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miércoles, 10 de octubre de 2018


Es otoño y hace más de un año que no escribo. Que no escribo aquí. Reflexionar sobre el momento se ha vuelto innecesario. Los segundos brillan por sí mismos y la prosa no puede encerrar esa luz, porque no lo necesita. Vivir se ha convertido en algo distinto. Mi voz pertenece a un sitio en el que se cocina lentamente y se ama a carcajadas. 

Por eso no vengo, voy a beber a la fuente y con el agua limpia, me baño. 

miércoles, 1 de marzo de 2017

el camino de cuaresma 2017


Nacho y yo hemos estado de viaje, visitando diferentes institutos para mis encuentros con lectores, aprovechando la Semana Blanca de Málaga para hablar de literatura. Por eso he tardado un poquito en colgar el calendario de propósitos para cuaresma. Este año, hemos reciclado un poco. Pero la ilustración que ha hecho Nacho me parece genial. 


martes, 22 de noviembre de 2016

diluvios


Hay una luz gris en la casa, una luz de final de tarde desde que amaneció, una luz que es azul merienda. Llueve fuera y tintinean las gotas en la barandilla de la terraza como si quisiesen captar nuestra atención mientras dormimos o nos lavamos los dientes o trabajamos en el despacho acompañados del ronroneo de los ordenadores. 

Llueve y las botas salen del armario para colonizar charcos. Me pongo vestido porque cuando llueve odio llevar los bajos de los pantalones mojados. Miro las gotas congeladas en el cristal, contemplando la niebla. 

Ha llegado un señor vestido de invierno a nuestra ciudad y su capa es de aguacero. Me lo imagino vestido de gris con un sombrero azul marino. Lleva gafas empañadas y busca agachándose para mirar a través de los cristales de las casas, todas con la luz encendida. La lluvia siempre siente curiosidad por la vida que se celebra en las habitaciones cuando ella campa por el mundo. 

Las rutinas cambian casi imperceptiblemente, el tiempo se alarga y siempre son las ocho de la tarde. Se preparan tés, se desdoblan mantas de sofá, las novelas de misterio susurran desde las estanterías y los rotuladores se mueven nerviosos en el lapicero como si supiesen que va a pasar algo. Se encienden los hornos y se perdonan lavadoras con alegría. 

Me gusta terriblemente la lluvia. Despertar y enredarme en las mantas hasta alcanzar a Nacho, que está mucho más espabilado que yo. Hacer la magia del café que inunda las habitaciones y sentir que nuestra casa es un palacio seguro, lleno de magia poderosa, que va a mantenernos a salvo del imperio de la humedad que asola la calle. Me siento como un oso que retoza en su madriguera esperando ivernar. Busco la miel e imagino chimeneas en las velas. 

Es raro este escenario en esta ciudad, así que miro los árboles del zoo recortados contra las nubes y me imagino complicadas danzas de lluvia hechas por lemures. Lo aprovecho, invitando a un jersey a unirse a mi fiesta de la tormenta. 

lunes, 21 de noviembre de 2016

calendario de adviento 2016


A veces uno siente la tentación de abandonar, de no perseverar. Entonces llegan los demás -que son unos pesados- y le recuerdan que debe poner sus dones al servicio del reino. Una, que se cree la reina de su casa, se encuentra haciendo malabares con las obligaciones y se descubre dando gracias a Dios por un marido que abandona sus trabajos para aportar su grano de arena. 

¡Gracias, amigos, por tirarme de las orejas! Pedid y se os dará, tarde cuando me toca dar a mí, pero se os dará. 

jueves, 3 de noviembre de 2016

el otoño llega en la luz


A este lado del mundo el otoño sólo llega en la fruta y en la luz. Cuando ves chirimoyas en las tiendas, sabes que algo está pasando con las estaciones más allá del mar. Pero aquí no se caen las hojas, no bajan las temperaturas, no sacamos las rebecas del armario.

Creo que mi luz preferida del año es la del otoño, que se filtra naranja y cruzada hacia las paredes del salón o trepa hasta mi almohada en el dormitorio cuando Nacho sube la persiana. La luz de otoño recorre el pasillo hasta la cocina y se estira en las estanterías como un gato perezoso de colores cálidos. Hay algo dramático en esta luz, algo teatral en cómo incide en la cara vista de los objetos, dejando al capricho de las sombras lo que no alcanza.

Las sombras también son de otoño. Aparecen antes por las tardes y se alargan en la terraza hasta que alcanzan nuestro pino. Son las dueñas de la cocina desde medio día, obligándonos a lavar los platos con la luz encendida. Son sombras que invitan a encender una vela en el pasillo, a amar la luz sobre las cosas.

Me gusta el otoño que inaugura mantas. El tiempo me invita a una revolución más dulce que la de la primavera. La casa es más hogar de alguna forma. El sofá es más cómplice, la costura más agradecida. Ponemos la radio por las tardes y el tiempo se alarga y multiplica. Rescatamos recetas que habíamos desterrado por culpa del calor y vuelven las calabazas, las quichés, el horno con toda su fuerza, los bizcochos y los frutos secos. Benditas sean las dietas del otoño y las lecturas de poesía al atardecer. 

Anuncian lluvias para el fin de semana, así quizá podremos fingir que el otoño llega también en un frío dulce que invite a los abrazos. 

lunes, 24 de octubre de 2016

el día de las bibliotecas



Las mudanzas siempre tienen algo de difunto y algo de resurrección. Recuerdo aquella mudanza adolescente, cuando creí que el mundo iba a acabarse y guardé mis tesoros en una única caja de cartón. Repartí una herencia de juguetes entre mis amigas, lloré desconsoladamente como un alma atormentada y copié direcciones postales para escribir cartas. 

Aquel primer verano no tenía amigos que me invitasen a sus piscinas y las tardes se hacían largas y eternas. La biblioteca de ese nuevo pueblo fue mi salvación. Abrían a las cuatro de la tarde. Yo iba en el calor de la siesta, buscando las calles más estrechas y las sombras de los balcones. Llegaba junto a la estantería llena de literatura juvenil y me sentaba en el sillón verde y polvoriento que había debajo. Iba en orden por las baldas. Cada día leía uno de los libros en la biblioteca y me llevaba otro para leerlo en casa. 

Había de todo. Libros encantadores, pero también otros predecibles y aburridos que ni siquiera me preocupaba en acabar. Me molestaban los temas tremebundos de anorexias, embarazos no deseados, droga y destrucción con los que nos bombardeaban en los noventa. Esas historias quedaban olvidadas rápidamente y me dejaba seducir por novelas de misterios, romances imposibles, visitas a pueblos de la infancia, circos terribles y sombras en la noche. 

Aquel primer verano la biblioteca fue mi cueva particular, mi espacio seguro, mi refugio. Después conseguí amigos y acudía a las bibliotecas a estudiar, a trabajar en un artículo que se me atragantaba, a concentrarme. Amo el silencio de las bibliotecas, los susurros quedos de los que se acercan para charlar justamente porque está prohibido. 

El tiempo me ha regalado conocer bibliotecas increíbles y bibliotecarios amigos. Ahora tengo la suerte de vivir al lado de una biblioteca que a veces utilizo como centro de operaciones cuando necesito alejarme de todo para adentrarme en una novela. Me gusta colocar los libros que han abandonado su espacio, poner derechos los que están torcidos, visitar las mesas de novedades o las propuestas temáticas según el mes del año. Me gustan los catálogos de las bibliotecas y mirar en la ficha del libro cuántos antes de yo han sido presas de la misma historia. Sobre todo, me encanta encontrarme en las bibliotecas y ver las fechas en los que los lectores se han tropezado en mi historia. Es como recibir el mensaje de un náufrago en una botella de cristal. 

En el día de las bibliotecas, felicito a todos los ratones como yo. ¿Cuáles son vuestras historias de biblioteca? 

domingo, 15 de noviembre de 2015

calendario de adviento 2015


Muchos nos pedíais ya el calendario de propósitos de Adviento de este año. ¡Nos ha costado, pero aquí está! Orado, de cara lavada con este precioso diseño de Nacho, alegre y lleno de misericordia. ¡Ojalá nos sirva a todos!


sábado, 31 de octubre de 2015


Me gustan los sábados por la mañana. Como a todos. Me gusta que Nacho suba la persiana y la luz entre hasta la almohada con pereza. Escucharlo trajinar por la casa hasta que vuelve a sacarme del remoloneo, del sopor, y yo le pregunto si salimos a desayunar fuera. 

Creo que la comida que más disfruto del día es el desayuno. Vienen a mi cabeza todos esos bufes libres de los hoteles, esos despliegues de bollos y zumos, de fruta y cereales. Me encanta pedir un café con la leche fría. Esperar mis tostadas, imaginar qué pan tendrán en cada cafetería. 

Los sábados por la mañana el tiempo pasa de forma distinta si madrugas. Sólo encuentras algún jubilado que ha ido temprano a hacer la compra y que sonríe satisfecho por haber escapado de todas las colas que se harán conforme avance el día. Puedes escuchar tus pasos los sábados por la calle. Nosotros llevamos el carro de la compra y los ojos alegres de los que saben que van a darse un banquete antes de cargar las bolsas. 

Esa peregrinación de la cafetería al supermercado, del supermercado a la frutería, de la frutería a la carnicería, es milagrosa. La gente que madruga los sábados tiene cierta complicidad amable. Te cobran el café con confianza, te arreglan el pescado con paciencia, lentamente, primorosamente, te dejan acariciar la fruta, seleccionar las verduras, comer una almendra, te comentan las recetas de las albóndigas o te aconsejan un truco que no sabías. Los mañaneros son un club secreto, una alianza. Sonrío y respiro la camaradería de las primeras horas, sobre el traqueteo del carro y las anécdotas. 

Así, Nacho y yo volvemos a casa fantaseando con lo que vamos a cocinar, con lo que vamos a leer, con nuestros tópicos cotidianos, hasta que el frigorífico parece preparado para fiestas y la despensa llena nos observa interesante. 

Me gustan los sábados por la mañana. Aunque me tenga que tomar una infusión de regaliz para digerir los churros que pidió mi valentía. 

lunes, 27 de abril de 2015


En Budapest, en nuestra Luna de Miel, cuando estábamos recogiendo los bañadores para irnos al Balneario Szécheny, a ver el vapor elevarse en la noche temprana, me sonó el teléfono con un número español. Creo que Nacho estaba recogiendo toallas en el baño, yo me senté en la cama del pequeño apartamento para responder. 

Cuando Paloma Jover dijo mi nombre y dijo los nombres de todos los que la acompañaban, supe que la cama no iba a tener la fuerza suficiente para sustentarme, así que me senté en la mullida alfombra morada que debían haber pisado mil pies desconocidos. Entre felicitaciones y risas, descubrí que había ganado el Premio Gran Angular 2015 de la Editorial SM, y entre felicitaciones y risas me puse a llorar sin saber muy bien cómo controlar los suspiros para convertirlos en palabras. 

Nacho volvió del baño y me miró, con esa mezcla en los ojos de pánico y felicidad propia del marido reciente, cuando encuentra a su reciente mujer haciendo algo insospechado -como reírllorar en una alfombra lejos de casa-. Poco a poco fue comprendiendo, por mis pocas palabras, de qué iba el tema y, por eso, cuando colgué, me levantó del suelo y me abrazó con todo el cuerpo mientras yo rompía a llorar. Sé que Paloma Jover se emocionó al teléfono, porque las dos nos quedamos calladas un momento, cuando todos descubrieron que estaba en mi luna de miel. 

Después tenía que preguntarle a Nacho, ya en los baños, entre el vapor y el agua, los cuerpos desconocidos y el silencio, si todo era verdad o si yo me lo había inventado. Por eso me regaló una gargantilla con una pequeña estrella brillante, para que pudiese acariciarla y así supiese que era verdad. Estaba tan orgulloso, me encanta cómo me mira siempre. 

Cenamos en una cafetería con decoración modernista, mientras un pianista de más de sesenta años me dedicaba canciones españolas. Brindamos con champán, pedimos tabla de quesos, patés y pato. A las nueve estábamos acostados, imaginando cómo sería todo. 

Lo que no imaginamos fueron los meses de silencio tras el anuncio. ¡El premio era secreto! Hasta el 21 de abril no podíamos compartirlo. Y era un secreto de esos que saltan y brillan y relucen  y te ponen cara de enamorada. ¡Qué ganas de gritarlo a los cuatro vientos! Por eso fue bueno conocer a Pedro Mañas y a David. Porque Pedro Mañas ha ganado el Premio Barco de Vapor y hemos podido llamarnos, cotillear y contarnos toda la aventura como si fuese nueva cada día. 

El almuerzo casual que surgió tras la primera visita a la editorial -Berta, Lara, Marta, Patry, Carol, Paloma y Paloma, Bea, Gabriel... todos, gracias por hacerme sentir en casa-, en que Nacho y yo nos bebimos una botella de lambrusco con Pedro, fue sólo un comienzo inesperado para una historia trenzada con paciencia. 

Poco a poco, el secreto fue engordando y pesando, pero el hecho de compartirlo, las llamadas largas y desvariadas, los emails cotilleando, las grabaciones en Madrid -Cuatro Tuercas, gracias, gracias, gracias-, el deseo de las cubiertas, las entrevistas por teléfono... hicieron ligera la espera y sorprendentemente dulce la amistad. 

Cuando bajé de recibir el premio de manos de la Reina -gracias Letizia por la complicidad, por dejarte llevar al mar, por tu piedra rosa-, tras el discurso en que le daba las gracias a mi marido -culpable siempre de todo-, mientras nos quitaban los micros, Pedro y yo nos abrazamos. Nos abrazamos con esa paz, por fin, del trabajo realizado, nos abrazamos con esa profundidad del naufrago y su isla, de la tierra prometida. Nos abrazamos unos segundos gritando por fin aquel secreto. 

La vida secreta de Rebecca Paradise y El mar por fin existían. 

Por fin existen. Y nos hacen felices de tantas maneras que no puede contarse simplemente en un blog en internet. Para entenderlo hay que ir a Budapest, hay que ir una mañana a la oficina de Pedro, hay que estar enamorado y arriesgar una mudanza, pasar las primeras Navidades en familia, tener miedo en un coche en una carretera, hacer el amor después de la siesta, cocinar bizcocho de zanahoria o buscar un vestido con tu madre por todas las tiendas de la ciudad. Para entenderlo hay que amar las palabras y la vida, de una manera torpe y extraña, pero luminosa. 



Gracias a todos los que habéis llamado, a los que habéis escrito, a los que habéis sonreído conmigo y habéis hecho vuestro este premio también. Perdonadme la pereza -y la incapacidad a veces- de no responder uno a uno vuestros infinitos mensajes. Todos los leo, por todos doy gracias a Dios, porque aquella mañana en Budapest yo le rezaba: "Señor, ¿cómo podrías hacerme más feliz? Es imposible, gracias, Señor, por toda esta felicidad", y a las dos de la tarde sonó el teléfono. Me dio risa porque Dios, hace esas cosas conmigo. 

viernes, 20 de febrero de 2015

comienzos



Me gusta empezar una libreta cuando tengo nuevo proyecto de novela. Por eso me gusta pasar por Muji cuando vamos a Madrid y hacerme con un cargamento. Muchas veces escribo sólo la trama general, algunas notas sobre el argumento, y olvido la libreta y la novela hasta que madura lo suficiente como para sentarme a escribir. Otras veces, nada más iniciar el cuaderno, inicio el proceso de creación y lo lleno de esquemas de capítulos, de dibujos y de notas que iré utilizando cuando me siente delante del ordenador a contar mi historia. 

Esta casita la dibujé ayer mientras el sol entraba por la ventana y calentaba la mesa. Quería visualizar el bloque de pisos en el que centraré mi nueva aventura. Así puedo imaginar quién hay tras cada ventana, cuántas habitaciones tiene cada casa, dónde están los baños y las despensas. Parecerá una tontería, pero tengo planos y dibujos de los edificios sobre los que escribo, de las habitaciones y las posiciones de los personajes en escenas corales. Quizá es herencia del teatro, o quizá tengo una imaginación muy visual. ¡Ni idea!

Sea como sea, tengo ganas de escribir. De sentarme esta semana con mi café, de levantarme para el café, para dárselo todo a la tacita humeante. Tengo ganas de contar esta historia, la historia de una chica que quizá se llame Azul y de un chico que aún no sé cómo se llama. La historia de un edificio y sus habitantes. Seguramente una historia de amor porque, ¿qué somos si no eso? 

Así, mientras Nacho esté dibujando, yo estaré haciendo lo mío. Y el despacho será dignificado y el día será como nos gusta el día: literario e ilustrado. Con las pausas justas para la cocina, para conquistarnos las tripas. ¡Cómo amo pasar esta última semana de febrero en casa! Es un regalo fenomenal. 

miércoles, 4 de febrero de 2015

de la frustración y los smoothies


No recuerdo la última tarde que estuve aburrida. Quizá fue en noviembre. Seguramente en otra vida en que las horas no corrían tan rápido y la agenda no estaba llena de actividades, compromisos y visitas. La acción es fantástica porque te arrastra a aprender cosas nuevas, a enfrentarte a situaciones insospechadas, a no paralizarte. 

Pero así es imposible escribir. 

Y eso hace que arrastre una extraña sensación de frustración, de infelicidad, por toda la mañana. De clase a clase, de actividad a actividad, voy sintiendo el deseo de sentarme con los esquemas, la hoja en blanco, los proyectos y las fechas. Luego llega la tarde con sus obligaciones, el ritmo de la casa, las tareas, el orden... Y vuelve a pasar un día sin que me haya sentado a trabajar en mis propios proyectos. 

Lo cierto es que esa insatisfacción no hace que deje de disfrutar del resto de proyectos de mi día. Soy feliz leyendo los libros nuevos que hemos comprado, peleando con mis alumnos imposibles, acudiendo a la compra o recibiendo a las visitas. Pero, especialmente, soy feliz desde que el lunes descubrimos una frutería nueva llena de tesoros. 

Nacho y yo nos regalamos el domingo un libro para hacer zumos de fruta y verdura. Nos gustó la idea, aunque sobre todo nos gustó el diseño del libro, para qué mentir. Últimamente los libros de recetas cuidan mucho la estética de sus páginas y dan ganas de coleccionarlos sólo por ver las fotografías. La cosa es que ha sido todo un descubrimiento. 

Sólo hemos probado dos de las recetas, pero nuestro frigorífico está a reventar de alimentos frescos con una pinta estupenda. Primero hicimos un zumo de espinacas, brócoli, escarola, uvas y manzana roja que, pese a tener un color poco apetecible, estaba delicioso. Y esta mañana nos atrevimos con uno de remolacha, zanahoria, escarola, espinacas, jengibre, naranja, miel y manzana. Energizante. 

Cada vez que abrimos la nevera nos preguntamos cuál será nuestra próxima conquista, si zumos marrones, verdes o rojos, si mezclaremos la piña con las frambuesas o los rábanos con las mandarinas. 

Así que, como siempre, debido a un nuevo descubrimiento, me engaño a mí misma diciéndome que recuperaré este blog: que hablaré de las frustraciones literarias o de las conquistas culinarias, que contaré todas las recetas suculentas que prepara mi marido para sorprenderme o que alabaré los libros nuevos con los que me encuentro. 

No podemos engañarnos. 

Al final publicaré esta entrada y volveré a olvidarme de escribir en este rincón durante meses. ¿Seguiremos tomando zumos por entonces? ¿Habré conseguido concentrarme en una nueva novela? El continuará siempre resultó esperanzador, pero un poco cortante.  

miércoles, 10 de septiembre de 2014

el extraño poeta




Estaba en primero de bachillerato cuando Don Lucas nos llevó al instituto nuevo a participar de un encuentro literario. Al parecer venía un poeta. Nosotros conocíamos ya muchos escritores de narrativa juvenil, solían venir una vez al trimestre al instituto. Pero no conocíamos ningún poeta vivo porque, según los manuales, todos -desde Garcilaso hasta Lorca- estaban muertos. Además, era extraño: un poeta. ¿Qué criatura rara sería aquella?

Paseamos las calles emocionados y nuestra sorpresa aumentó cuando, al llegar al centro, nos hicieron entrar a una clase que habían convertido en tienda de libros. Y allí, nada más y nada menos, que infinidad de libros del poeta señalado al que íbamos a conocer. El único contacto que yo había tenido hasta entonces con un poemario había sido a través de una breve antología de Pedro Salinas de un periódico que le había robado a mi abuelo del campo. ¡Muchos poemarios sobre las mesas! Y casi todos negros, qué sorprendente. Negros con un pequeño dibujo en la portada y las letras del título en blanco.

Mi madre, seguramente porque conocía mi curiosidad, me había dado aquel día cinco euros que, sumados a los dos que yo llevaba de mi cuenta, y a otro que pedí prestado a una compañera, compusieron mi enorme presupuesto para comprar uno de los libros del famoso y desconocido poeta. ¿Cómo era posible que libros con las páginas prácticamente en blanco costasen tantísimo dinero? ¡Veinte euros algunos! No daba crédito. ¿Quién será este hombre?, me preguntaba con incredulidad.

Compré Habitaciones separadas y atendí a la llamada de Don Lucas, que nos reunía ya como a ovejas para ir al lugar del encuentro con el escritor.

Parecía que tenían la intención de volvernos locos porque no nos dirigimos a una clase, ni siquiera acudimos al flamante salón de actos que debía tener ese instituto tan nuevo. No. ¡Fuimos nada más y nada menos que al gimnasio! Allí habían puesto un escenario como los de la feria y había una colección ingente de sillas de plástico blancas ya ocupadas. ¡Qué cantidad de gente! ¿Y todo aquello por un poeta?

No sé si esperaba que surgiese una especie de gurú con túnica o un místico levitante, quizá un señor con traje de chaqueta y barba larga... ¡O incluso un sombrero! Lo cierto es que me decepcionó un poco aquel hombre sencillo, con vaqueros y camisa blanca, que subía al escenario acompañado de las autoridades. No sabía bien si el poeta era el poeta o era algún otro de los más revestidos.

Lo presentaron como Luis García Montero y dijeron infinidad de cosas importantes sobre él que no nos importaron lo más mínimo. Entonces le cedieron la palabra. Recuerdo perfectamente estar sentada en mitad del gimnasio, intentando enfocar su cara y sus gestos. Nos habló de la poesía de una manera muy extraña porque se alejaba mucho de lo que habíamos escuchado en clase. Él nos explicó que un poema podía ser un puzzle y nos enseñó cómo se podía mezclar la voz de una azafata de vuelo con la de unos amantes. ¡Deshizo ante nosotros los trucos, las metáforas, las trampas de la escenografía poética!

Yo miraba el libro que había comprado y lo miraba a él. Como si no pudiese identificarlos.

Al terminar la conferencia, Don Lucas se las agenció para hacerme subir al escenario y contarle al poeta que yo iba a ser escritora. Por aquél entonces mi profesor de literatura lo tenía mucho más claro que yo. No me atreví a darle el libro para que me lo firmara, me sentía muy avergonzada.

Hoy me ha llegado a casa una antología de La isla de Siltolá. Antonio Moreno Ayora ha invertido tiempo, esfuerzo y ternura en contactar con cincuenta poetas andaluces que él consideraba botón de muestra del panorama actual de Andalucía. El libro es precioso en su edición y a modo de casa alberga en él a ese poeta desconocido de mi adolescencia y a muchos otros que aprendía a admirar conforme crecía. Por supuesto, la sorpresa no es esa, la sorpresa es que mi nombre aparece también en el índice junto con cuatro poemas.

¿Quién me lo iba a decir a mí aquel día en aquel gimnasio cuando escondí su libro en la espalda y me puse roja hasta las orejas? ¿Quién?

viernes, 22 de agosto de 2014

normas de cortesía



La entrega absoluta y la búsqueda de la verdad eterna tienen un atractivo incuestionable para los jóvenes y los altruistas, pero cuando una persona pierde la capacidad de deleitarse en lo mundano -un cigarrillo en el porche, las sales de jengibre en el baño- probablemente corre un peligro innecesario. Lo que intentaba decirme mi padre, cuando llegaba al final de su propia trayectoria, era que ese riesgo no debía tomarse a la ligera: hay que estar preparado para luchar por los placeres sencillos y defenderlos frente a la elegancia, la erudición y toda suerte de seducciones glamurosas.

Hace algunos meses me llamó la atención la portada de El mayor Pettigrew se enamora, quizá por el color morado, quizá por la fotografía, y después de verla en varias librerías me animé a comprarlo para leerlo, porque sentía ya que era una señal encontrármelo en tantos sitios. Resultó que la narración era fluida y entretenida, capaz de observar los detalles más cotidianos para hacerlos protagonistas de la escena. Me encantó. Quizá por eso compré después Educación Siberiana que, salvo un capítulo horrible que jamás volvería a leer en todos los días de mi vida, me pareció una genialidad. 

De pronto estas ediciones en bolsillo de la Editorial Salamandra comenzaron a sorprenderme. Mi experiencia anterior era que, al hacerme con uno de sus títulos, me enfrentaba a una sórdida historia que me dejaba vacía por dentro, a pesar de desarrollarse más o menos bien. Por eso estos últimos libros me han sorprendido y, entre ellos, Normas de cortesía, de amor Towles, que me bebí ayer prácticamente de sentada. 

Al principio temía, por el texto de la contraportada, que fuese una vuelta a los tópicos de Salamandra de venderte una historia genial que al final termina con sexo entre hermanos, autimos feroces, desapariciones y vidas desgraciadas; pero aún así la fotografía de la portada me animó a comprarlo (al mismo tiempo que adquiría La isla del tesoro). 

Amor Towles desnuda ante los ojos del lector las calles heladas de un invierno en New York en los años 30, para después llevarlo de la mano a través del resto de estaciones. Restaurantes de éxito, oscuros locales de mala muerte donde puede escucharse jazz hasta la madrugada, tiendas de lujo, apartamentos minúsculos, fiestas de sociedad, vestidos de lunares, secretarias de gabinetes uniformadas, martinis de sobremesa y personajes llenos de matices hacen de esta historia de un año en la vida de Kate Kontent una sencilla maravilla. A veces, incluso parece que puedas escuchar la música del saxofón mientras lees, que puedas observar el humo de los cigarrillos perdiéndose en la noche. 

Será quizá que al mismo tiempo leo unos ensayos de Pedro Salinas sobre el placer de escribir cartas en los que avisa de los peligros del mundo moderno, pero esta época descrita en Normas de cortesía en la que todavía se está a un paso de la completa perdición de las maneras, me ha parecido excepcional. 

Y sí, quizá retome este rincón -¿cuántas veces habré hecho esta promesa?- para contar un poco sobre lo que voy leyendo. ¡O sobre lo que se puede contar que estoy leyendo! 

Verano, qué maravilla de tardes para la lectura contemplativa. 
 

sábado, 31 de mayo de 2014

la orden del sábado


Acabamos de tender la última lavadora y el aire corre por la casa limpiándolo todo, haciendo ondear las cortinas transparentes para alcanzar los bordes de la cama, el humor del sofá. Se escuchan  los pájaros del zoo y Nacho trajina en la cocina, quizá cortando el gran pan que hemos comprado para congelarlo. 

Siento la satisfacción de los sábados, la satisfacción de estar cumpliendo con el cometido de la especie de acudir al supermercado, de renovar el frigorífico, de llenar el cajón de fruta y verdura. Es como si hubiésemos seguido al pie de la letra algún guión, cuando sólo las mujeres mayores y algunos hombres paseaban por la calle portando sus carros y sus bolsas. 

Elegir, repasar mentalmente la lista de lo necesario, seleccionar la fruta en el puesto de la esquina acariciando las cerezas y los tomates, sonriendo a los nísperos y los melocotones. Me encanta ese olor de las fruterías ácido y caliente. Imaginar cómo será esa fruta cuando esté helada en mi cajón, cuando el sabor venga a sustituir la sensación de ahora. 

Quizá es absurdo, pero me siento parte de la comunidad hablando con el frutero, recibiendo con júbilo la fruta que nos regala porque se va a echar a perder y seguro que hacemos muy buenos batidos. Me siento feliz, cargando con las bolsas repletas de tesoros, regresando a casa con Nacho, charlando de lo maravilloso que es sentirse parte del barrio, observar cómo se despiertan todos y acuden a las cafeterías donde conocen sus nombres o se paran en las aceras para comentar la salud de un familiar. 

Es hermoso el ser humano en lo sencillo. Cuando abandona todas esas aspiraciones rítmicas que marca el televisor -ten, se, demuestra, alcanza, persigue, vence-, y se concentra en el momento justo que vive, recordando que es un animal más, que debe nacer, alimentarse, multiplicarse y morir. Cuando nos desnudamos y somos sólo una pareja que hace la compra, que recuerda en algún rincón de su genética cómo olían los huertos en Roma, cómo incide el sol sobre la Tierra. Me gusta. 

Me gusta el aire corriendo por las habitaciones y los sonidos quedos de las casas. 


sábado, 2 de noviembre de 2013

un recuerdo agradecido a nuestros difuntos



Mi abuela Luisa hacía las gachas con almendras tostadas y así es como le gustan a mi padre. Hoy las he hecho yo por primera vez -después de mirar en internet, hacer llamadas de urgencia a mi madre y mandar wasap de comprobación casi a cada paso-. 

Nacho decía que no había comido nunca gachas y a mí me ha parecido imperdonable no prepararle este dulce tan típico de mi familia -y de muchas otras, lo sé- en el puente de los santos. Llevo días enfrascada en un nuevo trabajo que estoy desarrollando para una editorial y me ha costado bastante cambiar el chip para meterme en la cocina. 

Pero, una vez allí, con los ingredientes rodeándome y el recuerdo de mi familia, ha sido fácil. Ha sido como unirme a una cadena que el tiempo hizo a través de las mujeres que me precedieron y ser una más con ellas. Unirme a mi madre, a mis tías y a mis abuelas llevando a cabo una receta que siempre se repite, girando la leche y la harina en la sartén, concentrada en cómo el humo se iba alzando sobre mi cabeza, pendiente del olor de la matalahúva, del sabor de las almendras tostadas. Como si, de pronto, yo fuera todas ellas a la vez y ese momento no fuera sólo mío. 

Conservar estas tradiciones culinarias es como coleccionar anécdotas y recuerdos de generaciones. Me gusta. Me gusta sentirme parte de algo más grande que yo, de algo que no soy capaz de comprender porque se pierde en el tiempo hacia atrás y hacia delante: la familia, la historia, la vida. 

A Nacho le han gustado -es que me han salido muy ricas- y el sabor le ha recordado a su infancia, como si fuese capaz de recordarlo unido a la imagen de su abuela. Seguro que ella se las hizo alguna vez, ha asegurado dando buena cuenta del pan tostado y las almendras, uniéndose también a su propia historia a través de las recetas. 

miércoles, 29 de mayo de 2013

hermano al rescate


Me tomo un café mientras mi hermano duerme en la habitación contigua. Ha venido a rescatarme del terrible mundo de las nuevas tecnologías en el que, aunque soy hija de informático, no me muevo con demasiada soltura. Estoy contenta porque se está quedando algunos días y me encanta pasar mi tiempo con él. Además, me está haciendo la comida y ha cambiado las fundas del sofá porque se aburría. ¿Cómo no voy a estar encantada? 

Javi se siente en casa como en su territorio y eso me gusta, porque siempre he deseado que esta casa hiciese sentirse cómodo a todo el mundo. Entra y sale a la terraza, inventa en la cocina, observa la obra del zoológico... Está tranquilo. 

La última vez que vino estábamos Nacho y yo en casa, y me gustaba verlos a los dos entretenidos con sus proyectos y sus ilustraciones, hablando de diseño y programas extraños del ordenador, intercambiando ideas sobre materiales y resultados. Que las personas que amas se caigan bien siempre es un regalo inestimable. Y a mí me gustaba observarlos, disfrutar de esa magia cotidiana que transmiten los que aprenden a entenderse -también porque te quieren. 

Así que es bueno tenerlo aquí, esperando conmigo al regreso de Nacho, dándome conversación y carcajadas, escuchando mis aventuras en el trabajo y bebiéndose mi café. Doy gracias a Dios. Estoy contenta. 

Se ha despertado y se va dando golpes contra las puertas, así que voy a hacerle caso. 

martes, 12 de febrero de 2013

el calendario de cuaresma


Este año me he visto en la tesitura de tener que resucitar un viejo calendario de cuaresma. Entre una visita de inspectores en mi trabajo, el lanzamiento de mi próxima novela y la redacción del libro que finalizará mi saga juvenil, no he podido rezar con paz las lecturas del tiempo de cuaresma. Mi amigo Fer (http://odresnuevos.wordpress.com/) me propuso la posibilidad de contar con las propuestas de cuaresma de hace tres años y mi hermano Javier (http://javirojo.portfoliobox.net/) se puso las pilas con los cambios en el calendario. Así que sólo puedo estar agradecida porque, sino hubiese sido por ellos, no habría podido compartir nada con vosotros. 

La cuaresma es un tiempo perfecto para las limpiezas de primavera, las limpiezas espirituales, para mí es un tiempo de luz y orden. ¡Ojalá vosotros también podáis disfrutar de estos cuarenta días de reflexión! 

jueves, 31 de enero de 2013

ven, febrero, hombre de literaturas


El coche suele ser mi generador de ideas. Cuando conduzco, mi imaginación tiende a desatarse -si no voy cantando como las locas-. Construyo la mayoría de mis novelas durmiendo o conduciendo, y esta mañana sentí el empujón de la creatividad mientras subía al trabajo con el sol comenzando a brillar. 

A lo largo de la mañana, entre clases terroríficas con los terceros, debates sobre la imaginación con primero e intentos desgraciados de lectura teatralizada con mi grupo de pcpi, es casi imposible encontrarle un hueco a la creación. Pero al volver a sentarme en el coche para enfilar el camino a casa, mi cabeza volvió a ser un hervidero. 

Por eso, después de comer, seguí mi ritual de café, de encender el ordenador del despacho, subir las persianas, desperdigar lápices, ponerme las gafas y concentrarme en una libreta de pastas grises mientras Milo suena por los altavoces. 

Llevaba meses pensando en la última entrega de Los Portales de Éldonon y necesitaba darme un pequeño empujón para ponerme a escribir. En los últimos tres años, febrero se ha convertido en mi mes de la creatividad, especialmente gracias a la semana de vacaciones al final; pero este año he querido adelantar mi proceso, aunque sea un día. Así que he comenzado a redactar el primer capítulo del que será mi cuarto libro en Éldonon. 

Los principios siempre me cuestan trabajo. Como si tuviese el lenguaje atado y necesitase levantar un mundo a mi alrededor con todas mis fuerzas, casi conjurando un universo que me devore para surgir a través de mí. Así que las primeras 1700 palabras, los primeros tres folios, han sido como aprender a coser. Lento y, seguramente, equivocado. Pero estoy contenta. 

Estoy contenta. Estoy haciendo lo que más me gusta hacer. ¡Ojalá me dure el impulso y las ganas y las fuerzas! Y pronto pueda decir: hay una historia más que contar. 

martes, 1 de enero de 2013

día uno


Mis pasos suenan por las calles mojadas y desiertas. Él corre por un parque de Madrid escuchando sus respiraciones. La ciudad está desierta, sólo algunos señores mayores se reúnen en la plaza a evaluar las consecuencias. El aire helado matiza mi piel, perfeccionándola, y noto su frío llegando a mis pulmones. Siempre soñé con andar por ciudades desiertas, quizá por eso soñé Gris. 

Juan me abre la puerta y Leti aún lleva el pijama. Mi tortuga ninja se queja porque lo visten mientras Lucas me mira con curiosidad desde los brazos de su abuelo. Después el enano y yo arreglamos muebles con una herramienta de juguete antes de salir tarde a misa. 

Sólo abrigos negros. Es algo que me inquieta. La voz profunda que reverbera contra las pieles oscuras de las chaquetas. "Tiene pupa", dice Juan como cualquier niño, con su tono agudo y sorprendente. Dan ganas de crear de nuevo el mundo. 

Y nos felicitamos, rostros conocidos y perdidos en el tiempo que ahora resuenan. Besos repartidos y conversaciones tenues que se olvidarán muy pronto, cuanto todo siga girando y cada uno vuelva a su lugar. Juan Pequeño se aburre y está enfadado por tantas convenciones, quiere irse, supongo que quiere volver a territorio conocido, correr, ¿quién sabe? 

Ayer un amigo decía que estas fechas tan alegres lo ponían melancólico. Supongo que es fácil dar el paso de un lado a otro. Yo elijo quedarme aquí, donde la melancolía es leve y no se alimenta, donde puedo cantar canciones inventadas como mi abuelo, y pruebo de todos los vinos. 


lunes, 15 de octubre de 2012

madrid, una mujer cosmopolita pero chapada a la antigua


La luz acaricia cálida los árboles del zoo, dotándolos de una cara oscura que va preparándose para la noche. El tigre gime descaradamente desde su jaula, supongo que rogando un poco de amor, y un grupo grande de gaviotas gira en círculos sobre el mar en el horizonte. Es extraño pensar que ayer estaba abandonando Madrid, con su ruido y su gente, cuando miro ahora la paz a través de la ventana. 

Estoy leyendo El vendedor de historias. Lo empecé en el tren, de camino a Nacho, y casi lo estoy terminando. Es uno de esos escasos momentos en los que decido alargar un poco más un libro, para que no se me acabe antes de que me de cuenta de que ya no lo tengo entre las manos. Habla sobre la creatividad y el mundo de los escritores. No puedo imaginarme cómo lo acogió la crítica en su momento, es bastante duro con el quehacer de los autores publicados. Aunque como el narrador tiene bastante doblez, uno nunca se siente identificado con lo que critica. "Los malos son los otros". Quizá sería una de los incorruptibles. Qué peligroso...

Madrid me ha enseñado nuevas caras estos días. Pocas veces había visitado sus calles con un madrileño de pura cepa y, claro, sus costumbres y su historia me han llevado a rincones nuevos. Este viaje ha tenido la magia de poner en movimiento personas, lugares y objetos, que sólo formaban parte del ideario de mi imaginación. Conocí las calles de las que había escuchado anécdotas, recorrí los caminos que había dibujado parcamente con retazos, tomé las medidas de las habitaciones, probé los sabores de la cena que siempre es a las nueve y media, puse cara y movimiento a los protagonista de tantas historias y mudanzas. Escuché al otoño acercándose a las avenidas y observé el apasionante engranaje de la realidad que, aunque a veces no es capaz de imitar el brillo de la fantasía, tiene la capacidad de sorprenderme con detalles que no deben pasar desapercibidos. Era como asistir por fin al espectáculo que tantas veces había imaginado. Y lo cierto es que aplaudí como una niña al final de la función. 

Además, disfruté de Sol y sus elegantes gatas, bajo la luz de una tarde que no sabía si prometer diluvios. Disfruté de Rubén, Maria José y un novísimo Pablo, que se quedaba tranquilo en mis brazos mirándolo todo con infinita curiosidad. Disfruté de las librerías en las que soy capaz de aburrir a cualquiera y me hice con algunos libros que necesitaba como documentación de un nuevo proyecto literario. Disfruté de mí y me cansé de andar. Porque las medidas son distintas y lo que es cerca para Nacho, a mí me supone una eternidad. Supongo que es lo que tiene estar aprendiendo de alguien que disfruta tanto del proceso como del final. 

Sí, Madrid me trata siempre bien, prepara para mí ferias del libro antiguo, exposiciones sobre escritores y pintores que me gustan, restaurantes con mis comidas preferidas y tiendas con diez mil tentaciones. No me puedo quejar de esa mujer cosmopolita, pero chapada a la antigua, que a 565 kilómetros retiene lo que es mío.