Lleno el bolso de trastos, me cambio las sandalias, cojo las llaves del coche y agarro la taza de café. Hoy ha sido la primera vez en mi vida que he tomado café en un ascensor. No recuerdo cuál fue la última vez que madrugué y eso hace que me olviden infinidad de detalles que me van asaltando a lo largo de la mañana. Aunque lleve una semana trabajando, hoy es mi primer día de cole.
Los alumnos se agolpan a las puertas del instituto y nos ven llegar evaluando si quieren o no encontrarnos en un aula. Bendigo al antiojeras y atravieso la masa buscando una cara amable. Algunas niñas me dicen buenos días y alcanzo la entrada.
Siempre es extraño hablar a los desconocidos que se sientan ante ti este primer día de encuentros. Sabes, o por lo menos yo lo sé, que cuando acabe el curso vas a quererlos. Ahora son caras, rostros, un detalle curioso en la vestimenta, un peinado extraño, una risa llamativa. En unos meses tendrán nombres e irán unidos a anécdotas y recuerdos, sabrán cuando tienes un mal día y sabrás cuando lo tienen ellos, averiguarás sin problemas si están nuevamente enamorados, si el profesor de antes les ha echado la bronca o si están cansados de ser pequeños. Pero ahora no sabes nada. Ahora intento memorizar nombres, intento mezclar con elegancia la rectitud y el buen humor, voy marcando mis normas mientras van probando sus trampas.
A última hora voy a conocer a los más pequeños. Nunca he dado clase con primero de la ESO. Son los alumnos con los que suelo encontrarme en los encuentros con autor en otros institutos, pero jamás he trabajado con ellos. Son pocos y alegres. Bajitos y parlanchines. Me sacan de quicio a la tercera frase: todo les da risa, levantan la mano para preguntar tonterías, sus caras son un poema dramático cuando les hablo de la lectura y la ortografía y se echan a temblar cuando me aprendo los primeros nombres a base de repetirlos. Tengo como poco seis alumnos extranjeros que me miran como si formase parte de otra historia.
Como me queda media hora después de explicar los criterios de evaluación, les propongo una redacción de las mías: "Cuenta tus vacaciones de verano... en otro planeta". Los gritos de sorpresa se elevan en el acto, ¿en otro planeta? ¿En cualquier planeta? Las cabezas echan humo, los más creativos se lanzan sin hacer preguntas, los demás miran hacia todos lados y levantan la mano sin cesar con dudas insulsas. Mi preferida aparece en el acto, es inglesa y se sienta lejos del resto de sus compatriotas, es delgada y muy pequeña, con la cara llena de pecas dulces y una cortina pelirroja de pelo que se mueve cuando ella, silenciosa y frágil, reacciona a cualquier cambio; habla en voz bajita cuando me pregunta un dato y escribe con bolígrafos amarillos. Es, sin duda alguna, la protagonista de mi próximo libro.
-¡Venga, que escucho crujir vuestros cerebros! -arengo cuando queda un cuarto de hora-, ¿Qué pasa con la creatividad de esta clase? ¿Vamos a tener que celebrar su funeral? ¿Dónde está vuestra imaginación? ¿Tengo una clase de niños o de muebles? -y todos se ríen y sé que lo voy a tener muy mal para enseñarles nada, porque ya me encantan.
Vuelvo a casa agotada y feliz, con ganas de cocinar y de sonreír, de hablar durante la comida y contar todas las anécdotas. Pero estoy cansada y todo lo demás. Hoy toca dormir.
3 comentarios:
Los placeres de la rutina...que ameritan un sueñito.
Besitos :)
Sueña soñando con que estás despierta, en medio de esta nueva gran aventura....
Me ha encantado conocer el primer dia de mi hija desde otro punto de vista ;))
Pero hay algo que no me imaginaba. De verdad hay preferidos?? ja jaja
Besos cansados
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