Es lunes de nuevo y hay algo de terrible en esa frase -alguien ha hablado hace poco de ciclos, círculos y repeticiones, ahí debe estar el matiz, agarrado al paso del tiempo-. Pero además, fines de semana tan geniales como el que he pasado hacen que el primer día de trabajo de la semana se haga insoportable. Por un lado voy andando entre las clases con la sonrisa secreta del que ha vivido inmensas alegrías, como con las alas invisibles temblando ilusionadas en la espalda; por otro lado siento el golpe gris del lunes como una vía de cemento en medio de la selva.
El sábado, tras la limpieza necesaria y fundamental para la supervivencia, tras poner lavadoras y adecentar un poco el lado más práctico de mi vida, me fui a recoger un poco de magia a un parque cualquiera, rodeada del equipo de siempre, dispuesta a dejar que Carmen Boza transformase en sonido esos sentimientos encontrados que se me agarran dentro. Bajo un árbol adornado con velitas y flores de papel, nos sentamos en círculo rodeando el banco de las guitarras y la voz. No es sólo genial el escucharla y experimentar cómo va recorriendo uno a uno mis rincones, es increíble poder, además, compartirlo con la gente a la que quieres.
El domingo me desperté con la sensación de que iba a ser un buen día -quizá porque soñé cosas ridículas y sin sentido-. Me desperté como en aquella habitación de hotel, convencida de que la luz y la música de Jean-Yves Thibaudet podían solucionarlo todo. Los pasos y los poemas de Jose Agustín Goytisolo me llevaron a un escalón frente a la casa de Manolo para disfrutar de un plan de almuerzo en la terraza para ver los tejados de la ciudad bajo las nubes blancas. Hay días en los que el hecho de haber descubierto la belleza tan temprano, me transforma en narradora -en la peor narradora posible, la que deja de sentir y padecer para sí misma y sólo es un ente que contempla a los demás- e hicieron falta muchos abrazos de Chica, muchos besos de Miguel, muchas caricias de Ángel y Carolina, muchas miradas de Héctor, para volver a traerme hacia mí. Aunque, sobretodo, funcionó la risoterapia, el estar todos tumbados con la cabeza apoyada en la barriga del otro, riendo sin parar e inventando canciones absurdas.
La noche volvió a traer la música... -suspiro y dejo de escribir observando la terraza, preguntándome si... Quiero decir, ¿sabes que a veces el que hace trampas eres tú, no?- y mi canción y las posibilidades y la cobardía y el deseo y la frustración acostumbrada.
Pero hoy ya es lunes. Hoy veo moverse los árboles lejanos frente a mi terraza, escucho la brisa entre las sábanas tendidas y pienso en Ángel como un niño atravesándolas emocionado. Mis vecinos realizan sus quehaceres cotidianos y Marta reclama mi atención como sorpresa.
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