Cuando dices que podríamos ir a la Playa de los Alemanes me pongo tan contenta que tengo cinco años. Y cuando escribo a Chelo para contárselo, me responde que cómo iba yo a perdonar el primer baño de mayo.
La cosa es que he ido a la playa varios días ya. Con mayor o menor éxito, pero es allí, entre el faro y las rocas, donde el océano me llama con más fuerza y puedo lanzarme a sus olas. Casi no me da tiempo a deshacerme de la ropa para correr a la orilla y mojarme el pelo.
No contento con mi felicidad, el mar tenía otro regalo, y es en mi segundo baño cuando lo descubro al sacar la cabeza del agua y ver una diminuta mariquita flotando a la deriva. Primero pienso que debe estar muerta, pero después decido que aún quiero cogerla porque brilla al sol roja en medio de lo azul. Al alzarla entre mis manos comienza a andar.
En ese justo instante soy dueña de un milagro. Y las dos, ella tan pequeña y yo, nos tumbamos al sol para secarnos. Se queda mucho rato allí, entre mis dedos, moviendo sus patitas y abriendo tímidamente sus alas para que la luz las despegue.
De pequeña hacía casa a las mariquitas en cajas de cartón y siempre me parecieron, entre todos los bichos, algo así como diamantes. Por eso pasé el día muy contenta con mi mariquita y el sol, con la arena en el pelo, con Silvia y contigo.
3 comentarios:
A mi me encantan. :)
Una gran acción.
Las pequeñas cosas son las que merecen la pena.
Estupedas las líneas que nos has dejado. Como siempre un placer haberme pasado de nuevo por tu espacio.
Saludos y feliz sábado.
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