Mostrando entradas con la etiqueta recuerdos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta recuerdos. Mostrar todas las entradas

martes, 7 de marzo de 2017

el fondo está al principio



Escucho a Maydiremay. Hoy hace tarde de mayo y los árboles lucen quemados por el sol más allá de los cristales. Nacho se pelea con el ordenador y yo fantaseo recordando cómo nos conocimos, en aquel tiempo donde las personas eran metáforas y la palabra construía realidades paralelas. Aquel tiempo del pensamiento sin acción. 

Tengo la mesa llena de papeles que gritan, pendientes, y el espíritu repleto de ideas para novelas y poemas. Pero una pereza feliz se alza sobre todo el ruido y me trae aquí, a escuchar a Mariano mientras el mundo se convierte sólo en sonido. 

A veces los proyectos se enredan como mi caja de ferrero llena de hilos, y una fuerza paralizadora se extiende convirtiendo el futuro en fotografía, en imagen fija. Haciendo incluso que la lectura no resulte tan gratificante como solía, que Pedro Salinas viaje en mi bolso de trabajo sin verme leer sus cartas. 

Pueden ser los viajes, las pelusas de la casa, las macetas o la ropa tendida, quizá las clases desafortunadas, el café descafeinado o la sensación, a veces, de que por mucho que me alce de puntillas, el muro sigue ocultando mi visión. Sea como fuere, quiero escribir y no escribo, quiero leer y no leo, quiero coser y no coso. 

Aunque sí que coloco los armarios, observo las librerías, imagino lámparas, compro fruta, paseo, me deshago con un capítulo más de Se ha escrito un crimen, me acerco cada noche a decirle a Amadís palabras al oído. 

Quizá vivo un tiempo de fantasear con caballeros andantes, un tiempo de mirar a Nacho mientras duerme, un tiempo de amanecer con la luz y sólo ser. Un tiempo en el que el fondo está al principio, de ser hacia fuera. De dejarme sorprender, sin sorprender a nadie. 

Soy público. Os escucho hablar por la calle mientras camino. 

lunes, 24 de octubre de 2016

el día de las bibliotecas



Las mudanzas siempre tienen algo de difunto y algo de resurrección. Recuerdo aquella mudanza adolescente, cuando creí que el mundo iba a acabarse y guardé mis tesoros en una única caja de cartón. Repartí una herencia de juguetes entre mis amigas, lloré desconsoladamente como un alma atormentada y copié direcciones postales para escribir cartas. 

Aquel primer verano no tenía amigos que me invitasen a sus piscinas y las tardes se hacían largas y eternas. La biblioteca de ese nuevo pueblo fue mi salvación. Abrían a las cuatro de la tarde. Yo iba en el calor de la siesta, buscando las calles más estrechas y las sombras de los balcones. Llegaba junto a la estantería llena de literatura juvenil y me sentaba en el sillón verde y polvoriento que había debajo. Iba en orden por las baldas. Cada día leía uno de los libros en la biblioteca y me llevaba otro para leerlo en casa. 

Había de todo. Libros encantadores, pero también otros predecibles y aburridos que ni siquiera me preocupaba en acabar. Me molestaban los temas tremebundos de anorexias, embarazos no deseados, droga y destrucción con los que nos bombardeaban en los noventa. Esas historias quedaban olvidadas rápidamente y me dejaba seducir por novelas de misterios, romances imposibles, visitas a pueblos de la infancia, circos terribles y sombras en la noche. 

Aquel primer verano la biblioteca fue mi cueva particular, mi espacio seguro, mi refugio. Después conseguí amigos y acudía a las bibliotecas a estudiar, a trabajar en un artículo que se me atragantaba, a concentrarme. Amo el silencio de las bibliotecas, los susurros quedos de los que se acercan para charlar justamente porque está prohibido. 

El tiempo me ha regalado conocer bibliotecas increíbles y bibliotecarios amigos. Ahora tengo la suerte de vivir al lado de una biblioteca que a veces utilizo como centro de operaciones cuando necesito alejarme de todo para adentrarme en una novela. Me gusta colocar los libros que han abandonado su espacio, poner derechos los que están torcidos, visitar las mesas de novedades o las propuestas temáticas según el mes del año. Me gustan los catálogos de las bibliotecas y mirar en la ficha del libro cuántos antes de yo han sido presas de la misma historia. Sobre todo, me encanta encontrarme en las bibliotecas y ver las fechas en los que los lectores se han tropezado en mi historia. Es como recibir el mensaje de un náufrago en una botella de cristal. 

En el día de las bibliotecas, felicito a todos los ratones como yo. ¿Cuáles son vuestras historias de biblioteca? 

jueves, 20 de octubre de 2016

así bordaba, así, así


Recuerdo a mi abuela intentando enseñarme, en un paño blanco, a trazar líneas de puntadas con limpieza. Recuerdo sus manos y el dedal brillante que acompañaba al hilo como una fortaleza desgastada. El tiempo parecía hacerse denso entonces, pesaba sobre mi inquietud de niña que ansiaba tenerlo ya acabado, que quedase bien, que fuese hermoso, que no costase tanto. No profundicé porque soy fullera. Lo quiero todo rápido y ya. 

Esa misma fullería -o quizá la pereza, o un monstruo más hambriento que se llama Hazloluego- me asaltó hace dos verano cuando tenía entre las manos la última novela en la que había estado trabajando. Me había prometido a mí misma releerla y corregirla al menos tres veces antes de enviarla a la editorial. Cuando ya le había dado dos vueltas, ese inmenso borrador encuadernado comenzó a cambiar de sitio en la casa, trepando por muebles para ponerse a la vista, rugiendo con el ventilador, tratando de atraparme. En mi desesperación por escapar de esa tediosa tarea, recordé a la chica que bordaba en el tren de Suecia. 

¡Con qué velocidad descubrí que me enamoraban tanto las mercerías como las papelerías! Arrastré a Nacho a una búsqueda del tesoro por la ciudad para lograr bastidores, hilos y telas que despertasen mi imaginación. No sabía qué quería coser -no sabía coser-, pero elegía los colores más brillantes, más alegres de la torre de cajones diminutos. Asaltamos Teseo buscando un libro con alguna instrucción que aclarase mi ventolera y volví al sillón bajo el ventilador para ofrecer a la labor en sacrificio mi siesta. 

Bordé "Ir y venir" con hilo azul. Después guardé todo en un bolso de tela que me acompañó por el verano y cosí "Vuelve", en Candeleda. Casé los trenes con la aguja, busqué tijeras historiadas, obligué a Nacho a dibujar en tela, escribí con hilo fuerte "Valiente" y "Audaz". Le regalé a mi hermano una tela de flores de otoño con unas letras amarillas que rezaban "Ya no pienso en ti", para que pensase un poco más en sí mismo. Bordé a Clau y al Rey Tonelli y mi versión del Castillo en el aire. 

La tela es una pregunta más violenta que la de la página en blanco. Sobre negro una tetera, unas flores sin acabar, un cactus. En la lana coronas de Navidad, en los botones constelaciones. "Reiniciar" en primavera. Pájaros, hojas, Hoy. Siempre quiero acertar con lo que bordo. 

Bordar es meditar en esta nueva mujer que vengo siendo. Me siento con la caja de Ferrero Roché de la Navidad pasada llena de hilos y marcapáginas. Entonces existo en el ir y venir de la aguja, soy completamente consciente de ese momento. O escucho mejor, cuando ponemos la radio. 

Después me preguntan qué hago con los bordados. 

Para mí bordar es como la poesía, como la pintura, como la música. 

Colecciono en un cajón esas labores que nacen para ser en un momento y luego no saben cómo justificar su existencia. Las regalo a quien las pide, las olvido. 

La utilidad me parece una forma muy sutil de ensuciar el bordado que podría hacer la máquina del centro comercial. Bordo porque es inútil y me hace feliz. Porque es otra forma de alcanzar brevemente la belleza. 

lunes, 17 de octubre de 2016

el intento de una profesora de literatura por salvar algún alma de poeta


Hoy por fin ha llegado a casa la caja con Cumpleaños número 15. Este libro es mi primer poemario ilustrado gracias a Nacho, que ha dedicado su verano a sumergirse en estos poemas y encontrarles un rostro. 

Desde hacía algo más de un año, Cumpleaños número 15 daba vueltas por la casa. Es un diario poético de una chica de quince años que, mes a mes, se derrama en poemas breves y directos. Es una apuesta que surgió en una clase de literatura, cuando mis alumnos recibían la poesía como algo lejano y extraño a lo que no se podían acercar, algo que, cuando se entendía, no podía ser poesía porque ni rimaba, ni medía, ni generaba una lucha de discernimiento. Esa tarde comencé a fantasear con crear un puente y poco a poco se fueron desgranado los poemas: sencillos, breves, directos. Con imágenes asequibles y juegos de palabras cotidianos, para que cuando los lean puedan pensar que algo parecido podría salir de sus manos, que la poesía no está tan lejos de lo que ya son. Ediciones Torremozas ha hecho realidad esta apuesta algo alocada, este intento de trampolín. 

El resultado me enamora y me aterra. Veo los dibujos de Nacho, que resumen un universo cotidiano en el que caben las gomas milán, los chinos de la suerte y los gorriones, leo de nuevo los poemas -ya con la dulce tinta de imprenta- y no puedo parar de preguntarme qué sentirá ese lector joven cuando se acerque a estos textos. ¿Serán puente o puerta? Tiemblo de pensarlo. 

El día que descubrí que yo también podía escribir poesía me pasé la tarde recitando en mi cabeza, probando palabras, intentando demostrar lo que sentía convocando tormentas -"que se desate la tormenta que llevo dentro", decía-. Cumpleaños número 15 es mi intento de hacer sentir a mis alumnos que también pueden convocar a los poemas, que las palabras no sólo describen el mundo o relatan acciones, sino que pueden definirnos, dibujarnos, explicarnos, convertirse en pregunta y en respuesta. 

Crucemos los dedos, ya os iré contando. 

martes, 16 de junio de 2015

mi aventura con mujercitas


Recuerdo que, cuando era pequeña, mi madre me regaló un librito blanco de pastas duras con preciosas ilustraciones a color, de esos que sacaban de clásicos recortados para niños y jóvenes. Era Mujercitas y a mí me daba rabia tener que leerme algo porque me lo dijesen y, además, me fastidiaba que los nombres estuviesen en inglés. ¡No me enteraba de nada! Mi madre me aconsejó cambiar los nombres en mi imaginación por nombres españoles, pero ni aún así hubo manera. Supongo que yo deseaba regresar a Los cinco.

Años después, o por aquella misma época, pusieron la adaptación al cine en la televisión. Me llamaron la atención los vestidos, los sombreros, el piano y la niña muerta. Especialmente lo de la niña muerta hizo que mi interés por leer la novela se desvaneciese por completo. 

Tiempo después, mi amiga Ana, que era mi compañera de aventuras y extravagancias adolescentes, leyó Mujercitas y me escribió una carta. Me decía que cuando leía, me veía como Jo, que era igual a mí. Sin acordarme muy bien de qué iba la aventura, me sentí alagada porque según creía Jo era el chicazo de la novela. Y en mi época adolescente yo era bastante chicazo. Aún así, el detalle de Ana no me dio la energía suficiente para enfrentarme a la novela. 

Pero el año pasado descubrí que habían editado una preciosa versión ilustrada y volví a sentir curiosidad. Me llamaba el objeto hermoso que habían ideado más que la historia, pero la llamada estaba ahí. 

Finalmente, asustada por el precio de la edición ilustrada, pedí en mi librería una opción más económica y me hice con la versión completa de Mujercitas en volumen de bolsillo. Confieso que pasó varios meses en la estantería, pero, la semana pasada, por fin, dejé a Montalbano de lado y me animé con las hermanas americanas. 

¡Menudo descubrimiento! He leído enganchada desde la primera hasta la última página, poniéndome de mal humor cuando tenía que parar y descubriéndome en Jo como me descubría mi amiga. Me ha parecido una lectura deliciosa, quizá mucho mejor la primera parte que la segunda, pero deliciosa. De esos libros que te bebes como un té caliente en invierno. De los que dices: ojalá tuviese cien páginas más. 

Pero la gran duda que me acechaba durante esas horas de apacible lectura era: ¿disfrutarían tanto de esta aventura las nuevas generaciones? ¿Cabría en el mercado editorial actual una obra como ésta? A veces, sin siquiera ser consciente, uno tiende a avergonzarse de lo que lee. Y también de lo que se lee.  

lunes, 27 de abril de 2015


En Budapest, en nuestra Luna de Miel, cuando estábamos recogiendo los bañadores para irnos al Balneario Szécheny, a ver el vapor elevarse en la noche temprana, me sonó el teléfono con un número español. Creo que Nacho estaba recogiendo toallas en el baño, yo me senté en la cama del pequeño apartamento para responder. 

Cuando Paloma Jover dijo mi nombre y dijo los nombres de todos los que la acompañaban, supe que la cama no iba a tener la fuerza suficiente para sustentarme, así que me senté en la mullida alfombra morada que debían haber pisado mil pies desconocidos. Entre felicitaciones y risas, descubrí que había ganado el Premio Gran Angular 2015 de la Editorial SM, y entre felicitaciones y risas me puse a llorar sin saber muy bien cómo controlar los suspiros para convertirlos en palabras. 

Nacho volvió del baño y me miró, con esa mezcla en los ojos de pánico y felicidad propia del marido reciente, cuando encuentra a su reciente mujer haciendo algo insospechado -como reírllorar en una alfombra lejos de casa-. Poco a poco fue comprendiendo, por mis pocas palabras, de qué iba el tema y, por eso, cuando colgué, me levantó del suelo y me abrazó con todo el cuerpo mientras yo rompía a llorar. Sé que Paloma Jover se emocionó al teléfono, porque las dos nos quedamos calladas un momento, cuando todos descubrieron que estaba en mi luna de miel. 

Después tenía que preguntarle a Nacho, ya en los baños, entre el vapor y el agua, los cuerpos desconocidos y el silencio, si todo era verdad o si yo me lo había inventado. Por eso me regaló una gargantilla con una pequeña estrella brillante, para que pudiese acariciarla y así supiese que era verdad. Estaba tan orgulloso, me encanta cómo me mira siempre. 

Cenamos en una cafetería con decoración modernista, mientras un pianista de más de sesenta años me dedicaba canciones españolas. Brindamos con champán, pedimos tabla de quesos, patés y pato. A las nueve estábamos acostados, imaginando cómo sería todo. 

Lo que no imaginamos fueron los meses de silencio tras el anuncio. ¡El premio era secreto! Hasta el 21 de abril no podíamos compartirlo. Y era un secreto de esos que saltan y brillan y relucen  y te ponen cara de enamorada. ¡Qué ganas de gritarlo a los cuatro vientos! Por eso fue bueno conocer a Pedro Mañas y a David. Porque Pedro Mañas ha ganado el Premio Barco de Vapor y hemos podido llamarnos, cotillear y contarnos toda la aventura como si fuese nueva cada día. 

El almuerzo casual que surgió tras la primera visita a la editorial -Berta, Lara, Marta, Patry, Carol, Paloma y Paloma, Bea, Gabriel... todos, gracias por hacerme sentir en casa-, en que Nacho y yo nos bebimos una botella de lambrusco con Pedro, fue sólo un comienzo inesperado para una historia trenzada con paciencia. 

Poco a poco, el secreto fue engordando y pesando, pero el hecho de compartirlo, las llamadas largas y desvariadas, los emails cotilleando, las grabaciones en Madrid -Cuatro Tuercas, gracias, gracias, gracias-, el deseo de las cubiertas, las entrevistas por teléfono... hicieron ligera la espera y sorprendentemente dulce la amistad. 

Cuando bajé de recibir el premio de manos de la Reina -gracias Letizia por la complicidad, por dejarte llevar al mar, por tu piedra rosa-, tras el discurso en que le daba las gracias a mi marido -culpable siempre de todo-, mientras nos quitaban los micros, Pedro y yo nos abrazamos. Nos abrazamos con esa paz, por fin, del trabajo realizado, nos abrazamos con esa profundidad del naufrago y su isla, de la tierra prometida. Nos abrazamos unos segundos gritando por fin aquel secreto. 

La vida secreta de Rebecca Paradise y El mar por fin existían. 

Por fin existen. Y nos hacen felices de tantas maneras que no puede contarse simplemente en un blog en internet. Para entenderlo hay que ir a Budapest, hay que ir una mañana a la oficina de Pedro, hay que estar enamorado y arriesgar una mudanza, pasar las primeras Navidades en familia, tener miedo en un coche en una carretera, hacer el amor después de la siesta, cocinar bizcocho de zanahoria o buscar un vestido con tu madre por todas las tiendas de la ciudad. Para entenderlo hay que amar las palabras y la vida, de una manera torpe y extraña, pero luminosa. 



Gracias a todos los que habéis llamado, a los que habéis escrito, a los que habéis sonreído conmigo y habéis hecho vuestro este premio también. Perdonadme la pereza -y la incapacidad a veces- de no responder uno a uno vuestros infinitos mensajes. Todos los leo, por todos doy gracias a Dios, porque aquella mañana en Budapest yo le rezaba: "Señor, ¿cómo podrías hacerme más feliz? Es imposible, gracias, Señor, por toda esta felicidad", y a las dos de la tarde sonó el teléfono. Me dio risa porque Dios, hace esas cosas conmigo. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

el extraño poeta




Estaba en primero de bachillerato cuando Don Lucas nos llevó al instituto nuevo a participar de un encuentro literario. Al parecer venía un poeta. Nosotros conocíamos ya muchos escritores de narrativa juvenil, solían venir una vez al trimestre al instituto. Pero no conocíamos ningún poeta vivo porque, según los manuales, todos -desde Garcilaso hasta Lorca- estaban muertos. Además, era extraño: un poeta. ¿Qué criatura rara sería aquella?

Paseamos las calles emocionados y nuestra sorpresa aumentó cuando, al llegar al centro, nos hicieron entrar a una clase que habían convertido en tienda de libros. Y allí, nada más y nada menos, que infinidad de libros del poeta señalado al que íbamos a conocer. El único contacto que yo había tenido hasta entonces con un poemario había sido a través de una breve antología de Pedro Salinas de un periódico que le había robado a mi abuelo del campo. ¡Muchos poemarios sobre las mesas! Y casi todos negros, qué sorprendente. Negros con un pequeño dibujo en la portada y las letras del título en blanco.

Mi madre, seguramente porque conocía mi curiosidad, me había dado aquel día cinco euros que, sumados a los dos que yo llevaba de mi cuenta, y a otro que pedí prestado a una compañera, compusieron mi enorme presupuesto para comprar uno de los libros del famoso y desconocido poeta. ¿Cómo era posible que libros con las páginas prácticamente en blanco costasen tantísimo dinero? ¡Veinte euros algunos! No daba crédito. ¿Quién será este hombre?, me preguntaba con incredulidad.

Compré Habitaciones separadas y atendí a la llamada de Don Lucas, que nos reunía ya como a ovejas para ir al lugar del encuentro con el escritor.

Parecía que tenían la intención de volvernos locos porque no nos dirigimos a una clase, ni siquiera acudimos al flamante salón de actos que debía tener ese instituto tan nuevo. No. ¡Fuimos nada más y nada menos que al gimnasio! Allí habían puesto un escenario como los de la feria y había una colección ingente de sillas de plástico blancas ya ocupadas. ¡Qué cantidad de gente! ¿Y todo aquello por un poeta?

No sé si esperaba que surgiese una especie de gurú con túnica o un místico levitante, quizá un señor con traje de chaqueta y barba larga... ¡O incluso un sombrero! Lo cierto es que me decepcionó un poco aquel hombre sencillo, con vaqueros y camisa blanca, que subía al escenario acompañado de las autoridades. No sabía bien si el poeta era el poeta o era algún otro de los más revestidos.

Lo presentaron como Luis García Montero y dijeron infinidad de cosas importantes sobre él que no nos importaron lo más mínimo. Entonces le cedieron la palabra. Recuerdo perfectamente estar sentada en mitad del gimnasio, intentando enfocar su cara y sus gestos. Nos habló de la poesía de una manera muy extraña porque se alejaba mucho de lo que habíamos escuchado en clase. Él nos explicó que un poema podía ser un puzzle y nos enseñó cómo se podía mezclar la voz de una azafata de vuelo con la de unos amantes. ¡Deshizo ante nosotros los trucos, las metáforas, las trampas de la escenografía poética!

Yo miraba el libro que había comprado y lo miraba a él. Como si no pudiese identificarlos.

Al terminar la conferencia, Don Lucas se las agenció para hacerme subir al escenario y contarle al poeta que yo iba a ser escritora. Por aquél entonces mi profesor de literatura lo tenía mucho más claro que yo. No me atreví a darle el libro para que me lo firmara, me sentía muy avergonzada.

Hoy me ha llegado a casa una antología de La isla de Siltolá. Antonio Moreno Ayora ha invertido tiempo, esfuerzo y ternura en contactar con cincuenta poetas andaluces que él consideraba botón de muestra del panorama actual de Andalucía. El libro es precioso en su edición y a modo de casa alberga en él a ese poeta desconocido de mi adolescencia y a muchos otros que aprendía a admirar conforme crecía. Por supuesto, la sorpresa no es esa, la sorpresa es que mi nombre aparece también en el índice junto con cuatro poemas.

¿Quién me lo iba a decir a mí aquel día en aquel gimnasio cuando escondí su libro en la espalda y me puse roja hasta las orejas? ¿Quién?

sábado, 2 de noviembre de 2013

un recuerdo agradecido a nuestros difuntos



Mi abuela Luisa hacía las gachas con almendras tostadas y así es como le gustan a mi padre. Hoy las he hecho yo por primera vez -después de mirar en internet, hacer llamadas de urgencia a mi madre y mandar wasap de comprobación casi a cada paso-. 

Nacho decía que no había comido nunca gachas y a mí me ha parecido imperdonable no prepararle este dulce tan típico de mi familia -y de muchas otras, lo sé- en el puente de los santos. Llevo días enfrascada en un nuevo trabajo que estoy desarrollando para una editorial y me ha costado bastante cambiar el chip para meterme en la cocina. 

Pero, una vez allí, con los ingredientes rodeándome y el recuerdo de mi familia, ha sido fácil. Ha sido como unirme a una cadena que el tiempo hizo a través de las mujeres que me precedieron y ser una más con ellas. Unirme a mi madre, a mis tías y a mis abuelas llevando a cabo una receta que siempre se repite, girando la leche y la harina en la sartén, concentrada en cómo el humo se iba alzando sobre mi cabeza, pendiente del olor de la matalahúva, del sabor de las almendras tostadas. Como si, de pronto, yo fuera todas ellas a la vez y ese momento no fuera sólo mío. 

Conservar estas tradiciones culinarias es como coleccionar anécdotas y recuerdos de generaciones. Me gusta. Me gusta sentirme parte de algo más grande que yo, de algo que no soy capaz de comprender porque se pierde en el tiempo hacia atrás y hacia delante: la familia, la historia, la vida. 

A Nacho le han gustado -es que me han salido muy ricas- y el sabor le ha recordado a su infancia, como si fuese capaz de recordarlo unido a la imagen de su abuela. Seguro que ella se las hizo alguna vez, ha asegurado dando buena cuenta del pan tostado y las almendras, uniéndose también a su propia historia a través de las recetas. 

sábado, 21 de septiembre de 2013

sábados de septiembre, poemas de papel


En ridícula calamidad me han preguntado si había abandonado este rincón y me ha dado un ataque de culpabilidad mañanero. Lo cierto es que no sé muy bien qué hacer con él porque, pese a mis múltiples intentos de ser disciplinada y seguir escribiendo por lo menos una vez a la semana, casi no le encuentro hueco. 

De pronto la literatura tiene otras muchas formas para mí más allá de contar lo que me pasa. Supongo que el aire autobiográfico se me va olvidando poco a poco. Me encantaba venir a escribir aquí, venir a reflexionar sobre cualquier tontería o cualquier sentimiento. Hablar de milagros, de libros, de amor... 

Pero hay momentos en los que a una le toca estar algo más callada. Un buen amigo me dijo una vez que dejase de ser narradora de mi propia historia y comenzase a vivirla. Me pareció ridículo entonces y ahora mastico su frase y la trago y la asumo, porque vivo. Hace tiempo que no me cuento las cosas, sino que las experimento, las siento, las destrozo, les hago el amor, me las como y las saco a bailar. No es para nada lo mismo. 

Por eso no puedo prometer recuperar las buenas costumbres. Pero pasaré de vez en cuando. Hoy os traigo la fotografía del poemario de papel que he preparado para regalar el día de mi cumpleaños. Se llama somos lo que fuimos y podéis imprimirlo descargándolo desde la sección de imprimibles de ridícula calamidad

Gracias por la constancia y el interés siempre. Muchísimas gracias. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

de recuerdo cerezas


Las primeras cerezas de la temporada del año pasado las compré con Javi. Habíamos ido a verlo una tarde, en pandilla, dispuestos a sacarlo de casa para dar una vuelta. Yo echaba de menos las cerezas de Alcalá y bajo la casa de su madre había un chino que las vendía. 

Recuerdo que compré un puñado y las fui comiendo mientras llegábamos al pub al que íbamos a tomar un refresco y jugar un billar. Los chicos estuvieron jugando, hice algunas fotos con el teléfono y nos reímos. Después había música en vivo, así que nos enganchamos con aquella banda de ingleses e incluso Rafa y Alberto cantaron algunos temas. Era un jueves, creo, y llegué a casa tarde pensando en el madrugón del día siguiente. 

Hoy he vuelto a comprar cerezas. Volvía de hacer algunos recados y he visto una de estas fruterías de las que proliferan ahora, con las cajas en la puerta y fruta brillante y llamativa. Mi madre me había hablado de cerezas por teléfono y no he podido resistirme. 

En el momento justo de elegir las pequeñas y oscuras cerezas he recordado aquel día, aquella tarde con Javi y los chicos. Como un bombardeo de extrañamiento, ternura, complicidad y un deje de tristeza -o más bien melancolía. Algo así ha sido. 

No había hablado directamente de Javi todavía. Había escrito algún poema incomprensible sobre su marcha. Los chicos han escrito canciones. Yo quería decir... quería contar... algo. Supongo. Pero me siento redundando todo el tiempo. Sé que no hace falta decir nada. O quizá yo no quiera decir nada todavía, realmente, más allá de que compré cerezas y me acordé de él. 

lunes, 8 de abril de 2013

ideas sueltas y la luz


Suena Fabian en la casa y el sol atardece sobre los árboles del zoológico. Casi no se oye nada más allá del sonido de la luz cayendo. He realizado mis tareas. Todo está en su sitio, menos el bolso de la presentación que aún aguarda sobre una de las sillas del comedor para que lo lleve a su sitio. Es uno de esos días en los que hace más frío dentro de casa que fuera y pienso en Andújar y mi pequeño hormiguero de muebles oscuros. En la luz de aquella casa. 

La luz es importante. Me gusta esta hora en la que lo alarga todo y cosas que están lejos se tocan con sus sombras, como si el deseo sólo pudiese realizarse al atardecer. 

Me duele un poco la cabeza después de una tarde de reuniones. He regado las plantas por si eso ayudaba a destensarlo todo y he descubierto nuevos mosquitos comiéndose mis macetas. La parte por el todo. No sé por qué he pensado eso, quizá por la hora de literatura. 

Pienso en Nacho dibujando en Madrid, lo imagino concentrado en su escritorio. Intento imaginar la luz. Entonces pienso en Valle-Inclán, en cómo describe la luz en sus acotaciones. Supongo que es una de esas tardes en que una cosa lleva a la otra y nombres, fechas, hitos kilométricos se van sucediendo en mi cabeza. 

La música amansa a las fieras es mi pensamiento final. 

jueves, 31 de enero de 2013

ven, febrero, hombre de literaturas


El coche suele ser mi generador de ideas. Cuando conduzco, mi imaginación tiende a desatarse -si no voy cantando como las locas-. Construyo la mayoría de mis novelas durmiendo o conduciendo, y esta mañana sentí el empujón de la creatividad mientras subía al trabajo con el sol comenzando a brillar. 

A lo largo de la mañana, entre clases terroríficas con los terceros, debates sobre la imaginación con primero e intentos desgraciados de lectura teatralizada con mi grupo de pcpi, es casi imposible encontrarle un hueco a la creación. Pero al volver a sentarme en el coche para enfilar el camino a casa, mi cabeza volvió a ser un hervidero. 

Por eso, después de comer, seguí mi ritual de café, de encender el ordenador del despacho, subir las persianas, desperdigar lápices, ponerme las gafas y concentrarme en una libreta de pastas grises mientras Milo suena por los altavoces. 

Llevaba meses pensando en la última entrega de Los Portales de Éldonon y necesitaba darme un pequeño empujón para ponerme a escribir. En los últimos tres años, febrero se ha convertido en mi mes de la creatividad, especialmente gracias a la semana de vacaciones al final; pero este año he querido adelantar mi proceso, aunque sea un día. Así que he comenzado a redactar el primer capítulo del que será mi cuarto libro en Éldonon. 

Los principios siempre me cuestan trabajo. Como si tuviese el lenguaje atado y necesitase levantar un mundo a mi alrededor con todas mis fuerzas, casi conjurando un universo que me devore para surgir a través de mí. Así que las primeras 1700 palabras, los primeros tres folios, han sido como aprender a coser. Lento y, seguramente, equivocado. Pero estoy contenta. 

Estoy contenta. Estoy haciendo lo que más me gusta hacer. ¡Ojalá me dure el impulso y las ganas y las fuerzas! Y pronto pueda decir: hay una historia más que contar. 

miércoles, 30 de enero de 2013

pretérito perfecto compuesto


La casa permanecería en silencio, pero boza canta bajito desde el ordenador, dejando al reloj su protagonismo. Yo he ocupado el tiempo. He sido hacendosa y he regado las macetas, he guardado el mantel y he vuelto a recoger la cocina. No me he olvidado del salón y lo he puesto todo en orden. He repasado cada una de las habitaciones. Como estuvimos en ikea, he enmarcado el dibujo que Nacho me ha dejado debajo del sofá y lo he puesto junto a las últimas ilustraciones de Marta, antes de llevarlo a la cabecera de la cama. He escrito un poema. Y he entrado aquí, a abusar del pretérito perfecto compuesto. 

En el colegio odiaba los verbos y las tablas, y todo lo que supusiese estudiar de memoria. A mí me gustaban las cosas que se podían aprender como una historia, las que dejaban un hueco para fantasear o inventar sucesos paralelos. Por eso puedo imaginar a Nacho en el tren, dormido elegantemente con la boca cerrada, o intentando dibujarse fijándose en su reflejo en el cristal. Es la historia paralela que ha empezado a las 17:58. Ahora ya no puedo aprenderlo de memoria, pero puedo rellenar los huecos que se deja. Puedo inventarme en lo que piensa, a dónde va, hacia dónde mira. 

Yo miro los adaptaciones de Mio Cid de mis alumnos agrupadas en dos columnas: las corregidas y las que no. Miro el reloj, me planteo una ducha, escucho palabras de la canción -y salté del vagón a fugarme conmigo-, parpadeo rítmica. Él hace lo mismo. Ha pensado ahora lo mismo que yo. 

miércoles, 23 de enero de 2013

¿cuántas veces hay que leer un poema para que vuelva?


Mientras Nacho ensaya algunos bocetos en la mesa del salón, me he sentado a poner al día mi moleskine de lecturas. Primero me he hecho con la torre de libros de poesía que no había registrado en estos últimos meses: Ana Martín Puigpelat, Teresa Wilms, Li Qingzhao, Jaime Sabines, María García Zambrano, Patricia Fernández-Pacheco, Mina Loy, Amy Lowell, Manuel de Barrio Donaire, Francisco Ruiz Noguera, Leonard Cohen...La lista se me escapa. 

Estaba registrando la primera de mis lecturas, allá por mayo, cuando me surgió esa pregunta: ¿cuántas veces hay que leer un poema para que vuelva? Porque estos versos, estos últimos versos leídos durante los pasados meses, aún no resuenan con la fuerza de las cascadas, el portazo, el cohete, la sorpresa, el gemido... Sino que permanecen casi muertos en sus libros, necesitados de nuevas lecturas, aún subrayados, para cantar, para ser los pájaros que fueron pensados. 

Siempre me ha fascinado la fuerza de la poesía para sorprenderte en el momento más inesperado encendiendo luces o apagando farolas. Anoche leía a Caballero Bonald con la urgencia de un lápiz en la mano, abandonándome caótica al ritmo de sus palabras. Y hoy recuerdo levemente versos que incendiaron un día algún pasaje de mi imaginación. ¡Qué triste! ¿Cómo, cómo hacerlos partícipes de mi ideario cotidiano? ¿Cuántas veces tengo que leerlos para que me asalten en la cocina o me interrumpan en el café o se me crucen como una idea propia? ¿Cuántas? 


lunes, 15 de octubre de 2012

madrid, una mujer cosmopolita pero chapada a la antigua


La luz acaricia cálida los árboles del zoo, dotándolos de una cara oscura que va preparándose para la noche. El tigre gime descaradamente desde su jaula, supongo que rogando un poco de amor, y un grupo grande de gaviotas gira en círculos sobre el mar en el horizonte. Es extraño pensar que ayer estaba abandonando Madrid, con su ruido y su gente, cuando miro ahora la paz a través de la ventana. 

Estoy leyendo El vendedor de historias. Lo empecé en el tren, de camino a Nacho, y casi lo estoy terminando. Es uno de esos escasos momentos en los que decido alargar un poco más un libro, para que no se me acabe antes de que me de cuenta de que ya no lo tengo entre las manos. Habla sobre la creatividad y el mundo de los escritores. No puedo imaginarme cómo lo acogió la crítica en su momento, es bastante duro con el quehacer de los autores publicados. Aunque como el narrador tiene bastante doblez, uno nunca se siente identificado con lo que critica. "Los malos son los otros". Quizá sería una de los incorruptibles. Qué peligroso...

Madrid me ha enseñado nuevas caras estos días. Pocas veces había visitado sus calles con un madrileño de pura cepa y, claro, sus costumbres y su historia me han llevado a rincones nuevos. Este viaje ha tenido la magia de poner en movimiento personas, lugares y objetos, que sólo formaban parte del ideario de mi imaginación. Conocí las calles de las que había escuchado anécdotas, recorrí los caminos que había dibujado parcamente con retazos, tomé las medidas de las habitaciones, probé los sabores de la cena que siempre es a las nueve y media, puse cara y movimiento a los protagonista de tantas historias y mudanzas. Escuché al otoño acercándose a las avenidas y observé el apasionante engranaje de la realidad que, aunque a veces no es capaz de imitar el brillo de la fantasía, tiene la capacidad de sorprenderme con detalles que no deben pasar desapercibidos. Era como asistir por fin al espectáculo que tantas veces había imaginado. Y lo cierto es que aplaudí como una niña al final de la función. 

Además, disfruté de Sol y sus elegantes gatas, bajo la luz de una tarde que no sabía si prometer diluvios. Disfruté de Rubén, Maria José y un novísimo Pablo, que se quedaba tranquilo en mis brazos mirándolo todo con infinita curiosidad. Disfruté de las librerías en las que soy capaz de aburrir a cualquiera y me hice con algunos libros que necesitaba como documentación de un nuevo proyecto literario. Disfruté de mí y me cansé de andar. Porque las medidas son distintas y lo que es cerca para Nacho, a mí me supone una eternidad. Supongo que es lo que tiene estar aprendiendo de alguien que disfruta tanto del proceso como del final. 

Sí, Madrid me trata siempre bien, prepara para mí ferias del libro antiguo, exposiciones sobre escritores y pintores que me gustan, restaurantes con mis comidas preferidas y tiendas con diez mil tentaciones. No me puedo quejar de esa mujer cosmopolita, pero chapada a la antigua, que a 565 kilómetros retiene lo que es mío. 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

gravedad



Nadie puede evitar que la Tierra gire. De pequeña me preguntaba cómo era posible que no nos cayésemos todos en cada vuelta, cómo era posible que no nos fuésemos derramando unos sobre otros desde el norte hacia el sur. Después te explican el concepto "gravedad" y crees en él como crees en Dios, porque yo no soy física y no puedo demostrarlo por más que se me caigan las cosas al suelo y no al techo. Giramos. Queramos o no. Podemos sentarnos en el suelo y patalear o podemos abrir los brazos y dejarnos marear por la vida como cuando éramos niños y dábamos vueltas y vueltas mirando arriba. 

Él me marea. Y yo me agarro a su forma de girar. Me vendo a su forma de girar, pero no me deja renunciar a nada. Su lema es "juntos". Aunque se lo trague Madrid como en la canción de Débora. Porque creo en la gravedad, no tengo miedo. Ni siquiera cuando suena un portazo o el viento nos da un susto de madrugada. Él pronuncia mi nombre muy despacio y me recuerda aquella sentencia, hace años, que Chica me hizo escribir después de un corto que habíamos visto en internet. Él que no existía, me llena las manos y la boca de pruebas demostrables. Entonces digo: no somos una hipótesis. Digo: ya no voy a fantasear más con el hombre que no existe porque está sentado en mi sofá. Dice: ¿de dónde has salido?

Nadie puede evitar que la Tierra gire, que las cosas cambien, que la vida vuelva y vaya y te gaste bromas como esta y te diga: hace diez años que te lo vengo avisando. Por eso respiro, estiro los brazos, sonrío y vuelvo a creer en la posibilidad de cambiar el mundo con las palabras. 

domingo, 24 de junio de 2012

mi tercer san juan, mi segundo año en esta casa


Como siempre, los monos me despiertan. Ayer quemé mi deseo y mi renuncia en una hoguera de alemanes mientras paseaba por la orilla con los pies llenos de arena. Ahora Boza canta en mi ordenador y paro un segundo para clavar los ojos en la estantería de los libros de poesía. 

Mi primera noche de San Juan la pasé durmiendo en mi colchón nuevo en el suelo del dormitorio porque aún no había montado la cama. Y ahora son dos años los que cumplo en esta casa blanca llena de luz. Cuando me mudé, deseé para ella: "que esta casa conozca el amor" y, cierto día, con la terraza llena de gente que comía los dulces que les había preparado, que cantaba con guitarras, que reía bastante alto, me di cuenta de que mi deseo se había realizado. Esta casa ha estado llena de amor. 

Muchos días. En cada cena compartida, en cada visita, con cada lata de galletas, con las recetas, con los libros, la literatura, los viajes de lejos y los de cerca, las acuarelas, cada invento, cada siesta... Dos años dan para muchas aventuras, para subir muy alto y saltar también a lo profundo, para andar de puntillas o besar la vida con descaro. Siempre bajo el ritmo del reloj. Siempre con los árboles al frente y el mar intuido a lo lejos. 

Felicidades, casa blanca, estamos de aniversario. 

miércoles, 6 de junio de 2012

a las puertas del verano


Hoy la ciudad había sido engullida por la niebla. Los limpiaparabrisas automáticos se dispararon en cuanto salí de la cochera. Me había despertado saltando a la ducha y pensando en un vestido largo de tirantes, así que durante todo el viaje mantenía la esperanza de que el cielo se despejase conforme comenzase mi ascenso a la montaña. 

Saqué las gafas de sol en una curva adornada por buganvillas que se escapaban de los últimos retazos blancos de nube. Conforme atravesaba el pequeño pueblo desde las alturas, pensaba en aquel viaje a Tenerife con mi familia, cuando al subir al Teide nos sentíamos dioses por encima de las nubes. Quizá hoy trabajo en el Olimpo y el vestido de tirantes no ha estado de más. 

Hace calor y nos movemos despacio por los pasillos. Las clases son silenciosas porque el sopor nos amodorra a todos mientras la luz brilla más allá de los cristales. Sueño con la siesta. Sueño con el mar. Sueño con tenderme con el libro que estoy devorando. Abandonarme. Con la conciencia tranquila porque la novela está terminada, porque la casa está limpia, porque los exámenes están puestos... porque sólo me queda hacerme las paces, declararme una tregua, darme un premio y una plauso. Sobre todo: ponerme morena.

A las puertas del verano me reclamo con mis mejores maneras y me propongo hacer un inventario de milagros. 

viernes, 30 de marzo de 2012

de la cama al café



leo a sabines nada más saltar de la cama. bueno, es mentira. leo a sabines nada más salir de la ducha. falso también. lo leo, quizá, después de desperezarme, lavarme el pelo, acabar la maleta, prepararme un café. sí, es más bien así. preparo el taller literario de tercera hora y leo a sabines pensando hablar de la prosa poética y justificando la necesidad de regalar algunos versos del otro lado del charco. pero mi cabeza huye de los versos al viaje de esta tarde, recuerdo curvas de la carretera, molinos de viento, el color del asfalto. recuerdo cómo te quedas dormido lentamente hasta desaparecer en el asiento. vuelvo al café, a la poesía, a mi casa. pienso en el puzzle que soy, en este juego de letras, conectadas siempre unas con otras, laberinto. acabo el café, selecciono los textos, pierdo la paciencia y recuerdo que aún no me he secado el pelo. 

miércoles, 21 de marzo de 2012

día internacional de la poesía


Inventamos días internacionales para todo. Se acaba convirtiendo casi en un circo y en una escusa para celebrar lo primero que se nos ocurra. Dentro de este panorama tengo que reconocer que hay una fecha especial que yo celebro con ilusión todos los años: el día del libro. Además, hoy he descubierto, casi por casualidad, que es el día internacional de la poesía y creo que si lo hubiese sabido con tiempo me habría enamorado de esta fecha y habría preparado una cena poética o cualquier merienda o cualquier escusa. 

Descubrí la poesía de pequeña, de labios de mi madre cada vez que me ofuscaba y me decía aquello de "la princesa está triste". En el instituto y en la universidad me estuve acercando a ella con una mezcla de respeto, curiosidad y hastío, como si no terminase de estar sincronizada con los versos. Aún así, robaba estrofas, expresiones concretas, las subrayaba en los libros, las apuntaba en mi agenda... Incluso empecé a escribir algunos poemas por mi cuenta, nada que se pueda recuperar, pero que permanece en mi memoria. Mientras escribo estas frases pienso en aquel primer verso que pensé, me sitúo en el espacio donde me encontraba, siento el aire en la cara, las nubes sobre mi cabeza, el silencio en mi pecho... y aquel primer verso dramático y contundente que desencadenó mi curiosidad. 

Mi primer poemario se llamaba Memento mori (recuerda que tienes que morir) y lo escribí por un frustrado amor de verano que quería eliminar de mi cabeza. Entre aquellos versos y los de hoy no sólo han pasado los años. Es curioso. También han pasado muchos poetas. Hace unos tres años, más o menos, viajé a Madrid a tomar una botella de vino con Marta y, ante la angustia de no poder leer novela, me decidí por acercarme a la poesía. ¡Menudo encuentro! Recuerdo llevar el bolso cargado de libros de poemas y recuerdo sentir por fin la sincronía con los textos. 

Un antes y un después de todo, supongo. 

Esta mañana, después de salir de la ducha, con un café y los ojos pegados, revisaba la última prueba de amar es aquí, mi primer libro de poemas -que saldrá a la venta el mes que viene con Ediciones Torremozas. Es curioso el crecimiento, es curioso cómo el tiempo va poniendo cada cosa en su sitio. Es curioso que hoy sea el día internacional de la poesía. 

(Aquel día él nos preguntó "¿creéis que la literatura puede salvar una vida?" y nosotros comenzamos a pelearnos a voz en grito dentro del aula. Yo lo creía entonces. Ahora más bien lo sé).