A veces no podemos salvar a quien podemos salvar, ni se cumplen los diálogos que imaginamos, ni somos los héroes que creíamos ser. A veces simplemente el mundo se pone patas arriba y decide saltarse el guión y el ser humano es cobarde. Porque nosotros teníamos nuestros planes, creíamos que eran seguros, pero nadie está a salvo.
Por eso, cuando ella llega, cargada de palabras y de ruinas, yo no puedo evitar pensar qué le pasa en los últimos años a este puto carnaval que me felicita las pascuas bajo un sol inmenso. Las dos sabemos que la supervivencia está asegurada y ella sabe que la herida no la deja respirar. Las dos sabemos demasiado. Ella siente vértigo al mirar hacia delante y yo ahora siento vértigo al mirar hacia atrás. El presente es un barrio tranquilo donde pasear de tu mano.
Mientras tanto sigue sonando la misma canción y yo desearía no saberme la letra, dejarme sorprender por sus palabras, abrirle una puerta inocente y confundida. Pero ella pone los acordes y yo puedo tararear, no responder sus preguntas. Los diques que me ruega no se los puedo prestar, aún no sé si funcionaron como era de esperar, como marcaban mis planos.
Recogí la casa, hice la cama, prepararé la cena sin preguntarme dónde está, cómo hace, dónde calla. Porque sé que, definitivamente, yo no la puedo salvar. Ella debe ser su propio héroe.
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