miércoles, 10 de septiembre de 2014

el extraño poeta




Estaba en primero de bachillerato cuando Don Lucas nos llevó al instituto nuevo a participar de un encuentro literario. Al parecer venía un poeta. Nosotros conocíamos ya muchos escritores de narrativa juvenil, solían venir una vez al trimestre al instituto. Pero no conocíamos ningún poeta vivo porque, según los manuales, todos -desde Garcilaso hasta Lorca- estaban muertos. Además, era extraño: un poeta. ¿Qué criatura rara sería aquella?

Paseamos las calles emocionados y nuestra sorpresa aumentó cuando, al llegar al centro, nos hicieron entrar a una clase que habían convertido en tienda de libros. Y allí, nada más y nada menos, que infinidad de libros del poeta señalado al que íbamos a conocer. El único contacto que yo había tenido hasta entonces con un poemario había sido a través de una breve antología de Pedro Salinas de un periódico que le había robado a mi abuelo del campo. ¡Muchos poemarios sobre las mesas! Y casi todos negros, qué sorprendente. Negros con un pequeño dibujo en la portada y las letras del título en blanco.

Mi madre, seguramente porque conocía mi curiosidad, me había dado aquel día cinco euros que, sumados a los dos que yo llevaba de mi cuenta, y a otro que pedí prestado a una compañera, compusieron mi enorme presupuesto para comprar uno de los libros del famoso y desconocido poeta. ¿Cómo era posible que libros con las páginas prácticamente en blanco costasen tantísimo dinero? ¡Veinte euros algunos! No daba crédito. ¿Quién será este hombre?, me preguntaba con incredulidad.

Compré Habitaciones separadas y atendí a la llamada de Don Lucas, que nos reunía ya como a ovejas para ir al lugar del encuentro con el escritor.

Parecía que tenían la intención de volvernos locos porque no nos dirigimos a una clase, ni siquiera acudimos al flamante salón de actos que debía tener ese instituto tan nuevo. No. ¡Fuimos nada más y nada menos que al gimnasio! Allí habían puesto un escenario como los de la feria y había una colección ingente de sillas de plástico blancas ya ocupadas. ¡Qué cantidad de gente! ¿Y todo aquello por un poeta?

No sé si esperaba que surgiese una especie de gurú con túnica o un místico levitante, quizá un señor con traje de chaqueta y barba larga... ¡O incluso un sombrero! Lo cierto es que me decepcionó un poco aquel hombre sencillo, con vaqueros y camisa blanca, que subía al escenario acompañado de las autoridades. No sabía bien si el poeta era el poeta o era algún otro de los más revestidos.

Lo presentaron como Luis García Montero y dijeron infinidad de cosas importantes sobre él que no nos importaron lo más mínimo. Entonces le cedieron la palabra. Recuerdo perfectamente estar sentada en mitad del gimnasio, intentando enfocar su cara y sus gestos. Nos habló de la poesía de una manera muy extraña porque se alejaba mucho de lo que habíamos escuchado en clase. Él nos explicó que un poema podía ser un puzzle y nos enseñó cómo se podía mezclar la voz de una azafata de vuelo con la de unos amantes. ¡Deshizo ante nosotros los trucos, las metáforas, las trampas de la escenografía poética!

Yo miraba el libro que había comprado y lo miraba a él. Como si no pudiese identificarlos.

Al terminar la conferencia, Don Lucas se las agenció para hacerme subir al escenario y contarle al poeta que yo iba a ser escritora. Por aquél entonces mi profesor de literatura lo tenía mucho más claro que yo. No me atreví a darle el libro para que me lo firmara, me sentía muy avergonzada.

Hoy me ha llegado a casa una antología de La isla de Siltolá. Antonio Moreno Ayora ha invertido tiempo, esfuerzo y ternura en contactar con cincuenta poetas andaluces que él consideraba botón de muestra del panorama actual de Andalucía. El libro es precioso en su edición y a modo de casa alberga en él a ese poeta desconocido de mi adolescencia y a muchos otros que aprendía a admirar conforme crecía. Por supuesto, la sorpresa no es esa, la sorpresa es que mi nombre aparece también en el índice junto con cuatro poemas.

¿Quién me lo iba a decir a mí aquel día en aquel gimnasio cuando escondí su libro en la espalda y me puse roja hasta las orejas? ¿Quién?

2 comentarios:

alguien dijo...

Menudo privilegio que tu primer poeta sea García Montero, no sabes tú na, aunque yo soy más de Javier Egea :P

Isi G. dijo...

Las vueltas que da la vida, es curioso. Espero que te vaya bien con el poemario.

Besos.