
Menudo descubrimiento. La maceta que compré en navidad fue desterrada al balcón acristalado -rincón para dejarla morir- y hoy la miro y está llena de flores. Igual que los naranjos del camino al instituto, plagados, preñados de flores blancas, como las ramas tristes que se llenaban de nieve junto a mi ventana, que ahora se visten de brotes verdes. Como fresas. El té me sabe a gloria mientras suena la música en la casa. He organizado los últimos poemas, ahora los peso para saber si merecen la pena. Esta noche soñé que volaba. Jamás lo había hecho y bailaba por el aire de la calle de mi infancia, coronando los tejados, riendo bien alto en un cielo lleno de estrellas. ¿Wendy?, susurraron, pero no logré despertarme a tiempo y el cocodrilo latía dentro del armario. La comida estaba rica y me resistí a las chucherías. Discuto sobre mi fe. Dejo el tiempo pasar. Es abril, casi no me había dado cuenta. Dentro de poco llegarán las sandalias, el mar y el destino provisional. Me he acostumbrado a esta vida, a esta ciudad donde los relojes de arena se dan la vuelta constantemente.