La luz acaricia cálida los árboles del zoo, dotándolos de una cara oscura que va preparándose para la noche. El tigre gime descaradamente desde su jaula, supongo que rogando un poco de amor, y un grupo grande de gaviotas gira en círculos sobre el mar en el horizonte. Es extraño pensar que ayer estaba abandonando Madrid, con su ruido y su gente, cuando miro ahora la paz a través de la ventana.
Estoy leyendo El vendedor de historias. Lo empecé en el tren, de camino a Nacho, y casi lo estoy terminando. Es uno de esos escasos momentos en los que decido alargar un poco más un libro, para que no se me acabe antes de que me de cuenta de que ya no lo tengo entre las manos. Habla sobre la creatividad y el mundo de los escritores. No puedo imaginarme cómo lo acogió la crítica en su momento, es bastante duro con el quehacer de los autores publicados. Aunque como el narrador tiene bastante doblez, uno nunca se siente identificado con lo que critica. "Los malos son los otros". Quizá sería una de los incorruptibles. Qué peligroso...
Madrid me ha enseñado nuevas caras estos días. Pocas veces había visitado sus calles con un madrileño de pura cepa y, claro, sus costumbres y su historia me han llevado a rincones nuevos. Este viaje ha tenido la magia de poner en movimiento personas, lugares y objetos, que sólo formaban parte del ideario de mi imaginación. Conocí las calles de las que había escuchado anécdotas, recorrí los caminos que había dibujado parcamente con retazos, tomé las medidas de las habitaciones, probé los sabores de la cena que siempre es a las nueve y media, puse cara y movimiento a los protagonista de tantas historias y mudanzas. Escuché al otoño acercándose a las avenidas y observé el apasionante engranaje de la realidad que, aunque a veces no es capaz de imitar el brillo de la fantasía, tiene la capacidad de sorprenderme con detalles que no deben pasar desapercibidos. Era como asistir por fin al espectáculo que tantas veces había imaginado. Y lo cierto es que aplaudí como una niña al final de la función.
Además, disfruté de Sol y sus elegantes gatas, bajo la luz de una tarde que no sabía si prometer diluvios. Disfruté de Rubén, Maria José y un novísimo Pablo, que se quedaba tranquilo en mis brazos mirándolo todo con infinita curiosidad. Disfruté de las librerías en las que soy capaz de aburrir a cualquiera y me hice con algunos libros que necesitaba como documentación de un nuevo proyecto literario. Disfruté de mí y me cansé de andar. Porque las medidas son distintas y lo que es cerca para Nacho, a mí me supone una eternidad. Supongo que es lo que tiene estar aprendiendo de alguien que disfruta tanto del proceso como del final.
Sí, Madrid me trata siempre bien, prepara para mí ferias del libro antiguo, exposiciones sobre escritores y pintores que me gustan, restaurantes con mis comidas preferidas y tiendas con diez mil tentaciones. No me puedo quejar de esa mujer cosmopolita, pero chapada a la antigua, que a 565 kilómetros retiene lo que es mío.
2 comentarios:
Vamos, que no as perdido ni un segundo :)
Besazos enormes
Madrid en otoño alimenta más que nunca.
(pero mi opinión no es objetiva, claro)
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