En septiembre hará dos años del viaje que Antonio y yo hicimos al arrullo del Mediterráneo desde Málaga hasta Cabo de Gata. Este fin de semana volví a recorrer el trayecto y lo recordaba en cada rincón. Miraba los acantilados pensando "allí dejamos el coche", "desde allí hicimos aquella fotografía a los barcos", "ese fue el desvío que debíamos tomar", "seguro que tras esos invernaderos está la caseta en la que almorzamos con las olas rompiéndonos en los pies". De alguna manera, lo dibujaba en cada curva de la carretera.
Después llegué a topar con los apartamentos en los que veraneé algunos agostos de mi infancia, o con los que acogieron a David y Javier en su primer viaje al mar. Incluso con el eco de la risa de Marta en la calle de las tiendas, pasando frente al teatro. Poco a poco, iba encontrando el camino olvidado de los recuerdos al tropezar con cada objeto que era capaz de trasladarme. Como si todas aquellas vidas hubiesen sido vividas por alguien que aún hay en mí.
El mar, las piedras, el bikini colgado de la lámpara, la nota para la limpiadora, el Hobbit, la piscina y las gafas de bucear, el mono de las atracciones, la luz de mi madre en la orilla, Bob Marley sonando sin parar en el reproductor de Javier a la hora de la siesta, el trivial en el balcón con una Marina diminuta y la tormenta que trajo pepinos de mar a la orilla sin edificar donde ahora descubro enormes edificios de apartamentos.
Es curioso volver y descubrir los cambios en el mundo y en mí. Pensar en cómo me imaginaba y en cómo soy capaz de imaginarme ahora, con la vista clavada detrás. Es curioso cómo teje el tiempo, con que paciencia, con que falta de inquietud... al contrario yo, siempre dispuesta a malcoser los puntos, siempre a punto de acabar para empezar de nuevo.
1 comentario:
Que recuerdos!!! Ya casi ni me acordaba de ese viaje a Almería, cuando empezó mi pasión por los bolígrafos de colores y las carpetas de plástico!!!!que genialidad!!!Te quierooooo!!!
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