Atardece cuando aparco el coche en un rayo de sol y llamo por teléfono a Isra para que salga a rescatarme del silencio. Cuando aparece por la puerta sobre las escaleras, lleva su camiseta verde y la sonrisa enorme con la que siempre me recibe. Los abrazos de Isra no tienen parangón.
Después aparece Nacho, haciéndome gestos desde lejos, arrancándome puras carcajadas que huelen a verano y a niños pequeños. ¡Qué pronto se siente una en casa sin estar en casa, sin sentirse en ningún lado!
Anécdotas, chistes, cotilleos, sólo el estar juntos otra vez, el poder compartir estos "minutos" me hace sentirme terriblemente ligera. Y también más fuerte, más yo. Incluso cuando suena el teléfono y oigo cómo me llaman "cereza" -que te quiero, canalla (no, rano, este canalla no va por ti).
Bromeamos, conocemos nuestras manías, nuestros dejes, nuestra manera de reírnos y eso arranca nuevos momentos de complicidad, arranca el confesar hasta las historias clínicas más truculentas. Pero el sol va cayendo poco a poco, extendiendo con las sombras un manto frío de tarde de primavera. Así que hay que decir adiós, con promesas de mantener el contacto, de llamarnos, de aprovechar todas las ofertas.
Por eso cuando monto en el coche, cuando cierro el cinturón sobre mi pecho de gorrión y enciendo las luces, saboreo el regalo tan grande que he recibido como comienzo de vacaciones y siento que tengo ganas de más.
1 comentario:
Años llevaba yo si tener una semana entera de vacaciones. Este año lo pienso disfrutar, espero que ambos lo pasemos genial...
Saludos y un abrazo enorme.
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