La violencia está en todas partes. Hay que tener una mirada experta para concentrarse en lo bueno. Para desentrañar la luz entre todo lo que parece oscurecer el mundo.
La guerra (qué palabra tan vacía y a la vez tan llena). Las catástrofes (todo natural menos nuestra forma de vivir). Las ideas (banderas de palabras que hieren si se lanzan). La propiedad (el mío que aprendemos desde niños e imponemos allá donde vayamos a las cosas, a las personas, a los terrenos).
Últimamente estoy saturada de películas donde la violencia es tan explícita que ya no sorprende. Donde el sexo es tan violento que ya no es amor (aunque quieran disfrazarlo de eso). Donde el amor es una forma de imponerse al otro.
Estoy saturada de expresiones feas. De palabrotas -que pagaba a cien pesetas de pequeña-. De creerse mejor que los demás. De creerse con la razón. De que tener la razón conceda no sé qué poder sobre el resto para hacerlos culpables de sus ideas.
La violencia no sólo está en los actos. La violencia campa en las palabras. Impera como la sombra perezosa de una tarde que parece no acabar pero que poco a poco hace los rincones más oscuros, las esquinas más vacías, el silencio más tenso.
Ya no cuidamos las palabras. No es lo que falta por decir, lo que dejamos en la garganta. Es lo que dejamos escapar y cómo. Se hiere casi con orgullo. Se dice casi con poder. Con un poder mediocre, desmerecido, el de la pobre lengua, el de la media lengua. Somos más ignorantes que nunca y nos creemos tan sabios... Usamos las palabras sin saber lo que significan y las esgrimimos sin pudor porque hemos oído que cuentan que dicen. No consultamos. Lanzamos. Bombas de palabras, como en aquellos poemas.
Defendemos la paz como en los concursos de televisión, mandando mensajes al número indicado, haciendo nuestra especial aportación, rezando por la paz. Con esa idea de la paz de niños que pintábamos en los colegios, esa idea de la paz está allá lejos, la guerra está en los otros, aquí esto es algo como la paz.
Todos tenemos derecho a la violencia. Hoy todos nos sentimos con derecho a la violencia verbal. La física nos parece una aberración porque deja marcas visibles en los otros. La violencia verbal, este desprecio, está envenenando las raíces de nuestra sociedad.
Censura. Batallas de palabras. Bandos. Enemigos irreconciliables. Victorias verbales.
Hay que tener una mirada experta para concentrarse en lo bueno. Un oído atento para escuchar al otro más allá de lo que sólo dice. Hay que saber amar más allá de las palabras. Por y sobre todo. En las cosas más pequeñas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario