Y despertar como si hubiese un incendio en la casa cuando sólo está debajo de la piel. Y volver a beber café como si fuese agua al tiempo que me peleo con el flequillo. Todo por llegar diez minutos antes para escribir un poema en la pizarra para compensar la paliza de trabajo con que estoy maltratando a los de cuarto. Don Álvaro o la fuerza del sino, la fatalidad, los proyectos y las carcajadas. Y Christian que no se sienta ni trabaja, y Khaled y Julia que sólo hablan, y China con su sonrisa pelirroja mientras Alex busca motivos para no hacer nada. Claro, siempre y cuando Miguel Ángel no me haga saltar de los goznes. Convencer a los disidentes para un café sobre la cuesta, aunque hoy tengamos que coger las llaves, para descubrir a la mujer del pelo blanco sentada al sol pintando acuarelas. Otro café para sobrevivir y hablar de anécdotas que ya sólo se pueden contar. Encontrar medio examen y la Revolución Francesa a punto de estallar en nuestra clase por la inutilidad de estudiar historia. Entonces, como si nada, decir adiós y sentarme en los escalones de la entrada para que Pepa me ronronee las faldas con sus embistes mimosos sólo por regalarme el pequeño placer de la ternura gratuita. Conducir como si el camino no costase nada, ni se hiciese largo. Comer rico y temprano, de la comida que dejó preparada mamá frente a mis ruegos en su última visita. Soñar que sueño que vuelvo y compro la casa de mi infancia y preguntarme en sueños si estoy buscando encerrarme para siempre en esa realidad perdida en algún hueco inaccesible de mi imaginación. Y despertar como si hubiese un beso en mi espalda cuando sólo está mi respiración. Merendar yogur griego con melocotones, imaginar un verso, saltar a la ducha, pintarme los ojos y salir a comprar lo que echaré en falta el lunes. Ojear la revista de decoración, subir los pies a la mesa, hacer tiempo y guardar cada cosa en su sitio: en la nevera el vino de los aperitivos, en la despensa el chocolate, en el cajón la cruda realidad y en la cabeza una idea irrealizable.
viernes, 15 de octubre de 2010
un viernes infinitivo
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3 comentarios:
imponente a la situación ese reloj, saludos.
Sabes lo que me dicen todas esas cosas. Que debes estar más viva que nunca. Que sientes como nunca sentistes...
Un abrazo amiga.
Vengo enamorado de tu tierra y tu la acentuas...
Besos pausados
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