Y es tu responsabilidad, puesto que el valor de un hombre resulta ridículo en materia de amor. El amor es cosa de mujeres. Sólo destacáis en eso. Y en eso fracasaste tú... No es verdad que los hombres sean responsables de su amor. Hubieras tenido que amarme como ama una heroína.
La herencia de Eszter llevaba más de dos meses en la estantería, desde que la gripe me tuvo en cama devorando libros. Después llegaron tantos planes que me olvidé. Esta mañana, lo saqué de su rincón y lo llevé conmigo al trabajo porque presuponía que faltarían muchos alumnos y el tiempo se me haría insoportable. (Respiro profundamente antes de continuar).
Sándor Márai (paladeo). Claudio y yo estábamos sentados en el patio superior, escapando de una hora tediosa. Él fumaba y yo tenía los pies sobre una silla. Él hablaba de literatura, mareándome con infinidad de datos. Me decidí a pedirle que escribiese en mi moleskine los nombres de algunos autores que considerase que debía leer. Yo jamás había oído hablar de Sándor Márai. Tampoco había oído hablar de El último encuentro. Por supuesto, me hizo sentir inculta e infantil desconocer el nombre de un autor que para él era tan referente. Pero Claudio siempre es capaz de justificar mi ignorancia. Por eso, en lugar de llevarle la contraria a su consejo, me hice con aquel libro que aconsejaba.
Lo leí frente al mar. El último encuentro de una sentada. Utilizando un lápiz como marcapáginas entre sorbo y sorbo de café y subrayando con fruición pasajes enteros. El estudio psicológico que hace Sándor Marái de sus personajes me resulta abrumador. En un tono siempre confesional, partiendo de los pensamientos y reflexiones del protagonista, propone desvelar ese gran misterio, esa gran pregunta que se aloja siempre en algún rincón de la vida de cada uno. Como si nuestra existencia fuese un mero cofre para un momento crucial que sólo algunos son capaces de solventar en el momento oportuno y que, los demás, arrastramos como un lastre durante toda nuestra existencia hasta que, bendecidos por los caprichos del destino, por la ley última que acaba todo lo que empieza, volvemos a enfrentarnos a nuestro pasado para dar la respuesta que tuvimos que dar y que callamos por cobardía.
Por eso, cuando encontré La herencia de Eszter no dudé un segundo que debía comprarlo. Su precio era ridículo y su promesa desproporcionada gracias a una portada magnífica con el Retrato de Margarita de Fernand Khnopff.
Las casi doscientas páginas han sido un perfecto paseo por la psicología de Eszter y, ¿por qué no?, por la mía misma siendo ella, decidiendo cómo habría vivido y experimentado cada una de las reflexiones que comparte. En el desayuno hablábamos de psicología y, cuando Claudio observó el libro que llevaba entre las manos me comentó simplemente: "Márai poeta, Márai dramaturgo, Márai conociendo los entresijos de la psicología humana". Con inocencia respondí:
-Nunca leí ninguno de sus poemas.
-Ni yo -se rió Claudio-, pero uno lo sabe por sus libros.
Mi padre no se acuerda nunca de la realidad. Es un poeta.
2 comentarios:
Qué coincidencia, libros. :D
Esos son los buenos poetas...
Saludos y un abrazo.
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