De madrugada, tendida en la cama con los ojos abiertos intentando descubrir la primera luminosidad del día, imaginaba que llovía fuera, incluso escuchaba la lluvia. Esperaba que algún coche cruzase la calle para que el ruido de los neumáticos sobre mojado fuese mi mejor señal, pero la ciudad se mantenía en silencio. Sólo podía oír ese aparente manto de agua. Supongo que algún vecino se duchaba más allá de mi pared, porque al abrir las persianas sólo pude ver una niebla gris que recortaba los árboles del zoológico.
Es lunes y cuento los días hasta el jueves, las horas hasta la tarde del jueves, cuando un tren me acerque a Madrid y todos sus misterios. Me estiro de nuevo y deambulo por la casa con la cara sin lavar hasta que consigo prepararme un café decente. Todo huele a limpio después de la paliza que me di ayer y eso me hace sentirme en calma. Enciendo la lamparita de la mesa del teléfono y el ordenador mientras imagino las noticias del día: importante partido, importantes elecciones... A veces el mundo cíclico pesa más.
En mi viaje al trabajo asciendo sobre las nubes que se comen la ciudad. El sol me ciega en una curva, los tejados se yerguen bajo el asfalto, los pinos parecen más verdes. Respiro llenando todos los pulmones y descubro que no soy la única que ha pensado que el paisaje merece una fotografía. Ahora todos queremos llevar la belleza en el bolsillo, encerrada en un pequeño aparato, como si pensásemos que nuestra imaginación no podrá recordar todos los detalles. Veo su mensaje en el correo electrónico de antes de salir al trabajo y sonrío complacida. Hoy es todo más lógico. Es lunes.
Las dos últimas horas las dedico a hablar del arte, de sus función, su significado, su relación con la literatura... El primer grupo está lleno de preguntas y ganas de participar. El segundo prefiere que se lo den todo hecho. Aún así acaban arrancando y, cuando suena el timbre, siento que me han exprimido o vampirizado. Pero estoy feliz. Estoy feliz porque he hablado dos horas de cosas que me gustan, aunque me habría gustado mucho más esta clase con un público adulto.
Las horas pasan. Hago lo que espero de mí, es decir, cocino, riego, planto unas semillas de encina y de pino en la terraza, recojo la ropa, preparo un té y vuelvo al trabajo. Una alumna me hace reír a carcajadas con una redacción bastante bien hilada y las caras agotadas de mis compañeros me recuerdan que mañana el día será idéntico al de hoy.
Intento hacerme una idea del día que ha tenido él, de la luz que hay en el estudio cuando yo salgo a un atardecer malva sobre las montañas y el mar. Vuelvo a llenar los pulmones de aire, dispuesta a eliminar la tensión del día de camino a casa. Mastico un poema que he leído en algún sitio, suspiro sin darme cuenta. Las paredes aún están calientes por el sol del día, pero mi casa aguarda en silencio, vacía hoy, con las sillas patas arriba y la penumbra que espera las bombillas. Dejé el té a medias sobre la mesa y eso hace todo extrañamente más real. A veces siento que llego a la vida de otra o me descubro, de golpe, abrumadoramente yo, como ahora.
1 comentario:
Muchisimas gracias, es una entrada preciosa y llena de vida, de tu vida, me encanta leerte.
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