A veces cuatro años no son suficientes para nada. Y los abismos se convierten en algo así como pozos ciegos que no sabemos si saltar, conservar o tapar con nuevas caricias. Quizá por eso, cuando me asalta en Tribunal, con su pelo largo lleno de rizos y su barbilla perfecta, con su nariz dulce y sus ojos enormes llenos de dudas, siento que el corazón se me encoje al mismo tiempo que se me dispara.
-No entendía por qué íbamos hacia Tribunal si queríamos llegar a Sol -dice Mark entre risas cuando la verdadera Sol, la Sol que conocí en otra vida, se enreda entre mis manos y camina llena de preguntas como yo.
A veces cuatro años dan para mucho. Para que se creen las grandes heridas. Para que seamos un espejo en el que no sabemos si nos queremos mirar. Porque ninguna de las dos ha vuelto a Londres y las paredes siguen de pie y algún día, también nosotras, habremos de marcharnos con las experiencias recogidas. Nos cuesta trabajo comenzar a hablar de lo fundamental, primero debemos pasar por el clima, por el cuánto tiempo, por el mundo laboral y nuestros pisos nuevos. Después llegan ya los nombres propios, los recuerdos reales que saben a dulce que ya no se puede volver a probar, las miserias y las madrugadas. Esa zorra llamada soledad que habita a veces en casas como las nuestras.
Y Sol se ríe de mi pelo largo y yo miro su melena de rizos imposibles, sus pestañas largas, casi impertinentes, su gesto que se torna serio momentáneamente cuando cualquier idea es más fuerte que su conciencia de estar aquí. Hay un momento, puro de sinceridad, en que las dos dejamos escapar por los ojos lo que no podemos decirnos y nos quedamos en silencio, sin mirarnos de nuevo, para recordar el bar en el que estamos y esconder la sombra de una herida. Después volvemos a sonreír sin darnos cuenta.
-Ahora podemos crear nuevos recuerdos -le digo cuando ya queda poco para marcharnos. Y Sol dice algo así como que no podemos dejar pasar otros cuatro años.
Y en una esquina, en una calle más allá de la preciosa tienda de dulces de colores, con una Marta de boca rosa y sonriente, Sol y yo nos despedimos, con la conciencia extraña de no saber si cumpliremos las promesas que no hemos intentado hacernos.
5 comentarios:
yo he estado en Madrid el fin de semana, que bonito es Madrid!
Hay promesas que se hacen, que sonn para no cumplirlas... Se sabe, en cuanto se dicen...
Saludos y un abrazo.
no me gustan las promesas, ni las que se hacen, ni las que se piensan en silencio, implican tener expectativas...y eso puede salir muy mal...
me gustó mucho mucho, visualicé sus caras en el bar...
Desde ya paso a desearte felices fiestas!
te dejo un abrazo!
Más o menos por ahí, en Gran Vía esquina Hortaleza, todos los teatros de las promesas perdidas bajaron sus telones sobre el trajín de los años.
¡Cuántas más gravitan todavía en torno a Sol, kilómetro cero de todos los caminos del alma!
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