Supón que hoy era un martes de esos que prometían catástrofe con una reunión por la tarde que recordaba a los viejos martes interminables. Supón que estabas a punto de acabar una novela encantadora y que hubieses preferido infinitamente quedarte en casa terminándola a ir a trabajar. Además, supón que has desayunado un ibuprofeno de seiscientos porque tu cuerpo promete rebelarse.
Supón, entonces, que llegas al trabajo con la hora justa porque todo tipo de inconvenientes te han asaltado en la carretera, que en el recreo entras cinco minutos tarde porque no te ha dado tiempo a desayunar y que los alumnos de primero se comportan extraordinariamente bien para tu sorpresa.
Digamos que ese se convierte en el eje de cambio de tu día.
Así que supón que sales una hora antes y que te sientas al sol a ronronear mientras el gato del instituto se te ovilla en el regazo. Comienzas a sentir esa somnolencia que sólo regala el sol de otoño y te preguntas si vas a volver a casa o si vas a quedarte a almorzar con tus compañeros. Los dos planes te dan pereza.
Supón que, en ese momento, el profesor de historia arranca su coche para ir a devolver unas llaves, baja la ventanilla y te pregunta qué vas a hacer. Como no lo sabes, se va. Supón que mientras el gato se aprieta contra tus rodillas, tú te preguntas por qué no le has propuesto acompañarlo para solucionar así el tedio de la rutina.
En ese momento suena el teléfono. Es tu compañero. Te pregunta si quieres ir con él.
Supón que no lo dudas y él vuelve y recorréis una carretera de curvas entre pinos y mar mientras suena una música muy apropiada para escribir una novela. Supón que, después de entregar las llaves, acabáis en la terraza de un restaurante hablando de literatura. Tu compañero discute el neoplatonismo de Garcilaso y, seguidamente, te da una lección sobre grandes autores extranjeros con una vehemencia bastante parecida a la que tú usas al hablar de poesía. Supón que brindáis por la directora del centro y que paga él, que cinco minutos antes de la reunión está aparcando en un templo que sentías curiosidad por ver, que, en su maletero, charlando, hay un bombín y un sombrero de los años cuarenta. Que llegáis media hora tarde a la reunión con los padres.
Entonces, ahora, después de todo, supón que al volver a casa descubres en tu buzón una carta con remitente americano que contiene una bonita gargantilla y que, como no has tenido bastantes milagros, enfilas el camino del mar para beberte la tarde.
Supón que eres yo, que estás aquí, escuchando el sonido de las olas, escribiendo a un ritmo de vértigo mientras el sol del atardecer va tiñendo de rosa los edificios que le quedan. Tienes los pies enterrados en la arena y tarareas una canción que acabas de inventarte. Estás a punto de terminar esa novela.
1 comentario:
Siento decepcionarte, pero la novela acaba de empezar ;)
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