Después de planchar la lavadora de oscuro, tender la de blanco y recoger la cocina, me siento por fin a escribir en este rinconcito que últimamente se me olvida demasiado. No sé de qué voy a hablar.
Podría empezar contando que un papel blanco en la pared de mi clase, generó la mejor historia de fantasía entre mis alumnos de primero que apostaban a que detrás del papel había un agujero lleno de zombies o una puerta dimensional que nos condujese a un mundo paralelo. Pero es una anécdota que he contado tantas veces ya, que me da pereza.
Quizá el quid esté en hablar de que ya llegó el contrato por la novela que mandé a la editorial y que todavía no lo he firmado. Contar que soy un desastre y que seguramente pierda un encuentro con lectores fieles por mi impuntualidad o que todavía no he ido al micro abierto de poesía en el que me invitaron a participar.
Podría hablar de Cádiz y de ti, de mi pelo desordenado y la luz sobre el mar azul impertinente. Del silencio en la catedral mientras cantabais o de la carita de Juan Pequeño cuando le digo cualquier pamplina y abre los ojos de lobo listo que tiene. O que Laura Rosa me inspiró un nuevo cuento de la Princesa Valiente en el que sale un tigre blanco al que se vence con cosquillas. Que la casa está hecha un desastre, que echo de menos a Marta, que quiero que vengas a cenar, que las sesiones de evaluación me dan dolor de cabeza o que el nuevo compañero de tecnología me cae fenomenal.
Pero no sé. Las macetas nuevas tienen flores y la de encima de la mesa del comedor se ha muerto. Que Marta me hizo fotografías preciosas con la máquina de escribir o que el domingo me quemé el escote en la convivencia con los niños de mi catequesis. Que escuché música clásica bebiendo un café y me sonrieron. Que hoy me parecía que todo el mundo estaba muy guapo. Que cada sueño que tengo aparece velado por mi hermano. Que Jose se casa el sábado e iré sola a bailar.
Nada. Todo. Lo demás. La música, la poesía, la luz de las ocho y la falta de luz de las siete de la mañana, el té de Belén, la carta de Tertius, la pluma roja. Las enumeraciones interminables y absurdas como ésta, la libreta donde cada noche apunto lo que me hace entristecer para dormir ligera.
No sé, no sé de qué voy a hablar. Mejor me callo.
1 comentario:
No calles, no calles nunca!
que algunos vivimos con la ilusión de que vuelvas a escribir! y poder leerte...
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