Si la imaginación es lo mismo que la mentira, a los escritores les encanta mentir. Quiero decir: viven de ello, y la gente va y compra alegremente sus mentiras. La gente incluso se hace socia de círculos de lectores con el fin de recibir las mentiras directamente en sus buzones. Yo creo que lo que ocurre es que a unos les gusta mentir y a otros que les mientan.
La otra tarde iba buscando un libro de poemas de Vladimír Holan y, al no encontrarlo, me puse tan triste que me compré varios libros de bolsillo que deseaba tener. Entre ellos me hice con un nuevo título de Jostein Gaarder que aún no había leído: La biblioteca mágica de Bibbi Bokken.
No sé por qué me gusta tanto este autor, quizá sea por esa estúpida sensación, mientras que lo leo, de que él me ha inventado, de que formo parte de su universo imaginario. Porque sus palabras parecen encontrar el lugar perfecto dentro de las mías. Leer a Gaarder es que millones de piezas encajen, que los engranajes funcionen, terminar el puzzle.
Sin darme cuenta sonrío desde la primera palabra (querida) hasta la última (imaginación). Es casi mágico. Con el lápiz jugueteando entre mis dedos, sonrío sin parar, sin saber ni dónde estoy ni lo que quiero. Y la música suena mejor cuando estoy entre las páginas de Gaarder y el universo es un escenario perfecto.
Irremediablemente, al leerlo, pienso en Nacho y en nuestras charlas trascendentales. En nuestras notas en La joven de las naranjas y en los libros de este autor que hemos leído juntos. Supongo que desde Alemania le pitarán los oídos al saberme filosofando.
Porque es lo que pasa cuando por fin lo cierro y miro la estantería de la poesía frente a mí: filosofo. Desde un lugar recóndito sobre cosas estúpidas, pero filosofo.
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