sábado, 31 de octubre de 2015


Me gustan los sábados por la mañana. Como a todos. Me gusta que Nacho suba la persiana y la luz entre hasta la almohada con pereza. Escucharlo trajinar por la casa hasta que vuelve a sacarme del remoloneo, del sopor, y yo le pregunto si salimos a desayunar fuera. 

Creo que la comida que más disfruto del día es el desayuno. Vienen a mi cabeza todos esos bufes libres de los hoteles, esos despliegues de bollos y zumos, de fruta y cereales. Me encanta pedir un café con la leche fría. Esperar mis tostadas, imaginar qué pan tendrán en cada cafetería. 

Los sábados por la mañana el tiempo pasa de forma distinta si madrugas. Sólo encuentras algún jubilado que ha ido temprano a hacer la compra y que sonríe satisfecho por haber escapado de todas las colas que se harán conforme avance el día. Puedes escuchar tus pasos los sábados por la calle. Nosotros llevamos el carro de la compra y los ojos alegres de los que saben que van a darse un banquete antes de cargar las bolsas. 

Esa peregrinación de la cafetería al supermercado, del supermercado a la frutería, de la frutería a la carnicería, es milagrosa. La gente que madruga los sábados tiene cierta complicidad amable. Te cobran el café con confianza, te arreglan el pescado con paciencia, lentamente, primorosamente, te dejan acariciar la fruta, seleccionar las verduras, comer una almendra, te comentan las recetas de las albóndigas o te aconsejan un truco que no sabías. Los mañaneros son un club secreto, una alianza. Sonrío y respiro la camaradería de las primeras horas, sobre el traqueteo del carro y las anécdotas. 

Así, Nacho y yo volvemos a casa fantaseando con lo que vamos a cocinar, con lo que vamos a leer, con nuestros tópicos cotidianos, hasta que el frigorífico parece preparado para fiestas y la despensa llena nos observa interesante. 

Me gustan los sábados por la mañana. Aunque me tenga que tomar una infusión de regaliz para digerir los churros que pidió mi valentía. 

martes, 20 de octubre de 2015


¡Qué manera de no cumplir mi palabra! Parece que cada vez que me hago el firme propósito de retomar este blog, lo dejo de lado durante meses. ¿Será algún tipo de maldición antigua y profunda? Seguramente.

Hay momentos en los que creo que tengo algo que decir y estoy tentada a venir aquí a compartirlo, pero entonces una gran pereza me lo impide y acabo tomando nota en uno de mis cuadernos. Otras veces me encuentro esta página en blanco y no sé qué contar, como si nada fuese lo suficientemente cotidiano o genial como para relatarlo. Imagino que es algo que sucede cuando dejas de ser personaje secundario para convertirte en protagonista, o cuando abandonas la voz de narradora para experimentar el mundo tal y como viene, sin juzgarlo, sin describirlo. O a lo mejor es simplemente lo que he dicho antes, pura pereza.

Hoy el cielo está nublado y en el tendedero aguanta un calzoncillo valiente, que se recorta negro contra el horizonte en movimiento. Nacho se ha quedado dormido, ha sido irresistible, y yo paseo escuchando música por el ordenador, rodeada de pilas de libros y libretas, de apuntes para poemarios, de novelas por corregir y posits con extraños dibujos que ya no recuerdo para qué servían.

Es sorprendente todo lo que se puede acumular en un solo escritorio. Intento mantener el hueco para los brazos libre, mientras esquivo billetes de tren, restos de papel estampado, pinceles, gramáticas y acuarelas. Afortunadamente,  hace un rato he podado las tazas de café que habían ido creciendo junto a la lámpara pequeña que casi nunca prendo.

En un frases más me  haré un té de regaliz y pensaré en lo humano y lo divino mientras espero que no me queme la lengua. Fundamentalmente pensaré en cómo justificarme para no hacer nada de provecho esta tarde y, a la vez, hacer algo provechoso.

Últimamente me apetece más pintar que escribir. Pintar que corregir. Y por eso agarro las ceras de colores que compré el año pasado y garabateo en mi cuaderno tendederos, flores, palabras... durante horas. Creo que les estoy cogiendo el tranquillo, aunque soy sincera conmigo y asumo que son otra ventolera más que sumar a mi ruleta de actividades. Ahora, podré añadir las ceras a las acuarelas, las novelas, los poemas, la lectura, los pasteles y los bordados. Así saltaré de un templo al otro, escapando del aburrimiento de la repetición (que es el monstruo que más miedo me da por las tardes).

Respiro y acaba una canción. Mañana volveré a la universidad para hablar de mis novelas. Este tema tiene más ritmo, chascan los dedos, es percusivo. Mejor bailo y os dejo.