lunes, 8 de octubre de 2012

un lunes de octubre, una monotonía cualquiera


De madrugada, tendida en la cama con los ojos abiertos intentando descubrir la primera luminosidad del día, imaginaba que llovía fuera, incluso escuchaba la lluvia. Esperaba que algún coche cruzase la calle para que el ruido de los neumáticos sobre mojado fuese mi mejor señal, pero la ciudad se mantenía en silencio. Sólo podía oír ese aparente manto de agua. Supongo que algún vecino se duchaba más allá de mi pared, porque al abrir las persianas sólo pude ver una niebla gris que recortaba los árboles del zoológico. 

Es lunes y cuento los días hasta el jueves, las horas hasta la tarde del jueves, cuando un tren me acerque a Madrid y todos sus misterios. Me estiro de nuevo y deambulo por la casa con la cara sin lavar hasta que consigo prepararme un café decente. Todo huele a limpio después de la paliza que me di ayer y eso me hace sentirme en calma. Enciendo la lamparita de la mesa del teléfono y el ordenador mientras imagino las noticias del día: importante partido, importantes elecciones... A veces el mundo cíclico pesa más. 

En mi viaje al trabajo asciendo sobre las nubes que se comen la ciudad. El sol me ciega en una curva, los tejados se yerguen bajo el asfalto, los pinos parecen más verdes. Respiro llenando todos los pulmones y descubro que no soy la única que ha pensado que el paisaje merece una fotografía. Ahora todos queremos llevar la belleza en el bolsillo, encerrada en un pequeño aparato, como si pensásemos que nuestra imaginación no podrá recordar todos los detalles. Veo su mensaje en el correo electrónico de antes de salir al trabajo y sonrío complacida. Hoy es todo más lógico. Es lunes. 

Las dos últimas horas las dedico a hablar del arte, de sus función, su significado, su relación con la literatura... El primer grupo está lleno de preguntas y ganas de participar. El segundo prefiere que se lo den todo hecho. Aún así acaban arrancando y, cuando suena el timbre, siento que me han exprimido o vampirizado. Pero estoy feliz. Estoy feliz porque he hablado dos horas de cosas que me gustan, aunque me habría gustado mucho más esta clase con un público adulto. 

Las horas pasan. Hago lo que espero de mí, es decir, cocino, riego, planto unas semillas de encina y de pino en la terraza, recojo la ropa, preparo un té y vuelvo al trabajo. Una alumna me hace reír a carcajadas con una redacción bastante bien hilada y las caras agotadas de mis compañeros me recuerdan que mañana el día será idéntico al de hoy. 

Intento hacerme una idea del día que ha tenido él, de la luz que hay en el estudio cuando yo salgo a un atardecer malva sobre las montañas y el mar. Vuelvo a llenar los pulmones de aire, dispuesta a eliminar la tensión del día de camino a casa. Mastico un poema que he leído en algún sitio, suspiro sin darme cuenta. Las paredes aún están calientes por el sol del día, pero mi casa aguarda en silencio, vacía hoy, con las sillas patas arriba y la penumbra que espera las bombillas. Dejé el té a medias sobre la mesa y eso hace todo extrañamente más real. A veces siento que llego a la vida de otra o me descubro, de golpe, abrumadoramente yo, como ahora. 

martes, 18 de septiembre de 2012

el personaje del escalón


Los comienzos de curso siempre llevan de la mano un incremento de mi vocación de maruja. Así que hago mil cosas en la casa por las tardes. Me vuelvo loca entre lavadoras, paso la aspiradora como si no hubiera mañana, se me ocurren redecoraciones o le dedico tiempo extra a mis macetas. Ayer, entre tanta vorágine de ama de casa, salí a la compra a última hora. 

En un escalón cerca de casa, que por las mañanas es una empresa de ascensores, había un hombre negro sentado al lado de lo que parecía un paraguas malva. Aparentaba tener mi edad y parecía atlético. Imaginé que de pie era igual de alto que yo. Como no puedo dejar que mi imaginación vuele descontrolada, mientras que me dirigía al supermercado, le iba inventando una vida. 

Después, con las compras, me olvidé de mi personaje y me concentré en una canción que no salía de mi cabeza. Como llevaba el pelo húmedo me sentía fresca y relajada. Me había puesto un vestido para marcar la diferencia entre la jornada laboral y mi descanso. Iba absolutamente absorta cuando, al regresar a casa, en la esquina de mi calle, vi a alguien de pie mirando a los lados, como cuando se espera algo. Descubrí emocionada que era el mismo hombre negro del escalón. Miraba su reloj cumpliendo todos los tópicos disponibles y, efectivamente, era sólo un poco más alto que yo y muy proporcionado. Llevaba unos pantalones marrones claros y una camiseta blanca de rayas. Me alegró volver a encontrarme con mi personaje porque quizá recibiese nuevas pistas sobre los motivos de su espera.

Me crucé con él, aguantando las ganas de saludarlo -suele pasarme que, al inventarme la vida de la gente, me creo que ellos me reconocerán como narradora y se me olvida que no saben nada de mí y que no debo hablar con desconocidos-, y me encaminé a mi casa pasando por el escalón. Allí aguardaba el paraguas malva, que resultó ser un precioso ramo de flores. A su lado había una lata de cerveza. Yo había tardado media hora más o menos en comprar y él seguía allí, no se sabe desde cuándo, esperando con un inocente ramo de flores. 

Mi personaje cobró nuevas dimensiones. Imaginé que había comprado la lata aburrido de esperar. Imaginé que ella era rubia y extranjera. Imaginé que pensaría que el ramo era demasiado o una costumbre pasada de moda. Y fantaseé con que me regalasen flores. Me encanta recibir flores y me apena que sea una tradición venida a menos. Sí, definitivamente aquel hombre se había convertido en el héroe de mi día. ¡Qué ironía que una vez en casa lo olvidase por completo! Así de breve es la fama en mi cabeza. 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

gravedad



Nadie puede evitar que la Tierra gire. De pequeña me preguntaba cómo era posible que no nos cayésemos todos en cada vuelta, cómo era posible que no nos fuésemos derramando unos sobre otros desde el norte hacia el sur. Después te explican el concepto "gravedad" y crees en él como crees en Dios, porque yo no soy física y no puedo demostrarlo por más que se me caigan las cosas al suelo y no al techo. Giramos. Queramos o no. Podemos sentarnos en el suelo y patalear o podemos abrir los brazos y dejarnos marear por la vida como cuando éramos niños y dábamos vueltas y vueltas mirando arriba. 

Él me marea. Y yo me agarro a su forma de girar. Me vendo a su forma de girar, pero no me deja renunciar a nada. Su lema es "juntos". Aunque se lo trague Madrid como en la canción de Débora. Porque creo en la gravedad, no tengo miedo. Ni siquiera cuando suena un portazo o el viento nos da un susto de madrugada. Él pronuncia mi nombre muy despacio y me recuerda aquella sentencia, hace años, que Chica me hizo escribir después de un corto que habíamos visto en internet. Él que no existía, me llena las manos y la boca de pruebas demostrables. Entonces digo: no somos una hipótesis. Digo: ya no voy a fantasear más con el hombre que no existe porque está sentado en mi sofá. Dice: ¿de dónde has salido?

Nadie puede evitar que la Tierra gire, que las cosas cambien, que la vida vuelva y vaya y te gaste bromas como esta y te diga: hace diez años que te lo vengo avisando. Por eso respiro, estiro los brazos, sonrío y vuelvo a creer en la posibilidad de cambiar el mundo con las palabras. 

domingo, 24 de junio de 2012

mi tercer san juan, mi segundo año en esta casa


Como siempre, los monos me despiertan. Ayer quemé mi deseo y mi renuncia en una hoguera de alemanes mientras paseaba por la orilla con los pies llenos de arena. Ahora Boza canta en mi ordenador y paro un segundo para clavar los ojos en la estantería de los libros de poesía. 

Mi primera noche de San Juan la pasé durmiendo en mi colchón nuevo en el suelo del dormitorio porque aún no había montado la cama. Y ahora son dos años los que cumplo en esta casa blanca llena de luz. Cuando me mudé, deseé para ella: "que esta casa conozca el amor" y, cierto día, con la terraza llena de gente que comía los dulces que les había preparado, que cantaba con guitarras, que reía bastante alto, me di cuenta de que mi deseo se había realizado. Esta casa ha estado llena de amor. 

Muchos días. En cada cena compartida, en cada visita, con cada lata de galletas, con las recetas, con los libros, la literatura, los viajes de lejos y los de cerca, las acuarelas, cada invento, cada siesta... Dos años dan para muchas aventuras, para subir muy alto y saltar también a lo profundo, para andar de puntillas o besar la vida con descaro. Siempre bajo el ritmo del reloj. Siempre con los árboles al frente y el mar intuido a lo lejos. 

Felicidades, casa blanca, estamos de aniversario. 

martes, 12 de junio de 2012

orillada


Soy el segundo puerto de Turquía después de Estambul. Porque Débora me llama Izmil cuando se despide. Alejandro y ella recorren costas perdidas en su viaje de novios y me mandan fotografías o palabras o las dos cosas a la vez. Son felices. La felicidad no es tan cara como la pintan. 

Yo leo Kafka en la orilla soplando entre las páginas para eliminar los restos de arena que la playa dejó para mí la última tarde. El mar es un buen sitio para leer y olvidarse de todo. Lo descubrí al principio. También es un buen sitio para encontrarse. Un rincón donde es sencillo sonreír. Las tardes se alargan y me ofrecen sus posibilidades. Me cedo. Es una propuesta interesante la de vivir cada día como si el río... Pienso en Siddharta mientras dormito en la orilla y ronroneo como un gato al sol. 

Las cerezas llenan el cajón del frigorífico y canciones en francés recorren los rincones de la casa. Ando descalza, de puntillas, mientras imagino cómo serán los vecinos que se mudan hoy la piso contiguo. El olor de la ropa limpia entra desde la terraza como un mantra perfecto que me acuna. El viento mueve las cortinas. El viento. Son días de viento junto al mar. Lo pienso con la bolsa de la compra contra el cuerpo mientras subo de vuelta del mercado. 

Hay cosas que permanecen y otras que cambian. Por ejemplo yo. Siempre la misma, siempre en nuevas combinaciones. Caleidoscópica. 

miércoles, 6 de junio de 2012

a las puertas del verano


Hoy la ciudad había sido engullida por la niebla. Los limpiaparabrisas automáticos se dispararon en cuanto salí de la cochera. Me había despertado saltando a la ducha y pensando en un vestido largo de tirantes, así que durante todo el viaje mantenía la esperanza de que el cielo se despejase conforme comenzase mi ascenso a la montaña. 

Saqué las gafas de sol en una curva adornada por buganvillas que se escapaban de los últimos retazos blancos de nube. Conforme atravesaba el pequeño pueblo desde las alturas, pensaba en aquel viaje a Tenerife con mi familia, cuando al subir al Teide nos sentíamos dioses por encima de las nubes. Quizá hoy trabajo en el Olimpo y el vestido de tirantes no ha estado de más. 

Hace calor y nos movemos despacio por los pasillos. Las clases son silenciosas porque el sopor nos amodorra a todos mientras la luz brilla más allá de los cristales. Sueño con la siesta. Sueño con el mar. Sueño con tenderme con el libro que estoy devorando. Abandonarme. Con la conciencia tranquila porque la novela está terminada, porque la casa está limpia, porque los exámenes están puestos... porque sólo me queda hacerme las paces, declararme una tregua, darme un premio y una plauso. Sobre todo: ponerme morena.

A las puertas del verano me reclamo con mis mejores maneras y me propongo hacer un inventario de milagros. 

miércoles, 9 de mayo de 2012

fechas

cartel realizado por Erny Gámez


Afán para no separarme de ti,
por tu belleza, lucha por no quedar en dónde quieres tú,
aquí en los alfabetos, en las auroras, en los labios.
Ansia de irse dejando atrás anécdotas, vestidos, caricias,
de llegar atravesando todo lo que en ti cambia,
a lo desnudo y a lo perdurable.
Y mientras siguen dando vueltas y vueltas, entregándose,
engañándose, tus rostros, tus caprichos y tus besos,
tus delicias volubles, tus contactos rápidos con el mundo,
haber llegado yo al centro puro, inmóvil, de ti misma,
y verte cómo cambias, y lo llamas vivir,
en todo, en todo si, menos en mí, dónde te sobrevives.

Pedro Salinas



Abel me manda este poema y pienso en esa necesidad sorda de aferrarme a lo que no cambia, a lo que siempre permanece, quizá para encontrar esa parte de mí que efectivamente sobrevive a pesar de los movimientos constantes del sistema mundo. 

Entre las que soy siempre, está la yo que escribe porque no sabe hacer otra cosa, aun cuando escribir supone atravesar desiertos, vencer gigantes, bucear profundidades insondables. 

Por eso, os dejo las fechas de las próximas citas que tendré como escritora, de la mano de mis novelas o de mi libro de poemas, en algunas ciudades donde tienen hueco para mí.