Las nubes pasan rápido en mi terraza, las margaritas han explotado y el café está a punto de terminárseme. Queda poca luz y es una luz apagada, una luz color teja, casi rota, la que tiñe de colores esta tarde, la que guerrea con un cielo demasiado azul cuando aparece entre los jirones blancos y grises. Hoy parecía el primer día de otoño, con el mar plomizo, la lluvia tonta y el interruptor funcionando. Sí, sigue funcionando.
Hay pájaros diminutos dando las buenas noches demasiado pronto y tengo una pila de ropa por planchar. Es el primer año, de los que llevo viviendo sola, en que me preocupo por que mi ropa no tenga arrugas. En que me hace falta alguien a quien conquistar por el gusto en la cocina. Será que me hago mayor o aburrida. Es esta sensación de estar cerca y lejos de mí al mismo tiempo, como siendo la eterna desconocida, la que estaba por llegar, la que se iba cuando comencé a mirarla. Y el interruptor funciona, sí, sigue funcionando.
Tengo una de las mesas pequeñas llena de libros apilados, poesía con filosofía, teología y proyectos de novela, agendas de teléfono, libretas, facturas y propaganda. En medio la pequeña maceta reclamando un puesto, la que tengo que regar. Y luego esta otra mesa vacía. Con la taza de café. Anoche al entrar no sabía si me sentía o no me sentía en casa. Cuando te mudas muchas veces en muy poco tiempo, comienzas a hacer vínculos rápidos y superficiales con la gente para preparar la despedida. Parece ser que no quiero hacer vínculos demasiado fuertes con la casa. Es tan absurdo que el interruptor siga funcionando. Tan, tan absurdo.
Se enciende y yo corro a apagarlo, en un parpadeo, con un solo gesto, apagado. Pandora ya no construye cajas, construye interruptores, los vende al por mayor, pero a mí con uno me basta. Porque todavía puede salvarnos la belleza, ¿verdad? Todavía puede salvarnos la belleza. Y yo tengo que planchar.
2 comentarios:
Sólo hay que planchar
las arrugas de la vida.
Que buen final.
BESITOS.
Mi madre que trabajaba mañana y tarde y tenía poco tiempo para invertir en ciertos detalles nos convenció desde niños que la arruga es bella, dice que eso lo dijo un diseñador importante. Me aferro a esa idea cuando se me ocurren mil cosas mejores que hacer y tengo una montaña rugosa en la cesta de ropa limpia.
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