"Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas" (Jn 8, 12). Recordaba directamente las últimas catequesis con la luz como protagonista. Recordaba también la idea de la belleza como redención. Aquellos años de búsqueda feroz de la belleza como puerta de escape en un mundo tormentoso. Oscuro. La belleza como luz.
Y, ahora, la belleza como un todo, un continuo, como la luz de medio día, no como ese último rayo de la tarde. No la luz dramática que busca esa belleza explosiva, desgarradora. No. Una luz posada en lo sencillo, en lo pequeño, en lo cotidiano. Y en esa luz, el rayo de la tarde ya no duele, porque ¿cómo se puede quemar lo que ya está ardiendo?
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