La ilusión de Luis contagia el coche y puedo hablarle de mis nuevos planes de novela, también puedo dejarle caer algunas joyitas de mi historia reciente. Pregunta poco y eso lo hace fácil. Después llega la cena con pijamas en casa de Juan y Leticia, el sueño, la puesta al día y el sentirse en casa.
El despertar está acompañado de equipaje y autovía, de almendros en flor y un cielo nublado hasta que aparece el mar como horizonte. Es cian, abrumador. Siempre experimento ante él la sensación de que es la primera vez que lo contemplo. Nos encontramos con Claudia, Ana y Pedro en la rotonda y, tras ver cocinas, llegamos a su casa, donde ya nos esperan Antonia y Antonio. Los besos de rigor, los abrazos, las bromas, todas nuestras tonterías nos van conduciendo a eliminar esas barreras que el paso del tiempo había ido levantando.
Cuando nos sentamos a comer todo va, prácticamente, rodado. Ninguno sabemos si queremos ser “Marta” o “María”, aunque está creo que “no van a poder, no van a poder, no van a poder”. Y los sofás nos invitan a una reflexión tranquila donde la oración da paso al compartir la vida más cotidiana, los detalles más superfluos y las preocupaciones más profundas. Así, sin saber muy bien cómo, acabamos dándonos un atracón de crepes con nutella, tan felices y tan acompañados.
La noche –y el clima de la costa- nos invita a pasear, también el hecho de recoger a Pablo en el parque, así que, como no puedo resistirlo más, acabamos por petición mía en la orilla del mar, contemplando una luna llena increíble trazando senderos. “Es el camino de vuelta a casa que la luna recuerda a las sirenas que se han despistado jugando en la orilla”, le explico a Pablo y él, tirando de mi mano, me corrige: “en el mar vive Dios”. Acabamos cantando el verbo besar en todas sus posibilidades y poco a poco vamos rindiéndonos al sueño.
Hoy acudimos todos juntos a la parroquia donde se casaron Juan y Leticia, para terminar “como Dios manda”. Y después de un baño de sol, un paseo por las calles que tanto conozco –con guiño y todo-, unas pizzas y una foto de grupo, llegó la despedida.
Primero dejamos a Claudia y Pedro, después dijimos adiós a Antonia en su apartamento con vistas al mar –ese que me mata de envidia tan cerca de algunos recuerdos-, abrazamos a Antonio antes de que se montase en su coche y, una vez de vuelta a Granada, Luis y yo hicimos la penúltima parada de despedidas –con lo poco que me gustan-.
Así que, cuando Luis me deja en casa, me parece todo mentira y el cansancio se hace conmigo casi al instante. Pero ver el mar y compartirme con ellos, siempre merece estas palizas monumentales.
2 comentarios:
Me alegro por vos...
:)
Que linda caras, todas.
Un beso
No sé si en el mar vivirá Dios...pero lo cierto es que conduce a Él...en un rincón un tanto solitario de la playa tengo mi "rincón de pensar", allí donde voy cuando no me aguanto ni yo y cuando no veo mucha luz...desde mi "rincón de pensar" siempre acabo encontrándole y encontrándome...¡algún día te lo enseñaré!
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