Este año tengo un horario infernal que me desquicia la vida, ningún día entro a trabajar a la misma hora, ni siquiera salgo de trabajar a la misma hora, la mayor parte del tiempo vivo con prisa y, en medio de todo ese ajetreo alocado, he construido pequeños remansos de paz que se están volviendo rituales.
Hacer la compra los lunes, abrazarme a María José y cotillear mientras fuma el cigarro de rigor en el balcón de la sala de profesores, la hora libre con Conchi en el brasero, escuchar a las abuelas decirme “hasta mañana” a la salida de misa, las conversaciones con Nacho con el café de la mañana o de la tarde, la pregunta de Jesús cuando anochece, el desayuno en el bar de los martes con mis compañeras, la hora libre en la que escucho hablar de lo que ha cambiado la enseñanza, leer a todos el horóscopo cuando llego por las tardes, la horrible guardia de recreo de los miércoles, el café con Paco donde Juancho, las clases de inglés, la limpieza de los jueves y el almuerzo con los abuelos, las cervezas de la noche y recoger de la cafetería el viernes a los que desayunan para ir juntos a clase… Pequeños detalles, pequeños momentos donde el tiempo deja de existir y no hay tanta prisa, ni tantas cosas que hacer, donde somos anécdotas, bromas y risas.
Esas cosas que harán que, el año que viene, donde quiera que yo esté, pueda pensar en este sitio con alegría.
-Maestra, ¿echarás de menos esto? –pregunta David mientras hace los ejercicios.
-A mí seguro que me echará de menos –responde Juan Carlos con descaro guiñándome un ojo.
-¡Tú sí que la vas echar de menos, imbécil! –se burla David tirándole la goma.
-¿No nos das clase el año que viene? –se preocupa Rueda y no sé cuánto voy a poder aguantar sin decirles que paso el día pensando en el rato que invierto con ellos en construir un poquito de felicidad de la gratis, de la de verlos crecer y leer El Principito.
1 comentario:
Insisto, mejor así.
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