“Qué suerte que no tienes hijos”, “Qué alegría, así soltera te pueden mandar a donde quieran”, “Así tan jovencita da igual que te manden a un pueblo perdido de la sierra”, “Como no tienes que tirar de una familia…”, son algunos de los argumentos con los que se me recibe estos días en la sala de profesores, rincón que se ha convertido en la base de operaciones de todos los que tenemos que jugarnos la suerte eligiendo como máximo trescientos números.
Sí, soy afortunada… sólo tengo mi trabajo, así que qué más da donde me manden.
Delante mía tengo los códigos de todos los lugares de Andalucía con instituto. Unos cuantos folios de letra pequeña donde he señalado en amarillo orillas de mar.
Los cambios siempre aterrorizan. Pero saber que eligiendo como elegí en su momento, he acabado aquí, me hace sentirme nerviosa. ¿Voy a aborrecer también en septiembre el sitio que elija hoy?
De los números que ponga saldrá mi “destino definitivo”, el lugar donde empezaré una vida, compraré una casa, llenaré paredes de estanterías…
Es difícil para alguien como yo no poder imaginar cómo será mi vida más allá de las dos horas de clase que tengo en un rato. Es difícil para mí escribir sobre la vida de los demás y estar tan asustada como para fantasear con la mía.
Que sea lo que Dios quiera… quizá de aquí a dos años estoy pidiendo Gijón y mandándolo todo a la mierda.
(mi propósito de adviento de hoy me está costando horrores)
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