Mientras suena la música de Violeta en mi ordenador y la brisa entra por la ventana enredándose en mi pelo mojado, me siento como un indio sobre el sofá marrón y miro cómo la noche va conquistando los rincones del mundo con su ritmo cotidiano de sonidos y arrullos. La noche arrulla en los lugares como yo.
Parecería que una casa va siendo una casa cuando la gente a la que quieres aparece abriendo muebles, conquistando la cocina, curioseando entre los libros, poniéndolo todo patas arriba. Mi casa es más mi casa cuando, después, queda el eco de la risa de Juan, o el calor de Leticia en el sofá, los restos de ceras de colores de Pablo en el suelo, el olor de la pequeña Ana, los consejos de Pedro en la terraza, la sonrisa dulce de Claudia y la mirada cómplice de Ana frente a mi espejo. Todo eso trasciende el sofá y la mesa y las puertas y las ventanas, las estanterías, las sillas, mis silencios.
Así, cada uno, ayuda, a su modo, a instaurar las costumbres cotidianas, las pequeñas tradiciones rituales de esta casa y me descubro en otra yo, posible, hacia la que vago, a veces más huraña, más valiente, más torpe y decidida, más dulce, siempre más salada. Hacia esta flaca que sigue leyendo poesía, escribiendo declaraciones y encendiendo una vela para rezar.
1 comentario:
Anoche en todas las casas, y en todas cuecen habas. Aunque hoy el rosario de los rezos, ya empiece a estar en extensión...
Saludos y un abrazo.
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