Cuando explico a mis alumnos el Modernismo, les hablo del cambio de concepción del arte, que pasa a ser un objeto inútil. Quizá las cosas no han cambiado mucho desde entonces. Por eso hay tantos educadores que componen canciones en su tiempo libre, tantos artistas que pintan cuando salen del trabajo, tantos escritores disfrazados de gente normal. Por eso mis alumnos entienden el arte como un bien de consumo prescindible.
No me apetece hablar de los problemas económicos del país, ni hacer un alegato en favor de la cultura o denunciar la situación de tantos artistas en medio de este ciclón. Me genera apatía el pensamiento. Sólo quería contar mis torpes intentos de solucionar en mi día a día este problema. Lo único que está claro es que si no hay dinero para pagar la comida, tampoco lo hay para pagar el arte. Fantaseo estúpidamente con la idea del mecenazgo.
Ante todo esto, sólo puedo decir que no me apetece la idea de rendirme. Porque yo no cuantifico lo que hago, yo soy feliz fabricando cuentos. Seguramente nunca llegue a ser best seller, hay grandes posibilidades de que la publicación en papel sea una utopía dentro de poco y cada vez más se reduce el número de lectores. Cuando intento explicar que eso no me importa, pocas personas me creen. Está claro que sin un lector no tiene sentido la obra, pero, ¿significa eso que deje de tener sentido el creador o que pueda detener sus procesos artísticos a la espera de una buena oferta?
Me enredo en mis propias ideas. Me tropiezo con los formularios, con los protocolos literarios, con los problemas de liquidez del sector y la falta de demanda porque el precio del libro no se abarata. Pero trabajo en dos novelas nuevas, tengo cuatro medio dignas terminadas y a la espera, un blog lleno de poemas (en el que hoy he publicado para imprimir los poemarios que suelo regalar durante los recitales) y una cabeza que no deja de enredarse en tramas descabelladas. Y tanto ruido frente al silencio del exterior puede confundir, incluso frustrar, pero yo lo bailo y crezco y descubro el mundo y lo transformo o lo quemo. Porque la literatura o el arte para mí no son únicamente un fin o una meta, no son sólo el ideal, son también un camino cotidiano por el que me busco cada día.
3 comentarios:
El duro oficio del artista.
En una sociedad asocial y desmantelada, en esta iconoclastía de la disgregación, ¿qué espacio le queda a la vocación de artista?
Los que tienen suerte, un momento de gloria, y de nuevo a comer piedras después...
Tú sí que tienes arte.
Por cierto, hoy me ha pasado algo curioso, llevaba días sin entrar en tu blog, y esta noche he soñao que nos conocíamos y nos hacíamos súper amigas.
Qué cosas...
Saludos
mariajose
El buen trazo de tu caminito cotidiano será el que propicie el encuentro de todos tus seguidores en una meta que rediseñas cada día con tus vivencias sinceras, esas que generosamente nos regalas con la poesía de tu verdad y que llena nuestro ruido de realidad con tu silencio de fantasía. ¡Sigue!
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