Espero a Marta, mi dormilona. Espero para pasar un día grande con ella y la emoción me impide concentrarme en nada. Después de madrugar, escribir un poquito con una taza de café, orar, recoger la casa y darme una ducha, me siento delante del ordenador para cambiar la música.
Al ir a recolocar la última canción que he recibido en su carpeta correspondiente, reparo en que tengo la bandeja de entrada llena de documentos que ni soy capaz de recordar: fotografías de gente con la que hace meses que no hablo, textos que me han enviado para que critique, respuestas a cursos, dibujos, viejas conversaciones que están ahí no sé cómo…
Me armo de valor y decido hacer una limpieza de este cajón de sastre. ¿Qué voy a salvar? Encuentro cuentos de Nacho y de Pedro, fotografías de Ana, de Guillermo, de mi hermano aburrido en un bar, de Gerardo durmiendo en el autobús de viaje a Baeza. Encuentro “si Nena fuera” y abro los diferentes documentos sonriendo, para descubrir cómo me veían si fuese árbol, lugar, sabor, canción… Sonrío agradecida por esas imágenes y esos recuerdos tan libres de nada, tan llenos de todo.
Releo por encima viejas historias, los descubro en lo que vivieron y comparo todo aquello con lo que son ahora. Es extraño. Cómo pasa el tiempo… ¿cuánto llevarán estos documentos aquí? ¿cuántas cosas mías habrá repartidas en bandejas de entrada? Recuerdo a Jana, recuerdo Segregados… recuerdo quien era yo.
Selecciono y mudo lo que quiero conservar. Miro todo lo que queda, casi doscientos documentos esperando el juicio final. Hay canciones, textos, fotografías, gráficas y carpetas comprimidas ahí. No es primavera, pero hago limpieza (mientras escribo esto un olor de no sé dónde me recuerda mi casa de Alcalá con tanta claridad que me desconcentra). Borro todo.
¡Ojalá todas las cosas fuesen tan fácil de borrar!
1 comentario:
habrá que sacar la goma de borrar...
todo, menos borrar tus palabras...
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