domingo, 10 de octubre de 2010

es de biennacido ser agradecido


 -Niño, ¿qué se dice? -nos decían nuestros padres cuando éramos pequeños y nos hacían cualquier regalo. Lo suyo era responder: "gracias". Unas veces te salía a la primera y otras veces lo dudabas, también se daba el caso de que te diese tanta rabia que te lo recordasen, que cerrases la boca como un bendito y no soltases ni prenda. 

Hoy sólo paso por aquí para aprovechar y dar las gracias por unas cuantas cosas de esas que se suponen que no importan demasiado, pero que lo son todo. Gracias porque anoche me dormí sonriendo por tu culpa, porque hacía sol cuando abrí los ojos después de dormir como una bendita, porque había salido un sol enorme y radiante que me recibía en el balcón mientras esperaba que se despertasen mis padres. Gracias porque han dormido hasta tarde, porque mi padre, que siempre se despierta a las siete como por inercia, no ha abierto los ojos hasta las nueve y media. Porque hemos desayunado despacio y sin prisa y el café sabe mejor en compañía. Gracias por la luz y los colores de mi casa. Por ir juntos a misa, guapos de domingo, como en los viejos tiempos, por emocionarme siempre con lo más pequeño. Gracias por encontrarnos con Pedro y Claudia y con los niños, por la risa de Ana y las guerras de Pablo con mi regazo. Gracias por la voz de Leticia al otro lado del teléfono y los gruñidos de Juan Pequeño quejándose para que lo oiga. Porque mi maceta de margaritas está preñada de futuras flores y hemos visto el mar azul impertinente en nuestro paseo, porque he soñado en la siesta con cosas divertidas y mis ventanas estaban abiertas al mundo. Gracias porque mi padre me está arreglando la torre del ordenador y recuperaré la paleta gráfica y mi madre me ha peinado el flequillo. Es genial cuando tus padres, todavía, tienen esos derechos de poner en orden tu mundo en algunos aspectos, da cierta paz desentenderse por unos días de ser mayor e independiente, pedir comidas ricas y dejarse querer.

Gracias, por todo lo que queda de día hoy, porque se nubla, porque espero visita para el café, porque después os escucharé cantar y todos los demás están de vuelta. 

viernes, 8 de octubre de 2010

hecha un lío


Todavía está el balcón abierto y son las once de la noche. Carmen Boza suena en mi ordenador porque no puedo sacar su voz de mi cabeza y prefiero que llene toda la casa para así olvidarme de pensar. Tengo dos libros encima de la mesa, pero soy incapaz de leer hoy. Tampoco soy muy capaz de escribir, para qué engañar a nadie. He bloqueado la línea de mi imaginación porque se está volviendo impertinente. Me apetecen cerezas y pienso en la teoría del amigo de Chica sobre el proyectar equivocadamente hacia el futuro y así invocar a la desilusión. También pienso en la frase aquella de "ejercitar la paciencia es entrenar la frustración". A veces creo que he desarrollado una incapacidad inaudita para la paciencia. Ya lo he dicho mil veces pero, ¿sabes cuando sueñas con esa parte que no se vivió pero que estaba allí, latiendo en el momento a punto de estallar? Y después te levantas en tu cama, desnutrida y feliz. Conforme amanece te vas sintiendo estúpida y después funcionaria de la emoción. Ser funcionaria de la emoción es una triste pena gris, pero ayuda mucho a respirar y a reírte a carcajadas, a que el gato se te suba al regazo a ronronearte las despedidas, a que te hagan promesas que no te interesan demasiado, a que encajes el pasado en las ironías del presente cuando Chelo llama por teléfono y se te encoge el estómago de rabia porque no quieres compartirla con esa parte de ti que desconoce. Tengo mucho sueño, se me cierra un ojo y se me frunce la boca. Hoy estoy decidida a soñar con cosas insignificantes.  Porque a veces cuando quieres ser valiente eres cobarde y al revés. ¡Qué injusticia!

jueves, 7 de octubre de 2010

quien lo probó lo sabe


Me sorprende el lavado de cara que le han dado a Lope de Vega en la última película. Lo han convertido en un hombre de bien, enamorado fiel, correcto, leal, de corazón noble y sereno. No puedo evitar recordar los apuntes amarillos de mi profesor de literatura y sonreírme. Parece que lo escucho decir: "era un canalla". 

A pesar de eso, obviando la inverosimilitud del personaje, soy una mujer fácil a la que le encanta escuchar recitar versos y, si una cosa tiene la película que merezca la pena, es escuchar los versos de Lope tan bien defendidos por las voces de los actores españoles, que no siempre son de mi devoción. 

Insisto mucho a mis alumnos cuando leen poesía en voz alta. Hace unos días, leyendo La canción del pirata, acabamos recitando juntos aquellos versos de "que es mi barco mi tesoro...". Uno de los chicos apuntilló que parecía que estábamos en una iglesia y yo sonreí, al responderle, que no era para menos, que a las palabras había que devocionarlas casi de la misma manera. Que la poesía convierte en templo el sitio donde se eleva. 

Por eso terminé emocionada la película. No por la historia, por el desenlace o por las imágenes, sino por la voz de Alberto Ammann recitando a Lope en uno de sus sonetos. Por eso os lo cito hoy, porque de vez en cuando, no está de más recordar a los grandes. 




Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.




martes, 5 de octubre de 2010

andar, leer y respirar


Cuando leo, subrayo los libros y escribo en ellos, lo he dicho ya muchas veces. Hoy comparto, brevemente, que también leo mientras ando. Se está convirtiendo en una costumbre paliar la soledad de las tarde entre semana con una lectura breve pero intensa. Hoy ataqué El último encuentro de Sàndor Márai de camino hacia la playa y después de vuelta a casa cuando acabé el café y me sobrevino el frío.

He subrayado infinidad de fragmentos de la obra. La tentación de traer aquí alguno de ellos para filosofar ha sido grande, sobretodo después de descubrir que muchas de las cosas que marco son respuestas a las conversaciones que tú y yo tenemos como si, absurdamente, pensase que en algún momento fueses a visitar mis lecturas en busca de todos los mensajes secretos que te dejo. Sándor Márai describe con comparaciones increíbles sentimientos cotidianos y profundos. Sándor Márai afirma que tenemos que conformarnos con lo que somos, asumirnos, dejar de hacernos la guerra -lo que nos es, al mismo tiempo, imposible. Y yo leo mientras camino, haciendo un todo de mis pasos, mi respiración y las palabras que voy desentrañando. Como si mis manos sujetando el libro lo hiciesen recibir también el bombeo intermitente de mi corazón. 

Al llegar a casa e interrumpir mi lectura en el intervalo del ascensor -no sé por qué me parecía un sitio despreciable para continuar con esa tarea que me estaba haciendo tan feliz-, me he dado cuenta de que todo en mí se hallaba de nuevo detenido: toda emoción propia, todo pensamiento individual, todo recuerdo. Como si toda yo estuviese suspendida al filo de las palabras, al borde de la concreción o de la vida. Como si alguien o algo me hubiese apagado convirtiéndome en un mero instrumento que recibe, pero que no experimenta. 

Supongo que es una tontería. El lápiz en mis manos me salvaba. La evocación volvió a secuestrarme en cuanto regresé a la página. 

Uno siempre conoce la verdad, la otra verdad, la verdad oculta tras las apariencias, tras las máscaras, tras las distintas situaciones que nos presenta la vida. 

lunes, 4 de octubre de 2010

evaluación continua


Es lunes de nuevo y hay algo de terrible en esa frase -alguien ha hablado hace poco de ciclos, círculos y repeticiones, ahí debe estar el matiz, agarrado al paso del tiempo-. Pero además, fines de semana tan geniales como el que he pasado hacen que el primer día de trabajo de la semana se haga insoportable. Por un lado voy andando entre las clases con la sonrisa secreta del que ha vivido inmensas alegrías, como con las alas invisibles temblando ilusionadas en la espalda; por otro lado siento el golpe gris del lunes como una vía de cemento en medio de la selva. 

El sábado, tras la limpieza necesaria y fundamental para la supervivencia, tras poner lavadoras y adecentar un poco el lado más práctico de mi vida, me fui a recoger un poco de magia a un parque cualquiera, rodeada del equipo de siempre, dispuesta a dejar que Carmen Boza transformase en sonido esos sentimientos encontrados que se me agarran dentro. Bajo un árbol adornado con velitas y flores de papel, nos sentamos en círculo rodeando el banco de las guitarras y la voz. No es sólo genial el escucharla y experimentar cómo va recorriendo uno a uno mis rincones, es increíble poder, además, compartirlo con la gente a la que quieres. 

El domingo me desperté con la sensación de que iba a ser un buen día -quizá porque soñé cosas ridículas y sin sentido-. Me desperté como en aquella habitación de hotel, convencida de que la luz y la música de Jean-Yves Thibaudet podían solucionarlo todo. Los pasos y los poemas de Jose Agustín Goytisolo me llevaron a un escalón frente a la casa de Manolo para disfrutar de un plan de almuerzo en la terraza para ver los tejados de la ciudad bajo las nubes blancas. Hay días en los que el hecho de haber descubierto la belleza tan temprano, me transforma en narradora -en la peor narradora posible, la que deja de sentir y padecer para sí misma y sólo es un ente que contempla a los demás- e hicieron falta muchos abrazos de Chica, muchos besos de Miguel, muchas caricias de Ángel y Carolina, muchas miradas de Héctor, para volver a traerme hacia mí. Aunque, sobretodo, funcionó la risoterapia, el estar todos tumbados con la cabeza apoyada en la barriga del otro, riendo sin parar e inventando canciones absurdas. 

La noche volvió a traer la música... -suspiro y dejo de escribir observando la terraza, preguntándome si... Quiero decir, ¿sabes que a veces el que hace trampas eres tú, no?- y mi canción y las posibilidades y la cobardía y el deseo y la frustración acostumbrada. 

Pero hoy ya es lunes. Hoy veo moverse los árboles lejanos frente a mi terraza, escucho la brisa entre las sábanas tendidas y pienso en Ángel como un niño atravesándolas emocionado. Mis vecinos realizan sus quehaceres cotidianos y Marta reclama mi atención como sorpresa. 

sábado, 2 de octubre de 2010

las mil máscaras


Discutimos sobre el concepto de la máscara y los roles sociales. Mientras tú argumentas, yo pienso en Salinas, es irremediable. Me hace gracia eso de que nos entendamos pero no compartamos para nada la opinión. Me gusta que no tratemos de convencernos. Asumir, como explicación razonable a muchas cosas, que tú seas  y yo sea ellas

Me preguntas cuál es la función de mis máscaras. Me explico como narradora para justificar mi intención de potenciar según qué habilidades con según qué personas, para así conseguir encontrar esa luz que llevan dentro. Hay un fundamento clave de curiosidad, de descubrir el mapa que los demás esconden. Dices que mi cabeza es un jaleo y yo digo que un nudo o muchas puertas. Me obligas a quedarme pensando en la autenticidad del yo y en tu teoría de que funciona en todos los lugares, en conformarte con recibir lo que los demás te dan, sin esperar nada de ellos. A veces, cuando hablamos, yo parezco una persona horrible y tú demasiado simple. 

Cuando hablo de manipulación, no puedes evitar comentar que no es muy bonito lo que digo. Los dos sabemos que soy una tramposa y quizá, por primera vez, te preguntas si he jugado con mis máscaras y contigo. Hay algo en ti, además de mi promesa, que me impide ese rito de buscar el mejor papel para encantarte. No me extraña que nos vaya como nos va. Me siento terriblemente vulnerable desde el yo con que te miro. 

Esta mañana busqué el viejo ensayo de la facultad que me dio la matrícula de honor en retórica. Buceaba en la necesidad social de los roles, en la metafórica forma que tenemos de escondernos a los demás para saber quienes somos, en la búsqueda de nuestro verdadero nombre. Al leerlo me sentí a años luz del lenguaje que utilizo, a años luz de algunas de mis afirmaciones. Me pregunto si emprendí algún camino que conduce, irremediablemente, a donde estoy yo, conforme, acostumbrada, a la verdad de la luz que mantengo, sin tener que esperar a que venga un narrador a descubrírmela adentro. 

No paro de darle vueltas, la verdad. 

viernes, 1 de octubre de 2010

es muy cruel la relación entre la ficción y la realidad cuando despierto


A lo mejor es más fácil despertarse de una pesadilla con el corazón acelerado que, con el mismo corazón, despertarse de un buen sueño y descubrir que nada de lo que tenías es real. A lo mejor es más fácil aceptar que no existen los monstruos, que tu perseguidor era una sombra, que el fin del mundo no está tan cerca como parece. Mucho más fácil, mucho más fácil eso que despertar al anhelo con el cuerpo paralizado por el miedo, no de lo que se ha soñado, sino de lo que no existe y se llamaba ternura y ocupaba tus rincones y acariciaba tu boca. 

Es terriblemente difícil despertar dos noches seguidas como de vuelta de un viaje en esa otra vida donde tus problemas se llaman de otra forma, donde tus preocupaciones saben de maneras distintas y tu felicidad no depende sólo de la fuerza que conservas cuando te levantas, no depende sólo de ti. 

Hoy lo descubrí una hora antes de que el despertador sonase y llevo dando vueltas por la casa ese tiempo, evaluando los cambios de la luz, el ruido de los vecinos despertándose, sus conversaciones, los aparatos eléctricos. Atándome a todos los sonidos reales para ir asumiendo que no pasa nada, que no es para tanto, que volverán los monstruos bajo la cama y las persecuciones, y se irán todas estas fantasías idiotas que hacen el mundo aterrador.