domingo, 10 de julio de 2011

cumplir sueños pequeños sin grandes esfuerzos


Desde que alquilé esta casa, sólo era capaz de fantasear con la cantidad de posibilidades que tenía la terraza. ¿Qué comidas daría allí? ¿Quién vendría a cenar por las noches? ¿Tocarías alguna vez tu guitarra en el silencio del atardecer mientras los pájaros se marchan? ¿Quién brindaría? ¿Qué libros leería al amparo de las velas contra mosquitos? 

Y un día Juan y yo sacamos el sofá, cuando no había muebles, para que Leti se sentase a reír con Juan pequeño en la barriga. Y otro día Juan y yo montamos los muebles de terraza. Y mis padres se sentaron morenos y felices a mirar cómo caía el sol. Hicimos cenas temáticas, Marta trajo delicias de París, y Manolo y yo cosimos interminables guirnaldas para decorar mi fiesta de cumpleaños. Leí con los pies sobre las sillas y brindé conmigo misma. Tuvimos un almuerzo de Trivial con Antonio y Alicia. En esta terraza se ha arreglado el mundo. Hemos visto películas y degustado nuestros batidos caseros. Con Sara, Claudia y Silvia nos hemos reído a carcajadas mientras se iba acabando el sorbete de limón. Mis primos se han puesto las rodillas negras en ese suelo jugando con un tren de madera y Carmen, con sus manitas pequeñas, devoró un trozo de pizza. ¡Hemos señalado monos! Y se ha cenado, siempre, a la luz de las velas amarillas. 

Anoche, por fin, después de que Silvia y yo nos declaráramos incapaces de rendirnos, volvimos a celebrar un buen día con el mantel de los árboles y daiquiris de sandía, con la visita rápida de Alfonso y mis trufas de chocolate para hacerte chantaje, porque llegaste con la guitarra y por fin uno de mis pequeños sueños de verano se iba a hacer realidad. 

Así que sonaron tus acordes y bailé descalza como en mis historias más torpes. Morena y descalza y feliz. Con vosotros. En la terraza. Contigo. 

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