Estamos inundados. Convivo con un dolor de cabeza inquebrantable desde que puse un pie en el suelo. “¿Te has dejado la cama a la vuelta de la esquina?” es lo que pregunta Alejandro cuando me ve llegar a clase. “Rafa, que le das clase de segundo, dice que eres superestricta”, comenta Alba mientras hacemos los deberes, “yo le he dicho que eso es imposible, pero no me cree”. Diluvia de nuevo. El café me sabe a poco y asisto a un encuentro con la autora de la novela que están leyendo en segundo. Tengo que encender la luz durante el almuerzo porque en casa no se ve nada. Comienza la tormenta cuando decido que mejor me acuesto un rato para competir con el bombardeo de la sangre en mi cabeza. Me despiertan rayos. Preparo té con limón y miel para comunicarme conmigo. Logro escribir seis páginas entre las palpitaciones intermitentes de mi sien derecha. Siento celos. David me llama, removiendo en mis recuerdos de la infancia. La iglesia está vacía. Cotilleamos en camarilla al rededor del brasero. Los chicos no me han abandonado. El equipo perfecto a carcajadas cuando Sergio se desespera intentando pillar a Alberto en una adivinanza. Escucho sus historias. Diego tiene un examen mientras hablo de Alberti, somos seis a última, contándome a mí. El instituto se ha quedado vacío. La calle son charcos. Ya no hay sirenas de bomberos. Ceno con otro ibuprofeno. Ahora Quique me promete “no te va a doler más que otras veces, pero ese es el precio que debes pagar por probarlo”. Creo que me voy a ir a acostar con la idea de que, con semejante dolor de cabeza, no pensaba que me pudiese reír tanto con mi ESPA.
martes, 23 de febrero de 2010
la migraña desbordada y el río en mi cabeza
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1 comentario:
espero que haya una tregua, sabrás recolocarte, pertrecharte con tus palabras maravillosas...
un beso sereno....compañera
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