Las mudanzas siempre tienen algo de difunto y algo de resurrección. Recuerdo aquella mudanza adolescente, cuando creí que el mundo iba a acabarse y guardé mis tesoros en una única caja de cartón. Repartí una herencia de juguetes entre mis amigas, lloré desconsoladamente como un alma atormentada y copié direcciones postales para escribir cartas.
Aquel primer verano no tenía amigos que me invitasen a sus piscinas y las tardes se hacían largas y eternas. La biblioteca de ese nuevo pueblo fue mi salvación. Abrían a las cuatro de la tarde. Yo iba en el calor de la siesta, buscando las calles más estrechas y las sombras de los balcones. Llegaba junto a la estantería llena de literatura juvenil y me sentaba en el sillón verde y polvoriento que había debajo. Iba en orden por las baldas. Cada día leía uno de los libros en la biblioteca y me llevaba otro para leerlo en casa.
Había de todo. Libros encantadores, pero también otros predecibles y aburridos que ni siquiera me preocupaba en acabar. Me molestaban los temas tremebundos de anorexias, embarazos no deseados, droga y destrucción con los que nos bombardeaban en los noventa. Esas historias quedaban olvidadas rápidamente y me dejaba seducir por novelas de misterios, romances imposibles, visitas a pueblos de la infancia, circos terribles y sombras en la noche.
Aquel primer verano la biblioteca fue mi cueva particular, mi espacio seguro, mi refugio. Después conseguí amigos y acudía a las bibliotecas a estudiar, a trabajar en un artículo que se me atragantaba, a concentrarme. Amo el silencio de las bibliotecas, los susurros quedos de los que se acercan para charlar justamente porque está prohibido.
El tiempo me ha regalado conocer bibliotecas increíbles y bibliotecarios amigos. Ahora tengo la suerte de vivir al lado de una biblioteca que a veces utilizo como centro de operaciones cuando necesito alejarme de todo para adentrarme en una novela. Me gusta colocar los libros que han abandonado su espacio, poner derechos los que están torcidos, visitar las mesas de novedades o las propuestas temáticas según el mes del año. Me gustan los catálogos de las bibliotecas y mirar en la ficha del libro cuántos antes de yo han sido presas de la misma historia. Sobre todo, me encanta encontrarme en las bibliotecas y ver las fechas en los que los lectores se han tropezado en mi historia. Es como recibir el mensaje de un náufrago en una botella de cristal.
En el día de las bibliotecas, felicito a todos los ratones como yo. ¿Cuáles son vuestras historias de biblioteca?
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