“En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”
Hace como poco nueve años que no despierto en Andújar el día 26 de diciembre. No ha parado de llover y Manuel se abraza a mis rodillas para dormir cuando está cansado, mientras Carmen se pinta los labios con maquillaje de plástico. Cuento el verdadero cuento de la Navidad a Lucía, que se emociona al pensar que al final José decidió que sí que se casaba con María y que tuvieron una boda preciosa, porque como nadie se lo había explicado, ella no entiende por qué se pone el portal de Belén. Marina me acompaña a casa cuando aparco en la calle de los abuelos, la pongo al día y se sorprende, está preciosa y no hace preguntas, tampoco cuenta nada, su vida es demasiado difícil para mí, supone. El abuelo refunfuña por los rincones, me manda a casa a las doce de la noche para que no ande sola por la calle por si me pasa algo. La abuela se apoya en la puerta porque ha brindado demasiadas veces y sonríe feliz por tenernos a todos en casa. Mi padre reparte regalos. Las doce se me pasan sin oportunidad y otro año más estoy sentada en las escaleras mirándolo todo. Lourdes responde a las preguntas inapropiadas con una risa e imagino cómo será su navidad y me pregunto si a veces se siente tan sola como yo o incluso más, odio que nadie la juzgue. Mi madre es reclamada con ternura con los niños que mendigan sus caricias y sus ganas de reír. Javi bebe en un vaso de metal y bromea con el abuelo para que se olvide del desastre que se está originando en la casa. La chimenea crepita y no estoy cumpliendo demasiado bien el propósito del día. Mari me busca cómplice y disfruta con alegría los correteos de los niños por el salón. Andrés, más rápido que yo, se escapa. Paco monta juguetes concentrado y ha envuelto una camiseta de propaganda para hacer feliz a mi hermano por una apuesta. Marina abre Romeo y Julieta. Siento un nudo en el estómago. Javi duerme en mi salón y pienso que es la primera vez que nadie se queda en esta casa, es la primera vez que acojo, doy gracias porque sea él. Rezo. La lluvia martillea en mi ventana. Sé lo que se espera de mí, sé lo que tengo que hacer, sé dónde tengo que ir… pero no sé cómo conseguirlo. “Ya no te llamarán Abandonada, ni a tu tierra Devastada; a ti te llamarán Mi favorita y a tu tierra Desposada”. Desayuno leyendo sobre los Otori, tumbada en la cama, con la taza caliente entre las manos y el libro abierto en el regazo. Javi viene a tumbarse conmigo y le acaricio el pelo mientras charlamos. Ya no sé quién es más pequeño de los dos. Felicito la navidad a los compañeros de trabajo que encuentro en la iglesia y me hace gracia que conozcan a mis padres. Llegan tres mensajes en mitad de la noche. Mamen nos enseña las fotos de su boda y está preciosa. Alguien llama a mi padre y pregunta por mí y por mi eterno noviazgo, lo veo en un aprieto al tener que responder delante mía y le sonrío para mirar un escaparate. Llueve todavía. Hay una partida de trivial en la mesa del comedor y Marina se encierra en una conversación con su ordenador, quiero llegar a ella, pero soy incapaz de hacerlo. Vuelven los niños, siento un dolor agudo que me postra y tras besarlos, tras despedirme de todos, regreso a casa sin paraguas. “Al principio sólo existía la Palabra” y rezo para escribir, pero estoy demasiado cansada. "Ahora sólo importas Tú, dale la paz a mi alma". La cama me desvela y leo todas mis oraciones de Adviento hasta la madrugada, cuando diluvia y por fin puedo abandonarme al sueño sin predicciones de futuro.
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