La racha de cenas de navidad surrealistas sigue aumentando, por supuesto esto hace que también aumenten las mañanas de dolor de cabeza y botellas de agua.
A las diez de la noche habíamos quedado, en medio de la tormenta, para pasar una agradable velada en compañía del claustro tapeando en un bar amigo. Me dejé el teléfono en casa y me vi en la tesitura de no saber si estaba esperando a alguien o me había quedado plantada. Afortunadamente, Chelo me sacó de dudas apareciendo en la calle vacía. María José y Rocío llegaron después, refugiadas en sus paraguas, y comenzamos a elucubrar sobre el ritmo que podría tomar la noche.
Éramos pocos, el bar estaba vacío, sólo lo ocupábamos nosotros. La verdad es que no sé dónde situarme, hay profesores con los que no he hablado nunca, profesores que conozco de la mañana y de la tarde, miembros de la directiva y después las chicas. Revoloteo entre conversaciones hasta que decidimos sentarnos y Andrés se arranca con canciones tradicionales. El clima se va relajando.
Luis, uno de los jefes de estudios del nocturno, se sienta conmigo y comenzamos a charlar un poco de todo. Cuando llevamos un rato hablando, comienza a defender la teoría de que yo merezco un novio diplomático o embajador, para viajar por el mundo. Me río de la ocurrencia y lo apunto en nota mental antes de que cambiemos de bar.
Chelo y yo decidimos que no vamos a tomar ni una copa más, pero Carlos –el niño del agua-, aparece con vodka y nos hace replantearnos nuestra posición. Recordando a Antonia, pido mi martini con hielo y comienzo a charlar con Ana descubriendo la de vueltas que ha dado su vida.
Siento deseos de viajar con tanta conversación sobre el mundo.
Las copas y las horas pasan y cuando ya se ha ido más de la mitad de los que éramos, decidimos levantar el campamento. De nuevo llueve fuera, pero viene bien el frío, y cuando me despido en la puerta de casa, sonrío ampliamente pensando que no ha estado tan mal como yo esperaba.
Sobreviví a una cena de navidad cuyo nivel de surrealismo no alcanzó –por poco- a las de otros años y reparé en que quizá si que tendría que escribir la carta a los reyes para pedir un “diplomático” –de cualquier nacionalidad, ¿no, Leticia?-.
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