiesen sido vividas por alguien que aún hay en mí. 

El mar, las piedras, el bikini colgado de la lámpara, la nota para la limpiadora, el Hobbit, la piscina y las gafas de bucear, el mono de las atracciones, la luz de mi madre en la orilla, Bob Marley sonando sin parar en el reproductor de Javier a la hora de la siesta, el trivial en el balcón con una Marina diminuta y la tormenta que trajo pepinos de mar a la orilla sin edificar donde ahora descubro enormes edificios de apartamentos. 

Es curioso volver y descubrir los cambios en el mundo y en mí. Pensar en cómo me imaginaba y en cómo soy capaz de imaginarme ahora, con la vista clavada detrás. Es curioso cómo teje el tiempo, con que paciencia, con que falta de inquietud... al contrario yo, siempre dispuesta a malcoser los puntos, siempre a punto de acabar para empezar de nuevo. 

viernes, 1 de abril de 2011

martes y sábado


Esta noche soñé que saltaba de un precipicio y, en lugar de caer al vacío, flotaba movida por el viento como una hoja. Mi cuerpo cada vez era más ligero volviéndose poco a poco transparente. Entonces desde la punta de mis dedos, comenzaba a descomponerme en partículas que se iban haciendo invisibles convirtiéndose en aire. Poco a poco desaparecía. No era un sueño angustioso. Había una paz inmensa en desaparecer con la brisa, una paz inmensa en fundirme con todo para comprobar la serenidad de la naturaleza desde lo alto. 

Últimamente me descubro la tirana que fui asustándome las alas. Con una hora menos, esta semana he sido caprichosa, repetitiva, y hasta cruel. A veces uno no es capaz de imaginar de lo que será capaz condicionado por el miedo. Creo que deberíamos medir nuestra cobardía en los quicios de las puertas y poner rayas por los años al lado de nuestros nombres. Mi imaginación me hizo creer en monstruos bajo la cama, mi imaginación construía imágenes en las que mis padres morían, fantaseaba con la pérdida constantemente en mi cabeza infantil.

Muchos días no recuerdo cómo se baja de la cuerda floja. Y entonces, herida de vértigo, despierto los fantasmas olvidándome sus nombres, incapaz de recordar lo que los hacía marchar. Me siento sin domesticar. Intentando impresionar al mundo por mi fortaleza, mi valentía, mi felicidad. Peleándome conmigo, ocultando mis secuelas, dominando mis instintos. Frío vidrio emocional. 

¿Cómo puede haber en el mismo armario ropa de verano y abrigos? ¿Sed y hastío? ¿Valentía y pánico? ¿Cristal y piedras? Música y silencio. Verso y prosa. Temeridad y cobardía. Tila y café. Martes y sábado. 

Creo que pienso demasiado.