martes, 13 de abril de 2010

hoy es martes


Menudo descubrimiento. La maceta que compré en navidad fue desterrada al balcón acristalado -rincón para dejarla morir- y hoy la miro y está llena de flores. Igual que los naranjos del camino al instituto, plagados, preñados de flores blancas, como las ramas tristes que se llenaban de nieve junto a mi ventana, que ahora se visten de brotes verdes. Como fresas. El té me sabe a gloria mientras suena la música en la casa. He organizado los últimos poemas, ahora los peso para saber si merecen la pena. Esta noche soñé que volaba. Jamás lo había hecho y bailaba por el aire de la calle de mi infancia, coronando los tejados, riendo bien alto en un cielo lleno de estrellas. ¿Wendy?, susurraron, pero no logré despertarme a tiempo y el cocodrilo latía dentro del armario. La comida estaba rica y me resistí a las chucherías. Discuto sobre mi fe. Dejo el tiempo pasar. Es abril, casi no me había dado cuenta. Dentro de poco llegarán las sandalias, el mar y el destino provisional. Me he acostumbrado a esta vida, a esta ciudad donde los relojes de arena se dan la vuelta constantemente.

domingo, 11 de abril de 2010

por fin


Desde que en septiembre alquilé este pequeño hormiguero y me trasladé a esta pequeña ciudad, Juan, Leticia y yo llevábamos planeando una cena en mi casa. Con el invierno de diluvios, los viajes en común, las diversas vivencias, había sido imposible mantener una de las fechas que decidíamos así que, ayer, cuando llaman por teléfono diciendo que han seguido las instrucciones al pie de la letra y están en la puerta de casa, casi no puedo creerlo.

Me asomo al balcón como una exhalación para ver a Leticia, con cinco meses de vida en la barriga, preciosa y sonriente al otro lado de la calle. Juan aparece para saludarme y pronto están entrando a casa. Al instante se me hace natural que estén aquí, como si fuese lo más común de nuestro curso. Sentados los cuatro en los sofás -para Leticia el sillón blanco-, pronto nos estamos poniendo al día y relatando anécdotas. ¡Tenemos tanto que contarnos! Hacía más de un mes que no encontrábamos un momento para sentarnos sin prisa a conversar.

Para cenar he preparado fondue y Juan y yo estamos a punto de prenderle fuego al suelo de la casa porque nos pasamos con el alcohol de quemar, pero al final logramos controlar al elemento y nos sentamos -en pijama, lógicamente- al rededor de la pequeña mesa con nuestros pinchos y nuestras copas. ¿De qué hablamos? De nuestras vacaciones de semana santa, de mis vivencias surrealistas de esta semana, del armario empotrado del piso nuevo, de la próxima reunión de comunidad, del próximo Juan que ha estado todo el día tranquilo y comienza a hacer largos en la barriga de Leticia durante la sobremesa... Cualquier tema nos sirve, no hace falta improvisar. Por eso, cuando queremos acordar, estamos adormilados cada uno en un rincón y nos vemos obligados a levantar el campamento de la cena para plantar el del sueño.

-Ahora son casi las diez y media de la mañana. Ellos todavía duermen y yo he abierto el balcón para que la casa, igual que yo, se llene de luz. En el árbol hay un pájaro cantando sin parar y el sol comienza a trazar sus dibujos en el suelo. Mi casa bosteza levantando los brazos, tiene cara de niño recién levantado y feliz-.

(Hoy dibuja Martuqui)

jueves, 8 de abril de 2010

mis miguitas de pan


Las hormigas recogen miguitas de pan para llevar a su hormiguero, yo me traigo imágenes y frases, conversaciones y risas, que voy almacenando junto al sillón blanco.

Hoy veo cómo el paso del tiempo es capaz de construir. Es todo un descubrimiento para alguien tan impaciente como yo porque, desde el primer día en que me crucé al señor del mono azul en bicicleta, sabía que acabaríamos saludándonos. Y eso es sólo un ejemplo.

Tengo la manía de imaginar el mundo como un decorado para una película antigua, como si no hubiese nada real dentro de las casas y las personas fuesen meros actores contratados para animar las calles de la ciudad inventada donde habito. Por eso, conforme pasa el tiempo, se van desvaneciendo las máscaras y aparece el mundo real.

Y el librero y su mujer, el matrimonio escocés, Irene y las abuelas, la dueña de la cafetería, la frutera, el camarero del Andalucía, cobran una importancia crucial en mi quehacer cotidiano. Desde el silencio de los primeros meses hasta las largas conversaciones que mantenemos ahora como si los relojes no existiesen, ha debido pasar algo más que minutos.

Entonces hablamos de lo que estamos leyendo ahora, de qué pusieron de almuerzo en la residencia, del padre Antonio con el que pasé las vacaciones, del dolor de las piernas, de la mejor mezcla para una ensalada o de que ya nos está esperando nuestra ración de sepia para el jueves de rigor. No lo sé. Me siento afortunada.

Debe haber algo de magia en todo esto. En cómo esos desconocidos ahora son importantes para mí. Debe haber algo de magia...

miércoles, 7 de abril de 2010

primavera


En algún momento, sin que me de cuenta, se ha colado el buen tiempo -en esta casa, en la ciudad, en el centro de mi pecho-, porque ha sido un día agotador y a las diez de la noche sigo sonriendo. No puedo evitarlo.

Los miércoles suelen ser un día mucho mejor comparados con el martes -aunque los martes no existan y los martes con martini puedan salvarse-. Empezar con Sarah desayunando en inglés siempre es una buena manera de iniciar el día.

Hoy se suponía que debía estar destrozada por las sesiones de evaluación, las clases interminables, la falta de tiempo... Pero encontramos un rincón para salir al sol, sentarnos en una terraza de verano y tomar un helado. De pronto el aire de Alcalá de primavera me ha contagiado desde el recuerdo. Y se estaba realmente bien, aunque no hubiese demasiado que decir.

Me gusta tener la suficiente confianza con alguien como para poder sentarnos en silencio delante de una taza de café y dejar pasar el tiempo. Me gusta sentirme lo suficientemente cómoda como para no tener que llenar de ruido el espacio entre nosotros. Como si ese espacio ya no existiera, permanecer callados, cerca.

Quizá por eso sigo sonriendo.

-Elevo una acción de gracias, bailo, brindo y canturreo-.

martes, 6 de abril de 2010

Nuestro amor es como Bizancio


Así se titula el último libro de poesía con el que me hice durante mi estancia en Madrid.

Me gusta buscar en las estanterías de poesía, paladear todos los nombres que conozco o no, acariciar los lomos de los libros sin prisa, sentarme en el suelo si fuese necesario para degustar una palabra con la que me he quedado enredada. A veces pasa que, estando así, se acerca alguien más a curiosear por el territorio que creías tuyo y, entonces, se hace más divertido acceder a los volúmenes que deseas. Entonces desearía preguntar: "¿cuál es el poema que siempre recuerdas?", "¿qué libro me podrías recomendar?", "¿a quien citas para hablar de amor?". Pero el silencio es una constante en las estanterías de poesía y un aire reverencial nos impregna a todos.

Yo quería comprar un libro nuevo con versos porque tengo demasiado releídos los que ya tengo. La verdad es que no sé por qué Nordbrandt acabó en mis manos, quizá porque le pregunté si debía llevarlo a casa y su respuesta me resultó absolutamente convincente, pero la cosa es que no suelo comprar poesía traducida al español. Es sólo una manía herencia de las clases con mi amigo y profesor de Teoría de la Literatura.

Lo he citado en el margen de este rincón y lo llevo conmigo últimamente por la casa, en el bolso, en el coche... Nuestro amor es como Bizancio tiene algo que no me deja de atrapar, Nordbrandt desgrana las ideas con palabras hiladas que dibujan en mi imaginación en nombre del absoluto. "Tú nunca podrás comprender cómo yo / tuve la primera y emocionante idea de ti/ bajo las estrellas, tumbado en una barca / mientras la música de un bar que justo iba a cerrar / se mezclaba con el chapoteo del oleaje en la bahía". ¿No es simplemente genial?

Cuando lo leo siento el mismo vértigo que con todos los poetas que debieron amarme. Es como mirar a un pozo en el que se reflejan las constelaciones o leer el futuro en la comisura dulce de tu boca cuando estás a punto de reír.

Nordbrandt, Nordbrandt, me invita usted a soñar y "mi sueño es un taller de frágil cristal".

("Por un vislumbre de ti / puse con gusto todos mis castillos de naipes en juego").

lunes, 5 de abril de 2010

que alguien se coma mi lunes


Estoy cansada, así que la originalidad se me ha quedado dormida en la oreja izquierda, le pende una pierna que se mece en el vacío, enredándose en mis rizos, pero, por lo demás, está demasiado absorta como para molestarla. La pereza, en cambio, me campa por los dedos como un oso que bosteza y enseña las amígdalas -si es que los osos tienen amígdalas-, y el sueño se me cuela bajo los párpados como en la sesión golfa del cine, despreocupado.

Miro a mi alrededor en busca de inspiración, pero debe estar hurgando por mis cajones cazando mapas prohibidos -esos que dibujé y después, sin remedio, tuve que atar con un lazo negro o rojo, ya no me acuerdo, para lanzarlos al fondo del abismo de los calcetines-. No hay manera de reclamarla, le encanta descubrir mis secretos prohibidos. En cambio me tropiezo con el vacío, lleva sus mejores galas -es que he limpiado la casa-, y señala hacia mi cama de desierto con dedos dulces, como una adivina a la puerta de una tienda de colores vivos dispuesta a confesarme mi destino. El vacío de esta casa siempre habla con voz de reloj, de todos los relojes que he tenido y que emigran hacia el centro de algún sitio que aún no conozco -parecería que los calendarios han construido castillos de naipes con fechas, pero no hay ni un as, los regalé todos-.

La luz, con vestido de charlestón, fuma en un cigarro largo y extiende, por los rincones del salón, pasos de baile perdidos en el olvido. Quiere que encienda velas y me acompase a su ritmo, pero es tarde para jugar con ella. El silencio se ha adueñado de mí. Míralo. Nos tiene.

(fin)

domingo, 4 de abril de 2010

un año para gritar


No hace un año real todavía, pero podríamos tomarlo como medida provisional y así decir: "hace un año no resucité".

¿Se puede tardar un año entero en resucitar? Quizá se pueda tardar mucho más. Recuerdo a Jose Luis obligándome a escribir de nuevo, el impulso para que naciese naufragada -nombre de coincidencias-. (Tarareo mientras pienso cómo quiero continuar).

Era miércoles y yo ya me sentía llena de vida. Llena de gratitud. "Cuando amas, conviertes la tierra que pisas en Tierra Prometida".

Mi cabeza es incapaz de organizar la información, las miradas, la risa de los niños, los abrazos gratuitos, la conversación con Rafi, el miedo de Antonio, esa conversación con el otro Antonio mientras la película corría a cuenta de otros, la risa de Lucía, las preguntas que Pepe despertaba continuamente en mí, las charlas en las escaleras, la luna roja, el silencio en el sepulcro, las guitarras, el volver a ver a Carmen, la complicidad con Jesús, los numerosos reencuentros...

Y me miraban, muchos me miraban preguntándose si yo era la que fui. ("¿Sigues soltera?" y las carcajadas de después).

La cruz. El vacío. El mar.

La inmensidad del Amor, con mayúsculas, lleno de pequeños milagros diarios. "Gracias, Dios mío porque ponen pocos anuncios en mi película preferida" y más risas. Isaías.

Una vela. El sol como un beso.

¿Escuchas mi corazón latir?

Resucité. Por fin resucité. No encuentro otra manera de decirlo: "Yo soy libre".