Mi abuela está entrenada por la radio, por eso recuerdo sentarme con ella en el porche de la casa del campo y leer en voz alta cualquier novela mientras ella cosía puntadas. También recuerdo leer en voz alta en la cocina de mi madre, el libro del buen amor, mientras ella cocinaba y yo escapaba de estudiar un examen. Leer en voz alta mientras conduces cualquier palabra que me encuentro.
Leo en voz alta en mi clase, en la iglesia, en la calle sin darme cuenta, en la cama de los niños cuando nace un cuento. Me gusta la magia que se establece entre el que lee y el que escucha por encima de todos los ruidos del mundo. Leerle a alguien es como contarle un secreto. Leer en voz alta se convierte en algo íntimo, privado, entre dos que quieren de una parte regalarse todo, de la otra recibir cada verbo como una torpe declaración de amor.
Mi madre me leía en voz alta, cuidando cada entonación.
Anoche, cuando salía de la ducha, asediada por el dolor de cabeza que todavía hoy me acompaña, deseaba que alguien me leyese en la cama hasta que el sueño viniese a rescatarme llevándoselo todo. Deseaba taparme hasta la nariz hecha un ovillo y escuchar las palabras lentas, dulces, secretas, sin prisa, del que lee en voz alta para conjurar los mejores sueños.
Leer en voz alta... como recibir besos.
4 comentarios:
Interesante pero... no lo entiendo
qué gusto leerte, siempre!
no siempre hay que entender la poesía, solo sentirla!
solo sentirla...
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