viernes, 29 de enero de 2010

lobo



La historia de Lobo surgió a raíz de un sueño y de una larga conversación con mi hermano las navidades del año pasado.
Le comentaba lo que me agobiaba no estar escribiendo nada largo y relegar las novelas para algún momento impreciso cuando tuviese tiempo. Desgraciada o afortunadamente no sé escribir un poquito hoy y otro poquito mañana, soy impaciente, horneo la idea en mi cabeza durante meses y cuando todo está completamente controlado, me lanzo a las teclas y no soy capaz de hacer otra cosa. No acepto conversaciones, como por obligación, rápido y mal, y duermo pocas horas. Sólo quiero escribir, sólo sé escribir así.
En esa conversación Javi escuchó atento cada una de mis ideas, le confesé mis dudas, le expliqué mis teorías y él me iba corrigiendo o afianzando, según el caso. El tema le gustó, pero yo sabía que la historia de Lobo no podría nacer en quince días, así que decidí escribir Gris, que pretendía ser una novela corta de cien páginas como mucho –llegaron casi a doscientas, pero bueno, esas cosas suelen pasar-.
Hoy me desperté con Lobo en la cabeza, el personaje me fascina y me asusta, no sé por qué. Volví a repasar todos mis planteamientos, los iniciales y los que han ido tomando forma al dejarlos reposar en mi cabeza. La primera frase de la novela me asaltó mientras remoloneaba entre las sábanas.
El primer deseo fue saltar de la cama y sentarme frente al ordenador, pero luego me interrumpieron dos crueldades: la primera la del trabajo, tengo que ir al instituto; la segunda la de la continuación de mi primera novela publicada. Los lectores esperan impacientes que termine ese manuscrito y que la editorial lo lance, pero la editorial no tiene mucho interés en mi trabajo a día de hoy y me desanima y entristece escribir esa continuación.
Nacho dice que la deje aparcada y hable de Lobo, que si siento esa sed tengo que hacerlo y que, cuando él vuelva agotado del trabajo después de unos meses, me la pedirá sin aceptar un no por respuesta.
Me planteo hacerle caso, dejar a la inspiración trabajar, no cortarle las alas por lo que se espera de mí, sino hacerle un hueco a las ideas nuevas, lleven a donde lleven. Quizá sea una historia buena y cualquier otra editorial se interese en venderla.

jueves, 28 de enero de 2010

la luz


Cuando subo las persianas, al despertarme, la luz de la lámpara, amarilla, lucha con la gris y azul que entra por la ventana abierta. Entonces apago el interruptor y observo las sombras nuevas de los rincones mientras me envuelvo en la bata roja para no quedarme helada.

La luz de la cocina es marrón hasta que la electricidad subraya los colores tímidos de los muebles y el fuerte naranja del zumo que voy haciendo todavía sin tener muy claro si soy capaz de mantener los ojos abiertos. El olor de café me lleva a la luz del frigorífico y de ahí, al pasillo tímidamente iluminado en amarillo.

El salón, en semipenumbra cuando está nublado, aparece hoy malva mientras me siento, enredada, abrazada a la taza de café para mirar el correo. Poco a poco, el malva va dejando paso a un gris cálido y, de ahí, al amarillo que ocupará la habitación la mayor parte del día.

En el camino hacia la casa de mis abuelos la luz es naranja, en senderos estrechos que atraviesan las callejuelas diminutas cuando un edificio desaparece en perpendicular hacia otra ruta que hoy no seguiré. Sonrío, sonrío porque los niños andan por la calle como pájaros alegres, y un hombre se detiene sorprendido al verme, supongo que preguntándose por qué él anda gris. Cada vez que me atraviesa la luz, algo da un salto y Miguel –voy a llamarlo así-, que tiene cinco años, se sostiene sobre un pie mirando el brillo de un charco mientras su madre le grita amenazas sobre monstruos para que la siga. Pero él no hace caso, yo tampoco.

El aire promete primaveras y es muy pronto para que desaparezca el agua de las calles. Alborotada en mi abrigo, llego a la luz verde de la calle de mi infancia y entro al rojo tibio de la cocina de mi abuela.

Mientras paseo camino de vuelta pensando en estas palabras, reparo en que los jueves están siendo un regalo para los sentidos.

miércoles, 27 de enero de 2010

rituales


Este año tengo un horario infernal que me desquicia la vida, ningún día entro a trabajar a la misma hora, ni siquiera salgo de trabajar a la misma hora, la mayor parte del tiempo vivo con prisa y, en medio de todo ese ajetreo alocado, he construido pequeños remansos de paz que se están volviendo rituales.

Hacer la compra los lunes, abrazarme a María José y cotillear mientras fuma el cigarro de rigor en el balcón de la sala de profesores, la hora libre con Conchi en el brasero, escuchar a las abuelas decirme “hasta mañana” a la salida de misa, las conversaciones con Nacho con el café de la mañana o de la tarde, la pregunta de Jesús cuando anochece, el desayuno en el bar de los martes con mis compañeras, la hora libre en la que escucho hablar de lo que ha cambiado la enseñanza, leer a todos el horóscopo cuando llego por las tardes, la horrible guardia de recreo de los miércoles, el café con Paco donde Juancho, las clases de inglés, la limpieza de los jueves y el almuerzo con los abuelos, las cervezas de la noche y recoger de la cafetería el viernes a los que desayunan para ir juntos a clase… Pequeños detalles, pequeños momentos donde el tiempo deja de existir y no hay tanta prisa, ni tantas cosas que hacer, donde somos anécdotas, bromas y risas.

Esas cosas que harán que, el año que viene, donde quiera que yo esté, pueda pensar en este sitio con alegría.

-Maestra, ¿echarás de menos esto? –pregunta David mientras hace los ejercicios.
-A mí seguro que me echará de menos –responde Juan Carlos con descaro guiñándome un ojo.
-¡Tú sí que la vas echar de menos, imbécil! –se burla David tirándole la goma.
-¿No nos das clase el año que viene? –se preocupa Rueda y no sé cuánto voy a poder aguantar sin decirles que paso el día pensando en el rato que invierto con ellos en construir un poquito de felicidad de la gratis, de la de verlos crecer y leer El Principito.

lunes, 25 de enero de 2010

alicia a través del espejo


Hoy me desperté sin historia, libre completamente de mí. Jamás fracasé, no adornó mi cuerpo ninguna herida, nunca perdí ni naufragué. Libre de errores, recomenzada. No gané ninguna partida, ni fui feliz cualquier mañana, nadie abordó mis naves ni trazó senderos en mi espalda. Ni erré, ni acerté jamás. Nunca fui.

Olvidé de dónde venía, a dónde era. Olvidé todo de mí y, observándome, desnuda frente al espejo, me preguntaba “¿quién eres tú? ¿quién eres?”, restituido el virgo de la inocencia.

Un instante sólo, un segundo en el que no identifiqué en mí nada reconocible, absolutamente despojada de recuerdos, sin ser capaz de vislumbrar la nube de palabras que siempre me acompaña donde quiera que mire, sin ser capaz de argumentar cimientos, quiebros, perplejidades. Pura, absolutamente yo, sin serlo.

Y estaba ahí, desconocida, sin saber siquiera interrogarme, como un lienzo blanco donde inventar y sin pinceles para hacerme un velo. Y estaba ahí, desposeída, en plena ausencia de significados. Ni tan sólo mujer, ni mera idea. Cuerpo, algo, yo. Inidentificable.

Hasta que recordé que respiraba y una palabra irrumpió llena de vida –o de crueldad, eso ya no podemos saberlo- a despertarme el mundo donde existía –existo-, siempre latiendo. Y una serie de líneas, azules creo o rojas, trazaron su senda imposible desde la que era ayer hasta la que soy en ese preciso instante de reconocerme.

“Tú”, me llamé, sin saber siquiera si lo era.

detalles de un fin de semana cualquiera


La tentación era hacer una lluvia de ideas -una tormenta la de ayer tarde en Fuengirola- para recoger con pocas palabras y sin mucha complicación todas las vivencias del fin de semana. Pero la pereza es horrible y el cansancio monumental, la tentación es enorme y el sueño considerable, así que no sé si tan siquiera quiero escribir una catarata de palabras que no lleve a ninguna parte.

Os recojo, de la lluvia, las gotas que me mojaron los labios, las que me hicieron reconsiderar la suerte que tengo.

Claudia abrazando a Marta sonriente entre los brazos dulces de su madre.

Leticia emocionada con una canción de Brotes, emocionándome a mí.

La preocupación de Juan con sus abrazos.

Los "qué temazo" de Pedro.

Las risas con Carmen a consta de los "Jackob Black" del momento.

La voz de Almudena cuando nos vamos quedando menos.

Algunos dulces reencuentros, de miradas, pocas palabras y abrazos.

Pasear por las calles vacías de Málaga.

Sentirme Wendy con mi vestido, frente al espejo, con el cielo iluminando el camino hacia la estrella a la que no voy a volver.

Escuchar a la abuela de Carmen decir: "Tengo 18 nietos y una boca demasiado pequeña para dar tantas gracias a Dios como quisiera".

Pasear bajo el diluvio con Maria Jesús, escuchando nuevos planes y propuestas, para encontrar una librería de mapas y tesoros donde soñar.

Coincidir eligiendo un salón con Juan y Leticia.

Terminar un crucigrama y cenar en un chino recordando la cita sobre Mary Poppins.

Llamadas a deshora y sueños abstractos.

Conducir fantaseando.

El chico de la gasolinera salvándome de la desesperación como un caballero pelirrojo y sonriente.

Javi y papá jugando en el despacho.

La sobremesa de los cuatro.

Luis y una tarde de compañía y blog.

La llamada de Isra arrancándome alegrías y corazón brillante.

La llamada de Juan que -aún con las uvas de Luis- me llenó de calor el alma, poder compartir mis inquietudes con él y escucharlo reírse cuando le cuento las propuestas del párroco.

La última conversación con Nacho entre cotilleos, propuestas, planes de futuro y preguntas a libros extraños.

Y este momento, mientras mi madre y yo quedamos compartiendo un ratito de "final", cuando ya la casa duerme y yo como chocolate, aunque no sea hora.

jueves, 21 de enero de 2010

sonidos


El aleteo de un pájaro pequeño cuando inicia el vuelo. Un coche pasando sobre una alcantarilla. La voz de un niño anunciando sus notas. Aceite hirviendo. Un pellizco al pan. Mis zapatos sobre los adoquines. La puerta del salón que se bambolea cuando paso gravemente. Las tripas del frigorífico. Un ladrido. Los radios de una bicicleta. El loro sobre mi garaje, silbando. Arrastran una silla. Las sábanas cuando me doy la vuelta. Tos. El reloj del salón. El reloj de la cocina de mi abuela. El timbre cascado. La respiración de un niño subiendo una cuesta. Un señor escupe. Chistan. Una hoja cayendo contra el suelo. Las teclas del ordenador. Mi propia respiración. El aire contra las ventanas. Otra vez la silla. Un beso. El sofá al acoger un cuerpo. Pisar un charco. Música desde una ventanilla bajada. Teléfono. El lápiz contra el papel. Ascensor abriéndose, ascensor cerrándose. Escaleras en la calle. Caminar sobre tierra y grava. Llamar con los nudillos en la puerta. Un perro con prisa, jadeando. Neumáticos, coches, frenos. La risa de una señora dentro de una casa. El televisor. Una caricia. Las llaves resonando en el bolsillo del vestido. Conversación adolescente, tumultuosa. Pelar una naranja. Tragar. Interruptor. Abrir y cerrar un cajón. La lavadora. La cremallera de mis botas mientras ando. Atar el cinturón del abrigo. Los muebles, solos. Pasar la página. Remover el azúcar. Hacer café. Cerrar el bolso. Los rizos contra mi cuello cuando me muevo. El estómago vacío. Agua.

Es casi milagroso detenerse un instante a escuchar el mundo, todo tiene un sonido, cada lugar tiene una música particular. Mi casa con su propia melodía, yo con la mía. La calle, el silencio… Investiga, cierra los ojos un instante, detente a escuchar… escucha los sonidos de los que viven contigo, nota cómo el tiempo se detiene un instante en cada uno de los pequeños detalles, identifica la respiración de la persona a la que amas mientras duerme, colecciona latidos mientras andas. Hemos aprendido a apagar la música del mundo con el ruido de nuestros propios pensamientos. Pasea conquistando sonidos. Es un regalo increíble.

miércoles, 20 de enero de 2010

hoy breve y cansada


Lo mejor del día: la sonrisa de la mujer en la iglesia y la risa de David al proclamar: "la maestra no es como parecía, nos trató de vender que era un sargento, pero sólo es corazón".

Lo peor del día: verme postrada de esta manera.

El poema del día:

La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que se verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esta soledad inmensa
de quererte sólo yo.

(de mi Pedro Salinas)