miércoles, 22 de enero de 2014


Cuando conduzco pienso en este sitio y, a veces, cuando la luz entra tímida por la ventana y necesito escribir como escribía aquí, escribo a Marta largos correos hablándole de las vistas de la ciudad desde la montaña. Hay algo de mí que se ha vuelto recatado y no necesita tanto gritar al mundo lo que piensa o siente. Quizá porque Nacho se levanta conmigo y tomamos un café hablando de lo que hemos soñado. Tengo el mejor lector en casa y con él no tengo que esforzarme en encontrar las palabras o en corregir las repeticiones. 

Pero hoy la luz entra tímida en la casa. Nacho se recorta contra la ventana mirando la obra del zoológico que está cercana a su fin y el runrún de nuestros ordenadores se hace con el despacho, porque hoy entro tarde a clase. 

Los miércoles son este año como mi oasis de la semana. Puedo levantarme una hora más tarde y sentir que he parado del ritmo frenético del resto de los días. Suelo aprovechar para trabajar en las unidades que estoy desarrollando para SM o para corregir la novela con la que ando ahora, pero hoy estoy más perezosa que nunca, así que he encontrado el camino para venir aquí y escaparme de mis obligaciones durante unos segundos. 

Me doy cuenta de que me resisto como una adolescente a las tareas que considero obligatorias, como si quisiese montar una rabieta y gritarle al mundo "¡soy libre! ¡puedo vivir en el caos! ¡no me intimidan vuestras normas!". Sé que es ridículo porque tengo la intención de hacer felices a todos muy arraigada dentro de mí, así que me enfrento a la lucha continua entre el debo y el no quiero. Supongo que al final hasta resulta divertido. 

Y a estas horas y a gana el debo... así que voy a ponerme a trabajar. (¡No quiero!)