Cuando vino Chelo, bautizó mi casa como la casa que duerme, porque batió todas sus marcas de horas de sueño seguidas. Yo creí que era inmune a esa capacidad de transmitir paz de este rincón del mundo, pero últimamente me hallo conquistada por sus trucos para invitarme a dormir. Quizá el color blanco que impera en las habitaciones, la luz calma que entra por la terraza, el silencio no interrumpido, la brisa suave con instinto de mar, el olor a ropa tendida, el té de la tarde... Todo invita a soñar, a acurrucarse en el huquito del sofá, en el borde de la cama y añorar por un segundo la caricia que no llega para después, inmóvil, victoriosa ante el recuerdo, caer rendida al más placentero de los sueños. Casi infantil, casi arropada por un beso. Suspirar como de olas y viajar a ese lugar del que no se si voy o vuelvo.
Buenas noches, buenas noches, buenas noches... mañana te susurro un cuento...
3 comentarios:
Yo también quiero un paraiso como ese. Necesito reposar.
A ver si este fin de semana tus vecinos me transmiten esa paz.
Besos acurrucados
Un bostezo contagioso
;)
Un beso, linda.
Pase sin querer y encontre un poco de aire fresco, que siempre le hace bien al alma.
De casualidad me encuentro con tus palabras, pero he decidido volver porque me sedujo tu prosa deshinibida y sin prejuicios.
Un abrazo, Bili.
unepalabras.blogspot
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