lunes, 28 de junio de 2010

cri cri cri


A Lucía le cuento La princesa valiente y la jaula de grillos, una historia en la que una princesa con espada va al bosque a visitar a sus amigos los grillos, pero han sido secuestrados. El argumento es muy simple, pero a las dos nos encanta casi tanto como el de La princesa valiente y el dragón hipocondríaco.

La cosa es que cuando estoy contenta, o emocionada, siento que mi estómago está lleno de grillos diciendo "cricricri" sin parar como si fuese una risa constante.

Ahora los grillos casi no se callan y, cuando caigo en la cama, empiezan a tararearme todas las cosas bonitas que van apareciendo en mi nueva casa, recordándome la luz, las ventanas, las sillas, el sillón blanco, las tazas de Marta, las lámparas de luna llena, las estanterías enormes...

Así que doy vueltas y vueltas en esta cama sin nombre que se hunde cuando me siento, pero que permanece firme cuando estoy tumbada, como si quisiese engañarme para obligarme a ronronear todo el tiempo.

Por eso es tarde y escucho el reloj que lleva tres casas acompañándome, también los nuevos sonidos de este rincón del mundo, pensando en el concierto nocturno que me espera de ideas y proyectos y murmullos de mi asamblea emocionada de grillos.


domingo, 27 de junio de 2010

cuatro días ya


El primer día descubrí que los amigos son capaces de madrugar para ayudarte a meter cajas en el coche y a sobrellevar la casa vacía donde has vivido tanto. También que me agobia más elegir muebles que cargarlos en un carro, situación que, más bien, me da risa y me aflojo y me da más risa y acabo con las cajas en el suelo, resoplando vencida en un pasillo interminable mientras mi madre se contagia. Descubro que una botella de vino en puerto seguro sabe a gloria después de un día cansado y que el sueño es reparador, pero insuficiente.

El segundo día descubro que puedo ejercitar músculos de mi espalda que sólo se usan para limpiar. Sorprendida acepto que tendré internet antes que electricidad y recibo la luz de la nueva casa y los sonidos -entre ellos el grito del gorila del zoo que es para venir a oírlo, de verdad-. El viento atraviesa los pasillos y conquista las habitaciones. Me gusta. Aunque las llaves del garaje sean un dilema y comience a estar susceptible por el cansancio.

El tercer día amanece de cajas de muebles entrando en la casa y también de luz eléctrica. Descubro emocionada que las cajas de IKEA son como los kinder sorpresa y me divierto armando estanterías, sillas, mesas, camas... hasta tener que tenderme en el suelo, bocarriba, mirando un techo blanco que empieza a encontrar lámparas gracias a Pedro. Es la primera noche que paso en casa, durmiendo con el colchón en el suelo, entre cajas y cartones, sobre unas sábanas blancas como las paredes, junto al ventanal que conduce al fin del mundo, donde todo se puede imaginar.

El cuarto día, los muebles del salón van encontrando forma y este puzzle de futuro hogar recibe la visita de mi padre y de mi hermano con todas las cajas de mi antigua casa. Descubro que con Javier montar estanterías es mucho más divertido y que cuando quiero, soy más testaruda que las señales que me invitan a abandonar. Quizá por eso la noche está llena de música, de nervios, de Antonio, de ti. Quizá por eso cuando caigo en la cama, soy incapaz de dormir.

Y hoy, abriendo cajas y cajas, miro mis libros en las estanterías y quedan pequeños, miro la lámpara sobre mi colchón y el horizonte, miro al poeta sobre la mesa y sonrío. ¡Qué oportunidad! ¡Qué misterio!

martes, 22 de junio de 2010

Divenire, Ludovico Einaudi


Me dice MâKtü[b] que me despida de cada rincón olvidándome de las cajas y, ahora que me he quedado sin actividad porque se me ha acabado el celo y porque lo que queda no sé dónde lo voy a encajar, aprovecho el relativo remanso que me da mi estado de nervios para despedirme con vosotros de los rincones que me han ido acompañando en estos meses, pero, ¿por dónde empezar? Quizá por el sillón blanco tan renombrado, ¿verdad? (suspiro, sigue siendo extraña esta mezcla de emociones). ¡Allá vamos!

Adiós, sillón blanco, gracias por todas las tazas de té, por las horas de poesía y por aquel domingo leyendo Firmin y recuperando el placer de las cosas pequeñas.

Adiós, silla negra de tela frente al ordenador, gracias por dejarme sentarme con las rodillas abrazadas, aunque no echaré de menos los cardenales que me salen por tu culpa, lo siento.

Chao chao, terraza que iba a aprovechar en invierno y que al final no aproveché para nada, gracias por guardar los papeles que no sabía dónde meter y por resucitar mi maceta.

Adiós, mesa de cristal donde derramé mis acuarelas, gracias por coleccionar los tesoros que me iba encontrando por el mundo, por asumir los montones de libros de poesía, los recortes, los rotuladores, los florecimientos de tazas de café, los tornillos y mi corazón de cáscara de nuez.

Adiós, mesa diminuta donde aprendí a rezar, donde pinté, escribí en partituras, almorcé a diario, lloré con Chelo, hice foundi con Juan y Leticia. Gracias por los desayunos de fruta, zumo, café y tostadas.

Adiós, mesa del comedor que albergaste las tardes de domingo con manualidades y chucherías, gracias por acercarme a Sarah y Chelo, gracias por el día de mi santo, por la comida con Josemi, por el brindis con Marta en navidad, por asumir convertirte en el rincón de los desastres y adquirir vida propia.

Adiós, pasillo oscuro de hormiguero, donde miraba por si aparecía alguna cucaracha con el alma en vilo, sólo porque una vez vi una tras la puerta, gracias por apilar las pelusas en la entrada para que no estuviesen dando vueltas.

Adiós, interruptor del cuarto de baño que sigue cambiando de sitio, gracias por divertirme siempre con tus bromas, dale también las gracias al espejo, por ser el más grande de la casa -aunque para verme entera me tenía que subir a una banqueta-.

Adiós, bañera de tumba egipcia, nunca olvidaré la risa que me dio cuando te vi.

Adiós, cocina independiente, todo un ascenso en la historia de mi vida en pisos de alquiler, gracias por esconder los platos sucios cuando había visita si no me había dado tiempo, gracias por inspirarme a probar nuevas recetas, aunque no te perdonaré que tirases el cuadro de Lucía y rompieses el cristal, y tu suelo es horrible, perdona que te lo diga. ¡Ah, despídete del frigorífico por mí, ese monstruo feroz que me ruge por las noches!

Adiós, cama vacía que no conoció el amor, pero que maduró mis madrugadas de insomnio, compartió el miedo tras las pesadillas, reparó mi espalda, acogió a Marta, contempló mis momentos de lucidez y naneó sin océanos mis horas interminables de palabras por cazar.

Adiós, casa hormiguero, que te hiciste de lluvias, de nieve y de sol, que permitiste volver a las musas después del miedo. Te dejo la que he sido, me voy hacia la que vengo siendo.


lunes, 21 de junio de 2010

cuentas


Los libros son tres maletas azules y una caja sin tapa. El salón parece cada vez menos mío, menos yo, pero es que queda un día de vida en esta casa, un único día más para agotar este lugar que parecía en agosto un lobo fiero a punto de hincarme el diente.

Mi padre dice que no es que me toquen buenos destinos, que es que yo los hago buenos con mi actitud. Yo no sé si darle la razón o quitársela, pero la cosa es que esta ciudad se ha ido convirtiendo en oveja mansa con el paso del tiempo. A veces los monstruos que nos parecen enormes debajo de la cama, son torpes pelusas cuando sale el sol. Si evalúo mis errores, me parecen ahora tan obvios, tan infantiles y pasionales, que enrojezco un poco. Pero no cambiaría nada de lo que hice, nada de lo que he hecho, porque he aprendido a montar en bicicleta dejándome las rodillas en el asfalto, pero pedaleo, pedaleo sin parar como si de eso dependiese el bombeo de este corazón de gorrión pequeño, de abeja ajetreada.

A la hora de hacer números, de hacer cuentas, gané cuatro amigas, un buen puñado de alumnos de los que se te quedan dentro, una colección de jueves con los abuelos, una novela y mucha poesía. Resté algunas cosas que sobraban, me equivoqué por querer hacer trampa en las cuentas, sumé alguna lección de las de para toda la vida, multipliqué mi fe, dividí mi tristeza natural y melodramática. Y, después de todos los cálculos, recordé por qué había elegido estudiar letras.

En fin, que queda poco por empaquetar.

domingo, 20 de junio de 2010

el cumpleaños del abuelo


Aunque, en principio, este fin de semana debía pasarlo limpiando la nueva casa, el cumpleaños de mi abuelo primaba frente al resto de planes, sobretodo después de la pérdida que sufrimos en la familia hace unas semanas.

Siempre almuerzo los jueves con mis abuelos, costumbre que se acaba esta semana, y he notado a mi abuelo embargado por una tristeza sencilla sumada a los años. Por eso no podía no estar en su cumpleaños. Imaginaba, además, y no me equivocaba demasiado, que sería amarga su vuelta al campo, al sitio que ha compartido tantos años con su hermano, que sería amarga aquella primera visita después de todo, aquella celebración bajo la encina con los perros de mi tío llorando tras la cancela como si quisiesen imaginar que su amo estaba de este lado.

El abuelo Andrés pasó toda la mañana sentado a la sombra del porche, ni siquiera los niños con sus burbujas lograban sacarlo del ensimismamiento, ni yo me atrevía a molestar su duelo, consciente de que si me acercaba, haría todos los esfuerzos del mundo por demostrarme que estaba bien, cuando no era esa la realidad. La tarde la dormitó bajo la encina, mientras Carmen y Lucía hacían el pino en mi espalda o clamaban entre risas por volteretas voladoras.

Ni siquiera cuando Javi comenzó a jugar al fútbol con los enanos y Manuel apareció con su sombrero de caja de cartón tapándole hasta el cuello, ni cuando Bea portó a Carmelita como si fuese un muñeco de futbolín y Lucía se tropezó con la pelota cayendo cómicamente al suelo. Ni siquiera entonces conseguimos arrancarle media carcajada cómica.

-Vamos, papá -le decía mi abuela en un intento-, ¿vas a estar todo el día así de pocho?
-Me duele la barriga -respondía él con su tono penoso de queja, molesto de alguna manera por los gritos y las locuras de los niños.

"El abuelo está enfadado", decía Carmen la última vez y me pregunto cómo están percibiendo a ese hombre al que yo devocionaba cuando tenía sus años.

Aún así, es fácil sobrellevar la pena, cuando los tres mosqueteros se te suben en lo alto, cuando Lucía abre los ojos como platos por un cuento o Manuel enrojece si lo beso por sorpresa, cuando Carmen se me agarra como una pulguita cariñosa llenándome la cara de bocados, besos y carcajadas flojas, cuando está allí Javier.

Ojalá a mi abuelo le sirviesen los mismos equipos de rescate que a mí...

viernes, 18 de junio de 2010

las despedidas


-A la maestra le echaba yo un cubo de cemento a los pies y la ataba al colegio con una cadena para que no se fuese -propone Joaquín al grupo mientras los convido a unas cocacolas de despedida en la cafetería del instituto.
-¿Y cuando vosotros terminéis el año que viene, qué? -me quejo recibiendo la mirada cómplice de Raquel.
-Si tú te quedas, maestra, yo me quedo contigo -responde muy serio Joaquín y recuerdo aquella segunda o tercera clase en la que me propuso ir a cenar juntos.

Las despedidas han comenzado a ser una realidad en los últimos días de clase. Y la verdad es que voy a echar de menos a más de uno. Sentada en la cafetería con el grupo de primero de la ESPA, compartía con ellos -arrancándoles carcajadas- aquellas primeras impresiones que tuve en las primeras horas que pasamos juntos, cuando parecían más un equipo de fútbol americano que otra cosa. Quiero decirles lo que me importan, pero al primer intento noto que la voz va a quebrárseme y cambio de tema.

-No importaba que llorases -me dice mi compañera María José cuando se lo cuento. Pero ella no entiende cómo traduce el mundo mi clase de la ESPA, si me hubiese puesto a llorar yo habría sido una chica más, sensible y sin credibilidad, que les dice que han sido importantes porque no tiene criterio, porque es débil. Por eso espero, bebo de mi vaso, me río un rato más con ellos y, cuando por fin me veo capaz de hacer uso de mis dotes dramáticas para explicarles lo importantes que han sido para mí, lo hago.

No me guardo nada, aunque Oscar, de primero de bachillerato esté estudiando en la mesa de al lado, les confieso que esperaba a que llegase mi hora con ellos, que me han alegrado los días, que ha sido un placer y un honor trabajar con ellos, que confío en que lo conseguirán, que me preocupan, que los quiero. Y entonces a Alberto le brillan los ojos y Mercedes no busca una frase para salir del aprieto. Entonces sí que van a recordar que son importantes, que sé que detrás de todo ese follón que montan cuando pueden, hay personas que merecen la pena y mucho. Que yo creo en ellos.

Esta mañana llegaron las segundas despedidas, esta vez en el diurno, con mis alumnos de Diversificación de los que hablé ayer. No están delante de la puerta de la clase cuando llego y, cuando abro, descubro que me han llenado el aula de globos de colores y los escucho gritarme en el pasillo. Están todos guapísimos, arreglados como si fuese un día especial. Ellas todas con vestidos de verano, trayendo chucherías para nuestra fiesta improvisada. Han hecho hasta una tarta y han preparado un discurso para hacerme llorar. Y lo consiguen, y las chicas lloran abrazadas a mi pecho mientras los chicos miran para otra parte evitando mirarnos.

-Vamos, Míriam -le digo cuando se me rompe en sollozos-, que no me he muerto, que sólo me cambian de instituto.
-Pero es que te he cogido mucho cariño... -explica entrecortada y Cristina se le une con su precioso vestido verde.
-Dime que vas a venir a vernos -me ruega con sus ojos negros y yo no puedo mentir.
-En navidad siempre regreso...
-Pero otro día, cuando tú no tengas clase y nosotros sí -insiste-, dime que vas a venir a vernos.

Me acompañan por el pasillo después de nuestra fiesta, de habernos reído, haber jugado y haber recordado anécdotas, incluida la nueva de hoy cuando han explotado todos los globos y ha subido el director porque creía que alguien andaba dando tiros por las clases.

Y yo no me lo creo del todo, no sé cómo encajar que es verdad que no habrá más mañanas con ellos intentando que la historia y la literatura no sean esos monstruos aburridos que se lanzan desde las estanterías.


miércoles, 16 de junio de 2010

los nueve


El ciclo de cine social en clase se ha terminado hoy, cuando ya hemos discutido sobre nosotros y nuestras máscaras sociales, cuando todos aseguraban no seguir al líder y Míriam me miraba desde sus ojos negros como ascuas. Cada vez me doy más cuenta de que la despedida de estos nueve niños con cuerpos en cambio se me va a hacer cuesta arriba. Han sido muchas horas a la semana de tira y afloja, muchas las discusiones, las chucherías, los chistes y las complicidades. Parece mentira que sean el mismo grupo que me dejó agridulce en Navidad, que Alejandro sea aquel muchacho acostumbrado a llevar la contraria por regla de tres, que ahora se desnuda de etiquetas y se muestra tal cual es. Aún así, Adrián y sus sombras continuará siendo mi espinita clavada... ¡qué miedo esa incapacidad para disfrutar de la belleza!

Sin embargo, los cambios de David han merecido la pena, ese dejarse poco a poco hacer, dejarse conquistar y convencer por los planes del grupo. Su manera de mirar en las últimas clases de literatura hacía que cada una de mis palabras mereciese la pena. ¡Y la cara de Benito cuando lo pillo en un renuncio! Y su manera de reír... ¿Es Carmen la misma que cuando empezamos? Con esos ojos azules inmensos acaparándolo todo, con su capacidad de hormiguita y su silencio en los temas conflictivos. No como Alba, siempre dispuesta a batallar una idea y demostrar su independencia radical, su madurez a base de golpes, con las zapatillas de leopardo y los moños irregulares. ¡Qué identificada me siento con su manera absurda de llevar la contraria!

Y, mientras, Cristina y Miguel, dos cumplidores, asumen un papel irregular en la clase, aportando y retirando tropas cuando los demás merecen su protagonismo. Dos apoyos genial para cualquier líder. Miguel sereno, sonrojado al sentirse protagonista. Cristina a punto de explotar en una belleza alegre, amenazándome con lágrimas de despedida.

Hoy acabamos el ciclo social de cine. Hablamos de nosotros, quizá demasiado tarde, poniendo sobre la mesa las inquietudes, los miedos y los sueños. Regalándome un horizonte secreto de expectativas inconfesas.