viernes, 1 de febrero de 2013

un anónimo me asalta con mil dudas


Anónimo Anónimo dijo...

Qué alegría!!! Así da gusto un Febrero y sus visperas!! 
Ánimo con esa 4 parte, qué ganas de leerla (y de que salga la 3).
Por cierto, cuéntanos un poco más tus manías al escribrir, me ha gustado saber ese poquito que pones.
¿Escribes en papel y luego lo pasas al pc? parece que sí. Y esas fotos de las ilustracionestu misma haces y que que te inspiran para los libros... y ¿prefieres pc a mac? veo qeu tienes un acer... ¿oyes música mientras escribes?, ¿te haces fichas con los personajes? y... y... y...

Este ha sido el comentario que he encontrado en la entrada de ayer, así que, como me ha hecho sentir una estrella acosada por la prensa -y me ha hecho mucha gracia también-, voy a responder a todo lo que pueda. Lo primero, las manías. 

Iba a escribir que no soy muy maniática, pero de pronto he pensado en varios detalles y he decidido que cada uno valore según sus parámetros. No tengo un ritual a la hora de escribir, pero sí que me gusta, por ejemplo, recogerme el pelo. Me molesta casi cualquier cosa, así que me hago un moño en lo alto de la cabeza y, para más inri, me coloco una diadema para que no se escape ni un rizo. Necesito llevar ropa cómoda y me quito siempre el reloj. Me gusta prepararme un café al empezar e ir bebiéndolo mientras releo el capítulo anterior. Desde que descubrí la tienda Muji, utilizo un modelo de sus libretas para los esquemas de las novelas, me he vuelto una sibarita y no me sirve el folio blanco de toda la vida. Al principio hago esquemas generales y luego, conforme escribo, voy revisándolos en nuevos esquemas para cada capítulo. Me gusta utilizar rotuladores de colores y dibujar tonterías para convocar a mi inspiración. Por otro lado,  al utilizar pinterest, me doy un paseito por mi carpeta de Éldonon para coger fuerzas. No soporto que me interrumpan mientras escribo y soy incapaz de atender a quien me habla. ¡Ah! A veces me entra la neura de lavarme muchas veces las manos, suele ocurrir cuando estoy atrancada. 

Siempre escribo en el ordenador. No me daría tiempo a seguir el ritmo de mis ideas a mano. Así que a mano sólo realizo esquemas, como he dicho, y apunto algún diálogo o alguna idea. No sé a qué fotos de ilustraciones se refiere el comentario. A veces Marta ilustra mis portadas o hace algún dibujo que me sirve para Éldonon. A veces es Nacho el que se dedica a esa tarea. Yo hago algún bocetillo cutre de los lugares para situarme y descargo imágenes de internet para hacer mapas conceptuales que me ayudan bastante. 

Con respecto al tipo de ordenador, no soy nada tiquismiquis. Utilizo un portátil que compré por su autonomía y su poco peso. Pero no escribo las novelas en él. Suelo escribir en mi sobremesa que es una mezcla de varios ordenadores que montó mi padre. Me ayuda que esté en una habitación a parte en la que puedo aislarme de la casa y del mundo. Así me concentro mucho mejor. 

¿Qué me quedaba? ¡Ah, sí! La música y los personajes. Lo cierto es que sí que escucho música escribiendo. Antes me hacía carpetas de reproducción según la novela en la que estuviese trabajando. Pero tuve un trauma con un disco de Milow y desde entonces sólo escucho eso. En cuanto a las fichas de los personajes, para nada, no tengo esa paciencia. Los conozco. De vez en cuando tomo algún apunte si se me ocurre algún dato sobre su pasado o algo así, para luego no desdecirme, pero poco más. 

¡Madre mía, qué de cosas! En mi primera entrevista para la prensa, mi editora me dijo: "tú responde largo, di muchas cosas, así ocupamos más página". Se ve que esa lección la aprendí bien.

(He puesto una foto de escritora, escritora. Ya que hacía la gracia, la hacía completa)

jueves, 31 de enero de 2013

ven, febrero, hombre de literaturas


El coche suele ser mi generador de ideas. Cuando conduzco, mi imaginación tiende a desatarse -si no voy cantando como las locas-. Construyo la mayoría de mis novelas durmiendo o conduciendo, y esta mañana sentí el empujón de la creatividad mientras subía al trabajo con el sol comenzando a brillar. 

A lo largo de la mañana, entre clases terroríficas con los terceros, debates sobre la imaginación con primero e intentos desgraciados de lectura teatralizada con mi grupo de pcpi, es casi imposible encontrarle un hueco a la creación. Pero al volver a sentarme en el coche para enfilar el camino a casa, mi cabeza volvió a ser un hervidero. 

Por eso, después de comer, seguí mi ritual de café, de encender el ordenador del despacho, subir las persianas, desperdigar lápices, ponerme las gafas y concentrarme en una libreta de pastas grises mientras Milo suena por los altavoces. 

Llevaba meses pensando en la última entrega de Los Portales de Éldonon y necesitaba darme un pequeño empujón para ponerme a escribir. En los últimos tres años, febrero se ha convertido en mi mes de la creatividad, especialmente gracias a la semana de vacaciones al final; pero este año he querido adelantar mi proceso, aunque sea un día. Así que he comenzado a redactar el primer capítulo del que será mi cuarto libro en Éldonon. 

Los principios siempre me cuestan trabajo. Como si tuviese el lenguaje atado y necesitase levantar un mundo a mi alrededor con todas mis fuerzas, casi conjurando un universo que me devore para surgir a través de mí. Así que las primeras 1700 palabras, los primeros tres folios, han sido como aprender a coser. Lento y, seguramente, equivocado. Pero estoy contenta. 

Estoy contenta. Estoy haciendo lo que más me gusta hacer. ¡Ojalá me dure el impulso y las ganas y las fuerzas! Y pronto pueda decir: hay una historia más que contar. 

miércoles, 30 de enero de 2013

pretérito perfecto compuesto


La casa permanecería en silencio, pero boza canta bajito desde el ordenador, dejando al reloj su protagonismo. Yo he ocupado el tiempo. He sido hacendosa y he regado las macetas, he guardado el mantel y he vuelto a recoger la cocina. No me he olvidado del salón y lo he puesto todo en orden. He repasado cada una de las habitaciones. Como estuvimos en ikea, he enmarcado el dibujo que Nacho me ha dejado debajo del sofá y lo he puesto junto a las últimas ilustraciones de Marta, antes de llevarlo a la cabecera de la cama. He escrito un poema. Y he entrado aquí, a abusar del pretérito perfecto compuesto. 

En el colegio odiaba los verbos y las tablas, y todo lo que supusiese estudiar de memoria. A mí me gustaban las cosas que se podían aprender como una historia, las que dejaban un hueco para fantasear o inventar sucesos paralelos. Por eso puedo imaginar a Nacho en el tren, dormido elegantemente con la boca cerrada, o intentando dibujarse fijándose en su reflejo en el cristal. Es la historia paralela que ha empezado a las 17:58. Ahora ya no puedo aprenderlo de memoria, pero puedo rellenar los huecos que se deja. Puedo inventarme en lo que piensa, a dónde va, hacia dónde mira. 

Yo miro los adaptaciones de Mio Cid de mis alumnos agrupadas en dos columnas: las corregidas y las que no. Miro el reloj, me planteo una ducha, escucho palabras de la canción -y salté del vagón a fugarme conmigo-, parpadeo rítmica. Él hace lo mismo. Ha pensado ahora lo mismo que yo. 

miércoles, 23 de enero de 2013

¿cuántas veces hay que leer un poema para que vuelva?


Mientras Nacho ensaya algunos bocetos en la mesa del salón, me he sentado a poner al día mi moleskine de lecturas. Primero me he hecho con la torre de libros de poesía que no había registrado en estos últimos meses: Ana Martín Puigpelat, Teresa Wilms, Li Qingzhao, Jaime Sabines, María García Zambrano, Patricia Fernández-Pacheco, Mina Loy, Amy Lowell, Manuel de Barrio Donaire, Francisco Ruiz Noguera, Leonard Cohen...La lista se me escapa. 

Estaba registrando la primera de mis lecturas, allá por mayo, cuando me surgió esa pregunta: ¿cuántas veces hay que leer un poema para que vuelva? Porque estos versos, estos últimos versos leídos durante los pasados meses, aún no resuenan con la fuerza de las cascadas, el portazo, el cohete, la sorpresa, el gemido... Sino que permanecen casi muertos en sus libros, necesitados de nuevas lecturas, aún subrayados, para cantar, para ser los pájaros que fueron pensados. 

Siempre me ha fascinado la fuerza de la poesía para sorprenderte en el momento más inesperado encendiendo luces o apagando farolas. Anoche leía a Caballero Bonald con la urgencia de un lápiz en la mano, abandonándome caótica al ritmo de sus palabras. Y hoy recuerdo levemente versos que incendiaron un día algún pasaje de mi imaginación. ¡Qué triste! ¿Cómo, cómo hacerlos partícipes de mi ideario cotidiano? ¿Cuántas veces tengo que leerlos para que me asalten en la cocina o me interrumpan en el café o se me crucen como una idea propia? ¿Cuántas? 


martes, 1 de enero de 2013

día uno


Mis pasos suenan por las calles mojadas y desiertas. Él corre por un parque de Madrid escuchando sus respiraciones. La ciudad está desierta, sólo algunos señores mayores se reúnen en la plaza a evaluar las consecuencias. El aire helado matiza mi piel, perfeccionándola, y noto su frío llegando a mis pulmones. Siempre soñé con andar por ciudades desiertas, quizá por eso soñé Gris. 

Juan me abre la puerta y Leti aún lleva el pijama. Mi tortuga ninja se queja porque lo visten mientras Lucas me mira con curiosidad desde los brazos de su abuelo. Después el enano y yo arreglamos muebles con una herramienta de juguete antes de salir tarde a misa. 

Sólo abrigos negros. Es algo que me inquieta. La voz profunda que reverbera contra las pieles oscuras de las chaquetas. "Tiene pupa", dice Juan como cualquier niño, con su tono agudo y sorprendente. Dan ganas de crear de nuevo el mundo. 

Y nos felicitamos, rostros conocidos y perdidos en el tiempo que ahora resuenan. Besos repartidos y conversaciones tenues que se olvidarán muy pronto, cuanto todo siga girando y cada uno vuelva a su lugar. Juan Pequeño se aburre y está enfadado por tantas convenciones, quiere irse, supongo que quiere volver a territorio conocido, correr, ¿quién sabe? 

Ayer un amigo decía que estas fechas tan alegres lo ponían melancólico. Supongo que es fácil dar el paso de un lado a otro. Yo elijo quedarme aquí, donde la melancolía es leve y no se alimenta, donde puedo cantar canciones inventadas como mi abuelo, y pruebo de todos los vinos. 


lunes, 17 de diciembre de 2012

el triunfo de los cambios


Alargo el café. Estoy vestida y no podemos hablar de lo que hemos soñado. La obra y el reloj marcan el ritmo cotidiano de la casa y hago listas mentales de las cosas pendientes para hoy, es casi un vicio. La ropa tendida, la decoración navideña, la mesa con todas las tarjetas extendidas esperando a ser rescatadas del olvido... todo parece casi igual, aunque falte su ruido y no estemos sentados juntos planeando la mañana. 

El cuerpo acepta muy rápido los nuevos ritmos y se queja cuando vuelvo a los antiguos. Es extraño, yo que temía que me molestase andando entre mis cosas, escucho a la casa llamarlo. Lo hemos aceptado aquí y nos gusta. He redescubierto el triunfo de los cambios. 

Ahora, me lavaré la cara, cerraré la ventana del dormitorio, recogeré el desayuno y me iré sin hacer demasiado ruido, sin haber usado aún la voz esta mañana, a pelearme con las bestias-niños que desean que lleguen ya las vacaciones para poner punto y aparte. Los entiendo. A mí también se me hacen largos estos días de cálculos y evaluaciones. Pero bueno, compensaré los números con lavadores, la espera con proyectos de novela, la ausencia con lecturas.

viernes, 7 de diciembre de 2012

aventura en el mundo moderno de Amazon


Hace tiempo que sentía curiosidad por el mundo de los libros electrónicos y sus vericuetos. Como soy una mujer más para la práctica que para la reflexión, he decidido que la mejor manera de adivinar cómo funciona  el e-book era probando a publicar uno. Así que por fin hago pública mi vieja novela Gris de la que he hablado en algunas ocasiones. 

Como Amazon lo está colonizando todo, he pensado que el mejor sitio para comenzar era ese, por lo que he colgado allí el libro. Dejo aquí un enlace de descarga para el que quiera curiosear (espero que no os vuelva tan locos como a mí, que he necesitado ayuda de cámara para poder colgar el libro). 

Gris

¡Deseo que os guste!