martes, 11 de octubre de 2022

escribir algo

Quiero contaros algo y no sé el qué. Que ha llovido cinco minutos esta tarde, quizá, o que en el mar había una barca blanca antes de que saliese la luna. A veces necesito hablar de todo lo insignificante, siento que una nada blanca tira de las palabras, que se desbordan porque no hay más que hacer, porque queda todo por decir. Quise comprar flores, pero no quise abandonar el capítulo en el que estaba inmersa. Así que recogí la ropa de la cuerda y consulté libros llenos de ilustraciones y nombres de plantas. Casi no entraba la luz en la casa, pero la vela estaba encendida sobre la mesa. Y el mundo seguía girando más allá de mí -lo que es extraño, porque yo tenía otro mundo dentro, uno que no existe, del que soy dios cuando creo-. Ahora mi divinidad se multiplica en Leo y entiendo los apuntes sobre transcendencia sin tener en la mirada la luz del poeta. Nacho posa sus manos en mi vientre como si fuese una bola mágica de adivinación. Pero mis visiones son limitadas, ahora solo puedo pensar en ciruelas.

miércoles, 5 de octubre de 2022

La niebla


La niebla enfría con su humedad las habitaciones. Estoy cansada, parada en esa quietud extraña que ni contempla ni genera. La casa está limpia, la sombra se come las flores sobre la mesa, de la calle llegan . que se mezclan con la música folk. Mi amiga me escribe y Nacho teclea en el despacho. Mi cabeza salta de las últimas polémicas literarias a las educativas. Y después se aburre y recuerda un viejo poema: "Leemos los mismos libros...". La luz naranja incide sobre el reloj, pronto prepararemos la cena y hay uvas y lomo a la sal y tostadas como en un libro de Los cinco. Es martes. Hubo un tiempo en que odiaba estos días solo por su nombre, como también odié marzo. Ya no, ahora soy distinta, prefiero no odiar si puedo evitarlo. La ternura me tranquiliza, abrazo su vulnerabilidad.

domingo, 2 de octubre de 2022

Colocar justificativos


Con el pelo mojado y la brisa corriendo por la casa pienso en todos los libros que hemos guardado, movido y recolocado hoy. Me produce una tremenda sensación de extrañamiento pensar que los he escrito yo. Los siento lejanos, una otredad, como si formasen parte de otra vida. Y en realidad, lo hacen. Son miguitas en mi camino, fragmentos, fotografías de la mujer que fui, de la narradora que fui. A algunos me da vértigo asomarme, a muchos me da vergüenza, como si fuesen viejos diarios -¿me gustaría la mujer que encontraría allí?-. Porque a la vez son espejos. Espejos que se guardan también en otras casa, en estanterías de otras casas que tienen un fragmento de mí, una visión de mí quizá lejana a esta que soy, incluso a la que era. Hay un diario de mi vida en novelas y poemas, aunque no hablen de mí. Y miro las cubiertas con genuina sorpresa: son, soy, era. ¿Quién seré en unos años? ¿En qué rincón cogerá polvo este papel, qué hogueras alimentará en qué guerra? 

La lavadora gira y gira. Suenan las campanas de la iglesia. El tiempo es más que un reloj o un calendario. Vivimos, qué extraño.