La primera vez que lo vi, fue en un escalón en la calle antes de que empezase la NAO de Murcia. Y, al día siguiente, cuando desperté, nos llevó a un acantilado a ver el mar inmenso y turquesa.
Yo no sé muy bien cómo, si fue poco a poco o lo quise, así de pronto, de golpe y sin remedio. La cosa es que Juan Susarte entró en mi vida por pura providencia y sin casualidad, trayendo consigo a Rocío, a Triana y a Luis.
Y hoy, que cumple años, sólo puedo regalarle una lluvia de recuerdos que guardo con cariño como lumbre en invierno:
La primera vez que lo escuché cantar, su estofado de carne, las zapatillas de Triana para la fiesta del cole, los abrazos de bienvenida y los de despedida, la tabla de surf del rubiales, el café con guitarras en su casa, la cena bajo el castillo, la emoción escuchando a Brotes, los celos de Triana, el día que Luis me pidió un cuento, los baños en el mar, sus ronquidos en Mollina, el partidillo de baloncesto aquella noche, los jaleos con la guitarra, las conversaciones a deshora, los “dolores de cabeza”, el paseo por los jardines fríos en Almansa, su mirada nublada en la oración, cuando me compró chocolate, cada vez que me llamó regalo, compartir a sus hermanos, las risas en el silencio, la botella de vino en la terraza de Manolo, aquel ensayo, la risa de Rocío cuando está contenta y se le nota, la vez que me dedicó “consagrados”, su cara de pícaro cuando se mete con Curro, la noche que nos convenció para viajar por sorpresa, la oración a la que iba a venir aquel director famoso, cada una de sus dudas y su sentirse pequeño y amado, cada uno de los recuerdos que me trae verlo con su familia, su fe…
Felicidades, Juan, ¡qué lejos y qué cerca! ¡qué grande Dios!
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