Cuando éramos pequeños, Javier y yo corríamos detrás de la cabalgata de los reyes magos. Yo he sido siempre soñadora y bastante tonta, Javi es muy práctico y mientras que yo gritaba: “Melchor, Melchor”, él me corregía diciendo:
-Tonta, si es la cajera del másymás –mientras me miraba con incredulidad.
Dejé de creer en los reyes casi con doce años. Yo quería creer. Yo quería creer que la magia existía.
Los amigos de mis padres eran voluntarios en cáritas y todas las noches de reyes repartían por las casas más humildes los regalos que habían estado recopilando durante las navidades. Después de aquello, iban a mi casa a brindar y a comerse todo lo que Javi y yo habíamos preparado para los reyes. Nosotros estábamos ya más que dormidos, tras haber colocado los zapatos limpios y relucientes debajo del Belén. Todos los años sus amigos rogaban a mis padres que los dejasen subir a darnos un beso de buenas noches, y todos los años mi madre se negaba porque aseguraba que los conoceríamos y que dejaríamos de creer.
Pero ese año no. Ese año mi madre cedió y uno por uno, los reyes magos fueron pasando por nuestros dormitorios sin que nos enterásemos o, por lo menos, de eso se trataba. Porque Baltasar, mi rey mago preferido, y el amigo de mis padres al que más conocía, se tropezó con la alfombrilla junto a la cama y se me cayó encima.
Mi sorpresa fue tremenda, no daba crédito y recuerdo la sombra de mi madre recortada en la entrada haciéndome un gesto de silencio para que no despertase a Javier. Me volví a dormir siendo la niña más feliz del universo.
¡A la mañana siguiente lo recordé y llamé a todas mis amigas! Nadie me creyó. Lógicamente, yo tenía fama de fantasiosa.
Esta noche de Reyes no salí a ver cabalgata, por primera vez en mi vida. Los regalos del amigo invisible están abiertos sobre la mesa y Javi se ha encargado de que tuviese todos los detalles pequeños que pedí. La música inunda la casa y mi padre y él juegan al scalextric que ha regalado mi madre.
“Nada me puede separar de ti, mi Señor”, me tranquiliza cuando quiero alimentar al monstruo de la tristeza con demasiado pensamientos hasta empacharlo.
Os dejo como imágenes tres pequeños regalos que mañana regalaré a mi familia. Quedan muy bien en marquitos pequeños.
Supongo que habéis sido buenos, felices reyes.
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